Fuente: Tradición, Número 15, 1 de Agosto de 1933.



El gremio



Está de moda repetir que hoy se trata, para sobrar al mundo, de hacer una revolución económica.

Y aunque de moda la cuestión, es tan vieja como el mundo.

Para Caín, el toque estaba en quedarse con los rebaños de Abel. Para las huestes de Espartaco, entrar a saco y apoderarse de las riquezas de los soberbios patricios romanos.

Y siempre, en todo sitio o lugar, el desposeído, el miserable, el hambriento, creyó que el único arreglo del mundo estaba en la igualdad económica.

Y Dios, conocedor de las miserias de la humana naturaleza, promulgó dos preceptos: no robarás y no codiciarás los bienes ajenos.

Y de estos preceptos de derecho divino natural, se deduce fácilmente que la propiedad es de derecho natural, y las desigualdades sociales un postulado de justicia distributiva.

Pero es el caso que cuando al pueblo se le arranca la fe y la esperanza en Dios y otra vida, para el hambriento y miserable no queda más que este dilema: el suicidio, la esclavitud o la anarquía.

De otra parte, los pueblos descreídos y materialistas tuvieron siempre como premisa un régimen político acatólico o anticatólico.

Y el termómetro de la represión y de la tiranía siguió siempre la temperatura religiosa de los gobernantes y poderosos, como dijo el gran Donoso.

Por eso, hoy que está de moda atacar la riqueza ajena, surgen a centenares los San Franciscos.

Lo malo es que, para cada San Francisco auténtico, hay cien Diegos Corrientes disfrazados de franciscanos.

Estos tales recuerdan aquello de Aristóteles, que decía que el modo más fácil de hacerse partido era hablarle a los pobres mal de los ricos.

Y unos, en nombre de Marx, y todos, o casi todos, hablando de lo que no saben y no entienden, y prometiendo lo que ellos no han de dar, porque no lo tienen todavía, han traído al proletariado a este estado de odio y envidia, puente para pasar a las cadenas de un régimen despótico o precipitarse en la anarquía.

Y lo que son las cosas.

En esta pavorosa cuestión, como en tantas otras, sólo en el tradicionalismo está la solución. Pero yo quisiera que nuestros jóvenes no se formaran leyendo a Toniolo, ni a Pothier, ni siquiera a Aznar ni a Minguijón.

Que estudien a Santo Tomás, las Encíclicas pontificias; que se formen un concepto claro de lo que es justicia conmutativa y distributiva; que se empapen bien en la diferencia que existe entre justicia y caridad; que distingan lo que va de lo ético a lo jurídico; que se adentren en la diferencia que va de la igualdad de especie a la desigualdad natural social, con su secuela jerárquica; que no confundan la distribución del bien común, sumo de aportaciones distintas y no sumo de aportaciones iguales.

Y conseguido esto, no hablarán nuestros propagandistas, como hacen otros, de tantas y tantas monsergas, y tantas y tantas utopías.

Y como lo que es preciso no es igualar, sino remediar las desigualdades; como lo que urge es darle a cada componente social los medios para que actúe dentro de lo que pide el fin social de la naturaleza humana, vendremos a parar en que es preciso en todos los órdenes acabar con el individualismo inorgánico y pasar al corporativismo orgánico.

Y eso sólo se consigue con los gremios, modificados y encajados a las necesidades modernas, pero conservando sus notas específicas, a saber: el gremio debe ser confesional, o sea, católico, apostólico y romano, ya que sin esto pasaría a sindicato de resistencia, que es tanto como decir público fomentador de la lucha de clases y escabel de políticos frescos y vividores.

El gremio debe ser profesional y docente, porque, si no fuera más que una cofradía, sería tan enteco y raquítico como han sido los sindicatos católicos; profesional y docente, o sea, que cada gremio sea, además de un centro de contratación, una escuela de su respectivo arte y oficio.

El gremio debe ser propietario, con domicilio y fondos propios, regidos y administrados por el gremio, que atiendan a los accidentes del trabajo, seguro de vejez, maternidad, plus de salario familiar, etc., que, al considerarse como obligaciones del patrono o empresa, sólo conducen a la ruina de la agricultura, industria y comercio, y al ser administrados por el Estado y sus satélites, al engorde de la burocracia parasitaria.

Finalmente, el gremio debe tener su representación profesional en todos los organismos administrativos y políticos de la nación, acabando así con todos los vividores y arribistas políticos, con toda la política partidista, para que no haya más que una política nacional y una sola unidad política: el Rey.

Estructurar la nueva España en los moldes doctrinales de la vieja España: he aquí, jóvenes tradicionalistas, nuestra tarea y nuestra gloria. A ello, pues, y que Dios os bendiga y ayude. Pero, por los clavos de Cristo, nada de hitlerismo, ni de mussolinismo, ni de centro católico alemán, ni belga, ni de democracia cristiana. Para figurines extranjeros, sobra con el liberalismo parlamentario franco-inglés, o la nueva Constitución ruso-mejicana, o el Tribunal de garantías yanqui-austriaco. Estudiemos, pensemos y construyamos en español.

Para los cimientos, Santo Tomás, el Doctor Universal; para los materiales y la fachada y distribución, la cantera tradicional de pura cepa española, venero inagotable de doctrinas sólidas, originales y propias.



F. DE CONTRERAS