Revista FUERZA NUEVA, nº 152, 6-Dic-1969
ESPAÑA: BINOMIO INFANTERÍA-INMACULADA
Vuelve a nosotros en ese rotar litúrgico, muy símil al día y al año meteorológico, con sus amaneceres y primaveras y con sus atardeceres y otoños, la festividad de la Inmaculada, patrona de España y de la Infantería. La analogía religiosa me va a permitir jugar con este par de vocablos, algo mágico que no se borra de toda mente española no descastada de su historia.
En la misma entrada del Génesis, como pórtico que invita a todo humano a interpretar y relacionarlo celeste con lo terrestre, se nos dice en su primer capítulo, versículo 26, que Dios dijo al crear al hombre: “Hagámosle a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. Si acudimos al texto primitivo griego, esta ley de semejanza, con diferenciación de prototipo e imagen queda aún más explícita (…) Así, pues, partiendo de la creación divina, por el pleroma de gracia que se vuelca sobre el vientre de Ana en el mismo instante en que concibe a María, Inmaculada, por la vía de la semejanza, no igualdad, voy a relacionar hispánicamente el binomio Infantería-Inmaculada, una semejanza que eleva a un plano simbólico la misión y destino impuesto a la Infantería española.
España como marco
España como nación integrante del Occidente cristiano y elemento básico de la Cristiandad, a pesar de los fallos históricos que alevosamente se nos achacan, sigue siendo la llama pura del humanismo cristiano.
El que nuestra patria, por el aislamiento político de estos últimos siglos, se haya ausentado de muchos planos de la actualidad europea y mundial, o que, habiendo estado presente, no haya hecho sentir el peso de su trascendencia histórica, no significa que nuestro idealismo y consciencia humana y universal haya dejado de existir e influir, directa o indirectamente en el devenir histórico. Hace aproximadamente un siglo, un poeta-profeta, el extremeño Donoso Cortés, elevaba su voz cargada de triste presagio sobre el futuro de una sociedad que, confiadamente, se echaba en brazos de Marx, Engels y Feuerbach, provocadores de la muerte de Dios en el diabólico Nietzsche. Si Tocqueville avisaba con serenidad platónica del peligro que se cernía, el impetuoso extremeño, en visión no tan pesimista como se le atribuye, ponía el dedo en la llaga sangrante, la curaba y derramaba sobre ella el bálsamo de la doctrina social de Cristo, adelantándose a las Encíclicas de los Papas León XIII, Pío XI, Juan XXIII y Pablo VI.
Hijos de España, amordazados por el liberalismo, no se avenían a vivir encerrados bajo la cripta que oculta los misterios. España en ellos era llama pura, sin mácula, llama que fundía los eslabones de la cadena que ataba a Europa y América a un deísmo y prometeísmo técnico. España tenía y tiene la clave para todo este mundo que prospera en lo técnico, pero abandona al hombre aun pesimismo de irredención, clave que es ese estilo español de entender la vida como tránsito y catarsis, más o menos aligerado por el humanismo cristiano, hacia una trascendencia que nos eternice. Es la Hispanidad en su fase más elevada. España es tiemblo de limpidez inmaculada.
Inmaculada
El término primero de esta semejanza es María en su Concepción Inmaculada. Era una exigencia natural, una premisa incondicional para la Encarnación del Verbo. Él debía venir a una morada que no hubiera conocido la mancha, aun en su más ínfima expresión. El relámpago o fogonazo debió alcanzar de lleno a Santa Ana, pero la luz, en su misma esencia, hubo de quedar reducida a foco y llama en el primer hálito de María como criatura. Iba a ser ella Madre de Dios y Madre de la Iglesia, del cuerpo material de Cristo y del Cuerpo Místico del mismo. No busquemos más razones, es ésta y basta. Convino, pudo y lo hizo, volcando sobre el seno de Ana la plenitud de gracia. Desde ese momento, María es Inmaculada. “Este misterio es grande -escribe el Crisóstomo- y lo digo en Cristo y en la Iglesia. Porque cuando Cristo pensó venir a su morada la encontró sucia, pobre, desnuda, manchada de sangre, y Él la lavó, perfumó, alimentó y vistió con un Vestido sin igual. Y cuando Él mismo se incorporó a este vestido (María-Iglesia), se lo llevo puesto al cielo donde Él tenía su heredad”.
Infantería
Lo que España es en idealismo con relación a otros pueblos -y sigo la vía de la semejanza- eso es la infantería dentro del Ejército nacional. La Infantería es la punta de la flecha que, por su velocidad y ligereza, queda reducida a huella sin vestigio, a halo, a silbo. Si lleváis al mínimo al Ejército, la última expresión será Infantería; si al máximo, será la gran Dama o Reina a cuyo servicio estarán las demás Armas como esclavas o damiselas.
En un plano metafísico, definiríamos la Infantería como la in-fans, que no habla y toda se deshace atacando defendiendo el último girón de España.La Infantería es acción por antonomasia, almendra de la ofensiva o defensiva, en torno a la cual se plegarán, cual flexible cáscara que crece al parque ella, el resto de los demás Armas, Cuerpos y Servicios.
He aquí cómo España e Infantería se miran analógicamente en el manto azul y purísimo de la Inmaculada. De ahí que la elijan por su singular Patrona. Ella, María, fue la única criatura arrancada a la ley del barro, puente de plata donde lo humano sale al encuentro de lo divino, donde la hipótesis une dos materiales antes imposibles de soldar.
La Inmaculada, en esta evocación litúrgica, lanza sus miradas protectoras sobre España como elemento integrante de la Cristiandad, y sobre los infantes españoles, que la honran como a celestial Patrona. Ella está ahí como idea permanente de la “inmaculadez” de la Madre y del Hijo, de la Iglesia alma y espíritu, mientras la Infantería es tiemblo y vibración de relucientes aceros, cuya irisaciones iluminan con fulgores inmaculados las intenciones tenebrosas de los enemigos, internos y externos, de la Patria. Pero María Inmaculada es llama viva, pura, que arrastra y arrebata en vuelo "asunciona" la la patria definitiva. Por eso clamamos todos, infantes de España, con aquella estrofa fina del himno del Regimiento placentino de Órdenes Militares:
Y si caemos en esta porfía
Dios nos levante a su augusta morada.
En nuestros labios el Ave María
Entre las manos la Cruz de la Espada.
Narciso SÁNCHEZ MORALES
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