Respuesta: En defensa de los toros
Los toros son el último refugio que resta a la España heroica, audaz, pagana y viril, ya a punto de ser asfixiada por una España humanitarista, socializante, semieuropea, híbrida, burguesa, pacifista y pedagógica. Los toros son el último reflejo del español que se jugó la vida en aventuras, que conquistó América, que invadió dominador la Europa del Renacimiento.
Nuevos Sansones entre filisteos
los viejos toros de la Iberia vieja
en los nuevos torneos
su antiguo Dios sin compasión los deja.
F.V.
En todo el mundo –y aun dentro de la misma España– hay ideas muy confusas sobre las corridas de toros.
Suele afirmarse que las corridas de toros son una fiesta bárbara, cruel, digna de los árabes e indigna de los buenos europeos. Una fiesta sólo posible en un pueblo como el español. Sanguinario en la conquista de América e inquisitorial con sus herejes y librepensadores.
http://www.filosofia.org/hem/193/lce/lce035a1.jpg El divino toro ibérico Fiesta en la que se asesina impunemente a pobres caballos indefensos. En que se martiriza al toro. En que se expone gravemente la vida de algunos hombres. En que el pueblo espectador se enardece y grita como embriagado.
Quien más censuras y reproches han hecho a la fiesta de la corrida de toros fué –naturalmente– esa Europa moderna, nórdica y anglosajona, que envía sus turistas, todas las primaveras –turistas que se desmayan–, a nuestras plazas españolas de toros.
Hora es ya de poner punto, en su punto, a esos turistas, a sus desmayos y a sus imprecaciones, poniendo ante todo en el suyo –al histórico, el exacto– a las propias corridas de toros.
II
¡Oh, padre Gerión! De la grandeza
último resto y muestra valerosa
de Tartessos los toros son ardiente;
y cabe la corriente
del viejo Betis su real nobleza
guardada fué entre paños recamados
en oro de los siglos y cuidados
F.V.
Hasta hace pocos años, yo había ido consiguiendo refrenar –al llegar la primavera española– una voluptuosidad obsesionante que me ascendía por las entrañas con más apetito que un apetito sexual.
La creía esa voluptuosidad una de infancia, retardada en mi ser, como un poso instintivo al que todas mis presiones intelectuales posteriores habían inútilmente intentado purgar.
Me aparecía inexorablemente tal líbido, se hacía esta confluencia estacional del año español en que ahora estamos: cuando la Semana Santa, el primer sol fuerte y las primeras corridas de toros llenan el aire nuestro de un temblor como trágico.
A fuerza de rechazar ese ansia vaga –pero bárbara y hermosa– a las alcantarillas de mi ser, obtuve lo que se obtiene de todo frenazo: un desviamiento, una perversión. O –hablando idealmente– una pedantería.
Me refiero con estas elipses a la querencia primaveral «de ir a los toros», de ir de «sangre y fiesta», que omniprimaveralmente me sacude los nervios sin apenas poder remediarlo. Y que yo juzgaba –hasta hace poco– como un residuo infantil y primitivo de mi vida; como una sobrevivencia pueril, obscura y remota, que debía dominar. Una neurosis que debía curarme.
Para curarme esta neurosis acudí a todas las violencias mentales y pedagógicas que prescribían los más famosos europeizantes de España, los mejores anglosajonistas de nuestra vida. Esto es: a considerarme bárbaro, incivil, cruel, atrasado, moro, y tal.
Pero ya digo: lo único que conseguí fué tal crisis aguda de pedantería, que me tuvo al borde mismo de la sandez; en peligro inminente de desmedularme y de descastarme para siempre.
Afortunadamente, una inmersión de aquel instinto mío en una coyuntura ocasional de toros, me sanó de repente y me devolvió la salud. Haciéndome ver claro que lo que yo intentaba era estrangular un signo prócer de mi casta: la afición táurica. Y que aquello que yo estimaba como líbido infantil y pecaminosa era nada menos que un egregio cordón umbilical tendido entre mi alma y las almas antiguas y aristocráticas del mundo (pongamos la de Teseo, por ejemplo, el matador de Maratón). Lazo umbilical que una tradición piadosa y espléndida me había conservado selectamente, para mi casta, diferenciándola así de otras castas auténticamente bárbaras, modernas, humanitaristas y pedantes.
III
¡Oh, padre Gerión, que no vasallos
seamos de los hombres, y caballos!
F.V.
Esta liberación mía de la neurosis taurina es una liberación que corresponde, en rigor, a los mejores espíritus de mi generación española, a esta de la postguerra, que, al interesarse decidida, poética y afirmativamente por los toros, superó el «europeísmo» de generaciones anteriores, aisladas de presiones neurósicas, frenadas por la pedantería de otras culturas, y que consideraban, por lo menos, como una indecencia la lidia de toros bravos en los redondeles de España y de Hispanoamérica.
(De la generación del 98 –taurófoba– no quedaron más que dos signos disparatados: Zuluaga y Eugenio Noel.)
http://www.filosofia.org/hem/193/lce/lce035a2.jpg El siglo XIX y los toros:
bestias, plebe, sangre La generación de 1915 logró una concesión: la de Ramón Pérez de Ayala. Y una sedicente simpatía de José Ortega y Gasset.
Pero hay que llegar al Torero Caracho de Ramón Gómez de la Serna para encontrar el camino franco y poético a la poesía y la franqueza que habría de hacer esa magnífica cuadrilla lírica de un Alberti, un Lorca, un Gerardo Diego, un Pepe Bergamín, un Fernando Villalón, un Pedro Salinas, un Dámaso Alonso...
Estos poetas jóvenes, que oyeron una misa por el alma de Goya, cierto día escandaloso, nutrieron compañías y amistades toreras –con toda sencillez y distinción–, haciendo lanzarse a la literatura, como espontáneo al ruedo, a todo un matador como Sánchez Mejías. (Faena que ya la generación anterior inició tímidamente con Juan Belmonte, sin conseguir de él más que una viva afición por la lectura.)
Tras una racha de generaciones intelectuales antitaurinas, nos encontramos de pronto –en España– una agrupación de liberados de esa neurosis, que se daba a la afición y al goce y al festival del toro con toda la plenitud e inteligencia del que recobra un equilibrio divino: el de su casta histórica.
Pertinente yo a este grupo nuevo, habiendo ya consagrado en un libro mi esfuerzo y comentario, quiero hoy insistir –aún– para aclarar en estos días de primavera y de turistas (de extranjeros en España), lo que significan –exactamente– las corridas de toros.
IV
¡Toros de Atlante
a los oficios viles
los siempre gladiadores, condenados,
y a morir entre tropas y atabales,
ante los desgastados
pueblos agonizantes y brutales!
F.V.
¡No esperes, bárbaro turista, que te desmayes en nuestras corridas de toros, que toda mi anterior prefación haya sido un preludio para exaltar ahora con cierta impunidad retórica la corrida de toros, como fiesta digna, patriótica y auténtica de España!
¡Todo lo contrario, todo lo contrario!
Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
Escucha bien:
Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
http://www.filosofia.org/hem/193/lce/lce035a3.jpg La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero» Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
V
No a hombres viles, sí a dioses inmortales
nuestra vida en las aras herácreas
fueron, por nuestros males,
ofrendas hirvientes, rojas teas,
sino al rey Gerión, de Heracles fuerte,
cautivos entregamos nuestra suerte.
F.V.
Si las corridas de toros, a pesar de esa mancha soez y burguesa, antiespañola, se han salvado y se salvarán, es porque en la fiesta continúan jugando factores poéticos y míticos de una España eterna: la España que ve en el toro una divinidad, como la vió Grecia, Roma, el Mediterráneo.
Quiero repetir un elogio mío –ya hecho– del divino toro. «Vinculado a nosotros el toro, desde siempre, sacudidor egregio de los nervios ibéricos eternos, ¿podría sucumbir tan divino bruto? El toro, en el cielo antiguo, fue el dios más supremo, el dios fecundador por excelencia. No podía España –la España creadora del mito profundo de Don Juan–, renunciar a esa deidad genesíaca, a ese viejo símbolo indoeuropeo de la fuerza erótica, al ilustre animal mediterráneo, adorado por tanta raza morena.»
Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
* * *
Ennoblecer de nuevo esta fiesta, extraer su esencia mítica, es la labor de los nuevos españoles, consuentes de un pasado y de un porvenir: orgullosos y leales de una gran tierra milenaria, como España.
Por eso avanzo yo hoy mi voz ante ti –bárbaro turista–, y te pido respeto, enérgicamente, para el culto de mi patria hacia el toro; animal divino, y, como divino, bravamente sacrificado.
Publicado por Mazadelizana; Tercio Hispano: Origen europeo, liberal y antiespañol de las corridas de toros
Respuesta: En defensa de los toros
Mazadelizana, ¿quien firma este interesantísimo artículo? Gracias por anticipado y mis mejores saludos.
Respuesta: En defensa de los toros
Ernesto Giménez Caballer, no debí pegar bien.
Saludos, Antonio Hernández Pé
Respuesta: En defensa de los toros
¡Hombre, no me digas más! Esa prosa me sonaba de algo. Gracias por publicar este artículo.
Respuesta: En defensa de los toros
Por cierto me gustaría solventar una duda que tengo. He leído, hace mucho ya y no recuerdo donde, que la Iglesia condenó esta fiesta por la exposición temeraria de la vida humana en aras de la vanagloria. ¿Alguien puede iluminarnos en este tema? ¿En que términos, si esto es cierto, condenó la Iglesia las corridas de toros? ¿Cambió o matizó su doctrina al respecto? ¿Y que dice la Iglesia actualmente si es que dice algo? Por otra parte tengo entendido (y perdonadme si digo una tontería- que la Igleisa prohíbe la asistencia de clérigos a este espetáculo.
Agradecería mucho alguna aportación.
Quiero dejar constancia que a mi, en relación con la fiesta de los toros, me ha pasado exactamente igual que a Ernesto Giménez Caballero y por eso me sorprendió su viejo artículo.
Respuesta: En defensa de los toros
Tengo entendido que llegó incluso a existir una bula en ese sentido, aunque nunca llegó a entrar en vigor y no tardó en caer en el olvido. De todos modos, antes eran mucho más salvajes las corridas porque hasta bien entrado el siglo XIX los caballos de los picadores no llevaban peto, y eran simplemente caballos viejos que en vez de llevarlos al matadero los sacrificaban así. Eso sí que era crueldad. Contra el toro no, porque es un animal al que le gusta pelear y que se crece en la lucha y no muere haciendo lo que le gusta.
El artículo dice muchas cosas interesantes. Desde luego es verdad que las corridas deben su aplebeyamiento a la Europa moderna de la Revolución. Antes de la época ilustrada la fiesta brava había sido cosa de caballeros, y se toreaba a caballo. El toreo a caballo, que tiene tanta elegancia y belleza, pervive en el rejoneo aunque es mucho menos frecuente. De todos modos, no dejo de reconocerle el arte y la valentía a los buenos toreros de a pie. Yo nunca he sido aficionado a la fiesta, aunque reconozco su belleza y su arte. Eso sí, también me ha parecido siempre una temeridad que el torero se juega la vida por demostrar su valor. La tauromaquia es sumamente arriesgada, aunque la Iglesia nunca les ha negado las exequias a los toreros ni ha prohibido que se entierren en cementerios católicos.
Respuesta: En defensa de los toros
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Hyeronimus
El artículo dice muchas cosas interesantes. Desde luego es verdad que las corridas deben su aplebeyamiento a la Europa moderna de la Revolución. Antes de la época ilustrada la fiesta brava había sido cosa de caballeros, y se toreaba a caballo. El toreo a caballo, que tiene tanta elegancia y belleza, pervive en el rejoneo aunque es mucho menos frecuente. De todos modos, no dejo de reconocerle el arte y la valentía a los buenos toreros de a pie. Yo nunca he sido aficionado a la fiesta, aunque reconozco su belleza y su arte.(...)
Estimado Hyeronimus, yo lo tenía distinto. El toreo a pie coexistía con lo a caballo, muy antes de la revolución. La corrida de toros, amen de espectáculo servia también de deporte de practica castrense, como la caza o las justas. Ese entrenamiento se hacía conforme a la condición del practicante y, consecuentemente del tipo de combate que visaba entrenar: la caballería para los hidalgos, el combate a pie para la plebe. Así pasaba en España como en Portugal.
Cuando Felipe V sobe al trono español (o poco después) prohíbe las corridas de toros en toda la España, a caballo como a pie. Su educación en Francia, su misma personalidad y inclinaciones le hacían despreciar profundamente la fiesta brava. La prohibición de torear se hacía algo fácil de hacer cumplir entre los hidalgos, bien controlados en la corte o por los propios cortesanos. Ya la prohibición del toreo a pie no lo sería. En cualquier remoto pueblo se hacía y además las propias administraciones locales, compuestas de probables aficionados, no serían muy listas en hacer cumplir la prohibición y punir los culpables. Los descendientes de Felipe V no han cancelado la prohibición y así ha declinado el toreo a caballo en España, en detrimento del toreo a pie que siguió practicándose. El rejoneo sólo muy más tarde vendría a desarrollarse en las plazas de toros.
En Portugal no existió tal prohibición, así que el toreo a caballo jamás dejó se ser la modalidad reina de las corridas de toros. Al revés, el toreo a pie perdió importancia, ya que para los caballeros mataren los toros no lo podrían hacer los peones, ya que casi siempre no existían toros para todos mataren. En Portugal el toreo a caballo ha constituido un alta escuela ecuestre y no raro algún propio infante real lo practicaba. El historiador Oliveira Martins apunta, por ejemplo, que S.M.F. El-Rei D. Miguel era un aficionado de los toros y muy dotado caballero.
Respuesta: En defensa de los toros
Ya ves, Irmão, como dije, no soy aficionado, así que no tiene nada de extrañar que haya dicho algo de inexacto con relación a los toros.
Por cierto, tengo entendido que una de las razas de caballos más utilizadas en el rejoneo es el lusitano.
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Hyeronimus
los caballos de los picadores no llevaban peto, y eran simplemente caballos viejos que en vez de llevarlos al matadero los sacrificaban así. Eso sí que era crueldad.
Amigo Hyeronimus, permiteme el comentario.
El peto del caballo es lo que ha acabado con la importancia del picador. La intención del tercio de varas en medir la bravura del toro, para eso se utilizaba a un lancero a caballo, que tenía como misión apartar al toro del caballo con la lanza. Ahora, con el peto, el picador lo único que hace en un destrozo al animal y no se puede llegar a medir su bravura ya que se queda ''empecinado'' con el peto del animal y la única forma que tiene de abandonar el enfrentamiento en reculando, cosa que no (lo he observado)se le da muy bien (al toro). El peto en mi opinión destroza tanto al picador como al toro. Belmonte era capaz de conocer la casta del toro viendo como embestía al caballo, ahora sería incapaz. Además, el caballo muerto, ofrecía una posible querencia al toro.
Saludos:).
Respuesta: En defensa de los toros
Para ver acosar toros valientes
fiesta un tiempo africana y después goda,
que hoy les irrita las soberbias frentes.
Corre ahora la gente al coso, y toda
o sube a las ventanas y balcones,
o abajo en rudas tablas se acomoda.
Así miraron étnicas naciones,
míseros reos en teatro impío,
expuestos al furor de sus leones.
(Bartolomé Leonardo de Argensola, siglo XVII)
Respuesta: En defensa de los toros
No sólo se defiende el toro ibérico, sino también todo lo que vive con el toro, no hablo de las fiestas y la cultura que pervive, sino de la fauna ibérica:
- Zonas protegidas y sus alrededores de la fauna ibérica, desde gran parte de Andalucía hasta el sur de Francia, incluyendo zonas de Extremadura, Castilla La Mancha y Portugal.
- El toro asegura a su paso, el equilibrio en la naturaleza preservándola y "reforestando" a su paso por los caminos, cañadas y por vías pecuarias, así como recuerdo también por las playas de la costa para trasladar de Andalucía a Valencia, por ejemplo.
- Estos campos conocido como "Dehesas" ocupan un total de (...)
Y por último, para aquellos ignorantes anti-taurinos, el toro de lidia es el más libre de todos y no encerrado en establos o granjas como las vacas, pues así lo demuestra su bravura, su fortaleza y su nobleza, sin haber necesidad de productor de carne, leche o modificar los cuernos, es en sí, el toro en estado puro capaces de subsistir solos en invierno y defenderse de los lobos.
Respuesta: En defensa de los toros
El otro día en televisión ví a un científico (anglo), que decía que si se encontraban bacterias en Marte no se debía colonizar tal planeta, para preservar la vida de esos marcianos, aunque eso conllevara perjuicio para la humanidad.
He ahí la importancia de la Tauromaquia:
Preserva y recuerda la jerarquía y el sentido del hombre ante el universo.
Respuesta: En defensa de los toros
Respuesta: En defensa de los toros
He sido anti taurino toda mi vida. Me repugna ver matar a un animal sobre todo cuando se hace por diversión bajo pago, pero también me repugna que un hombre se juegue la vida sin causa noble que lo justifique.
Pero desde hace un tiempo a esta parte me debato ante la duda y empiezo a cambiar mi intransigente postura.
Y me pregunto: ¿Por qué será?
Respuesta: En defensa de los toros
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Iniciado por
Anorgi
He sido anti taurino toda mi vida. Me repugna ver matar a un animal sobre todo cuando se hace por diversión bajo pago, pero también me repugna que un hombre se juegue la vida sin causa noble que lo justifique.
Pero desde hace un tiempo a esta parte me debato ante la duda y empiezo a cambiar mi intransigente postura.
Y me pregunto: ¿Por qué será?
1º- ¿Has leído TODOS los comentarios?
2º- Hablamos de una cultura distinta, si no quieres no mires, nadie te ha obligado.
3º- Yo he estado delante del toro, es que impone, es un animal bravo que para enfrentarse hay que tener valor.
4º- No soy seguidor de la tauromaquia, pero lo veo de vez en cuando por TV porque no sé cómo asistir a un ruedo.
Respuesta: En defensa de los toros
Me parecen muy respetables las opiniones de aquéllos a quienes gustan de "La Fiesta", pero me parecen un desatino las descalificaciones hacia quienes no aprecian este espectáculo. Particularmente lamentable me parece la asociación de ideas entre "afición" y "españolismo", ¿qué pasa, es que la dosis de patriotismo se vende con las entradas a las plazas? ya está bien de topicazos, España es mucho más y como supongo que este mensaje dará lugar a respuestas "escasamente amables" aviso que estoy dispuesto a dar las contrarréplicas en el mismo tono.
No me gustan los toros, y no es una obligación que me gusten, pero no pienso tolerar que nadie ponga en duda ni mi condición de español ni mi patriotismo, ¿soy claro?
Por otro lado, el artículo de Juan Manuel de PRADA, con el que suelo coincidir a veces, en esta ocasión me parece lamentable cuando mezcla toros con catolicismo, ¿qué pasa, es que es doctor de la Iglesia? Por tanto, insisto, a quienes les guste la fiesta que la disfruten, pero sin descalificaciones gratuitas, innecesarias y falsas a quienes no nos interesa.:no1:
Respuesta: En defensa de los toros
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Valmadian
No me gustan los toros, y no es una obligación que me gusten, pero no pienso tolerar que nadie ponga en duda ni mi condición de español ni mi patriotismo, ¿soy claro?
¡Le apoyo en eso, a mi no me gusta lo que pase en un campo de fútbol juegue España ó el sursuncorda y no por ello dejo de ser un español!.