Kultura komunista

KULTURA KOMUNISTA

JUAN MANUEL DE PRADA





OBSERVABA Chesterton que el comunismo es siempre un materialismo; pero también, en extraña y delirante simbiosis, un misticismo, pues el comunista quiere (en imitación paródica de Dios, que hizo las cosas de la nada) que sus pensamientos más fantasiosos se conviertan en realidades materiales. Esta manía mística, que el utopista tontorrón se conforma con proclamar a través de eslóganes ruborizantes, el comunista fetén la impone a la realidad, aunque sea con sangre (que será, por supuesto, sangre de los demás, porque eso de verter la propia sangre es un residuo de debilidad cristiana). Así, por ejemplo, el comunista piensa místicamente que el Paraíso en la Tierra sería un mundo donde no hubiese ricos; y no para hasta conseguir un mundo lleno de pobres. Y cuando concibe místicamente una cultura popular, no le importa atormentar a Pasternak por formalista, putear a Shostakóvich por componer «pornofonías» o mandar a Solzhenitsyn al gulag, para que allí se le pudran (o congelen) las ideas sediciosas.


Pero, como nos advertía Gracián, «todo móvil instable tiene aumento y declinación»; lo que en román paladino significa que todo lo que sube baja. Y el comunismo, que en su época de esplendor atormentaba a Pasternak, puteaba a Shostakóvich o enviaba al gulag a Solzhenitsyn, en su época decadente se conforma, según ha anunciado la alcaldesa Carmena, con ceder edificios municipales vacíos a «organizaciones sociales» que «están realizando una labor educativa importante». Las primeras organizaciones sociales beneficiadas por esta idea mística de la alcaldesa Carmena serán los colectivos okupas que integran Patio Maravillas, cuyas importantes labores educativas incluyen clases de «reggaeton feminista, guerras con pistolas de agua, terapias Reiki, ceremonias de brujería con negros ñañigos y talleres para (de)construir sexualidades. Una importante labor educativa que podría avalar cualquier concejal o director de museo pepero con tan sólo quitarle una pizquita de aspaviento okupa y añadirle unos aderezos de pijismo anticlerical, al modo de las obras de teatro de aquel cuñado tan majete de Esperanza Aguirre, o de aquella exposición del Reina Sofía que incitaba a quemar iglesias. Cuando el comunismo se pone a imitar pobretonamente el programa cultural de cualquier concejal o director de museo pepero podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ha alcanzado su grado mayor de decadencia.


Pero ya Chesterton nos advertía de la similitud de capitalismo y comunismo, puesto que ambos implican una centralización impersonal y anhelan degradar los limpios anhelos del pueblo, hasta convertirlos en los anhelos sórdidos del populacho. Fracasado el paraíso estalinista, a los comunistas decadentes sólo les resta degradar (¡todavía más!) al pueblo con «una labor educativa importante»; y no vacilan en ceder edificios municipales vacíos para ello. En esto de ceder edificios vacíos también se nota que el comunismo está en fase declinante; pues en los buenos tiempos, Carmena habría entregado la Casa Encendida, el Reina Sofía y demás antros del arte moderno; y no se notaría la diferencia. Donde volvería a demostrarse la íntima similitud entre capitalismo y comunismo: del mismo modo que no hay nada más sencillo que convertir unos grandes almacenes en un gran economato estatal, no hay nada más sencillo que convertir una exposición del Reina Sofía en una actividad de Patio Maravillas. Lo difícil es convertir unos grandes almacenes en un colmado coqueto; lo difícil es convertir la morralla del Reina Sofía en verdadero arte. Pero para eso no sirven ni capitalismo ni comunismo, porque «siempre la claridad viene del cielo», que dijo el poeta.







Histórico Opinión - ABC.es - sábado 8 de agosto de 2015