No sé si el "Viaje", del veneciano Micer Andrea Navagero alguna vez, interesó a los españoles, aparte de estudiosos especialistas. Este embajador escribía con palabras sencillas y hablaba de cosas naturales. Las noticias que dio fueron exactas y con poesía. A pesar de ser hombre de suma doctrina y erudición, (que publicaba un "Cicerón" muy bello por las prensas de Aldo) hizo la prosa de su "Viaje" más bien familiar y modesta.

Un fallo se pudo poner a su "Viaje". Y es que, deambulando este embajador, desde Toledo, de acá para allá, por España, con la corte del César Carlos, nada nos contara de hechos memorables, cercanos a su mandato, como el fin de los Comuneros, las bodas imperiales, la prisión, en Madrid, del rey Francisco y, sobre todo, la Liga Clementina, que movieron al Papado y Venecia contra nosotros.
Ni al propio embajador veneciano, Navagero, ni a su amigo Castiglione, nuncio del Papa, les complacía el empeño, ni les hacia gracia ponerse contra España ni contra el Emperador. Se les tuvo por grandes caballeros, y nunca se les desmintió como tales a los ojos de la historia.

Quizá hubiera convenido que Micer Andrea disertara en el "Viaje" sobre nuestra literatura deaquel tiempo; se da por seguro que él y su íntimo Castiglione se encontraron con Garcilaso y su íntimo Boscán.
Decretó, eso sí, quemar las obras de Marcial para aplacar a las Musas. Odiaba a Marcial con el furor más ciego, -sin salvar siquiera el valor documental o satírico de algunos epigramas. Ni la añoranza, tan enternecida, de la huerta de Calatayud que fue su patria: vil parásito le parecía el poeta bilbilitano y hasta su corporal suciedad imaginaba, como si tuviese en la punta de la lengua los versos atroces de Catulo: "Ibero, que te lavas los dientes con orina".

En el tiempo de Micer Andrea los españoles de cultura buscaban mostrarse "erasmistas". Aunque Castiglione y Navagero les decían que no les agradaba el carácter de Erasmo ni su latín. Especialista en Plinio y en Dioscórides, luego tuvo al cardenal Bembo como "hermano mayor".

El "Viaje" de Andrea Navagero destaca por su mirada clara para ver hasta el fondo de las aguas. Apenas pisó playas de España averiguó, por ejemplo, que en nuestro mar había más peces que en Italia y de mayor variedad y tamaño. Comió, en Barcelona, el pescado que los italianos llaman "triglia" y nosotros, "salmonete", y como lo vio mayor que los de su país, debió pensar si no pasaría lo mismo con otras especies de pesca. Dijo que, de los esturiones del bajo Betis, podríamos gustar las huevas —el caviar—.

En flores y hierbas le encantaron, aparte del jardín de Barcelona, las salvias y romeros de las tierras pobres de Aragón. Descubrió que, a pesar del árido suelo de gran parte de España, crecían aquí muchas flores que ni en Italia ni en el resto de Europa se ven, como saben hoy los botánicos. Algunas de éstas, desconocidas, envió a Italia bien prensadas y secas, para herbario.
Dijo que Sierra Nevada era lo que hoy se sabe que es: el campo de estudio más hermoso de la flora europea. Le asombró allí la multitud de plantas medicinales y la diversidad de trigos silvestres.
¡Lástima que llegará a Guadalupe en febrero y no alcanzase a contemplar toda la varia profusión de verdes, atlánticos y mediterráneos, que allí se reúnen, bajo uno de los cielos más solares de Europa!
Mandó a Bamusio semillas de naranjo dulce y de jara. El naranjo se le dio mal en su jardín de Murano, pero tuvo limones, en su "Selva" del Bénaco, y los cubría con esteras para las heladas.
Otro hombre famoso de aquel tiempo, el francés Rabelais, estuvo en Italia y, lo mismo que Navagero desde España, no hablaba nunca, en sus epístolas, de lo importante que allí podía ver, como la coronación del emperador o las obras nuevas de Rafael y de Miguel Ángel, ...y todo era mandar para Francia semillas de alcachofas de Florencia —de aquellas de punta morada— o de guisantes finos o de peras de agua de la Vía Apia.

También entendía Micer Andrea de minerales, por lo que dice de las variedades y colores en las minas de sal, como Poza y Cardona, de los yacimientos de Almadén y de las venas de hierro de Cantabria y el arte de sus espaderos. En Tácito habría leído que las mejores espadas del Imperio Romano se forjaban allí. ¿Y las astas de lanza? Explica el modo de cultivar el fresno en Vizcaya para hacer el astil fuerte y derecho. Hizo mención del vascuence y, acaso, los filólogos de ahora le den la razón. Sobre linaje, dijo que los españoles quisieran, todos, venir de sangre cántabra o vizcaína, desde el origen, y gozar señoríos andaluces.

En este brevísimo "Viaje" lo que produce mayor maravilla es el reiterado y numeroso cántico del agua. Mucho se deleita, el autor, con huertos, campos y vergeles. Por este libro pasan, en expresiones cortas y simples, los cigarrales de Toledo, los cármenes y los famosos jardines árabes de Granada, las torres de la huerta de Zaragoza, los prados con potros de Jerez, los naranjales, los olivares de Andalucía, las frutas abundantes y delicadas de la ribera del Genil, la viña, el trigo y, por fin, la belleza de las mujeres.
Y el oro (...era veneciano). Veía el oro allá donde estaba o se escondía y lo computaba en su mente: "Tantas doblas, al año, da la Silla de Toledo, la más rica de la Cristiandad".

Pero en España, sobre todo, el agua le venía a alegrar el corazón. ¡Qué delicia era para él venir de largas leguas, por secos y polvorientos caminos, sin árboles ni fuentes, bajo el sol de justicia, y llegar a una isla de frescura o a un río de verdes orillas, con sotos y arboledas, o al pie de un risco alborotado de cascadas! ¡Delicia de ver brillar el agua o de oír su sonido tras el ramaje y entre el gorjear de los pájaros!
Igual se le imagina junto a la "fontana pura" de un Fray Luis de León que asomado al puente de Triana, para ver cómo luchan, con la marea creciente o menguante, "mar por ser Guadalquivir, Guadalquivir por ser mar". Halla los ojos del Guadiana y la mala gana de este río que ve la luz, para enterrarse, después, largo trecho, como triste de haber nacido.
Casi todos los ríos grandes de España conoció y los pasó por puentes de renombre, algunos romanos. ¡Yqué de arroyos, torrentes y lagunas en su "Viaje! ¡Cómo nos cuenta el agua en los caños de Carmona, en el acueducto de Segovia, en las termas de Alhama, en acequias, en cascadas, en presas de molino, en surtidores, en baños, en conducciones rotas ya y sin uso, en el artificio aquel de Toledo, en las norias que giran sobre el pozo, en los jardines de la Alhambra y el Generalife.
Lo que más le había cautivado de España y acaso del mundo, era aquella gracia del agua en Granada. A veces, de día o de noche, se adormecía en la espesura para oír su sonido, para soñar aquel fluir del tiempo, y creía ser transportado al Paraíso.