Cita:
Estimado Bernardo,
Gracias por los interesantes apuntes. Contestaré lo mejor que pueda, aunque no estoy lo suficientemente informado para pronunciarme sobre alguno de los puntos.
Pacíficamente recayó en Felipe II el derecho al trono. Lo hizo valer con las armas, sí. Pero la actuación armada no habría ocurrido de no haber propiciado la circunstancia la política de matrimonios entre Castilla y Portugal de aquel siglo. Yo tengo entendido que Don Felipe tenía el mejor derecho de todos los pretendientes, pero no conozco en profundidad el derecho sucesorio portugués para afirmarlo rotundamente. En cualquier caso, independientemente de que Catalina de Braganza tuviera mejor derecho, fue contra el Prior de Crato que Felipe II tomó las armas, y de no haberlo hecho esta otra usurpación habría ocurrido de todas maneras (suponiendo que la de Felipe II también fuera tal). Y además, las Cortes de Tomar lo reconocieron como Felipe I de Portugal (aunque, de nuevo, desconozco si en derecho portugués este pronunciamiento podría tener valor, en su caso, contra el mejor derecho dinástico, o sólo confirmándolo).
Es verdad que es una simpleza contentarse con echar la culpa de todo a Inglaterra. No fue mi intención hacerlo. Ni mucho menos negar la distintiva identidad e historia portuguesa, lamentando que no fuera asimilada a la uniformidad ibérica, como fueron asimilados los reinos de las coronas de Castilla y Aragón en lo que hoy conocemos como España. ¡Todo lo contario! Lamento precisamente que estos se asimilaran, tanto o más que lamento la separación con Portugal. Y lamento que se perdiera (germinalmente en los siglos XVI y XVII, con más vigor entrado el XVIII y definitivamente con el triunfo de la Revolución) la idea de que la unión política y religiosa podía florecer junto la diversidad regional jurídica e identitaria. Nada más lejos, por tanto, del nacionalismo, que querría asimilar a Portugal a una comunidad autónoma del “Reino de España”.
Por ello, no puedo compartir que la unidad peninsular sea un concepto artificial. En todo caso es una realidad (porque realidad lo fue en nuestra primera herencia constitutiva, la romano-visigoda, y lo fue en la segunda, la Reconquista, antes de la independencia portuguesa en el s. XII y luego durante los dos referidos períodos de unión) truncada por los azares de la política y frustrada, quizá para siempre, por una larga historia de existencia paralela, durante la cual cada uno afrontó por su lado los cambios históricos y filosóficos que produjeron la transición de la Cristiandad medieval al mundo moderno de estados-nación.
Lo artificial es, al contrario, la separación de la Península en dos estados-nación, cuando bien podría haberse visto separada en muchos, o sólo en uno, de haber advenido esta transición al mundo moderno en una coyuntura histórica ligeramente diferente (p.e. de haber tenido un hijo Fernando el Católico en su segundo matrimonio, de no haber muerto Don Miguel de la Paz en 1500, que habría heredado las tres coronas de la Península, precediendo genealógicamente a su tía Juana “la loca”, etc). Pero no por artificial es menos real hoy, desde luego.
Finalmente, sobre si la unión dejó las posesiones portuguesas más vulnerables de lo que habrían estado sin unión, nada sé, y nada puedo decir.