(Nota para los hispanoamericanos: En España llamamos "suspenso" y "suspender" a lo que en los colegios del otro lado del Atlántico llaman "reprobar" y "reprobado". Sólo usamos "reprobar" en el sentido de censurar una mala conducta o actitud.)
Necesitamos mejorar
Por Javier Quero
(Transcrito de La Gaceta)
Les invito a hacer un experimento sociológico. Escuchen la radio cualquier día de estos, poniendo especial atención a los anuncios. Si lo hacen, no les será complicado enumerar las veces que los mensajes comerciales seducen al oyente con frases como "aprenda inglés sin esfuerzo", "adelgace sin esfuerzo" o "apruebe una oposición sin esfuerzo". Los publicitarios saben lo que hacen. Uno de los factores que más atrae al humano del siglo XXI es conseguir cosas sin esfuerzo. Vivir en la sociedad de la saciedad nos ha convertido en individuos que consideran que la felicidad está en la facilidad.
Cuando los de la generación del bocata de Nocilla y Miliki íbamos a clase, nos solían incentivar las buenas notas con algún premio. Las recompensas raras veces llegaban más allá de un balón de reglamento o unos patines. Por el contrario, los suspensos eran convenientemente reprobados y podían hacerte repetir curso. Así funcionó la cosa hasta que a algún pedagogo flipado se le ocurrió que las calificaciones descalifican y le dio por diseñar un modelo educativo que lograra la igualdad entre los alumnos. En un punto ignoto de este apasionante proceso, ciertos mandamases cavilaron que si resultaba imposible lograr que todos los escolares fueran igualmente buenos habría que conformarse con que todos fueran igualmente malos. Lo importante era que todos fueran iguales. Una sociedad democrática y moderna no puede consentir que entre su ciudadanía haya unas personas mejores que otras. Todas tienen que ser solidariamente iguales. Y a eso lo llamaron Logse. Tan sesudos especialistas concluyeron que si un niño se da cuenta de que no estudiar tiene como consecuencia suspender un examen, se le puede causar un trauma irreparable. Y si ese chico, en el futuro, se convierte en concejal, ni les cuento. De ahí que se recomendara a los docentes cambiar el nocivo término "suspenso" por el más adecuado "necesita mejorar".
Ignoro si este gran avance social habrá repercutido también en la vida profesional de esos infantes al convertirse en adultos. Si así fuera, a un ingeniero al que se le cae un puente sólo debería aplicársele un indulgente "necesita mejorar". Lo mismo al conductor de un tren que estampa el convoy contra una estación o al piloto que le dé por aterrizar el avión de lado. Si acaso, por darle un sentido más severo, podría extenderse el dedo índice en un movimiento repetitivo de arriba a abajo mientras se pronuncia la sentencia... "necesita mejorar".
Hoy, son muchos los niños que antes de cumplir una década ya tienen un móvil de última generación. Son legión los infantes que, antes de abrir la boca, disponen de la videoconsola con todos sus complementos, la pesepé, la pley, la equisvós y la madre que las parió a todas. Corremos el riesgo de criar niños como pequeños gilipollas. Todos somos más o menos responsables del disparate, pero los que lo idearon, instauraron y promovieron este funesto sistema merecen el mayor de los rechazos sociales a través del correctivo más cruel. O sea, hay que decirles: "necesita mejorar".
