Hace algo más de un siglo, cuando Finlandia era un gran condado ruso, vivía en su capital, Helsingfors, uno de los españoles más inteligentes y originales de su época. Andando el tiempo —y aunque durante su vida algunos de sus compatriotas lo sospechasen— se descubrió que este español era un hombre genial, un pensador profundo, un literato admirable y que su obra diversa, de novelista y psicólogo, habría de influir poderosamente en los pensadores y escritores hispánicos de la generación subsiguiente a la suya, que es la llamada "del 98".

Ábrase un libro de este escritor, leanse unas cuantas páginas y en seguida piensa en Unamuno, en Macías Picavea, en Baroja, en Azorín, en Maeztu, exclamando: ¡Cuánto le deben a este hombre!
El cual no era otro que Angel Ganivet, un joven granadino que había sido cónsul de España en Amberes y lo era entonces en Helsingfors. Sus compañeros y amigos de Granada rogáronle "que les descubriese a Finlandia, tierra boreal desconocida por los andaluces —y por el resto de los españoles— y Ganivet los complació, escribiendo unas “Cartas Finlandesas" que se publicaron por primera vez en un diario local, "El Defensor de Granada"; se recogieron en volumen en 1898 y de las que hoy existen ediciones varias.

Las "Cartas Finlandesas" de Ángel Ganivet son lo único importante y verídico que se ha editado en lengua española sobre Finlandia. Y aun añadiremos que parece difícil que viajero alguno de ningún país ni de ninguna época haya hecho un retrato de Finlandia más parecido, más espiritual.

Las "Cartas Finlandesas" no son el fruto de uno de esos viajes de Jules Huret, en los que la descripción que se dice objetiva de las costumbres, —de unas costumbres que se ignoraban la víspera— y de algún que otro diálogo con sus figuras más notorias, substituyen a la experiencia de la vida en un determinado país. Ni son tampoco estas cartas inmortales del tipo de las crónicas cosmopolitas de Merand, escritor simpático y "enfant terrible" de la literatura francesa de hogaño, pero que no es quien —como no lo es nadie— para captar en un viaje efímero los caracteres y rasgos profundos de ninguna tierra.

Ángel Ganivet vivió varios años en Finlandia, llegó a familiarizarse con los fineses y, además, él nos lo dice —y es esta una virtud que guía siempre a los hombres hacia la justicia—, "se consideraba un indígena de todas las naciones donde habitaba", por lo cual escribió acerca de ellas con cariño, con enternecida comprensión, sin prejuicios raciales ni políticas, como un auténtico ciudadano del mundo.
Y cuenta que no era un sentimental sino un cerebral. Y en sus modos de producirse literariamente, un humorista y un satírico. Sus "Cartas Finlandesas" son un tanto arbitrarias, pero, entiéndase bien, no porque sean injustas, sino porque responden al arbitrio, al albedrío, al "modo de ser y “de querer libérrimo", de quien las redacta.

No presumía Ganivet de historiador, ni de sociólogo, ni de nada. No ha existido jamás un espíritu menos presuntuoso que el suyo. Se pasó la vida —su corta vida: la terminó voluntariamente en Riga, a los 34 años ocultando su saber, que era muy grande, burlándose de cuanto pareciera erudición y desprendiéndose de sus libros —los leía en varios idiomas— una vez terminada su lectura, porque lo que en ellos fuera consubstancial con su espíritu "se le quedaba dentro y lo demás no le importaba".
Así, pues, el lector de ahora que, atraído por la "gran novedad" que ha sido Finlandia, abra el volumen de las "Cartas Finlandesas" de Ganivet no hallará citas, ni apenas números, ni resúmenes históricos, sino rápidas alusiones de las luchas de Finlandia con "el coloso ruso" y el "oso escandinavo", que siempre se han disputado su posesión.

Pero, sin encontrar nada de esto —o muy poco—, le parecerá, una vez leídas y saboreadas las cartas, "que ha vivido en Finlandia". Milagro que se produce por la veracidad, hondura y frescura de las observaciones de Ganivet, que se llamaba Ángel y, en verdad, poseía lo que los andaluces entienden por tener ángel, que es como gracia que, aplicada a cualquier arte o disciplina del espíritu, produce esas obras que persuaden y enamoran porque saben a vida y no a artificio.

Ganivet es un escritor natural. O sea, que se enfrenta con la Naturaleza"según su natural" y nos transmite siempre sensaciones y emociones propias; el mundo, o una parcela del mundo, interpretado por Ganivet.
Ahora bien, por muy humano que fuere, Ganivet era un español, un andaluz, un granadino. Es imposible que su mirada sobre Finlandia no fuera la de un español. Pero era la de un español independiente, la de un crítico, en primer término, de los hombres y las cosas de su tierra.
Por donde mucho de lo que ve, Finlandia le gusta más —o le gusta menos— que lo de España.
Así, prefiere las instituciones políticas del gran ducado finés que era casi autónomo bajo los zares, a las españolas. Pero el "progresismo materialista" de los fineses no le seduce. En todo va comparando y discutiendo sin irritarse, amorosamente, socráticamente. ¡Y ahí es nada! Es, nada menos, que el diálogo eterno entre el Norte y el Sur. El pino y la palmera de la balada famosa que suspiran siempre por entenderse.

Ganivet, el español, el andaluz, el granadino, entendió a Finlandia, porque supo amarla. Las "Cartas-Finlandesas" son un libro de amor. He aquí lo que las hace, perdurables. Hombre recatado, no nos dice Ganivet, en ningún momento, si tuvo en Finlandia otra clase de amor... Las páginas sobre la mujer finlandesa son, quizá, las más delicadas y sugestivas de su libro.