II. El concepto de España en la antigüedad
En el siglo I antes de Cristo, Estrabón hizo acerca de nuestro individualismo observaciones semejantes a las que hacen los modernos. Notó entre los iberos un orgullo local mayor aún que en los helenos, el cual, como a éstos, les impedía unirse en una confederación poderosa; si hubiesen logrado juntar sus armas, no hubiera sido dominada la mayor parte de Iberia por cartagineses, celtas ni romanos. De este modo, Estrabón, al notar como defectuoso el sentimiento colectivo ibérico, lo reconoce como existente y exigible para asegurar la independencia de la comunidad ibérica.
Por su parte, Tito Livio considera también como una entidad sustantiva la Hispania, y habla frecuentemente de los hispani en general, sin creer necesario precisar si son de tal o cual tribu. Después, Floro, un africano que escribe en Tarragona, emplea la muy expresiva frase Hispania universa para designar una colectividad humana, y censura, como Estrabón, el que España no hubiese conocido sus propias fuerzas hasta haber sido vencido por Roma tras una lucha de doscientos años. Supone, pues, un interés común desatendido, una nación con imperfecto sentido de nacionalidad.
Dentro de la organización administrativa romana, España, aunque dividida en varias provincias, fue siempre considerada como una entidad superior que daba unidas a la división provincial. Y bajo el esplendor del Imperio, cuando por primera vez podemos conocer un pleno desarrollo cultural de la España romanizada, observamos que entonces forma un conjunto semejante, en su distribución de fuerzas y valores, al que ofrece la España moderna en otro momento imperial, en el tiempo de su más tensa unificación durante los siglos de oro de su literatura: También en la Antigüedad la parte central, lo mismo que después Castilla, representa el núcleo cohesivo, Celtiberia robur Hispaniae; también entonces ese centro celtibérico y la Bética dan todos los hombres representativos y gloriosos en las letras y en la política, lo mismo que en los siglos XVI y XVII la inmensa mayoría de ellos proceden de Aragón, de ambas Castillas y de Andalucía. La semejanza entre el mapa intelectual (como diría Feijoo) de la España romana y el del España austriaca es sorprendente; y tal semejanza entre estos dos momentos más brillantes de la España unificada, manifiesta esa unidad espiritual regida por ciertos principios orgánicos, ciertas energías vitales, perdurables en su acción y en su fuerza. (1)
La España romana, poco antes de disolverse el Imperio, aparece ya con un valor nacional muy preciso en la primera Historia Universal que el cristianismo concibe, la de Paulo Orosio. Este galaico, discípulo de San Agustín, se muestra poseído de un particular espíritu patrio. España para él es todavía una provincia del Imperio dentro del cual la Providencia ha unificado el orbe: mas, a pesar de eso, la provincia se yergue altanera en oposición a la urbe, alegando ya un destino histórico propio, dentro del Imperio, reclamando para sus guerras habidas con Roma un valor ejemplar de lealtad a las leyes eternas de justicia, más alto que el mostrado por la metrópoli vencedora, y señalando a los godos en España un papel restaurador de la providencial unidad del orbe cristiano (2).
(1) La semejanza del mapa cultural hispano en la época romana con el de los siglos de oro, expuesta en el prólogo al tomo II de esta Historia, es aprovechada por el padre García Villada (”El destino de España”, edición de 1940, pág. 118) para mostrar la unidad a la vez que el papel predominante de la parte central de la Península. Por el contrario, esa semejanza es interpretada por P. Bosch Gimpera (“España”, discurso en la Universidad de Valencia, 1937, pág. 37), suponiendo que los dos florecimientos no son momentos culminantes en la historia de España, sino al contrario, una perfección de la superestructura que, a pesar de su brillo exterior, representa la interrupción del desarrollo natural del pueblo, desviado por el injerto de cultura e ideales extraños. Pero la actividad “natural”, que se supone dañada, nos es desconocida. Adelante insistimos en esto.
(2) Orosio de Brácara (hoy Braga) escribe su “Historiarum adversos paganos libri septem” en los años 416-417, después de haber visitado en África, en Hipona, a San Agustín.
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