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El día en el que 300 héroes españoles conquistaron un castillo húngaro
¿Qué hacían 300 españoles ganando terreno a los turcos en el corazón de Hungría?
Por J.L. de Mirecki
Viernes 02 de octubre del 2015, 09:00h
No había televisión ni Internet que mostraran, casi en tiempo real, lo que estaba pasando, como sucede en la actualidad con la crisis de los refugiados. Pero lo que pasó en Hungría hace casi 320 años también fue noticia para toda Europa... y, en aquella ocasión, 300 españoles fueron protagonistas de la lucha contra los turcos. Los estudios de Historia militar de José L. de Mirecki se centran en este episodio.
Cabría pensar que, a finales del siglo XVII, España tenía suficientes conflictos bélicos como para evitar embarcarse en otra campaña en un territorio lejano como Hungría. Sin embargo, el compromiso que la Monarquía Hispánica había mostrado con la defensa de Europa seguía en pie. Por ello, aún padeciendo permanentes insuficiencias presupuestarias y de soldados, el Rey Carlos II autorizó la intervención contra los invasores turcos que poco antes, en 1683, habían asediado Viena -la capital del Imperio- por segunda vez. Y decidió que había que contribuir a esteesfuerzo colectivo europeo.
Los 300 españoles que conquistaron el castillo de Buda no pertenecían a ningún tercio en concreto. No procedían, como podía pensarse, de las guarniciones de tropas de la Monarquía Hispánica más cercanas a aquel frente, que serían las de Milán, en el norte de Italia. Tampoco procedían de una campaña de reclutamiento llevada a cabo específicamente para aportar tropas a la alianza europea. Todos ellos eran voluntarios procedentes de todas las partes del Imperio y los había de todos los empleos –maestros de campo, capitanes, tenientes, alféreces, sargentos…-.
Entonces se llamaba ‘aventureros’ a un tipo muy curioso de voluntarios, como éstos, que no cobraban sueldo -cada cual se costeaba su vestuario, armas y municiones, alimentos, caballos, tiendas de campaña, criados, etc.- y, además, servían como soldados rasos y no como lo que eran en realidad - maestros de campo, capitanes, tenientes, etc.-.
Uno de los voluntarios era nada menos que el Duque de Béjar, Manuel López de Zúñiga, al que acompañaban su hermano menor Baltasar –Marqués de Valero-, dos de sus primos, Juan Manuel López Pacheco –Marqués de Villena y Duque de Escalona- y José Antonio de Zúñiga –Marqués de Águilafuente-, y otros caballeros principales.
Se adoptó esta forma de contribuir a la campaña porque había mucha necesidad de tercios y regimientos en todas partes. Por ejemplo, la voracidad de Francia, que estaba esperando cualquier debilidad de sus vecinos para seguir apoderándose de sus territorios obligó al gobernador de Flandes a no prescindir de ninguno de sus tercios o regimientos.
Pero los 300 españoles eran tropas bien organizadas. Formaron un cuerpo que, bajo el mando deFélix de Astorga, se integró en el regimiento imperial del Príncipe de Lorena.
¿Quién era Félix de Astorga?
Francisco Félix de Astorga era sargento mayor –el empleo inmediatamente superior al de capitán- en el ejército del Emperador. Fue puesto al mando de los voluntarios españoles por ser español y conocer la lengua en la que allí se daban las órdenes, el alemán. Lo curioso es que, bajo las órdenes del sargento mayor Astorga, había maestros de campo –un empleo superior- como, por ejemplo, el Duque de Béjar.
Crónica del Duque de Béjar
En el ejército imperial no existían los maestros de campo –prefiero emplear esta otra denominación, ‘maestro’ en lugar de ‘maestre’-. No hay datos que prueben que Astorga fuera ascendido a maestro de campo, aunque pudiera ser que el Emperador le concediese el grado –pero no el empleo- de coronel, aunque tampoco aparece entre los mandos regimentales.
Al lado del monumento dedicado en 1934 a la memoria de “los 300 héroes españoles”, laGeneralitat de Cataluña puso otro en 2000 “En memoria dels catalans que lluitaren per l’alliberament de Buda” [“a la memoria de los catalanes que lucharon por la liberación de Buda”]. Una parte de aquellos catalanes servían en la artillería, un arma muy especializada de esa época. Su presencia debió de ser reclamada por el Emperador pues llevaban como mando nada menos que a un teniente general de la artillería -Don Antonio González-, procedente del ejército de Flandes. Por cierto, este general diseñó un nuevo tipo de pieza de artillería que denominó “Haubizzi”, que causaba más estragos que las piezas ordinarias.
Esos catalanes aparecen citados en la crónica de esta campaña elaborada por Melchor Álvarez y publicada en Madrid el mismo año de 1686: “De Cataluña sola se contaban más de quinientos hombres.”
Los catalanes también aparecen citados por Giuseppe Cerrito en su estudio publicado en 1839: “Anche sessanta Catalani, la maggior parte artieri [¿artilleros?], avevano abbandonata la patria, e per mare e per terra, e per diverse strade, e con piccolissimi mezzi, a poco a poco eransi riuniti in Vienna, ove il loro divoto fervore li chiamava a prender parte alla crociata. L'imperatore, allorchè ne ravvisò il costante desiderio, dispose che, riuniti in una compagnia, venissero incorporati nel reggimento di Starheraberg, e diè loro qual capitano l'esperto Astorga, uffiziale della medesima nazione”. Les honra como españoles haber formado parte de una compañía de su ‘nación española’ –como ya se decía entonces-, hombro con hombro, con tanto valiente.
El papel de la Historia
El cambio de los valores que ha sufrido Occidente hace ininteligible la Historia para el ciudadano medio. Para ahondar esta herida, se está produciendo un intento de reescribirla utilizándola como arma política.
La formación es lo único que nos hace libres e iguales, pues nos permite opinar sobre una base sólida y, por eso, la mala calidad de la enseñanza y el sectarismo favorecen la desintegración nacional. No importa el contexto, pues los hechos se repiten una y otra vez, siguiendo un macabro guión.
Esta constatación es la que nos obliga a leer lo que sucedió en ocasiones anteriores para poder entender lo que se nos viene encima. Sólo la lectura puede evitar que consigan su objetivo los que tratan de tergiversar la Historia a su gusto.
Es difícil hacer entender a una sociedad moderna occidental, que ha sufrido dos guerras mundiales y una interminable secuela de conflictos de mayor o menor intensidad, que la intervención militar directa era el único medio para detener el avance del enemigo, pues incluso este último concepto, “el de enemigo”, se ha diluido.
La búsqueda de una idea que sobrepase las ambiciones nacionales y que obligue a un gransacrificio en pos del bienestar común sería el colofón de esta historia, aunque sea brindando –como se decía en aquellos siglos- “por la confusión del Turco”.
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