VII. Foralismo, federalismo y cantonalismo
Brota de nuevo el localismo como anejo a la primera guerra carlista. Son aquí esenciales las apreciaciones de un catalán, Balmes, quien por los años de 1843-1847 combate repetidamente la opinión muy extendida, sobre todo en el extranjero, de que en España domina un “espíritu de provincialismo”, un “espíritu federal” enemigo de la centralización administrativa impuesta por la “esto es inexacto, dice Balmes: el pueblo español no alimenta tendencias federales opuestas a la “monarquía total” que hace tres siglos le gobierna y le unifica; prueba de que ello es que todas las provincias se alzaron contra Napoleón al grito de ¡Viva el Rey! con adhesión unánime, sin ponerse previamente de acuerdo; por esto es una candidez creer que la guerra carlista se mantenía a nombre de los antiguos fueros, fueros que los vascongados, catalanes, valencianos o aragoneses de hoy no saben en qué consistieron. Por lo demás, ese provincialismo o federalismo lo apoyan y lo alientan algunos países extranjeros interesados en la debilidad de España” (1).
Partiendo de estos razonamientos de Balmes, debemos sentar que la fuerza centrífuga de mediados del siglo XIX no puede pretender un enlace tradicional con la que animó a los defensores de Lanuza (2); es algo nuevo, surgido espontáneamente como una secuela conjunta al gran desconcierto y a la debilitación moral y material en que el país se ve sumido; pero indudablemente la monarquía carlista era unitaria, aunque no uniformista. En ella las reivindicaciones forales son un accesorio, son como un parásito de los principios políticos y religiosos que el carlismo sostenía y que eran profesados con igual ardor por carlistas de regiones que nunca pensaron recabar fueros propios.
No obstante, esa tendencia nueva, más o menos centrífuga, aunque vencida en su primer brote, reaparece en cada momento de gran debilidad nacional. La viene a ayudar también un eco lejano del ideario romántico: el deseo de que el genio y facultades propias de cada pueblo den sus frutos más naturales, libres de toda injerencia del Estado unitario. En este sentido y en el del más amplio liberalismo político teoriza el principio federativo, Pi Margall (3), cuando después de la revolución de 1868 estalla la segunda guerra carlista en el Norte y se proclama la “República Federal”. De esa República fue presidente Pi, y en ella representa la más ruidosa derrota de la idea federativa, pues tiene él mismo que luchar contra la degeneración de tal ideal, contra el cantonalismo anárquico que se desencadena en el sur de la Península.
(1) Balmes Escritos políticos, 1847, pág 165 cc.; y en La Sociedad, 15 marzo 1843 y 15 de mayo 1844 (tomo I, pág. 69, y IV, pág. 87).
(2) Juan de Lanuza, justicia mayor de Aragón que, apoyado en los fueros o leyes tradicionales propias del reino de Aragón, trató de resistir con las armas las decisiones de Felipe II. Fue decapitado en Zaragoza el 20 de diciembre de 1591. Trad.
(3) Pi y Margall es autor de El principio federativo, 1872, y de Las Nacionalidades, 1876. Siendo él presidente de la República Federal en 1873, se rebelaron, declarándose cantones independientes, Málaga, Sevilla, Cádiz, Cartagena, Valencia… Trad.
(continúa)
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