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Tema: La Derecha americana y el gobierno de la nación

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    Avatar de rey_brigo
    rey_brigo está desconectado la TRADCIÓN es la ESPERANZA
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    La Derecha americana y el gobierno de la nación

    por Ángel Expósito Correa
    La creación de una cantidad enorme de medios de comunicación y de fundaciones culturales conservadoras y alternativas (aunque en alguno de sus componentes, sólo en parte) a la seudocultura imperante ha permitido la profundización y reflexión sobre las propias raíces culturales y religiosas y ha echado los cimientos del edificio cultural conservador que ha derrotado la hegemonía del totalitarismo políticamente correcto. Asimismo ha servido como punto de referencia para aquellos políticos más sensibles a los cambios culturales de la sociedad para adaptar (por convicción o interés) sus programas a las nuevas corrientes de pensamiento que poco a poco iban conquistando la mayoría de la opinión pública. De aquí el fenómeno Bush y el de su América profunda, cristiana, patriota y conservadora.


    Es común oír en los medios de comunicación que la administración Bush es presa de un grupo de «halcones» sin escrúpulos, denominados «neoconservadores». O bien que la connection existe desde hace mucho tiempo, y que Bush y sus pretorianos neocon han aprovechado la ocasión para extender la hegemonía de EE.UU. en el mundo. </SPAN>Se llega incluso a afirmar que el 11-S fue propiciado por esta corte de «neoimperialistas» para legitimar un “golpe de Estado mundial”....

    Ex trotzkystas, luego ex progresistas anticomunistas, vinculados a Israel, los neocon tendrían en sus manos las riendas del mando estadounidense. Una suerte de Estado en el Estado impenetrable e invencible.</SPAN>

    “La cuestión de fondo es que una política exterior expansionista es la marca del neoconservadurismo. Así al menos consta en la publicación, de noviembre de 1979, del ensayo Dictatorship and Double Standards de Jeanne Kirkpatrick en las páginas de la revista mensual Commentary, uno de los hauts lieux de las publicaciones neocon, editado por el American Jewish Committee de Nueva York. Tras la lectura de aquel ensayo, el presidente Ronald W. Reagan nombró a su autora embajadora de EE.UU. para las Naciones Unidas. </SPAN>

    El descarado globalismo de los neocon, de hecho, choca, mejor aún, se contrapone al espíritu substancialmente aislacionista típico de la “Old Right” conservadora y libertarian, actualmente defendido por los denominados “paleoconservadores” y “paleolibertarian”. “</SPAN></I>[...] Los “paleoconservadores” y los “paleolibertarian” son una minoría; organizada y coherente, pero sin dejar de ser una parte minoritaria de la opinión pública estadounidense. Y de la Derecha. Exactamente como los neocon”.

    En la opinión pública norteamericana, conviven direcciones político-culturales – o, mejor, sensibilidades – que son patrimonio explícito de las mentalidades de los “paleo”, ideas que éstas culturas hacen coherentes. Lo mismo vale para aquéllas sensibilidades que los neocon convierten en una doctrina o incluso en una ideología.</SPAN></I>

    Luego, el 7 de abril de 2003, ha llegado el artículo Unpatriotic Conservatives, publicado en National Review (NR) por David Frum. En el mismo, toda la Derecha contraria a la guerra de Iraq era acusada de traidora, y la acusación era de importancia capital sobre todo en razón del autor y de la cabecera que la alojaba. Frum, de hecho, neocon doc de ascendencias culturales mixtas, había cesado recientemente de ser uno de los speechwriter destacados de Bush, inventor (parece) de la expresión «eje del mal» para indicar los países cómplices del terrorismo internacional contra los cuales los EE.UU. decretaban guerra total a partir del famoso discurso presidencial de enero de 2002. Y NR, fundada en 1955 por William F. Buckley jr. como “casa común” de los conservadores, parecía, guiada por Frum, vender definitivamente el alma al neoconservadurismo.</SPAN></I>

    Pero no es así. Pasadas algunas semanas, el fascículo del 16 de junio de NR ha vuelto a mezclar las cartas, dedicando incluso la portada a la demolición de la idea de una hegemonía neocon sobre la Administración Bush y sobre el movimiento conservador. Del ataque se ha encargado Ramesh Ponnuru – con el largo artículo </SPAN></I>Getting to the Bottom of This “Neo” Nonsense -, uno de los cuatro senior editor del semanal, opinionista destacado de la cabecera.”[...] La Doctrina Bush ¿es sólo la vieja idea globalista del presidente Demócrata Thomas Woodrow Wilson en salsa neocon, tanto que la actual Administración USA no sería otra cosa más que una máquina de guerra neoconservadora? Demasiado simplista, dice Ponnuru. Antes que nada porque ignora las profundas diversificaciones internas del mundo (pequeño) neocon, haciendo la etiqueta talmente genérica que la reduce a la insipiencia. En segundo lugar porque en el universo neocon actualmente sobresalen con nitidez los “neo-neoconservadores” [1].

    Siguiendo con el relato del periodista y estudioso del conservadurismo americano, Marco Respinti, veamos ahora quiénes son en realidad los neocon o, como algunos prefieren llamarlos, los neoconservadores jacobinos: “En este pequeño pero aguerrido ejército forman William Kristol, Robert Kagan, Max Boot, Michael A. Ledeen, Lawrence F. Kaplan y Norman Podhoretz. Viejas lanzas junto a otras más jóvenes. William Kristol – hijo de Irving Kristol, el primer intelectual ex trotzkysta que reivindicó con orgullo la etiqueta neocon -, ya miembro destacado del equipo del vicepresidente Republicano Dan Quayle en tiempos de Bush padre, es el combativo director de The Weekly Standard, substancialmente el órgano oficial de aquella corriente del Partido Republicano que estudia como neocon y que hoy se pone indiscutiblemente a la cabeza (periodística) de los neoconservadores.</SPAN>

    Kagan, ex Departamento de Estado, es director del US Leadership Project del Carnegie Endowment for International Peace y autor de Poder y debilidad. </SPAN></I>Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial(Taurus, 2003). Boot es Olin Senior Fellow para el National Security Studies del Council on Foreign Relations de Nueva York. Ledeen, titular de la Freedom Chair de la American Enterprise Institute for Public Policy Research (AEI) de Washington, ha sido definido por Ted Koppel (37 años de militancia en la red de televisión ABCNews) un hombre del Renacimiento en la tradición de Maquiavelo. Kaplan, ya director ejecutivo de The National Interest – el periódico de política exterior fundado por Kristol padre -, actualmente es senior editor de The New Republic, donde se ocupa de política exterior y de asuntos internacionales”. [...] Podhoretz es, con Kristol padre, el otro iniciador histórico del neoconservadurismo: actualmente senior fellow al Hudson Institute de Indianápolis y de Washington, desde 1960 a 1995 ha dirigido Commentary.

    Si no es la afinidad generacional, ¿qué es lo que los hace a todos neocon? Según Ponnuru, el sueño de una nación estadounidense que juegue el papel de “potencia progresista revolucionaria” a nivel mundial. Añadiendo que es difícil encontrar un antecedente histórico. A no ser la Francia de la década de los noventa del siglo XVIII, jacobina. </SPAN></I>

    Pero tampoco los neocon son un monolito. Ledeen proyecta una América dispuesta a librarse de todo aquello que encuentre en su camino. Kristol jr. lima la idea, considerando que la construcción de un imperio sea la única garantía para los intereses nacionales. </SPAN></I>Kagan, con desencanto que tiene algo de militar, se plantea menos cuestiones teóricas y más cuestiones prácticas. Con esta respuesta: cualquier alternativa es peor de la hegemonía estadounidense. Y si Kristol y Kagan desprecian olímpicamente la Doctrina Wilson, Boot la reivindica abiertamente. Pero Eliot A. Cohen, el tercer mosquetero junto a Kristol-Kagan, se inclina por una orientación de política exterior inspirada en la virtud de la prudencia. Que Kristol y Kagan contemplan bastante menos”[2].

    Junto a los anteriores exponentes del pensamiento neocon cabe añadir un nuevo subgrupo surgido en los últimos lustros y que, aún teniendo una visión de la política exterior norteamericana “intervencionista” (aunque quizás al contrario de los neocon anteriormente citados éstos entienden la “exportación de la democracia” como categoría política de participación popular al poder independientemente del régimen político y sistema cultural y religioso imperante (esto es, como oposición a todo tipo de totalitarismo ya sea religioso que político) y no como mera exportación de la “democracia americana” – siempre y cuando los neocon a la Kristol entiendan como tal su proyecto de “potencia progresista revolucionaria” ya que se dan muchos matices y distingos doctrinales), se diferencia de los neocon “clásicos” por su compromiso religioso: me refiero a los denominados “teoconservadores” (theocon).</SPAN>

    Un ejemplo de su postura cristianamente militante, que los diferencia claramente de la postura agnóstica o cuando menos tibia de los neocon, lo tenemos en la polémica con Kagan surgida a raíz del libro escrito por el biógrafo del Papa Juan Pablo II (y destacado líder de los theocon católicos) George Weigel The Cube and the Cathedral: Europe, America, and Politics Without Gods (Basic Books, Nueva York). En él afirma que Bush y la Casa Blanca tienen un problema Europa, del cual por otra parte es necesario que se ocupen ya que la alianza con la Unión Europea (contra toda hipótesis aislacionista) es indispensable para Estados Unidos. En este tema – según Weigel – Kagan tiene mucha razón (esto es, en su crítica al giro “pacifista”, “renunciatario”, “multiculturalista” que le lleva a buscar continuos compromisos diplomáticos y a renunciar a todo uso de la fuerza para afirmar sus legítimos derechos e intereses y, por lo tanto, a una afirmación clara de su identidad y de su papel en el mundo ante los antiguos enemigos (comunistas) y los nuevos (fundamentalismo islámico), emprendido por el continente europeo tras la Segunda Guerra Mundial – fenómeno que caracteriza como “Maternidad de Venus” frente a la “Paternidad de Marte” que caracterizaría a los norteamericanos por su mayor disponibilidad a no guardar la cabeza bajo el ala de la cultura y la diplomacia y a hacer uso del derecho a la legítima defensa armada). Lo que ocurre es que Kagan no centra del todo la cuestión porque no va a la raíces auténticas del problema.</SPAN>

    ¿Por qué Europa se cobija en la utopía pacifista? </SPAN>El trauma de las dos guerras mundiales no es para Weigel una explicación suficiente. Él afirma que el problema es anterior y tiene profundas raíces religiosas. Europa – a diferencia de los Estados Unidos, donde (al menos fuera de las grandes metrópolis) la mayoría de la población sigue frecuentando las Iglesias – ha sufrido un profundo proceso de descristianización – claramente evidenciado por el suicidio demográfico (si nacen pocos niños, es necesario importar inmigrantes, en su mayoría islámicos) – el cual le ha quitado nada menos que la voluntad y las razones para luchar, e incluso para identificar a los enemigos.

    Aquéllos que «políticos» como Zapatero indican como los valores morales de Europa – paz, justicia, igualdad y solidaridad – son sólo melífluos eslóganes relativistas que esconden, según Weigel, el rechazo a pensar el mundo en términos de valores.</SPAN>

    La sola política no será suficiente, por tanto, al presidente Bush: los Estados Unidos tienen que buscar en Europa interlocutores dispuestos a plantearse el tema de las raíces cristianas. ¿En quién piensa el theocon? Más que a un acercamiento a Chirac, Weigel piensa en Benedicto XVI (del cual es amigo), a un reforzado, en su identidad cristiana, Partido Popular Europeo, y a varios líderes de las nuevas democracias del Este ex soviético [3].</SPAN>

    Bien, tras este excursus en el subgrupo de los theocon, consideremos ahora (siempre acompañados por el guía que nos hemos elegido para este viaje, Marco Respinti) las relaciones de los neocon con la Administración Bush.</SPAN>

    “A favor el “imperio americano” se declaran David Frum (investigador para el AEI, donde dirige estudios sobre la Administración Bush jr.), Charles Krauthammer (ex </SPAN></I>speechwriter del Demócrata Walter Mondale en las presidenciales de 1980, editorialista de The Washington Post y opinionista de The New Republic) y Joshua Muravchik (otro investigador del AEI), autor de un libro revelador desde su título, Exporting Democracy: Fullfilling Americas’s Destinty. Los tres, sin embargo, se desmarcaron de la intervención militar en Kósovo en los tiempos de Clinton.

    En la Administración Bush jr., los más vinculados a los neocon parecen ser el vicesecretario a la Defensa (actual presidente del Banco Mundial) Paul Wolfowitz (más que el titular del Miniesterio, Donald H. Rumsfeld) y John McCain, senador por Arizona que en las primarias de 1999-2000 apostó por la imagen del soldado-patriota para conseguir la nominación republicana, actualmente presidente de la Comisión para el Comercio, la Ciencia y los Transportes del Senado. Ni Wolfowitz ni McCain, de todos modos, han suscrito la más famosa «cruzada» neocon de finales de los noventa del siglo pasado, que sirvió para dividir entre amigos y enemigos de estos últimos: las sanciones comerciales a la China comunista. Y Wolfowitz ha asimismo defendido públicamente que Bush padre hizo bien, en 1991, cuando paró el avance de las tropas americanas en Iraq.</SPAN></I>

    Definir neocon Condoleezza Rice sería una superficialidad. Entre los “halcones”, en cambio, es a menudo citado el vicepresidente Dick Cheney, pero se trata de otra incorrección. Experto </SPAN></I>insider de la política washingtoniana, suma en su persona el conservadurismo típico de la provincia estadounidense y las querencias por el big business.

    De vez en cuando vuelven a asomarse algunas figuras importantes de la Administración Bush padre. </SPAN></I>El general Brent Scowcroft y James A. Baker III, por ejemplo, el primero Consejero para la Seguridad nacional de Ford y de Bush padre, el segundo ministro del Tesoro con Reagan y Secretario de Estado con el padre del actual presidente. Nadie les llamaría neocon. Mas bien, decifra Ponnuru, encarnan el más rígido pragmatismo, la mera defensa del status quo que es motivo de anatema para conservadores y neocon.

    A medio camino entre conservadurismo y pragmatismo a la Scowcroft-Baker se ubica el viejo zorro de la política norteamericana Henry Kissinger (nunca ausente de los escenarios que cuentan – sobre todo republicanos - aunque no esté presente) y Faared Zakaria, editorialista de Newsweek y autor de The Future of Freedom: Illiberal Democracy at Home and Abroad. Ya sea Zakaria que Kissinger han dado su apoyo a la guerra de Iraq, pero difícilmente cumplen los requisitos del perfecto neocon. Zakaria está entre aquellos que defienden que, antes de convocar elecciones en un país que no está acostumbrado a la democracia, sea necesario asegurar la certeza del derecho y operar reformas económicas estructurales que permitan el pleno y maduro funcionamiento de las instituciones representativas. Por ello es catalogado – él, nacido en India en el seno de una familia de musulmanes practicantes – como “realista”.</SPAN></I>

    No está de acuerdo Gary J. Schmitt, “halcón”. Secreario del Comité para la Liberación de Iraq, Schmitt es el director ejecutivo de The Project for the New American Century, el think tank que está pensando cómo reorganizar el liderazgo estadounidense en el mundo, apoyado por los análisis de Kaplan, Kagan y Kristol.</SPAN></I>

    Desenmarañar la geografía de los lobbystas del nuevo poder de los EE.UU. es difícil, pero para Ponnuru ya sea neocon ya sea «paleo» semplifican demasiado. </SPAN></I>En los Estados Unidos, quien desde la Derecha se ha interesado más o menos temáticamente de política exterior nunca se ha identificado sin más ni con uno ni con otro campo y, observa el opinionista, “la mayor parte de los conservadores se ha demostrado “realista”, favoreciendo políticas exteriores basadas en la simple valoración del interés nacional”.

    De ello es un icono el senador de Arizona Barry M. Goldwater (1909-1998), clamorosamente derrotado en las presidenciales de 1964, pero capaz de dar aquél decisivo giro político que incluso generó la ilusión de un Partido Republicano desde siempre de derechas. Goldwater fue el primer político estadounidense que entendió cuánto era necesaria una “casa común” de la Derecha para apuntalar y aguantar el choque del reto político y que por tanto eligió rodearse, como asesores a varios niveles, de exponentes del mundo conservador varios y distintos los unos de los otros. </SPAN></I>O bien de “autoridades naturales” de aquél cuerpo social y cultural, así como de sus «representantes» más o menos «formales». Por ejemplo, el tradicionalista Russell Kirk [4] (autor de algunos discursos de Goldwater), Frank S. Meyer [ teórico del «fusionismo» entre tradicionalismo y Libertarianism, esto es, de la búsqueda de las fuentes comunes de las distintas «almas» que conforman la Derecha americana] William A. Rusher (editor de NR), Ayn Rand (teórica del anarco-capitalismo ateo y super-individualista), Milton Friedman (Nobel de Economía), William F. Buckley (fundador y director de NR), L. Brent Bozell (católico tradicionalista, autor del libro- programa de Goldwater, El verdadero conservador, de 1960), Gerhart Niemeyer (filósofo de la política, colaborador del Departamento de Estado) y Harry V. Jaffa. </SPAN>Por otra parte, fue precisamente NR a lanza la idea de «Goldwater for President».</SPAN></I>

    El senador de Arizona, ha sido el hombre que ha convertido el “fusionismo” en la “doctrina oficial” del conservadurismo político norteamericano y de aquellos sectores del Partido Republicano que han elegido imitarlo, acercándose al “movimiento” </SPAN></I>[conservador] y a su “pueblo”.</SPAN>

    Y el conservadurismo definido por el “fusionismo” y por el goldwaterismo, opina Ponnuru, es el que hoy (pero también ayer) caracteriza a NR, la más antigua, leída y autorizada voz mediática de la Derecha. NR flirtea desde hace tiempo con los neocon, y a veces parece acostarse con ellos, pero – dice Ponnuru desde sus mismas páginas – reivindica el “realismo conservador”. Y “su poder real consiste en el hecho que la mayor parte de los conservadores – electores comunes y funcionarios públicos – tienden instintivamente a ponerse de su parte”. El realismo representado por NR, por otra parte, se sitúa en las antípodas del pragmatismo a la Scowcroft-Baker y “el núcleo del realismo conservador en política exterior se cifra en la prudencia más bien que en la ideología”. Lo cual nos conduce a la doctrina de Russell Kirk, padre histórico del conservadurismo, nada neocon y por lustros pilar de una NR que un adversario irreducible del neoconservadurismo como Patrick J. Buchanan recuerda con nostalgia. Pero que quizás está volviendo, si la línea Ponnuru se impone.</SPAN></I>

    Y en política exterior realismo significa flexibilidad. Depende de lo que está en juego y del escenario internacional. Así, el neoaislacionista Buchanan no puede ser acusado de querencias neocon si y cuando aconseja una política de contención armada de Irán, que si no es el “Delenda Carthago” auspiciado por Ledeen, tampoco es el indiferentismo predicado por otros.</SPAN></I>

    Para Ponnuru, sin embargo, la guerra al terrorismo ha congelado el debate interno. Y ciertamente no a favor de los neocon. Actualmente los EE.UU. están comprometidos “en una guerra para proteger un interés nacional vital: la seguridad física de nuestros compatriotas”. Cualquier otro wilsonismo no viene a cuento. Pero, sobre todo, no explica </SPAN></I>ésta política exterior americana. </SPAN>

    Una (media) ratificación – nada sospechosa – viene precisamente de Buchanan, que no pierde ocasión para evidenciar y subrayar las diferencias entre Bush y los neocon. Si el comienzo del idilio lleva la fecha de enero de 2002, el comienzo de las gestiones para el divorcio coincidiría con la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad. La belicosidad neocon contra Damasco, muy aguda en la víspera, ha desaparecido de repente. No se ha hecho nada contra Teherán </SPAN></I>>[salvo declaraciones del presidente Bush y de algún que otro miembro destacado de su gobierno n.d.t]. Y Richard Perle, “halcón donde los haya”, ha visto redimensionado su propio papel público desde cuando, en marzo de 2003, ha dimitido de la presidencia del Defense Policy Board (asesor del Pentágono) a consecuencia de un escándalo por conflictos de interés. Ni los groseros ataques de Newt Gingrich contra Colin Powell, acusado ante el público jubilante de la AEI, de appeasment hacia Siria, han sido recogidos por el presidente. Grupo de presión, una vez agotada la presión los neocon parecen que vuelven a ser sencillamente un grupo más.</SPAN>

    Una cosa es segura. Bush es lo que es sin necesidad de transformarlo en un neocon. A veces sus valoraciones se acercan a las de los neocon, a veces no. Los neocon son poderosos – en determinados momentos algunos poderosísimos -, pero van y vienen en las simpatías del poder.</SPAN></I>

    ¿No será, entonces, que, más que rehén de los neocon, la política exterior de los presidentes Republicanos que tienen puesta la vista en el mundo conservador sea en realidad domadora de aquéllos (los neocon)? ¿Permitiéndoles bailar a las órdenes del presidente de turno, incluso dejándoles rugir para que se ilusionen, salvo luego encerrarlos en una jaula cuando ya no sirven?</SPAN></I>

    ¿Y, por tanto, si todo esto es verdad, si NR y Ponnuru son lo que son, si además de NR existen otros “representantes” del mundo conservador (el semanal Human Events, el Intercollegiate Studies Institute de Wilmington en Delaware, The Heritage Foundation de Washington, etc.), quizás significa que, utilizados los halcones para espantar a los buitres, el poder político que ha elegido dialogar con el “movimiento” </SPAN></I>[conservador] y con el “pueblo” [asimismo conservador] haya propiciado (indirectamente, o bien “inadvertidamente”) el artículo de Ponnuru, cuya publicación precisamente en NR tiene un alcance y un peso no comunes?

    Si así fuera, sería una señal inequívoca del hecho que los neocon parecen muy poderosos cuando sus ideas políticas coinciden con las de la Casa Blanca, más débiles cuando el presidente decide actuar por su cuenta. Lo que no se debe hacer, por tanto, es hacerlos coincidir siempre y a la fuerza”</SPAN></I> [5].

    Conclusión</SPAN>

    A muchos podrá asustar la sopa de corrientes, grupos y subgrupos de la que se alimenta el mundo conservador norteamericano (una auténtica red de cosmovisiones unidas en su oposición al progresismo imperante y políticamente correcto). Sin embargo, considero interesante dar a conocer tal compleja realidad no sólo porque desmonta todos los falsos mitos acerca de un presidente Bush “rehén” (y/o miembro) de la “secta” belicista neoconservadora (mostrando, en cambio, el sano pragmatismo del político con convicciones que se inclina por una u otra opción según las exigencias del bien común y la seguridad nacional e internacional), sino sobre todo porque nos alecciona acerca de cómo hemos de actuar para ganar la hegemonía cultural, condición sine qua non, para la reconquista de una homogeneidad cultural y religiosa natural y cristiana.</SPAN>

    En efecto, la creación de una cantidad enorme de medios de comunicación y de fundaciones culturales alternativas (aunque en alguno de sus componentes, sólo en parte) a la seudocultura imperante ha permitido la profundización y reflexión sobre las propias raíces culturales y religiosas y ha echado los cimientos del edificio cultural conservador que ha derrotado la hegemonía del totalitarismo políticamente correcto. Asimismo ha servido como punto de referencia para aquellos políticos más sensibles a los cambios culturales de la sociedad para adaptar (por convicción o interés) sus programas a las nuevas corrientes de pensamiento que poco a poco iban conquistando la mayoría de la opinión pública. De aquí el fenómeno Bush y el de su América profunda, cristiana, patriota y conservadora. </SPAN>

    ¿Para cuándo, pues, una corriente cultural transversal de opinión paleo-theocon en España y en Europa que traducido al europeo significaría tradicionalismo realista y sanamente pragmático?</SPAN>

    •- •-• -••••••-•
    Ángel Expósito Correa</SPAN>

    Notas:</SPAN>

    [1] Cfr. “USA a.D. 2003, fra neocon e realpolitik”, Marco Respinti, “Il Domenicale”, Milán</SPAN>

    [2] Ibídem</SPAN>

    [3] <A href="http://www.cesnur.org/2005/mi_05_14a.htm" target=page>http://www.cesnur.org/2005/mi_05_14a.htm </SPAN>

    [4] http://revista-arbil.iespana.es/(59)amos.htm</SPAN>

    [5] “USA a.D. 2003, fra neocon e realpolitik”, Marco Respinti, “Il Domenicale”, Milán

  2. #2
    Veleta No Registrado

    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    De lo que se dice en este denso artículo a aquel otro que clamaba "libéranos Bush" va poco. Yo no sé a otros foristas, pero a mí esto me huele a servilismo ante los yanquis y a aromas de Sefarad.
    Bush es un vil siervo del Sionismo, se le ponga la etiqueta que se le ponga y todo lo demás son martingalas y medias verdades.


  3. #3
    Avatar de Ulibarri
    Ulibarri está desconectado Miembro graduado
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Exposito Correa es un pro-Bush radical. Sus artículos amparados por Arbil hacen que sea necesario replantearse la cobertura que deba darse a esa en otro tiempo gran revista digital. Yo desde su vergonzante defensa de la ocupación de Iraq he dejado de colaborar con ellos y ni pierdo el tiempo en leer la revista. Pero como en los actuales JUSA aún queda un poquitin de dignidad rastreando los archivos de Agencia FARO he encontrado este interesante artículo de Pat Buchanan. Me parece especialmente interesante su intento de explicar porque los intereses de USA no son los de Israel. Siento que esté en lengua enemiga.

    Copyright March 24, 2003 The American Conservative

    Whose War?

    A neoconservative clique seeks to ensnare our country in a series of
    wars that are not in America’s interest.
    by Patrick J. Buchanan
    The War Party may have gotten its war. But it has also gotten something it
    did not bargain for. Its membership lists and associations have been
    exposed and its motives challenged. In a rare moment in U.S. journalism,
    Tim Russert put this question directly to Richard Perle: “Can you assure
    American viewers ... that we’re in this situation against Saddam Hussein
    and his removal for American security interests? And what would be the link
    in terms of Israel?”
    Suddenly, the Israeli connection is on the table, and the War Party is not
    amused. Finding themselves in an unanticipated firefight, our
    neoconservative friends are doing what comes naturally, seeking student
    deferments from political combat by claiming the status of a persecuted
    minority group. People who claim to be writing the foreign policy of the world
    superpower, one would think, would be a little more manly in the schoolyard
    of politics. Not so.
    Former Wall Street Journal editor Max Boot kicked off the campaign. When
    these “Buchananites toss around ‘neoconservative’—and cite names like
    Wolfowitz and Cohen—it sometimes sounds as if what they really mean is
    ‘Jewish conservative.’” Yet Boot readily concedes that a passionate
    attachment to Israel is a “key tenet of neoconservatism.” He also claims that
    the National Security Strategy of President Bush “sounds as if it could have
    come straight out from the pages of Commentary magazine, the neocon
    bible.” (For the uninitiated, Commentary, the bible in which Boot seeks
    divine guidance, is the monthly of the American Jewish Committee.)
    David Brooks of the Weekly Standard wails that attacks based on the Israel
    tie have put him through personal hell: “Now I get a steady stream of anti-
    Semitic screeds in my e-mail, my voicemail and in my mailbox. ... Anti-
    Semitism is alive and thriving. It’s just that its epicenter is no longer on the
    Buchananite Right, but on the peace-movement left.”
    Washington Post columnist Robert Kagan endures his own purgatory
    abroad: “In London ... one finds Britain’s finest minds propounding, in
    sophisticated language and melodious Oxbridge accents, the conspiracy
    theories of Pat Buchanan concerning the ‘neoconservative’ (read: Jewish)
    hijacking of American foreign policy.”
    Lawrence Kaplan of the New Republic charges that our little magazine “has
    been transformed into a forum for those who contend that President Bush
    has become a client of ... Ariel Sharon and the ‘neoconservative war party.’”
    Referencing Charles Lindbergh, he accuses Paul Schroeder, Chris
    Matthews, Robert Novak, Georgie Anne Geyer, Jason Vest of the Nation,
    and Gary Hart of implying that “members of the Bush team have been doing
    Israel’s bidding and, by extension, exhibiting ‘dual loyalties.’” Kaplan
    thunders:
    The real problem with such claims is not just that they are untrue. The
    problem is that they are toxic. Invoking the specter of dual loyalty to
    mute criticism and debate amounts to more than the everyday pollution
    of public discourse. It is the nullification of public discourse, for how can
    one refute accusations grounded in ethnicity? The charges are, ipso
    facto, impossible to disprove. And so they are meant to be.
    What is going on here? Slate’s Mickey Kaus nails it in the headline of his
    retort: “Lawrence Kaplan Plays the Anti-Semitic Card.”
    What Kaplan, Brooks, Boot, and Kagan are doing is what the Rev. Jesse
    Jackson does when caught with some mammoth contribution from a
    Fortune 500 company he has lately accused of discriminating. He plays the
    race card. So, too, the neoconservatives are trying to fend off critics by
    assassinating their character and impugning their motives.
    Indeed, it is the charge of “anti-Semitism” itself that is toxic. For this
    venerable slander is designed to nullify public discourse by smearing and
    intimidating foes and censoring and blacklisting them and any who would
    publish them. Neocons say we attack them because they are Jewish. We do
    not. We attack them because their warmongering threatens our country,
    even as it finds a reliable echo in Ariel Sharon.
    And this time the boys have cried “wolf” once too often. It is not working. As
    Kaus notes, Kaplan’s own New Republic carries Harvard professor Stanley
    Hoffman. In writing of the four power centers in this capital that are
    clamoring for war, Hoffman himself describes the fourth thus:
    And, finally, there is a loose collection of friends of Israel, who believe in
    the identity of interests between the Jewish state and the United States.
    … These analysts look on foreign policy through the lens of one
    dominant concern: Is it good or bad for Israel? Since that nation’s
    founding in 1948, these thinkers have never been in very good odor at
    the State Department, but now they are well ensconced in the
    Pentagon, around such strategists as Paul Wolfowitz, Richard Perle and
    Douglas Feith.
    “If Stanley Hoffman can say this,” asks Kaus, “why can’t Chris Matthews?”
    Kaus also notes that Kaplan somehow failed to mention the most
    devastating piece tying the neoconservatives to Sharon and his Likud Party.
    In a Feb. 9 front-page article in the Washington Post, Robert Kaiser quotes
    a senior U.S. official as saying, “The Likudniks are really in charge now.”
    Kaiser names Perle, Wolfowitz, and Feith as members of a pro-Israel
    network inside the administration and adds David Wurmser of the Defense
    Department and Elliott Abrams of the National Security Council. (Abrams is
    the son-in-law of Norman Podhoretz, editor emeritus of Commentary, whose
    magazine has for decades branded critics of Israel as anti-Semites.)
    Noting that Sharon repeatedly claims a “special closeness” to the Bushites,
    Kaiser writes, “For the first time a U.S. administration and a Likud
    government are pursuing nearly identical policies.” And a valid question is:
    how did this come to be, and while it is surely in Sharon’s interest, is it in
    America’s interest?
    This is a time for truth. For America is about to make a momentous
    decision: whether to launch a series of wars in the Middle East that could
    ignite the Clash of Civilizations against which Harvard professor Samuel
    Huntington has warned, a war we believe would be a tragedy and a disaster
    for this Republic. To avert this war, to answer the neocon smears, we ask
    that our readers review their agenda as stated in their words. Sunlight is the
    best disinfectant. As Al Smith used to say, “Nothing un-American can live in
    the sunlight.”
    We charge that a cabal of polemicists and public officials seek to ensnare
    our country in a series of wars that are not in America’s interests. We
    charge them with colluding with Israel to ignite those wars and destroy the
    Oslo Accords. We charge them with deliberately damaging U.S. relations
    with every state in the Arab world that defies Israel or supports the
    Palestinian people’s right to a homeland of their own. We charge that they
    have alienated friends and allies all over the Islamic and Western world
    through their arrogance, hubris, and bellicosity.
    Not in our lifetimes has America been so isolated from old friends. Far
    worse, President Bush is being lured into a trap baited for him by these
    neocons that could cost him his office and cause America to forfeit years of
    peace won for us by the sacrifices of two generations in the Cold War.
    They charge us with anti-Semitism—i.e., a hatred of Jews for their faith,
    heritage, or ancestry. False. The truth is, those hurling these charges harbor
    a “passionate attachment” to a nation not our own that causes them to
    subordinate the interests of their own country and to act on an assumption
    that, somehow, what’s good for Israel is good for America.

    The Neoconservatives
    Who are the neoconservatives? The first generation were ex-liberals,
    socialists, and Trotskyites, boat-people from the McGovern revolution who
    rafted over to the GOP at the end of conservatism’s long march to power
    with Ronald Reagan in 1980.
    A neoconservative, wrote Kevin Phillips back then, is more likely to be a
    magazine editor than a bricklayer. Today, he or she is more likely to be a
    resident scholar at a public policy institute such as the American Enterprise
    Institute (AEI) or one of its clones like the Center for Security Policy or the
    Jewish Institute for National Security Affairs (JINSA). As one wag writes, a
    neocon is more familiar with the inside of a think tank than an Abrams tank.
    Almost none came out of the business world or military, and few if any came
    out of the Goldwater campaign. The heroes they invoke are Woodrow
    Wilson, FDR, Harry Truman, Martin Luther King, and Democratic Senators
    Henry “Scoop” Jackson (Wash.) and Pat Moynihan (N.Y.).
    All are interventionists who regard Stakhanovite support of Israel as a
    defining characteristic of their breed. Among their luminaries are Jeane
    Kirkpatrick, Bill Bennett, Michael Novak, and James Q. Wilson.
    Their publications include the Weekly Standard, Commentary, the New
    Republic, National Review, and the editorial page of the Wall Street Journal.
    Though few in number, they wield disproportionate power through control of
    the conservative foundations and magazines, through their syndicated
    columns, and by attaching themselves to men of power.

    Beating the War Drums
    When the Cold War ended, these neoconservatives began casting about for
    a new crusade to give meaning to their lives. On Sept. 11, their time came.
    They seized on that horrific atrocity to steer America’s rage into all-out war
    to destroy their despised enemies, the Arab and Islamic “rogue states” that
    have resisted U.S. hegemony and loathe Israel.
    The War Party’s plan, however, had been in preparation far in advance of
    9/11. And when President Bush, after defeating the Taliban, was looking for
    a new front in the war on terror, they put their precooked meal in front of
    him. Bush dug into it.
    Before introducing the script-writers of America’s future wars, consider the
    rapid and synchronized reaction of the neocons to what happened after that
    fateful day.
    On Sept. 12, Americans were still in shock when Bill Bennett told CNN that
    we were in “a struggle between good and evil,” that the Congress must
    declare war on “militant Islam,” and that “overwhelming force” must be used.
    Bennett cited Lebanon, Libya, Syria, Iraq, Iran, and China as targets for
    attack. Not, however, Afghanistan, the sanctuary of Osama’s terrorists. How
    did Bennett know which nations must be smashed before he had any idea
    who attacked us?
    The Wall Street Journal immediately offered up a specific target list, calling
    for U.S. air strikes on “terrorist camps in Syria, Sudan, Libya, and Algeria,
    and perhaps even in parts of Egypt.” Yet, not one of Bennett’s six countries,
    nor one of these five, had anything to do with 9/11.
    On Sept. 15, according to Bob Woodward’s Bush at War, “Paul Wolfowitz
    put forth military arguments to justify a U.S. attack on Iraq rather than
    Afghanistan.” Why Iraq? Because, Wolfowitz argued in the War Cabinet,
    while “attacking Afghanistan would be uncertain … Iraq was a brittle
    oppressive regime that might break easily. It was doable.”
    On Sept. 20, forty neoconservatives sent an open letter to the White House
    instructing President Bush on how the war on terror must be conducted.
    Signed by Bennett, Podhoretz, Kirkpatrick, Perle, Kristol, and Washington
    Post columnist Charles Krauthammer, the letter was an ultimatum. To retain
    the signers’ support, the president was told, he must target Hezbollah for
    destruction, retaliate against Syria and Iran if they refuse to sever ties to
    Hezbollah, and overthrow Saddam. Any failure to attack Iraq, the signers
    warned Bush, “will constitute an early and perhaps decisive surrender in the
    war on international terrorism.”
    Here was a cabal of intellectuals telling the Commander-in-Chief, nine days
    after an attack on America, that if he did not follow their war plans, he would
    be charged with surrendering to terror. Yet, Hezbollah had nothing to do
    with 9/11. What had Hezbollah done? Hezbollah had humiliated Israel by
    driving its army out of Lebanon.
    President Bush had been warned. He was to exploit the attack of 9/11 to
    launch a series of wars on Arab regimes, none of which had attacked us.
    All, however, were enemies of Israel. “Bibi” Netanyahu, the former Prime
    Minister of Israel, like some latter-day Citizen Genet, was ubiquitous on
    American television, calling for us to crush the “Empire of Terror.” The
    “Empire,” it turns out, consisted of Hamas, Hezbollah, Iran, Iraq, and “the
    Palestinian enclave.”
    Nasty as some of these regimes and groups might be, what had they done
    to the United States?
    The War Party seemed desperate to get a Middle East war going before
    America had second thoughts. Tom Donnelly of the Project for the New
    American Century (PNAC) called for an immediate invasion of Iraq. “Nor
    need the attack await the deployment of half a million troops. … [T]he larger
    challenge will be occupying Iraq after the fighting is over,” he wrote.
    Donnelly was echoed by Jonah Goldberg of National Review: “The United
    States needs to go to war with Iraq because it needs to go to war with
    someone in the region and Iraq makes the most sense.”
    Goldberg endorsed “the Ledeen Doctrine” of ex-Pentagon official Michael
    Ledeen, which Goldberg described thus: “Every ten years or so, the United
    States needs to pick up some small crappy little country and throw it against
    the wall, just to show we mean business.” (When the French ambassador in
    London, at a dinner party, asked why we should risk World War III over
    some “shitty little country”—meaning Israel—Goldberg’s magazine was not
    amused.)
    Ledeen, however, is less frivolous. In The War Against the Terror Masters,
    he identifies the exact regimes America must destroy:
    First and foremost, we must bring down the terror regimes, beginning
    with the Big Three: Iran, Iraq, and Syria. And then we have to come to
    grips with Saudi Arabia. … Once the tyrants in Iran, Iraq, Syria, and
    Saudi Arabia have been brought down, we will remain engaged. …We
    have to ensure the fulfillment of the democratic revolution. … Stability is
    an unworthy American mission, and a misleading concept to boot. We
    do not want stability in Iran, Iraq, Syria, Lebanon, and even Saudi
    Arabia; we want things to change. The real issue is not whether, but
    how to destabilize.
    Rejecting stability as “an unworthy American mission,” Ledeen goes on to
    define America’s authentic “historic mission”:
    Creative destruction is our middle name, both within our society and
    abroad. We tear down the old order every day, from business to
    science, literature, art, architecture, and cinema to politics and the law.
    Our enemies have always hated this whirlwind of energy and creativity
    which menaces their traditions (whatever they may be) and shames
    them for their inability to keep pace. … [W]e must destroy them to
    advance our historic mission.
    Passages like this owe more to Leon Trotsky than to Robert Taft and betray
    a Jacobin streak in neoconservatism that cannot be reconciled with any
    concept of true conservatism.
    To the Weekly Standard, Ledeen’s enemies list was too restrictive. We must
    not only declare war on terror networks and states that harbor terrorists,
    said the Standard, we should launch wars on “any group or government
    inclined to support or sustain others like them in the future.”
    Robert Kagan and William Kristol were giddy with excitement at the
    prospect of Armageddon. The coming war “is going to spread and engulf a
    number of countries. … It is going to resemble the clash of civilizations that
    everyone has hoped to avoid. … [I]t is possible that the demise of some
    ‘moderate’ Arab regimes may be just round the corner.”
    Norman Podhoretz in Commentary even outdid Kristol’s Standard,
    rhapsodizing that we should embrace a war of civilizations, as it is George
    W. Bush’s mission “to fight World War IV—the war against militant Islam.”
    By his count, the regimes that richly deserve to be overthrown are not
    confined to the three singled-out members of the axis of evil (Iraq, Iran,
    North Korea). At a minimum, the axis should extend to Syria and Lebanon
    and Libya, as well as ‘“friends” of America like the Saudi royal family and
    Egypt’s Hosni Mubarak, along with the Palestinian Authority. Bush must
    reject the “timorous counsels” of the “incorrigibly cautious Colin Powell,”
    wrote Podhoretz, and “find the stomach to impose a new political culture on
    the defeated” Islamic world. As the war against al-Qaeda required that we
    destroy the Taliban, Podhoretz wrote,
    We may willy-nilly find ourselves forced … to topple five or six or seven
    more tyrannies in the Islamic world (including that other sponsor of
    terrorism, Yasir Arafat’s Palestinian Authority). I can even [imagine] the
    turmoil of this war leading to some new species of an imperial mission
    for America, whose purpose would be to oversee the emergence of
    successor governments in the region more amenable to reform and
    modernization than the despotisms now in place. … I can also envisage
    the establishment of some kind of American protectorate over the oil
    fields of Saudi Arabia, as we more and more come to wonder why 7,000
    princes should go on being permitted to exert so much leverage over us
    and everyone else.
    Podhoretz credits Eliot Cohen with the phrase “World War IV.” Bush was
    shortly thereafter seen carrying about a gift copy of Cohen’s book that
    celebrates civilian mastery of the military in times of war, as exhibited by
    such leaders as Winston Churchill and David Ben Gurion.
    A list of the Middle East regimes that Podhoretz, Bennett, Ledeen,
    Netanyahu, and the Wall Street Journal regard as targets for destruction
    thus includes Algeria, Libya, Egypt, Sudan, Lebanon, Syria, Iraq, Saudi
    Arabia, Iran, Hezbollah, Hamas, the Palestinian Authority, and “militant
    Islam.”
    Cui Bono? For whose benefit these endless wars in a region that holds
    nothing vital to America save oil, which the Arabs must sell us to survive?
    Who would benefit from a war of civilizations between the West and Islam?
    Answer: one nation, one leader, one party. Israel, Sharon, Likud.
    Indeed, Sharon has been everywhere the echo of his acolytes in America.
    In February 2003, Sharon told a delegation of Congressmen that, after
    Saddam’s regime is destroyed, it is of “vital importance” that the United
    States disarm Iran, Syria, and Libya.
    “We have a great interest in shaping the Middle East the day after” the war
    on Iraq, Defense Minister Shaul Mofaz told the Conference of Major
    American Jewish Organizations. After U.S. troops enter Baghdad, the
    United States must generate “political, economic, diplomatic pressure” on
    Tehran, Mofaz admonished the American Jews.
    Are the neoconservatives concerned about a war on Iraq bringing down
    friendly Arab governments? Not at all. They would welcome it.
    “Mubarak is no great shakes,” says Richard Perle of the President of Egypt.
    “Surely we can do better than Mubarak.” Asked about the possibility that a
    war on Iraq—which he predicted would be a “cakewalk”—might upend
    governments in Egypt and Saudi Arabia, former UN ambassador Ken
    Adelman told Joshua Micah Marshall of Washington Monthly, “All the better
    if you ask me.”
    On July 10, 2002, Perle invited a former aide to Lyndon LaRouche named
    Laurent Murawiec to address the Defense Policy Board. In a briefing that
    startled Henry Kissinger, Murawiec named Saudi Arabia as “the kernel of
    evil, the prime mover, the most dangerous opponent” of the United States.
    Washington should give Riyadh an ultimatum, he said. Either you Saudis
    “prosecute or isolate those involved in the terror chain, including the Saudi
    intelligence services,” and end all propaganda against Israel, or we invade
    your country, seize your oil fields, and occupy Mecca.
    In closing his PowerPoint presentation, Murawiec offered a “Grand Strategy
    for the Middle East.” “Iraq is the tactical pivot, Saudi Arabia the strategic
    pivot, Egypt the prize.” Leaked reports of Murawiec’s briefing did not
    indicate if anyone raised the question of how the Islamic world might
    respond to U.S. troops tramping around the grounds of the Great Mosque.
    What these neoconservatives seek is to conscript American blood to make
    the world safe for Israel. They want the peace of the sword imposed on
    Islam and American soldiers to die if necessary to impose it.
    Washington Times editor at large Arnaud de Borchgrave calls this the
    “Bush-Sharon Doctrine.” “Washington’s ‘Likudniks,’” he writes, “have been
    in charge of U.S. policy in the Middle East since Bush was sworn into
    office.”
    The neocons seek American empire, and Sharonites seek hegemony over
    the Middle East. The two agendas coincide precisely. And though neocons
    insist that it was Sept. 11 that made the case for war on Iraq and militant
    Islam, the origins of their war plans go back far before.

    “Securing the Realm”
    The principal draftsman is Richard Perle, an aide to Sen. Scoop Jackson,
    who, in 1970, was overheard on a federal wiretap discussing classified
    information from the National Security Council with the Israeli Embassy. In
    Jews and American Politics, published in 1974, Stephen D. Isaacs wrote,
    “Richard Perle and Morris Amitay command a tiny army of Semitophiles on
    Capitol Hill and direct Jewish power in behalf of Jewish interests.” In 1983,
    the New York Times reported that Perle had taken substantial payments
    from an Israeli weapons manufacturer.
    In 1996, with Douglas Feith and David Wurmser, Perle wrote “A Clean
    Break: A New Strategy for Securing the Realm,” for Prime Minister
    Netanyahu. In it, Perle, Feith, and Wurmser urged Bibi to ditch the Oslo
    Accords of the assassinated Yitzak Rabin and adopt a new aggressive
    strategy:
    Israel can shape its strategic environment, in cooperation with Turkey
    and Jordan, by weakening, containing, and even rolling back Syria. This
    effort can focus on removing Saddam Hussein from power in Iraq—an
    important Israeli strategic objective in its own right—as a means of
    foiling Syria’s regional ambitions. Jordan has challenged Syria’s
    regional ambitions recently by suggesting the restoration of the
    Hashemites in Iraq.
    In the Perle-Feith-Wurmser strategy, Israel’s enemy remains Syria, but the
    road to Damascus runs through Baghdad. Their plan, which urged Israel to
    re-establish “the principle of preemption,” has now been imposed by Perle,
    Feith, Wurmser & Co. on the United States.
    In his own 1997 paper, “A Strategy for Israel,” Feith pressed Israel to re-
    occupy “the areas under Palestinian Authority control,” though “the price in
    blood would be high.”
    Wurmser, as a resident scholar at AEI, drafted joint war plans for Israel and
    the United States “to fatally strike the centers of radicalism in the Middle
    East. Israel and the United States should … broaden the conflict to strike
    fatally, not merely disarm, the centers of radicalism in the region—the
    regimes of Damascus, Baghdad, Tripoli, Tehran, and Gaza. That would
    establish the recognition that fighting either the United States or Israel is
    suicidal.”
    He urged both nations to be on the lookout for a crisis, for as he wrote,
    “Crises can be opportunities.” Wurmser published his U.S.-Israeli war plan
    on Jan. 1, 2001, nine months before 9/11.
    About the Perle-Feith-Wurmser cabal, author Michael Lind writes:
    The radical Zionist right to which Perle and Feith belong is small in
    number but it has become a significant force in Republican policy-
    making circles. It is a recent phenomenon, dating back to the late 1970s
    and 1980s, when many formerly Democratic Jewish intellectuals joined
    the broad Reagan coalition. While many of these hawks speak in public
    about global crusades for democracy, the chief concern of many such
    “neo-conservatives” is the power and reputation of Israel.
    Right down the smokestack.
    Perle today chairs the Defense Policy Board, Feith is an Undersecretary of
    Defense, and Wurmser is special assistant to the Undersecretary of State
    for Arms Control, John Bolton, who dutifully echoes the Perle-Sharon line.
    According to the Israeli daily newspaper Ha’aretz, in late February,
    U.S. Undersecretary of State John Bolton said in meetings with Israeli
    officials … that he has no doubt America will attack Iraq and that it will
    be necessary to deal with threats from Syria, Iran and North Korea
    afterwards.
    On Jan. 26, 1998, President Clinton received a letter imploring him to use
    his State of the Union address to make removal of Saddam Hussein’s
    regime the “aim of American foreign policy” and to use military action
    because “diplomacy is failing.” Were Clinton to do that, the signers pledged,
    they would “offer our full support in this difficult but necessary endeavor.”
    Signing the pledge were Elliott Abrams, Bill Bennett, John Bolton, Robert
    Kagan, William Kristol, Richard Perle, and Paul Wolfowitz. Four years
    before 9/11, the neocons had Baghdad on their minds.

    The Wolfowitz Doctrine
    In 1992, a startling document was leaked from the office of Paul Wolfowitz
    at the Pentagon. Barton Gellman of the Washington Post called it a
    “classified blueprint intended to help ‘set the nation’s direction for the next
    century.’” The Wolfowitz Memo called for a permanent U.S. military
    presence on six continents to deter all “potential competitors from even
    aspiring to a larger regional or global role.” Containment, the victorious
    strategy of the Cold War, was to give way to an ambitious new strategy
    designed to “establish and protect a new order.”
    Though the Wolfowitz Memo was denounced and dismissed in 1992, it
    became American policy in the 33-page National Security Strategy (NSS)
    issued by President Bush on Sept. 21, 2002. Washington Post reporter Tim
    Reich describes it as a “watershed in U.S. foreign policy” that “reverses the
    fundamental principles that have guided successive Presidents for more
    than 50 years: containment and deterrence.”
    Andrew Bacevich, a professor at Boston University, writes of the NSS that
    he marvels at “its fusion of breathtaking utopianism with barely disguised
    machtpolitik. It reads as if it were the product not of sober, ostensibly
    conservative Republicans but of an unlikely collaboration between Woodrow
    Wilson and the elder Field Marshal von Moltke.”
    In confronting America’s adversaries, the paper declares, “We will not
    hesitate to act alone, if necessary, to exercise our right of self-defense by
    acting preemptively.” It warns any nation that seeks to acquire power to rival
    the United States that it will be courting war with the United States:
    [T]he president has no intention of allowing any nation to catch up with
    the huge lead the United States has opened since the fall of the Soviet
    Union more than a decade ago. … Our forces will be strong enough to
    dissuade potential adversaries from pursuing a military buildup in hopes
    of surpassing or equaling the power of the United States.
    America must reconcile herself to an era of “nation-building on a grand
    scale, and with no exit strategy,” Robert Kagan instructs. But this Pax
    Americana the neocons envision bids fair to usher us into a time of what
    Harry Elmer Barnes called “permanent war for permanent peace.”


    The Munich Card
    As President Bush was warned on Sept. 20, 2001, that he will be indicted
    for “a decisive surrender” in the war on terror should he fail to attack Iraq, he
    is also on notice that pressure on Israel is forbidden. For as the
    neoconservatives have played the anti-Semitic card, they will not hesitate to
    play the Munich card as well. A year ago, when Bush called on Sharon to
    pull out of the West Bank, Sharon fired back that he would not let anyone do
    to Israel what Neville Chamberlain had done to the Czechs. Frank Gaffney
    of the Center for Security Policy immediately backed up Ariel Sharon:
    With each passing day, Washington appears to view its principal Middle
    Eastern ally’s conduct as inconvenient—in much the same way London
    and Paris came to see Czechoslovakia’s resistance to Hitler’s offers of
    peace in exchange for Czech lands.
    When former U.S. NATO commander Gen. George Jouwlan said the United
    States may have to impose a peace on Israel and the Palestinians, he, too,
    faced the charge of appeasement. Wrote Gaffney,
    They would, presumably, go beyond Britain and France’s sell-out of an
    ally at Munich in 1938. The “impose a peace” school is apparently
    prepared to have us play the role of Hitler’s Wehrmacht as well, seizing
    and turning over to Yasser Arafat the contemporary Sudetenland: the
    West Bank and Gaza Strip and perhaps part of Jerusalem as well.
    Podhoretz agreed Sharon was right in the substance of what he said but
    called it politically unwise to use the Munich analogy.
    President Bush is on notice: Should he pressure Israel to trade land for
    peace, the Oslo formula in which his father and Yitzak Rabin believed, he
    will, as was his father, be denounced as an anti-Semite and a Munich-style
    appeaser by both Israelis and their neoconservatives allies inside his own
    Big Tent.
    Yet, if Bush cannot deliver Sharon there can be no peace. And if there is no
    peace in the Mideast there is no security for us, ever—for there will be no
    end to terror. As most every diplomat and journalist who travels to the
    region will relate, America’s failure to be even-handed, our failure to rein in
    Sharon, our failure to condemn Israel’s excesses, and our moral complicity
    in Israel’s looting of Palestinian lands and denial of their right to self-
    determination sustains the anti-Americanism in the Islamic world in which
    terrorists and terrorism breed.
    Let us conclude. The Israeli people are America’s friends and have a right to
    peace and secure borders. We should help them secure these rights. As a
    nation, we have made a moral commitment, endorsed by half a dozen
    presidents, which Americans wish to honor, not to permit these people who
    have suffered much to see their country overrun and destroyed. And we
    must honor this commitment.
    But U.S. and Israeli interests are not identical. They often collide, and when
    they do, U.S. interests must prevail. Moreover, we do not view the Sharon
    regime as “America’s best friend.”
    Since the time of Ben Gurion, the behavior of the Israeli regime has been
    Jekyll and Hyde. In the 1950s, its intelligence service, the Mossad, had
    agents in Egypt blow up U.S. installations to make it appear the work of
    Cairo, to destroy U.S. relations with the new Nasser government. During the
    Six Day War, Israel ordered repeated attacks on the undefended USS
    Liberty that killed 34 American sailors and wounded 171 and included the
    machine-gunning of life rafts. This massacre was neither investigated nor
    punished by the U.S. government in an act of national cravenness.
    Though we have given Israel $20,000 for every Jewish citizen, Israel
    refuses to stop building the settlements that are the cause of the Palestinian
    intifada. Likud has dragged our good name through the mud and blood of
    Ramallah, ignored Bush’s requests to restrain itself, and sold U.S. weapons
    technology to China, including the Patriot, the Phoenix air-to-air missile, and
    the Lavi fighter, which is based on F-16 technology. Only direct U.S.
    intervention blocked Israel’s sale of our AWACS system.
    Israel suborned Jonathan Pollard to loot our secrets and refuses to return
    the documents, which would establish whether or not they were sold to
    Moscow. When Clinton tried to broker an agreement at Wye Plantation
    between Israel and Arafat, Bibi Netanyahu attempted to extort, as his price
    for signing, release of Pollard, so he could take this treasonous snake back
    to Israel as a national hero.
    Do the Brits, our closest allies, behave like this?
    Though we have said repeatedly that we admire much of what this president
    has done, he will not deserve re-election if he does not jettison the
    neoconservatives’ agenda of endless wars on the Islamic world that serve
    only the interests of a country other than the one he was elected to preserve
    and protect.
    Copyright March 24, 2003 The American Conservative
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  4. #4
    Veleta No Registrado

    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Bueno, lo primero que salta a la vista es que entre todos los países islámicos que se encuentran como posibles objetivos de una intervención militar norteamericana en defensa de intereses judíos, no está Marruecos, que es aliado de los EE.UU. y donde la comunidad judía goza de bastante poder. Así que la cruzada sionista de Bush casa mal con los intereses geopolíticos españoles.
    También llama la atención como Buchanan se ve obligado a defenderse de las acusaciones de antisemitismo (la palabra más adecuada sería antijudaísmo) y a decir que él jamás perseguiría a los judíos por razones raciales, étnicas o religiosas... y es que en EE.UU. nadie puede aspirar a la más miníma cota de poder sin rendir clara pleitesía al pueblo autoelegido. Buchanan tiene que refutar que es antijudío e incluso manifestar que es amigo de los judíos (aunque no lo sea de la actual política israelí). Afirmar que se es amigo de los judíos y que no se es antijudío en los EE.UU. del siglo XXI es algo así como era el afirmar que se creía en Dios Uno y trino en la España del siglo XVI (algo básico).
    En EE.UU. los judíos ocupan el lugar de Dios y el mito del Holocausto judío ha suplantado como eje central de la vida al Sacrificio y Muerte de Jesús en la Cruz.
    Ni siquiera Pat Buchanan, que sin duda es un hombre honesto, parece poder actuar libremente, y es que los EE.UU. no son un país libre, sino un gigante esclavo de Sión. Un Goliat domesticado del que lo más que puede esperarse, al menos a corto o medio plazo, es un aislacionismo que deje solos a los judíos en Oriente Medio, que es lo que creo que buscan gente como Pat Buchanan o Lyndon Larouche... y ojalá lo consigan, aunque lo veo muy pero que muy difícil, tirando a imposible.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  5. #5
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    rey_brigo está desconectado la TRADCIÓN es la ESPERANZA
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    buffff....la verdad es q me lo paso genial con vosotros...a vuestro maximalismo se una igmorancia de la realidad del mundo conservador americano,,, se ve q en la vida leisteis un solo libro de Pat Buchanan,,,,os recominendo su ultimo la muerte de occidente....despues de leerlo estoy seguro q ya no lo citareis,,,jajajaja pero de todas formas os ecomiendo los simson alli aprenseris algo sobre el conservadurismo jajajaja

    si no lees arbil es tu problema, como debes comprender...sigue con agencia faro, q por esperiencia..de sus cronicas lo q coincida con la realidad es mera casualidad
    jejejeje,,,,,

  6. #6
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    oye eso dibus tan anti-usa de donde los sacais? seguro q de la web de la liga comunistas revolucionaria jejejjeo de la de la casa okupa "la eskina" jejejeje

  7. #7
    Avatar de Ulibarri
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por rey_brigo
    buffff....la verdad es q me lo paso genial con vosotros...a vuestro maximalismo se una igmorancia de la realidad del mundo conservador americano,,, se ve q en la vida leisteis un solo libro de Pat Buchanan,,,,os recominendo su ultimo la muerte de occidente....despues de leerlo estoy seguro q ya no lo citareis,,,jajajaja pero de todas formas os ecomiendo los simson alli aprenseris algo sobre el conservadurismo jajajaja

    si no lees arbil es tu problema, como debes comprender...sigue con agencia faro, q por esperiencia..de sus cronicas lo q coincida con la realidad es mera casualidad
    jejejeje,,,,,
    A ver analfabestia que cada vez intervienes cometes un atentado contra la lengua y la cultura. He leído "La muerte de occidente" y por supuesto que no estoy a favor de su antihispanismo, que no deriva de una fobia antiespañola, sino de los problemas que ocasiona cierta inmigración mejicana. No es para mi Buchanan el paradigma de nada, pero tiene cosas muy interesantes, como el artículo citado. Vamos, muchisimo mejor que Correa e Introvigne pidiendo que los católicos nos aliemos con protestantes y sionistas. Y de los think-tanks conservadores quizás deberias ilustrarnos un poco más sobre sus inspiraciones con las sectas fundamentalistas protestantes, con skull and bones, las grandes compañías petroliferas que tanto están fastidiando el medio ambiente o creando una guerra genocida por las bravas.

    Por último, ¿eres capaz de demostrar siquiera un pequeño dato inexacto de las crónicas? Porque yo de tus repugnantes artículos ya te he demuestrado que son veneno anticatólico.
    Última edición por Ulibarri; 10/08/2005 a las 15:46
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  8. #8
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Rogaría un poco de calma a todos. Mantengamos el buen tono pese a nuestras diferencias, por favor.

  9. #9
    Avatar de Ulibarri
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Más sobre la "inspiración cultural" de los neocon judeoamericanos:

    EL NUCLEO DEL NEOCONSERVADURISMO NORTEAMERICANO
    El “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense” se fundó en 1997 por un grupo de estrategas neoconservadores, la mayoría de ellos residentes en la capital federal. El objetivo es “concentrar esfuerzos para preparar el nuevo lidera los mundial de los EEUU”. Esta voluntad no se oculta desde la primera frase del manifiesto fundacional: “la política exterior y de defensa estadounidense va a la deriva”, así pues, de lo que se trata es de reivindicar “una política reaganiana de fortalecimiento militar y claridad moral". El objetivo fundamental de dicho proyecto es “liquidar la cuestión iraquí”… pero está claro que el proyecto va mucho más allá de este objetivo coyuntural.


    El nombre original del grupo es The Project for the New American Century, más conocido en EEUU por sus siglas PNAC y cuyo nombre corresponde en castellano al "Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense". La declaración fundacional está firmada por influyentes figuras como Dick Cheney, Jeb Bush, Lewis Scooter Libby, Dan Quayle, Donald Rumsfeld, y Paul Wolfowitz. La mayoría de firmantes, habían pertenecido a las administraciones republicabas de George Bush y Ronald Reagan. Al PNAC no le gusta hablar sobre él mismo, pero cuando está obligado a hacerlo (era imposible que pasara desapercibido para los analistas minuciosos), le gusta presentarse como “un equipo de hombres experimentados en el ejercicio del poder” que forman "una organización educativa sin fines de lucro" y cuyo leit-motiv fundacional nadie en EEUU condenaría, pues sostienen "que el liderazgo de EEUU es bueno tanto para EEUU como para el mundo; que ese liderazgo requiere poderío militar, energía diplomática y compromiso moral". Su actividad pública se realiza mediante la organización de seminarios y conferencias y la publicación de documentos para explicar "lo que el liderazgo estadounidense entraña". Así mismo disponen de una web.

    William Kristol, Presidente del PNAC


    Oficialmente tienden a agrupar “voluntades de ciudadanos norteamericanos que apoyen una vigorosa política de implicación internacional de EEUU". Cuando alguien les pregunta sobre sus próximas actividades, suelen contestar que están realizando "debates útiles en torno de la política exterior y de defensa y el papel de EEUU en el mundo". Algo que, en principio, no parece excesivamente inquietante.


    Sin embargo, cuando sabemos que su presidente es William Kristol, las cosas dejan de estar tan claras. Kristol era, entre otras actividades, asesor de la compañía Enron que protagonizó la quiebra fraudulenta más multimillonaria en la historia de los EEUU. De Kristol suele recordarse que era el “cerebro de Dan Quayle”, vicepresidente de los EEUU con Bush. Kristol destacó desde entonces como politólogo (licenciado en Harvard) ultra conservador, profesor de Ciencias Políticas, actual consejero principal del ala neo conservadora del Partido Republicano de los Estados Unidos, periodista y director del semanario “Weekly Standard”. En este semanario de circulación restringida y discreta, pero no por ello menos influyente, Kristol da cabida a Robert Kagan, otro de los estrategas así mismo influyentes, de la administración Bush, a quien ya hemos aludido. Su padre, Irving Kristol, había sido otro prominente conservador, editor de "Public Interest" que apoyó la campaña anticomunista del senador McCarthy. Junto con Norman Podhoretz fundaron el University Center for Rational Alternatives, organización de carácter ultraconservador. Inicialmente colaboro con los demócratas, pero en 1976 se hizo republicano. Tras una breve estancia del joven Kristol en el Partido Demócrata, pasó al Republicano y tuvo un cargo de segunda fila en la Administración Reagan, para ser luego el “cerebro de Dan”, vicepresidente con George Bush. Cuando se desplomó la administración conservadora y subió Bill Clinton a la presidencia, Kristol pasó a la empresa privada. Allí, en el mundo de las comunicaciones, conoció al magnate Rupert Murdoch el cual le financió su "Weekly Standard", a pesar de la escasa tirada y las pérdidas elevadas que se mantiene hasta ahora pese a las pérdidas que sigue generando. Valía la pena por que fue ganando influencia en el partido republicano, especialmente a partir de 1994 cuando publicó su documento "Project for the Republican Future". Este trabajo y el apoyo de la fundación Bradley le condujo a la Casablanca. En su calidad de presidente del PNAC, una de las primeras actividades de Kristol fue solicitar a la Comisión de Defensa de la Cámara de Representantes un aumento de 100 billones de dólares para reforzar la defensa de los EEUU y mantener su presencia en el extranjero, para ello es preciso –siempre según Kristol, aumentar el presupuesto de defensa a un 3’5% (15 a 20 billones de dólares) mantener la capacidad nuclear disuasiva de los EEUU, aumentar en 200.000 hombres sus FFAA, modernizar el arsenal norteamericano, especialmente las FFAA, renunciar a algunos planes defensivos propuestos por la administración Klinton (y que coinciden con las propuestas de la Doctrina Rumsfeld), desarrollar el programa de la “Guerra de las Galaxias” (escudo antimisiles), controlar los espacios aéreos y el ciberespacio.


    Hasta el 11-S, todas estas ideas no eran tomadas excesivamente en serio, ni siquiera en las altas esferas del Partido Republicano que seguía decantado por el viejo conservadurismo aislacionista moderado. El hundimiento del WTC hizo que los moderados se vieran privados de argumentos y debieran ceder a la nueva estrategia impuesta por los cerebros neoconservadores; los “halcones”, a partir de ese momento, dominaron en la escena republicana y en la administración. Los Rumsfeld, Wolfowitz, Perle, Cheney y el propio Kristol, pasaron a constituir el núcleo duro de la administración Bush. El semanario de Kristol, la cadena Fox, el Instituto de Empresas Americanas presidido por Cheney y el PNAC, pasaron a difundir la campaña patriótica que ha proseguido desde los atentados del 11-S, deformando la autoría del crimen, lanzando constantemente amenazas de falsas alarmas de nuevos ataques e instigando la guerra contra Irak y la pasividad ante Israel.


    Es importante recordar que sin los sucesos del 11-S el programa del PNAC jamás habría podido pasar del estado de proyecto irrealizable. Son los atentados del 11-S y solo ellos los que permiten “adelantar las líneas” norteamericanas, primero a Afganistán y luego al más importante Irak. Por que son las gentes del PNAC las que elaboran e imponen su línea política y sus objetivos a la administración Bush, la cual, sin ellos, sería en la actualidad, una administración huérfana de tutelas políticas y sin otra tutela ideológica que el conservadurismo furibundo y miope de los cristianos renacidos y los “reverendos” furibundos. En efecto, estos últimos aportan a los votantes, pero es el PNAC quien maneja el timón de la administración.


    Por cierto, Kristol, es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, CFR, al igual que todos los miembros prominentes del PNAC.


    Objetivo prioritario: “resolver” la cuestión iraquí


    El suceso que motivó a los neoconservadores que fundaron el PNAC fue el fin de la Segunda Guerra del Golfo en Iraq. Con el poder de Sadam Husein debilitado, los neoconservadores creyeron que sería eliminado permanentemente. Por el contrario, el anterior presidente Bush animó a la oposición iraquí a alzarse contra el gobierno del Baas. Como su rebelión fue echada por tierra por el ejército iraquí, Bush ordenó al ejército de EEUU que no interveniera, eligiendo, al contrario, una estrategia de “contención” hacia Sadam.


    En 1992, Paul Wolfowitz, entonces vicesecretario de Defensa, redactó un escrito sobre el futuro de la hegemonía norteamericana en el mundo y cómo podría prepararse para afrontar el final de la guerra fría. El documento, de carácter interno, tardó en filtrarse, pero, finalmente se supo que el centro de las reflexiones de Wolfowitz giraban en torno a la posibilidad de que surgiera un rival que sustituyera a la URSS. De ser así, era preciso que los EEUU lo proveyeran y estuvieran en condiciones de identificarlo, aislarlo y minimizar su poder. Este documento, en la práctica, está en el origen del manifiesto PNAC y será recordado en años venideros como el embrión de la doctrina que luego Bush aplicó desde la presidencia.


    En septiembre de 2000 aparecía el documento del PNAC "Reconstruyendo las Defensas de EEUU: estrategia, fuerzas y recursos para un nuevo siglo" (a partir de ahora RAD, tal como es conocido en EEUU). Este documento se apoya en el de Wolfowitz y desde sus primeras flíneas reconoce esta paternidad: "un anteproyecto para mantener la preeminencia de EEUU, excluir la emergencia de una gran potencia rival y redibujar el orden de seguridad internacional de acuerdo con los principios e intereses estadounidenses". En síntesis, el documento rechaza los recortes en el gasto de Defensa y define la misión de los EEUU como una lucha contra “grandes amenazas de guerras múltiples y simultáneas". No hay que olvidar que, en esos mismos momentos, Ronald Rumsfeld había elaborado lo esencial de lo que en la época se conocía como “Doctrina Rumsfeld” y que iba en parecida dirección.


    La Doctrina Rumsfeld


    En el fondo la llamada “doctrina Rumsfeld” apenas es otra cosa que un programa para la modernización de las fuerzas armadas norteamericanas. Sin embargo, es evidente que una modernización en profundidad, debe de hacerse en función de los objetivos estratégicos a alcanzar. Y en este sentido, dicha doctrina no es sino, en última instancia, un programa que diseña la orientación en política exterior de la administración Bush. Hay en dicha doctrina elementos que conciernen exclusivamente a las fuerzas armadas, pero, en la medida en que dicho ejército es la punta de lanza de una política expansionista de carácter mundial, estamos ante una obra excepcionalmente clara y que en el fondo no es sino un desarrollo complementario y una actualización de la doctrina Brzezinsky, aplicada a las reorganización de las fuerzas armadas.


    Desde la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente nuestros días, el Atlántico ha sido considerado prácticamente como un océano anglosajón y el centro del comercio mundial, como antes lo fue el Mediterráneo. No en vano, inicialmente, la OTAN orientaba su actividad hacia el Atlántico Norte. Sin embargo, Rumsfeld advierte que buena parte del crecimiento económico internacional se ha desplazado hacia el Océano Pacífico.


    En esa zona se está concentrando una acumulación de fuerzas productivas sin precedentes en la historia. Pensemos en el coloso chino y en su crecimiento económico sostenido desde hace diez años, especialmente concentrado en Manchuria y en las zonas costeras de su Este, pensemos en los llamados “dragones asiáticos” o en el desarrollo discreto pero constante de Australia, en la costa Oeste de los EEUU, especialmente en California y en Chile, pensemos en el Japón, incluso pensemos en que el Pacífico es el Océano con mayores riquezas naturales sumergidas y con el menor índice de explotación lo que tendremos como resultado es que el eje de la economía mundial se está desplazando hacia el Pacífico y que, en cualquier caso, el crecimiento demográfico de aquella zona genera la posibilidad de abrir unos prometedores mercados que, además, están próximos a las fuentes de materias primas.


    Pero la geografía del Pacífico, caracterizado por la dispersión de los territorios en islas más o menos pequeñas, salvo Australia y Nueva Zelanda, hace que se modifiquen los criterios militares. En efecto, en esas zonas las grandes acumulaciones acorazadas que serían efectivas en las planicies centroeuropeas, resultan completamente inútiles en las islas del Pacífico. Allí se trata de responder al desafío generado por grandes distancias y pequeñas islas. Por lo demás, lo más importante de esta estrategia consiste en reconocer que tras la caída de la URSS, la OTAN ya no puede ser la punta de lanza de las fuerzas armadas de EEUU y el frente de Europa Central carece de interés militar. A un nuevo teatro de operaciones corresponde la selección de un nuevo enemigo; este enemigo es China.


    Durante los primeros meses de gobierno de Bush, esta doctrina fue puesta en práctica sistemáticamente. Aumentaron los vuelos de espionaje sobre China, hasta el punto de que uno de los aviones Awac resultó dañado y derribado. Los disidentes chinos del Falung-Gong y el Dalai Lama recibieron nuevos impulsos para predicar por todo el mundo las carencias de los derechos humanos en China. EEUU intentó mejorar sus relaciones con Rusia de cara a una alianza anti-China. China respondió facilitando tecnología antiaérea a Irak que evidenció su eficacia un mes después de que Bush jurase su cargo. Fue entonces, en uno de los rutinarios bombardeos sobre la “Zona de Exclusión”, cuando los aviones norteamericanos percibieron una mayor capacidad de respuesta de las baterías antiaéreas irakíes.


    El 11-S hizo que esta orientación anti-China se atenuara pero no completamente. La prioridad pasó a ser el control mundial de los recursos energéticos, en particular del petróleo. Pero la doctrina Rumsfeld siguió inspirando la política americana de defensa. La prueba es que Bush, en varias ocasiones, ha desmentido que China fuera “socio estratégico” de EEUU, sino que, con mucho más vigor que la Unión Europea, China tenderá a ser cada vez más un “competidor estratégico”.


    La estrategia de “lucha antiterrorista” generada por la administración Bush no debe hacernos olvidar que tal lucha es una mera excusa para adelantar las fuerzas de intervención norteamericanas allí donde existe un interés estratégico.

    En este contexto, la “lucha antiterrorista” es un mero espantajo para operaciones tácticas menores (la invasión de Afganistán, el ataque contra Irak, las escaramuzas con Corea del Norte, etc.) que cubren el objetivo mayor: el aislamiento, y por tanto la neutralización, de China.


    De hecho, puede entenderse la coexistencia de estos dos niveles de objetivos. Rumsfeld, cuando inició su teorización y Bush cuando la aceptó, se encontraron con la oposición del complejo militar-industrial que vería mermados en un primer momento sus beneficios. Rumsfeld, en efecto, lo que estaba proponiendo era una reducción de los gastos de defensa, proponiendo armamentos mucho más sencillos que los utilizados hasta entonces. Mientras que el Pentágono sostenía a finales del 2000 que su presupuesto debía casi duplicarse si se pretendía prolongar la hegemonía americana, Rumsfeld proponía justamente lo contrario: estabilizar el presupuesto de defensa, optimizando inversiones, precisamente para alcanzar el mismo objetivo.


    En efecto, Rumsfeld desaconsejaba la construcción de nuevos superportaviones tipo Nimitz, joya de la corona de la US Navy, con un valor de 4.000 millones de dólares cada uno y 2.000 millones anuales en gastos de mantenimiento. Para el Secretario de Defensa se trataba impulsar la construcción de pequeños barcos lanzamisiles, extremadamente maniobrables e incomparablemente más baratos. La USAF, por su parte, debía autolimitar sus pedidos de cazabombarderos F-22 y cancelar proyectos excesivamente costosos (como el Joint Strike Figher que en el 2001 debería absorber 850 millones de dólares), mantenerse con el material actual y confiar en los nuevos UAV (aviones no tripulados) mucho más baratos, polivalentes y rentables.


    Estas propuestas, y las limitaciones presupuestarias consiguientes, eran lo suficientemente audaces como para que el Pentágono y el complejo militar-industrial, pusieran el grito en el cielo. Fue entonces cuando se produjo el “providencial” ataque a las Torres Gemelas y se restableció la normalidad. Las “necesidades de la lucha contra el terrorismo” abrieron nuevos frentes bélicos: la modernización propuesta por Rumsfeld se realizaría sin que el complejo militar-industrial viera mermados sus beneficios: estos procederían del esfuerzo bélico, no de una mayor producción de las armas hasta ahora clásicas.


    En su formulación pública la Doctrina Rumsfeld es extremadamente pesimista. Prevé que EEUU perderá progresivamente aliados, paralelamente al aumento de su poder. Las bases que hasta ahora ha podido utilizar sin excesivos problemas, puede que no estén a su disposición en tiempos venideros. Esto implica que las fuerzas armadas norteamericanas deben disponer de medios de largo alcance, tanto para trasladar tropas a los focos de conflicto, como para lanzar ataques con nuevas armas capaces de alcanzar teatros de operaciones lejanos.


    La estrategia norteamericana se basa en retrasar al máximo posible su aislamiento militar internacional impulsando el fantasma de la “lucha antiterrorista” y adelantando sus líneas a los principales focos de interés estratégico. La excusa elegida encuentra tiene la virtud de ser aprovechada por otros actores para lograr sus propósitos: China aprovecha para aumentar la represión contra los musulmanes del sudoeste del país; Aznar aprovecha para lanzar una ofensiva final contra ETA y su desdoblamiento político; Rusia, utiliza el mismo mensaje para combatir al independentismo chechenio sin que nadie se preocupe sobre la vulneración de los derechos humanos y de las leyes de la guerra.


    La excusa del antiterrorismo será, a fin de cuentas, utilizada para justificar cualquier ataque contra cualquier país del mundo pero no durará eternamente. Algunos servicios de inteligencia occidentales y muchos observadores políticas albergan las mayores dudas sobre los verdaderos inspiradores de los ataques terroristas del 11-S. Si hay que buscar al criminal entre aquellos a los que beneficia el crimen, es evidente que los atentados del 11-S solamente han servido a los intereses del expansionismo americano. En cuando a Bin Laden, más que de un terrorista islámico habría que hablar de un “cooperador necesario” en esta estrategia infernal que los EEUU ya utilizaron en Pearl Harbour, el Maine, Tonkin, etc.


    La Doctrina Rumsfeld tiene la virtud de reconocer que el actual sistema de alianzas de los EEUU es producto de la Guerra Fría y ésta ha terminado, en consecuencia, las viejas amistades tienen menos sentido en el tiempo nuevo. De ahí que la administración Bush haya situado la redefinición del papel de la OTAN entre sus prioridades.


    El documento RAD


    El documento RAD insistía en la necesidad de que EEUU interviniera en el Golfo Pérsico asegurándose una posición indiscutible y preferencial. Para ello era preciso rematar el trabajo realizado en 1989-90 en Irak y derribar a Saddam Hussein: "EEUU ha buscado durante décadas jugar un papel más permanente en la seguridad regional del Golfo. Mientras que el irresuelto conflicto con Iraq proporciona la justificación inmediata, la necesidad de una presencia importante de fuerzas estadounidenses en el Golfo trasciende la cuestión del régimen de Sadam Husein". Se volvía a insistir en lo escrito por Wolfowitz ocho años antes: "En la actualidad EEUU no tiene rival a escala global. La gran estrategia de EEUU debe perseguir la preservación y la extensión de esta ventajosa posición durante tanto tiempo como sea posible”. Pero también se recogían algunas consideraciones sobre armamentos nuevos ya realizadas por Rumsfeld en su documentos; en efecto, se pedían “Nuevos métodos de ataque -electrónicos, no letales, biológicos- serán más extensamente posibles; los combates igualmente tendrán lugar en nuevas dimensiones: por el espacio, por el ciber-espacio y quizás a través del mundo de los microbios; formas avanzadas de guerra biológica que puedan atacar a genotipos concretos pueden hacer del terror de la guerra biológica una herramienta políticamente útil”.


    Lo más curioso de este documento es el “te lo digo para que no me lo digas” que incluye inopinadamente. En efecto, el documento RAD, bruscamente alude a que la transformación estratégica de los EEUU será difícil y “estará carente de algún suceso catastrófico y catalizado, como un nuevo Pearl Harbour". Por que para la administración Bush los atentados del 11-S fueron providenciales… tan providenciales que se diría que fueron buscados por alguien próximo a la administración. De hecho, la Comisión de Investigación estableció que la Administración Bush no hizo todo lo posible por evitarlos. El abogado de una de las víctimas, por su parte, presentó en septiembre de 2004 una denuncia en la que consideraba a George W. Bush y a Condoleeza Rice como mandatarios del crimen. Sea como fuera, no puede decirse que la investigación sobre el 11-S haya llegado mucho más lejos de lo que fue la investigación sobre el asesinato de Kennedy. Y, por lo demás, los aspectos oscuros todavía no aclarados del crimen y de la investigación posterior, así como la irracional insistencia de que Bin Laden estaba refugiado en Afganistán (lo que justificaba una acción de rangers o marines contra el refugio de Bin Laden, pero no el bombardeo de todo un pueblo) o que mantenía contactos con Saddam Hussein (algo absolutamente falso), generan sombras extremadamente densas sobre el crimen. Tras los atentados, en efecto, el PNAC urgió en otro documento al presidente Bush para que derrocara a Saddam Hussein.


    Las líneas de trabajo del PNAC


    En el año 2000, Kristol y 27 ex funcionarios de los presidentes Reagan y Bush (padre) elaboraron el informe "Reconstruir las defensas de EEUU" donde se proponen medidas para estabilizar la hegemonía norteamericana en el planeta. El documento inspiró el plan de Estrategia de Seguridad Internacional que George W. Bush) presentó pocas semanas después. De los 27 redactores del informe, seis eran también altos cargos de la administración (Wolfowitz, Eliot Cohen, consejero político de Donald Rumsfeld; Scooter Libby, jefe de asesores de Dick Cheney; Dov Zekheim, subsecretario de Defensa; Stephen Cambone, alto cargo de Defensa).


    El proyecto para la creación de una «Pax global Americana», destapado por el Sunday Herald, muestra que el gabinete de Bush pretendía tomar el control militar de la región del Golfo, y ello con independencia de que Saddam Hussein estuviese en el poder. Dice: «Estados Unidos ha estado buscando durante décadas representar un papel más permanente en la seguridad regional del Golfo. A pesar de que el conflicto todavía no resuelto con Irak ofrece una justificación inmediata, la necesidad de una presencia sustancial de fuerzas armadas estadounidenses en el Golfo trasciende el tema del régimen de Saddam Hussein». Esta «gran estrategia estadounidense» debe ser puesta en marcha «tan pronto como sea posible en el futuro», dice el informe. Añade también que la «misión fundamental» de Estados Unidos consiste en «declarar y ganar de forma decisiva múltiples guerras simultáneas». Esto último es irrelevante… lo importante es la insistencia en que el PNAC deberá ponerse en práctica “tan pronto como sea posible”. Hasta el 11-S no era posible. A partir de entonces, fue imparable. Es impensable que quienes diseñaron los atentados del 11-S no calibraran los contenidos del PNAC e ignoraran que, precisamente, su acción iba a servir como excusa esperada para aplicar el proyecto “tan pronto como sea posible”.


    El informe describe las fuerzas armadas estadounidenses en el extranjero como «la caballería de la nueva frontera estadounidense». Wolfowitz y Libby, especialmente, no podían ignorar que la Unión Europea y la Rusia en vías de reconstrucción, suponían handicaps para la dominación norteamericana, de ahí que propusieran que Estados Unidos debiera «impedir que las naciones industriales desarrolladas pongan en entredicho nuestro liderazgo o incluso aspiren a un papel regional o global más importante». Para ello era preciso reforzar la alianza con países europeos (especialmente con Gran bretaña y en segundo lugar con Aznar en España); eliminar a las NNUU de cualquier iniciativa de paz en el mundo que, a partir de ahora, debería ser propuesta y liderada por los EEUU; mantener la presencia en el Golfo Pérsico aun a pesar de que Saddam Hussein fuera derrotado o desapareciera; luego definen a Irán como nuevo enemigo de sustitución en la región. Y, finalmente terminar mencionando a China como rival geopolítico, lo que les lleva a proponer el aumento de la presencia en el sudeste asiático para conducir a que el «poder estadounidense y de sus aliados estimule el proceso de democratización en China»; es en este documento en el que se crea la ficción de que Irak posee armas de destrucción masiva y en el que se alerta sobre la necesidad de crear «fuerzas espaciales estadounidenses», para el dominio el espacio y el control total del ciberespacio, con vistas a impedir que los «enemigos» utilicen Internet contra Estados Unidos. Así mismo, el documento define el ámbito de lo que luego popularizará Bush con el nombre de “Eje del Mal” (Corea del Norte, Libia, Siria e Irán).


    La nomenclatura de la élite neoconservadora


    El documento fundacional del PNAC, fue firmado por un equipo de neoconservadores del entorno petrolero de los Bush y del CFR (cuyo presidente es precisamente George H.W. Bush, senior): Jeb Bush (hermano de George W., gobernador de Florida donde se decidió la victoria electoral de su hermano), Dick Cheney (vicepresidente), Gary Bauer, William J. Bennett, Eliot A. Cohen (CFR), Midge Decter, Paula Dobriansky (CFR y Trilateral Commission), Steve Forbes (dueño e la revista Forbes y ex-empleador de Domingo Cavallo), Aaron Louis Friedberg (CFR), Francis Fukuyama (CFR), Frank Gaffney, Fred C. Ikle (CFR), Donald Kagan (CFR), Zalmay Khalilzad (CFR), I. Lewis Libby (CFR), Norman Podhoretz (CFR), Dan Quayle (ex-vicepresidente de George Bush, padre), Donald Rumsfeld (CFR; actual secretario del defensa), Paul Wolfowitz (CFR, actual subsecretario de defensa), Peter W. Rodman (CFR), Stephen P. Rosen (CFR), Henry S. Rowen (CFR), Vin Weber (CFR), George Weigel (CFR) y Douglas Feith (CFR). Obsérvese que la mayor parte de estos nombres están vinculados al núcleo straussiano. Por otra parte, el 25% del total está compuesto por antiguos trotskystas, la mayoría, straussianos.


    Dentro del marxismo, el trotskysmo es un género cuyos militantes siempre han tenido unos rasgos particularmente definidos y completamente distintos a otras sectas igualmente marxistas (maoístas, marxistas-revolucionarios, marxistas-leninistas, castro-guevaristas, cristiano-marxistas, revisionistas, eurocomunistas, etc.). En efecto, los trotkystas siempre se han caracterizado por sus estudios milimétricos sobre situaciones políticas concretas. Han tenido una particular tendencia a escindirse en capillas casi hasta el infinito, han insistido especialmente en el examen de las coyunturas internacionales y… en su mayor parte, sus dirigentes, han sido de origen judío aunque completamente secularizados. Por lo demás, el trotskysmo, es hoy un movimiento político muy minoritario, compuesto por chicos extremadamente jóvenes y unos cuantos gurús ya en la senectud o a poco de alcanzarla. ¿Y el resto? El recorrido de estos militantes ha sido siempre muy similar: en tanto que trotskystas, su actitud era irreconciliable con los partidos comunistas ortodoxos, tenidos como stalinistas o neo-stalinistas. Esto les llevó, o bien a infiltrarse en los Partidos Socialistas (Lionel Jospin, por ejemplo, era un antiguo trotskysta que llegó a jefe de gobierno, tras entrar en el PS como infiltrado) o bien a adoptar posturas, primero anticomunistas y luego… liberales. Hay entre los antiguos trotskystas una especie de inercia que les lleva siempre a aceptar el fatum al que les conducen sus reflexiones ideológicas… siempre y cuando se adapten a sus gustos o a sus intereses personales. De hecho, frecuentemente, los trostkystas tienden a ideologizar cualquier tipo de comportamiento que adopten…


    En España existieron unos 4000 militantes trotskystas en los años 70 que se fueron escindiendo progresivamente en distintas fracciones rivales hasta desaparecer casi por completo. ¿Dónde están hoy los antiguos trotskystas? En todas partes, los ha habido en el CDS, en el PSOE, en el PP, en IU, en las candidaturas de extrema-izquierda, e incluso alguno ha aparecido en las filas de extrema-derecha… En EEUU ha ocurrido otro tanto: el trotskysmo norteamericano formado en torno a Hansens y al Secretariado de la IV Internacional, ha nutrido de militantes a todas las corrientes políticas norteamericanas: desde los sectarios de extrema-derecha agrupados en torno a Lyndon Larouche, hasta los caucus del Partido Demócrata, pasando, por supuesto, por los grupos neoconservadores y, en concreto, por el PNAC. Todo esto hizo decir a Michael Lind que "Los intelectuales que más defienden el neoconservadurismo tienen sus raíces en la izquierda, no en la derecha".


    Un 30% de los miembros iniciales del PNAC, corresponde a antiguos trotskystas. Pero hay otra característica que ya hemos citado del trotskysmo: buena parte de sus cuadros políticos son de origen judío. Esto se cumple también en el PNAC y entre los círculos straussianos. Evidentemente hay cristianos… pero se trata de personas que no cuestionan las atrocidades cometidas por Israel en los territorios ocupados de Palestina y que, en cualquier caso, apoyan al sionismo y en especial a los partidos de la derecha israelita, con Ariel Sharon a la cabeza. Teniendo esto en cuenta puede comprenderse por qué gentes significativas del PNAC estuvieron siempre a favor de que Israel y en concreto el gobierno de Benjamín Netanyahu, rompieran los acuerdos de paz de Camp David. Tal era la orientación que Richard Perle aconsejó al primer ministro judío en 1996: “ruptura limpia”. Perle en la misma comunicación a Netanyahu reconocía que tal ruptura era tanto más obligada desde el momento en que la administración norteamericana reafirmara su voluntad de aplastar a Saddam Hussein y, así, garantizar la seguridad de Israel. Para el PNAC la lealtad hacia EEUU se complementa por una lealtad hacia el Estado de Israel… lealtad no exenta de intereses muy materiales puesto que algunos como Perle y Wolfowitz representan intereses de compañías estatales judías (frecuentemente de armamento) dentro de los EEUU. Pero, además, esto enlaza con el eje central de nuestro trabajo: se trata de un sector convencido de que Israel era el “pueblo elegido” del Antiguo Testamento y los EEUU son el “pueblo elegido de la modernidad”. A uno le corresponde velar por la seguridad del otro. Para ambos el Antiguo Testamento es un texto que dice explica como será el mundo futuro. De ahí que valga la pena seguir sus indicaciones, especialmente cuando alude a los signos del Apocalipsis y a la Segunda Venida de Cristo que reconciliará a judíos con cristianos y operará la conversión de Israel. Es importante destacar, como ya hemos hecho en otros lugares de esta obra, que la solidaridad de la Administración Bush hacia Israel va más allá de cualquier racionalidad y se trata de una conclusión a la que llevan distintos enfoques: de un lado los intereses estratégicos (Israel es el gran aliado de EEUU en Oriente Medio), pero también y sobre todo los lazos ideológicos y místicos que unen a la extrema-derecha israelí con la derecha neoconservadora norteamericana.


    La malla neoconservadora


    Dinero no falta. La Fundación Bradley constituye el soporte del PNAC a través del New Citizenship Project, Inc. El PNAC tiene su sede en Washington, en el edificio del Instituto de Empresa Americano (American Enterprise Institute), otro think-tank conservador. De hecho entre ambas organizaciones hay multitud de vínculos y personajes como Perle, pertenecen a ambos.


    Así mismo, los miembros del PNAC suelen estar también adheridos a otros grupos de presión neoconservadores: el Hudson Institute, el Center for Security Policy, el Washington Institute for Near East Policy, el Middle East Forum, y el Jewish Institute for National Security Affairs. Pero, no nos engañemos, a pesar de que todos estos núcleos de poder estén entrelazados entre sí y aporten la totalidad de los cuadros de la administración Bush, no se trata de grupos particularmente numerosos. Son una élite completamente desvinculada del americano medio que ignora sus postulados en la medida en que los grandes medios de comunicación jamás aluden a la existencia de estos núcleos intelectuales. Ahora bien, estos núcleos si están vinculados a una parte del poder económico y financiero de los EEUU. Es, por lo demás, lógico que petroleros, dirigentes del complejo militar-industrial, piensen en términos estratégicos y se vinculen a estos núcleos neoconservadores, como ayer, los miembros de organizaciones como el CFR o la Comisión Trilateral, lo hacían con núcleos fabianos y demócratas.


    Es previsible que en el futuro se produzcan vuelcos importantes en la política norteamericana. Ya hemos dicho que no todos los republicanos comparten los puntos de vista del clan straussiano, neoconservador y belicista. De hecho un sector del partido republicano, de carácter moderado, ha denunciado, aúnque tímidamente, los riesgos de prescindir de los aliados en las iniciativas de política exterior, y especialmente, sobre la peligrosidad del déficit interior. Recuerdan que la OTAN todavía existe y que EEUU es altamente tributario de las importaciones de manufacturas europeas. Advierten sobre el rechazo que provocan las aventuras militares entre los europeos y abogan por el “uso racional” de la fuerza. Henry Kissinger, miembro de esta tendencia, sigue proponiendo un equilibrio nuclear, mientras que otros representantes dentro de la administración Bush, son James Baker, Richard Armitage, Anthony Zinni y Colin Powell..

    No hay que olvidar que los EEUU están ligados al antiguo “mundo libre” por distintos tratados: además de la OTAN, existen aunque en vida larvaria, el Tratado de Defensa Asiático o el Tratado Interamericano de Río, sin olvidar que el aventurerismo de la administración Bush está dejando inoperantes a las NNUU.

    Cuando Donald Rumsfeld analizaba en el verano del 2002 el desarrollo de la campaña afgana -no sin ciertos tonos épicos-, aprovechaba para redefinir las prioridades de la política norteamericana coincidiendo en todo con los mentores del PNAC, si bien se añadían dos puntos, los finales, que insistían desusadamente en la protección de las redes de información y en la utilización de las tecnologías de punta para alcanzar mayor efectividad a los ataques de las FFAA. Ese año aumentó el presupuesto militar en todas sus partidas: defensa interior, armamento, investigación, presencia en el exterior, etc. Pero la principal novedad que se desprendió del análisis de Rumsfeld fue la coordinación de todos los servicios de información e inteligencia en una sola estructura. Tal era la conclusión que Rumsfeld daba a su artículo sobre Afganistán: las guerras precisan un gran esfuerzo de inteligencia y por tanto hay que centralizar estas tareas, las nuevas tecnologías de la comunicación deben ser integradas en las FFAA de manera prioritaria, la defensa del territorio metropolitano norteamericano es fundamental, el transporte de tropas es decisivo y, finalmente, como concesión al sistema democrático, insistía en que “El pueblo de los Estados Unidos deberá ser siempre plenamente informado de estas nuevas políticas y estrategias”.


    Pero Rumsfeld calla muchas cosas, sin duda, las más importantes: calla que el terrorismo islámico no es un riesgo para la seguridad ni para la estabilidad mundial, tan solo un obstáculo antidemocrático en determinados países del mundo islámico (concretamente en Arabia Saudí y Pakistán, y en mucha menor medida en Argelia, mientras que en Chechenia vive sus últimos coletazos y en Bosnia-Kosovo está, sino desmantelado, sí apaciguado, al igual que ocurre en Irán. En Asia Central se vive el fracaso del Islam radicalizado. Para concluir: cuando se produce el ataque del 11-S, el Islam fundamentalista vive una etapa de regresión. A poco que se examine cada atentado atribuido al “terrorismo internacional” se percibe con claridad que no existe una dirección terrorista universal, sino que cada atentado responde a circunstancias locales muy concretas… o muy misteriosas como para que puede buscarse a un responsable intelectual universal. Rumsfeld calla también que a EEUU le va a ser muy difícil reconstruir su red de alianzas, especialmente con Europa, territorio en el cual se ha comprobado que los costes electorales de las opciones proamericanas son de tal magnitud que hacen impensable pensar en que algún gobierno europeo volverá a repetir giros proamericanos como el de Aznar. Sin olvidar que ya no es Europa la que precisa de los EEUU para protegerse de la URSS –la Unión Europea vive el inicio de un idilio con el espacio ruso- sino los EEUU son los que precisan de la Unión Europea porque es de ahí de donde proceden lo esencial de manufacturas que alimentan su mercado de consumo interior. Olvida decir, finalmente, que a partir del ataque contra Afganistán resultó absolutamente evidente que los EEUU no admitían de sus aliados otra actitud que no fuera el sometimiento a su mando único, y que la campaña de Afganistán demostró hasta qué punto los “imperios” no tienen “aliados” sino “súbditos”."

  10. #10
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Y en última instancia la justificación final de la praxis neocon que tanta muerte y sufrimiento está creando.


    SANGRE Y PETROLEO

    A nadie se le escapa la evidente relación existente entre los focos de tensión presentes en el planeta y el interés por controlar las principales zonas productoras de petróleo. El conflicto de Iraq está demostrando ser una etapa más en la lucha abierta entre las grandes potencias por controlar el cada vez más escaso oro negro.

    Los siete países del Golfo Pérsico, que hoy producen el 30% del crudo mundial, tienen las dos terceras partes de las reservas del petróleo del Planeta. Esto explica su importancia geoestratégica y la lucha de intereses en torno a sus yacimientos. En estos momentos es de destacar que junto al Golfo Pérsico, las grandes potencias han puesto sus ojos en el Golfo de Guinea, ya que en esa zona se encuentran las segunda reserva de petróleo del mundo. Los gobiernos y las grandes multinacionales del petróleo buscan a toda costa tenerlo controlado, sin importar los medios a utilizar: se aprovechan guerras o se provocan, se mantienen gobiernos corruptos y tiránicos...poco importan las víctimas que se produzcan siempre y cuando no sean norteamericanas o europeas.

    Repasando la geografía del petróleo, de las guerras y de los regímenes opresores encontraremos algunas “curiosas” coincidencias. A continuación veremos algunos ejemplos significativos que quizás nos deban hacer pensar sobre la realidad del mundo en que vivimos, donde aún estamos muy lejos de hacer realidad el precepto divino del “NO MATARÁS” y donde los intereses puramente económicos están por encima de la dignidad de las personas y los pueblos:

    Sudán: Las petroleras francesas y americanas mantienen una encarnizada batalla por el control del crudo. Francia apoya al gobierno islamista del país, mientras que EEUU apoya a las guerrillas animistas y cristianas del Sur. Cada día de guerra les cuesta a los empobrecidos sudaneses un millón de dólares. Hasta la fecha se calcula que han habido un millón y medio de muertos.

    Nigeria: La compañía Shell (británica) es el principal explotador de crudo del país. Prestó su apoyo al dictador Sani Abacha. También compañías españolas se benefician del 10% de su producción.

    Guinea Ecuatorial: En la antigua colonia española vienen operando compañías petroleras norteamericanas como United Meridian, Nomeco, Triton, Vanco y Exxon-Mobil. A cambio de las concesiones en la extracción del petróleo están prestando su apoyo al régimen de Teodoro Obiang, rompiendo el aislamiento impuesto por la comunidad internacional a un gobierno tiránico y corrupto como el guineano. La opinión del gobierno de EEUU respecto a este gobierno ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos, coincidiendo con el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos

    Gabón: El petróleo es explotado por la Elf francesa. La Legión Francesa intervino eficazmente para mantener en el poder al dictador Omar Bongo

    República del Congo: Elf apoyó al dictador Nguesso para evitar que las compañías americanas se introdujeran en el país. Controla 2/3 de la producción.

    Angola: El “atractivo” de este país martirizado por más de tres de décadas de guerra está en las minas de diamantes y yacimientos petrolíferos. La guerrilla opositora UNITA es apoyada por la multinacional De Beers. El Gobierno cuenta con el sustento de Elf, BP, Chevron, Texaco y Exxon

    Mar Caspio: En los territorios limítrofes las compañías están librando otra batalla por el control de los recursos energéticos. Se están proyectando nuevos oleoductos y vías de comunicación entre Irán, Azerbaiyán y Turkmenistán. Conflictos como el de Chechenia, Afganistán y otros no son ajenos al interés por controlar esta zona

    Iraq: Es el segundo país del mundo en reservas petrolíferas. Hasta el ataque de los EEUU tenía acuerdos con más de diez países para explotar sus yacimientos en cuanto la ONU levantase sus sanciones. La más beneficiada por estos acuerdos era Francia. Las petroleras norteamericanas pueden ser las grandes triunfadoras tras el ataque de su ejército sobre Irak, ya que repercutirá directamente sobre el control de los yacimientos y el mercado del petróleo.
    Última edición por Ulibarri; 10/08/2005 a las 15:36

  11. #11
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por rey_brigo
    oye eso dibus tan anti-usa de donde los sacais? seguro q de la web de la liga comunistas revolucionaria jejejjeo de la de la casa okupa "la eskina" jejejeje
    Hombre, rey brigo, si alguien escribe como un ocupa en este foro, ese eres precisamente tú, así que menos lobos.
    Y otra cosa, el mensaje anticomunista primario no cuela por estos lares. Hala, a disfrutar jaleando a Bush, Blas Piñar y Expósito Correa.

    Tu mensaje simplemente es:


  12. #12
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por Veleta
    Y otra cosa, el mensaje anticomunista primario no cuela por estos lares. Hala, a disfrutar jaleando a Bush, Blas Piñar y Expósito Correa.
    Pese a que no soy tampoco "fan" de Blas Piñar, creo que le estás calumniando injustamente al meterlo en esa tríada. Para empezar Piñar siempre se ha declarado antiyanki y además cuando era más peligroso declararse así, en los años 60 en España, en pleno pacto con los yankis. Lo cual le costó su destitución como director del Instituto de Cultura Hispánica, si mal no recuerdo, por un artículo titulado "Hipócritas", ya célebre. Y para terminar, Blas Piñar condenó recientemente la invasión de Irak por los angloamericanos y, además no por chorradas pseudohumanitarias, sino defendiendo el gobierno de Sadam Hussein.

  13. #13
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por Kontrapoder
    Pese a que no soy tampoco "fan" de Blas Piñar, creo que le estás calumniando injustamente al meterlo en esa tríada. Para empezar Piñar siempre se ha declarado antiyanki y además cuando era más peligroso declararse así, en los años 60 en España, en pleno pacto con los yankis. Lo cual le costó su destitución como director del Instituto de Cultura Hispánica, si mal no recuerdo, por un artículo titulado "Hipócritas", ya célebre. Y para terminar, Blas Piñar condenó recientemente la invasión de Irak por los angloamericanos y, además no por chorradas pseudohumanitarias, sino defendiendo el gobierno de Sadam Hussein.
    He de darle la razón a Kontra. La condena que hizo Piñar de la invasión de Iraq estuvo fundamentada en argumentos de peso. Incluso celebró un acto público en Madrid después de muchos años (al margen del 20-N) para dar a conocer la postura de FN que fue recogido con abundantes fotos y el texto íntegro en la revista Fuerza Nueva. Así como otra portada por las mismas fechas en la que salía Franco con Sadam Husseim recordando unos acuerdos petroliferos muy beneficiosos para España firmados entre el régimen baasista y el franquista. La portada si no recuerdo mal era algo así como "Amigos de Franco, enemigos de Aznar".

    Pero vamos, que no me extraña, pues rey_brigo parece ser que se mueve por la órbita de AES quienes han cometido una nueva traición más a lo que fue Fuerza Nueva.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  14. #14
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Bueno, he de decirte Ulibarri, que yo he leído alguna crónica de actos de AES y parece ser que criticaron con bastante dureza la guerra injusta contra Irak, pero que no despertó mucho entusiasmo entre el público esta parte del discurso. Precisamente esa crónica la leí en el foro STM.

    Por otra parte, indicar que Ángel Expósito Correa es el principal exponente del pensamiento neocon (o jewcon) en España. Este tío piensa que los judíos son los nuevos cruzados y que Bush es el paladín de la cristiandad, así, como suena. Ya tuve un severo altercado con él en el STM porque se me ocurrió discutirle que Bush estuviese realmente en contra del aborto. Me dirigió toda clase de insultos, con muy mal estilo, mofándose de mi falta de cultura, etc. Ahora vuelve a la carga en el mismo foro intoxicando al servicio de la causa israelí, no sé si por convicción o porque tiene una "agenda" oculta. Paso de decirle nada porque sé que se va a liar y no quiero que me echen de ese foro.

    Estos son de los que se cuadran al oir el "star spangled banner", vibran de emoción cuando el ejército israelí lleva a cabo alguna de esas "operaciones de castigo" en Palestina, o se mofan del ejército español y les llaman "gallinas" por cumplir las órdenes de retirada de Irak, así que yo no los considero patriotas españoles. Curiosamente, un miembro de este foro me comentó de buena fuente que Expósito Correa había estado relacionado en el pasado con CEDADE...

  15. #15
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Bueno, la verdad es que quizás me haya extralimitado un poco al poner a Blas Piñar al lado de Bush y Expósito Correa. No obstante, Blas Piñar siempre ha sido pro-judío; Blas Piñar intervino en la creación de la Asociación "Amistad Judeo-Cristiana" a comienzos de los 60, junto a notorios sionistas y miembros de la B´nai B´rith como Samuel Toledano o Max Mazín (el acercamiento de la B´nai B´rith a España comenzó precisamente a través de esa asociación).
    Pero bueno, la verdad es que Blas Piñar al menos defiende una política en clave hispano-sefaradí, con un nacional-catolicismo de cuño marrano netamente ibérico (en la línea franquista), mientras que Expósito Correa es un fanático sionista que sólo mira por los intereses de la Judería Internacional y de los Jewnited States of America. El tal Expósito tiene de español lo que los Chunguitos... estos judíos son como los gitanos pero en fino.

  16. #16
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Y respecto a la relación de Expósito Correa con CEDADE, sin dejar de sorprenderme, a Vinciguerra me remito... me parece que el siciliano tiene pocos motivos para mentir y su discurso me parece fiable. Detrás de mucho neofascismo y neonazismo ha estado y está el propio enemigo.

  17. #17
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por Veleta
    Bueno, la verdad es que quizás me haya extralimitado un poco al poner a Blas Piñar al lado de Bush y Expósito Correa. No obstante, Blas Piñar siempre ha sido pro-judío; Blas Piñar intervino en la creación de la Asociación "Amistad Judeo-Cristiana" a comienzos de los 60, junto a notorios sionistas y miembros de la B´nai B´rith como Samuel Toledano o Max Mazín (el acercamiento de la B´nai B´rith a España comenzó precisamente a través de esa asociación).
    Pero bueno, la verdad es que Blas Piñar al menos defiende una política en clave hispano-sefaradí, con un nacional-catolicismo de cuño marrano netamente ibérico (en la línea franquista), mientras que Expósito Correa es un fanático sionista que sólo mira por los intereses de la Judería Internacional y de los Jewnited States of America. El tal Expósito tiene de español lo que los Chunguitos... estos judíos son como los gitanos pero en fino.
    No lo tengo a mano ahora, pero en sus memorias niega que tenga algo que ver con una supuesta asociación hispano-judía, contestando a un artículo de CEDADE. Sigo diciendo que tus acusaciones de marrano están fuera de lugar.

  18. #18
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Vamos a ver, Kontra, el tal Ángel Expósito Correa si no es marrano es el más rastrero lameculos de los judíos que se haya visto en mucho tiempo (lo que sería aún peor si cabe). Y bueno, el apellido Expósito es garantía segura de origen incierto (digo incierto, ignoto, aunque no necesariamente judío).
    En cuanto a Blas Piñar... ¿qué iba a decir, que participó activamente en la formación de Amistad Judeo-Cristiana junto a los judíos Toledano y Mazín o junto a sacerdotes como José Mª Javierre? Pues no, lo lógico es que lo niegue, porque España es un país bastante antijudío y además, lo de andar cogido de la mano de la B´nai B´rith no casa muy bien con lo de la lucha contra el contubernio judeomasónico.
    El caso es que los judíos no llegaron a tener buena parte del poder en España sólo después del 20 de noviembre de 1975, sino que en vida Franco comenzaron a escalar cotas de poder y no sólo de la mano de los tecnócratas del Opus, sino también de otros como Blas Piñar y el propio Franco (porque aquí no se hacía ni deshacía absolutamente nada sin el previo conocimiento y aquiescencia del caudillo).
    Al final, hasta Joan March y Abel Matutes van a ser cristianos viejos.

  19. #19
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    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Cita Iniciado por Kontrapoder
    Por otra parte, indicar que Ángel Expósito Correa es el principal exponente del pensamiento neocon (o jewcon) en España. Este tío piensa que los judíos son los nuevos cruzados y que Bush es el paladín de la cristiandad, así, como suena. ...
    ¿¿Os dais cuenta que piensa absolutamente lo mismo que los de Al-Quaeda?? Los mismos cerdos pero con distinto collar. No obstante siempre judíos y mahometanos han ido juntos de la mano hasta el desencuentro de Palestina.

  20. #20
    Veleta No Registrado

    Re: La Derecha americana y el gobierno de la nación

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    El Islam siempre ha favorecido al judaísmo más que el Cristianismo... eso es cierto sólo a grandes rasgos y sobre todo porque el Islam presenta en su origen un nexo con el ebionismo (secta judeocristiana de la que también surgió el maniqueismo). No obstante, en el período de finales del siglo VIII y principios del IX, mientras que el califa de Bagdad Harun al Rashid tomaba medidas antijudías, el falso emperador Carlomagno llenaba su corte de judíos.
    En el siglo XII, los almohades persiguieron y expulsaron a los judíos de Al-Ándalus y estos encontraron refugio en los reinos cristianos del norte. Así mismo, también es cierto que el judío ha logrado que los pueblos cristianos terminen viendo la usura como algo natural, lo cual no han conseguido en el Islam, salvando a los jeques del petróleo. La usura sigue siendo tabú entre los musulmanes y ocupación de judíos, mientras que en el sedicente occidente cristiano el más tonto hace relojes y los no judíos participan de la usura con el mismo gusto que los hijos de Israel.

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