Revista FUERZA NUEVA, nº 465, 6-Dic-1975
TODO ATADO
Y automáticamente, el jueves 20 de noviembre, el Consejo de Regencia –Rodríguez de Valcárcel, Cantero Cuadrado y Salas Larrazábal- entraba en funciones. Y el todavía Príncipe Juan Carlos era promovido a Capitán General de los Ejércitos y se restablecía el registro de la familia real, suspendido desde 1931, cuando la proclamación de la República. Asimismo se declaraba inhábil el sábado 22 de noviembre de 1975.
El jueves, en El Pardo; viernes y sábado, en el Palacio de Oriente; domingo, en la Santa Cruz del Valle de los Caídos. El jueves, en la calle, en el trabajo, junto a transistores y aparatos de televisión; ediciones especiales arrebatadas de los quioscos; un poco huérfanos, como desvalidos, y las primeras lágrimas y las primeras oraciones. Viernes de entereza; las primeras horas esperando para el último adiós. En el sábado se fundan las emociones. “Franco ha muerto. ¡Viva el Rey!” Algunos han pasado doce y catorce horas para ver al Caudillo. Pero no importa. Una vez más, no importa. El domingo, la respuesta, como en todos estos días, es del pueblo. La plaza de Oriente, a rebosar. A las diez, la misa, monseñor González Martín oficia; el pueblo respetuoso y en silencio. Después, en el Valle de los Caídos. Son las dos de la tarde. Cien mil personas. Hay excombatientes, hijos de excombatientes, nietos de excombatientes. Lágrimas y sollozos de despedida. El último adiós.
Estos días ha lucido el sol. Hasta el lunes. También el tiempo ha querido acompañar. El viernes y el sábado, largas colas serpentean por las calles de Madrid. En algunos momentos se alcanzarán los treinta kilómetros. Hay establecida una zona de silencio en los alrededores de la Plaza de Oriente. Sólo se oye, por los altavoces, música sacra. El sol proyecta sombras alargadas y hace frío. Para el viernes por la noche, la zona de silencio se habrá ido agrandando. La Puerta del Sol, plazas y calles adyacentes, ya están ocupadas. El espectáculo es increíble. Es el único plebiscito. El verdadero, frente a todas las presiones exteriores e interiores. La capacidad de convocatoria del caudillo, de Franco, no se ha terminado con su muerte. Ahí está la respuesta.
EL VIERNES ESPERANDO…
En las calles de Madrid ha aparecido un bando: “Que la Plaza de Oriente, tantas veces plaza mayor del alma de España, sea ahora la plaza de nuestro profundo y último homenaje al que por siempre ha de permanecer en nuestros corazones”.
En Holanda no habrá luto oficial.
Ya se anuncian las primeras representaciones extranjeras. De Europa, de América del Norte, del Centro y del Sur, de Hispanoamérica, de casi todo el mundo. El Príncipe, todavía Príncipe, los va recibiendo. Al día siguiente, será Rey de España. Rey del 18 de Julio. El Rey de la continuidad: nunca del cambio. También el Rey de todos los españoles, no de ningún “bunker”…
Mientras, la subversión no ha descansado. Panfletos con un sinnúmero de contenidos, han regado las calles y el metro de Madrid. También unas poesías de Pablo Neruda: el rehabilitado, el que ahora se vende en las librerías. Y el alcalde de Oyarzun, asesinado. ETA se atribuye el atentado.
Dos millones de pegatinas: “Juan Carlos I Rey de España”. Forma circular y colores nacionales.
El viernes, las agencias dan la noticia de una manifestación silenciosa, “un millar de madrileños, aproximadamente”, que ha recorrido el centro de la capital. Enseñas nacionales. También muchos distintivos de Fuerza Nueva. Han rezado un Padrenuestro por el alma del Caudillo en la Plaza de Oriente. Luego se disolvieron.
EL SABADO EN LAS CORTES…
El hecho histórico, trascendental, fue el sábado a las 12,30 de la mañana: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”. El Rey fue aplaudido cuando dijo: “Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado” (…)
Fuera, en la calle hay una gran pancarta que dice “Viva el Rey”. Y un gran aplauso, cerrado, incontenido de emoción y lágrimas, para Franco, en las personas de sus hijos y nietos, que se encuentran arriba, en el balconcillo del hemiciclo.
Inmediatamente los reyes se trasladan al palacio de Oriente; es su primer acto como tales y último tributo de oración y respeto a Franco. El desfile de las gentes ha sido interrumpido. El Rey da la orden para que el pueblo no cese en su homenaje…
A últimas horas de la noche del sábado, 300.000 personas habían pasado por el Salón de Columnas; para la mañana del domingo, ese número habría ascendido a casi 500.000 personas. El sábado por la noche, la última y corta noche, la familia dispuso que la capilla ardiente fuese bajada al pórtico. El tiempo que quedaba era mínimo para que desfilasen ante el féretro las personas que hacían su espera en la fría noche madrileña.
Al acabar el Rey su primer discurso a la nación, y fuera, en el salón de conferencias de las Cortes, da la mano a todos y cada uno de los miembros del Consejo de Regencia, Gobierno y Consejo del Reino. Dicen las crónicas que al llegar ante José Antonio Girón de Velasco, consejero del Reino, que vestía camisa azul, el Rey rompió el protocolo y le dio un fuerte abrazo. En el curtido rostro del falangista la emoción se hizo ostensible.
El sábado por la tarde, radio y televisión daban el mensaje de Juan Carlos I a las Fuerzas Armadas: “Quiero renovar hoy el juramento de fidelidad a vuestra bandera, símbolo de las virtudes de nuestra raza, y prometeros, una vez más, servirla y defenderla a cualquier precio de los enemigos de la Patria”.
La tarde siguió tranquila. Las colas interminables. El silencio, el mismo. El respeto, también. La tristeza y la tranquilidad, las mismas. A las seis de la tarde, ya es de noche.
DOMINGO, EN EL VALLE…
La autopista de Villalba, camino obligado para ir de Madrid al Valle de los Caídos estaba, en tramos cortos, con parejas de la Guardia Civil. Sobre las nueve y media y diez de la mañana van llegando los autocares, gentes de toda España, de todas las provincias. Falangistas, requetés, marinos, alféreces provisionales, excombatientes, mayores y menos mayores; pequeños y menos pequeños; camisas azules, boinas rojas, todos unidos para la despedida final. 100.000 personas. Como un solo hombre. En Cuelgamuros, donde Franco, un día, decidió que había de levantarse el gran monumento.
Mientras, en la capital, a las diez de la mañana, la misa de “corpore insepulto”. Presiden los Reyes de España. Asisten las representaciones extranjeras. Doña Carmen Polo, la señora, presente ante los restos de su esposo, llora. Oficia el Cardenal primado [mons. Marcelo González]. Participa el pueblo entero, en cuerpo y alma. En la homilía, nuevos ahogos en las gargantas: “En este momento en que hablan las lágrimas y brotan incontenibles las esperanzas y los anhelos de toda España el patriotismo, como virtud religiosa, no como exaltación apasionada, pide de nosotros que levantemos nuestra mirada precisamente hacia la Cruz bendita para renovar ante ella propósitos individuales y colectivos que nos ayuden a vivir en la verdad, la justicia, el amor y la paz, exigencias del reino de Cristo en el mundo”.
Antes los obispos Setién e Infantes Florido se habían cebado en otras palabras, no precisamente como las del primado, con defensa policial ante la indignación popular. Después, los honores militares y el ondear de pañuelos, miles de pañuelos que lloraban su tristeza, las oraciones musitadas, y también el “Cara al Sol”, y los brazos en alto y los gritos de “Franco, Franco, Franco”. Y el toque de silencio, como nunca, estremecedor. En un coche militar, el féretro; después, la comitiva. Delante de todo, un caballo en solitario.
A la una y diez de la fría y soleada mañana del domingo, llegaba la comitiva al Valle de los Caídos. El féretro, cubierto con la bandera nacional, era llevado a hombros por la familia de Franco. Detrás, el Rey encabezaba la comitiva. Por los altavoces se oyó repetidas veces, “silencio, silencio”. Pero los gritos de “Franco, Franco, Franco” eran cada vez más estentóreos. Sollozos y gemidos. El “Cara al Sol”, una vez y otra. El “Oriamendi”; el himno legionario, “Yo tenía un camarada”. Las voces con carácter de urgencia, repiten insistentemente “silencio, silencio”. Pero no quieren callar. No. “Ahora, bajo el cielo limpio de la sierra, ¿por qué hemos de callar’” dicen sus antiguos soldados.
La tumba es de granito revestido de plomo. Los escudos, grabados, son de latón. Sobre la cabeza, el de España, su norte. A los pies, su guión, el de los tiempos de legionario, el que luego adoptaría como Caudillo, su entrega. A la derecha, el escudo de capitán general, su devoción. A la izquierda, el yugo, las cinco flechas y los tres luceros, vértebra de su Estado. Muy cerca, a pocos metros, la tumba de José Antonio. El guerrero ya reposa. Fuera de la basílica se oye por tres veces el grito unánime: “¡Caudillo Franco! ¡Presente!”. Lo cubre tonelada y media de granito.
Y DESPUÉS…
Por la tarde, la primera audiencia del Rey es para la Hermandad Nacional de Combatientes, que preside José Antonio Girón. Son las siete de la tarde. Va con ellos José Solís Ruiz. José Antonio Girón habló de la lealtad y de la confianza, y dijo entre otras cosas: “venimos de enterrar a quien nos condujo a la victoria y nos llevó a la paz. Francisco Franco ha traspasado el pórtico de la historia universal, Su recuerdo y su inmanencia pertenecen al patriotismo sentimental de España”. El Rey contestó con breves palabras: “Hoy ante vosotros, que fuisteis sus soldados, rindo homenaje a su memoria; y creo que la mejor forma de interpretar su legado es marchar sin detenernos hacia objetivos de justicia social, que den fortaleza y unidad a nuestro pueblo”. Continuidad.
La noticia está en los periódicos. Alrededor de 700 periodistas nacionales y extranjeros han sido los que han cubierto la información de la muerte del Caudillo y de la proclamación del Rey. Muchos de ellos han salido ya para sus respectivos países. La nota ridícula y penosa la han dejado entre nosotros. Uno de los enviados especiales de un país nórdico llegó con la intención, encargada por su propio medio, de fotografiar las represiones policiales. Al cabo de quince días de espera sin éxito y ante una llamada urgente de su lugar de origen y ante sus vanas explicaciones, tuvo que volver, fracasada su misión. Otro enviado se encontró con una bofetada y los abucheos y la indignación de los españoles que, esperando pasar a ver a Franco, fueron sorprendidos ante la pregunta de que cuanto cobraban por su larga espera.
Nunca jamás a ningún Caudillo, a ningún Jefe de Estado le fue rendido semejante tributo, admiración y respeto por un pueblo agradecido. Eternamente agradecido. Ni menos adhesión oficial a altos niveles de otro mundo que nunca supo o quiso comprender las razones supremas de una España que tenía que ser fiel a sí misma. Franco murió abrazado a su pueblo. Misión cumplida.
Los actos programados terminaron en San Jerónimo el Real con la misa de Espíritu Santo [para Juan Carlos]. A ésta asistieron los más altos dignatarios de las naciones que antes habían enviado sólo a ministros o vicepresidentes, destacando las delegaciones francesa y alemana, con los presidentes de la República en cabeza. La parada militar y la recepción en el Palacio de Oriente culminaron las jornadas. El pueblo, una vez más, estuvo en la calle.
REDACCIÓN F. N.
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