Disimulan en la catedral de Santiago por miedo a irritar a los musulmanes
Disimulan una jardinera en la catedral de Santiago por miedo a irritar a los musulmanes
EL MIEDO AL ISLAM Y SUS REPRESALIAS SIGUE FAVORECIENDO SU DOMINIO
“Infundiremos el terror en sus corazones”, dice el corán (sura 3.151), y Occidente está aterrado.
Aunque, todo hay que decirlo, gracias a la necesaria complicidad de políticos, periodistas y leguleyos, así como progres de pelaje variado. De no ser por esa complicidad, no conseguirían destruirnos: llevaban siglos intentándolo, mediante la lucha y la espada, y no había manera.
Pero ahora no es necesario: nos tienen cogido el tranquillo y saben que basta mencionar las palabras mágicas. Son tres: “discriminación”, “racismo” y “xenofobia”.
Ante cualquier protesta que pueda surgir por sus imposiciones y exigencias, sólo tienen que mencionar una -o las tres- palabras mágicas. Y entonces los políticos ceden a cualquier chantaje, chanchullo o petición, sea legal o ilegal. Los medios de comunicación se ponen de parte no de la víctima, sino del culpable. Incluso los leguleyos establecen un doble rasero y una doble sentencia para los mismos hechos: culpable si eres occidental, inocente si no. La culpabilidad va en relación directa a las ideas, no a los hechos. (¡Qué tiempos aquellos en que sólo había una justicia para los poderosos y ricos y otra para los pobres!). Sólo hace falta mirar las noticias, el 15 M sin ir más lejos, no me invento nada. Ante las palabras mágicas todo el mundo se inclina, todo el mundo tiene miedo, todo el mundo calla, como si fueran un poderoso y terrible dios al que hay que mantener contento.
La complicidad se traduce en relativismo feroz y el relativismo en nuestra destrucción: es sólo cuestión de tiempo que se imponga la sharia como única ley, salvo que cambien, y mucho, las cosas.
Mientras, seguimos invariablemente mirando a otro lado y no queriendo ver la gravedad del problema.
E.P.- “
Yo no digo nada… No sé nada… Lo único que puedo decir es que quien dio la orden es una persona con poder; y con amigos con poder que le aconsejaron que evitase los problemas”. El que habla, un influyente canónigo del cabildo de la catedral de Santiago, prefiere no aparecer con su nombre. “Ya ha habido bastante polémica. No quiero más líos”, dice para protegerse. El caso es que “hace ya un tiempo”
que en la basílica alguien cuyo rostro es un misterio dio la orden de disimular con flores la presencia de los tres sarracenos completos y la cabeza cortada de un cuarto que aparecen a los pies del caballo del apóstol.
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El caballero guerrero y su fiera montura, una imagen del siglo XVIII, obra de José Gambino, saltó a la fama en 2004. Fue el 11-M, tras la masacre de Atocha. Todos los periódicos, locales y nacionales, publicaron entonces que el gobierno catedralicio había retirado al Matamoros por miedo a molestar a Bin Laden. La catedral se apresuró a desmentirlo, pero en 2006 volvió a publicarse que el cabildo había sometido a votación desterrar el santo del templo. En su lugar, algunos canónigos proponían colocar otro apóstol, también de Gambino pero representado en su look más políticamente correcto, el de peregrino. Nunca jamás, según el cabildo, se produjo tal votación, un trámite necesario para tomar cualquier acuerdo. Pero las monjas que se encargan del mantenimiento en la catedral tienen la orden de tapar a los moros. Y religiosamente los mantienen escondidos. El Matamoros vive a salto de mata, como un jinete de concurso, y sólo cuando la enorme jardinera, necesaria para ocultar a los que mueren por Alá, empieza a marchitarse por las puntas es posible entrever el gesto angustiado de uno de ellos.
Una de las religiosas que mantienen lozano el adorno floral asiente con la cabeza en la sacristía y confirma que la orden viene del cabildo y que el fin del ramo no es otro que ocultar a los moros.
“Y la verdad es que es una buena solución”, añade. “Ahora nadie viene a quejarse de la imagen”. Parece que todo el mundo se ha olvidado de que, detrás de las rejas, los candeleros tragaperras y las flores (margaritas, claveles, lirios, depende el día) hay cuatro mahometanos desangrándose. La salomónica medida, no obstante, sale cara. La monja explica que con tanto turista y tanto peregrino hay que cambiar las flores cada semana.
Impresionante testimonio de hasta dónde llega la sumisión de occidente a la ideología islámica.
Pero ahora no se enfadan ni los unos ni los otros. La imagen sigue ahí, ocupando la cavidad que, cuando se tapó una de las entradas a la capilla de Lope, quedó en uno de los brazos del crucero que va a dar a la plaza de la Azabachería. Y el arzobispo ya no recibe cartas de protesta. Se las enviaban tanto los enemigos de la imagen como sus defensores. En pocos días, cuando salió en la prensa que habían retirado al Matamoros, según un miembro del cabildo Julián Barrio recibió “700 escritos de beatas y de agnósticos, todos a favor” de Santiago y su equino blanco.
Tanto dentro de la catedral como en la ciudad (incluso en el Ayuntamiento) siguen cabalgando sin disimulo muchos patronos de España de los que hacían maravillas en Clavijo. “Ese milagro es parte de la Historia, no tenemos por qué esconderlo ahora”, opina la propia monja que cambia las flores. Todo el Camino de Santiago está sembrado de estas bélicas representaciones y, sin embargo, todas las críticas recayeron en la obra del Gambino. Pero resulta que la imagen que más quebraderos de cabeza ha dado al gobierno de la catedral ni siquiera es propiedad suya. Llegó en los cincuenta para una procesión y “se fue quedando”.
Comenzamos a renegar de nuestra historia y nuestro pasado glorioso por “no ofender a los musulmanes”. Ellos, que nos saben cobardes y débiles, piden la supresión de todo lo que les ofende (que es prácticamente todo): perros en los parques y autobuses, piscinas mixtas, cerdo en comedores escolares, fiestas navideñas, fiestas de moros y cristianos, símbolos religiosos no musulmanes, o nos imponen la comida halal, aunque esté prohibido sacrificar así a los animales en Europa, que nuestras leyes son hechas por humanos y no les merecen respeto. Y poco a poco, con la complicidad de unos, con el silencio de otros, con el relativismo de todos -menos de los musulmanes- Europa va cayendo bajo el terrible yugo de la ley islámica.
Dicen que un pueblo que olvida su historia, o que reniega de ella, como hacemos nosotros, está condenado a repetirla. Todavía hay imbéciles que sueñan con repetir un mítico “Al Andalus” que sólo existió en la imaginación poética de algunos bobos, olvidando que la realidad del islam está en los medios de comunicación. Todo lo demás son tonterías.
Y por si alguien tiene alguna duda todavía, que lea esta entrada de Alerta Digital: El disparate se instala en Europa…
