Por qué se desató lo que parecía tan bien atado


Un Régimen político proyectado con perspectiva de siglos apenas ha sobrevivido a la muerte de su fundador. En menos de seis meses el Estado franquista, con sus Principios, sus Instituciones, sus Leyes y sus Organismos, ha sido enterrado en las Cortes Españolas. En menos de seis meses el Estado franquista se ha transformado en Estado liberal y, si no fallan las leyes de la lógica y de la Historia, el Estado liberal se transformará en Estado republicano y sobre el Estado republicano se levantará nuevamente el Frente Popular. Lo que parecía tan bien atado se ha desatado antes de lo previsto. ¿Por qué? Por las cuatro causas que exponemos a continuación:


Primera: traición [Nota mía. Del texto o contenido de este apartado podría interpretarse, en realidad, una ausencia de “traición”, en tanto en cuanto, una vez establecidas por Franco determinadas premisas consistentes en su “táctica” de ir colocando en puestos institucionales claves a personas de las que él sabía muy bien cómo “respiraban”, era lógico que se siguieran los efectos producidos por esas mismas personas a las que Franco favorecía deliberadamente].

Bastantes años antes de la muerte de Franco, su Régimen albergaba en puntos claves de diversos Ministerios, especialmente Gobernación y Educación, unos corpúsculos venenosos, que hacían labor de termitas, multiplicándose sin cesar y entorpeciendo siempre e invalidando a veces las propias defensas y articulaciones del Estado. Gobernación estuvo presidida durante un período muy largo por un conspicuo y camuflado masón, y cuando éste se desvaneció en la penumbra, los adláteres eficaces de los titulares que le siguieron servían igualmente y con la misma habilidad las consignas de las logias. Educación ha sido desde mediados del pasado siglo la presa predilecta de la masonería, presa que nunca ha soltado del todo, ni siquiera en los primeros años del Alzamiento Nacional, y desde ese Ministerio a través de la Ley de 1970, obra de la Unesco, ha promovido la anarquía universitaria y la degeneración y marxistización de la juventud estudiantil española. La masonería colocó sus redes desde el principio en ambos campos y los frutos de su paciente captura han sido copiosos.

La táctica de Franco «hay que dar carnaza a las fieras para adormecerlas» produjo efectos contrarios a los previstos: las fieras, a base de carnaza, es decir, a base de ceder constantemente a sus exigencias y pretensiones, a base de transigir y disimular sus infiltraciones en estructuras estatales, a base de mostrar debilidad arrugándose ante sus zarpazos, no sólo no se adormecieron, como se esperaba, sino que se excitaron y se envalentonaron tanto, que, burlando la vigilancia de su domador, se escaparon de sus jaulas, asaltaron el Poder y se instalaron en las poltronas directivas de la nación. Y así se produjo el caso insólito de un viejo domador dominado por sus fieras desenjauladas.

Cuando desapareció aquel domador, la traición latente en su vida se hizo patente a su muerte, y los mismos que habían jurado lealtad a sus Leyes Fundamentales fueron los primeros perjuros que las infringieron, deshaciendo en pocos meses la obra de cuarenta años. La casta de los Arias, los Fraga, los Areilza, los Garrigues son el testimonio fehaciente de la contradicción.


Segunda: corrupción político-administrativa


Ningún sistema político resiste a la corrupción: por ella sucumbieron imperios, monarquías e instituciones. La Historia no conoce más excepción que la Iglesia católica; la cual, aun habiendo estado en siglos pasados y aun estando posiblemente en la actualidad corrompida en amplias zonas representativas, subsiste milagrosamente por la palabra de su Fundador, demostrando precisamente, con ello su origen divino. Las demás instituciones puramente humanas, aun dotadas de leyes justas, se derrumban si los hombres que las sirven se corrompen.

Y esto es lo que ha sucedido con el Régimen franquista: su corrupción es otra de las concausas que han producido su desmoronamiento. Las contexturas y ensamblajes del Régimen han estado penetrados y dominados durante muchos años por vividores y desaprensivos, que fueron poco a poco transformando las estructuras en cuadros de parásitos, sembrando dentro del cuerpo político-administrativo los gérmenes de su descomposición. Son admisibles, sin merma del prestigio institucional, casos aislados de corrupción, siempre que la sanción pública recaiga sobre el público escándalo. El crédito institucional queda, por el contrario, gravemente lesionado cuando los titulares de altos cargos, públicamente conocidos como ventajistas y depredadores bajo apariencias legalistas de sueldos, autoconsignaciones y autoasignaciones, tarifas, comisiones, dietas o gastos de representación, no sólo quedan impunes, sino que al terminar sus mandatos ven compensados sus latrocinios, llamados «servicios», con sabrosas prebendas y pingües beneficios. La corrupción carcomió al Sistema y éste se derrumbó por su propio peso.


Tercera: El intervencionismo estatal


La intromisión administrativa con carácter permanente y exhaustivo en las actividades económicas, sociales y culturales de los ciudadanos, regulando hasta en sus mínimos detalles el desarrollo de sus trabajos, planes e iniciativas, impidió el nacimiento de fuerzas y cuerpos intermedios entre la persona y el Estado. La soberanía política aplastó a la soberanía social a razón de 3.000 disposiciones imperativas por año, y el individuo quedó inerme, solo y aislado frente al poder descomunal del poder público. Nació así una sociedad artificial, interferida por el Estado, presionada desde todos los flancos por la Administración y sus puntillosos omnipresentes y omnipotentes agentes. Esa comunidad atrofiada, encorsetada entre rígidas varillas de tipo autoritario, estaba presta a la reacción violenta tan pronto se aflojaran las bridas que la sujetaban. Si a lo largo de las décadas pasadas el Estado se hubiera limitado a la misión subsidiaria que le compete, reduciendo su acción intervencionista a casos extremos, la sociedad se hubiera desarrollado libremente con la pujanza que emana de sí misma cuando no encuentra entorpecido su desarrollo por presiones extrañas, creando unas cadenas de cuerpos y fuerzas sociales intermedias con sus fines y metas propias, con sus peculiares fórmulas de régimen interior, con la exuberancia inherente a la vida social, cuando ésta no se encuentra torpedeada en su natural evolución por la intromisión de los órganos estatales. Una sociedad así conformada y estructurada, respetuosa con la soberanía política, pero dueña de su propia soberanía social, no hubiera quedado afectada por la desaparición del gobernante que ostentó el poder público durante cuarenta años, porque aquella sociedad tendría tal vigor, tal potencia, tal reciedumbre, que por sí sola sería capaz de autodefenderse contra cualquier invasión extraña de tipo socialista o de talante liberal. Si el cuerpo social hoy languidece, si su contextura, que parecía tan bien trabada, hoy se desmorona, analicemos la sangre que fluye por sus órganos y tejidos, y observaremos que no es sangre propia, sino sangre inyectada autoritariamente a base de papeleo administrativo en dosis masivas.


Cuarta: Política existencialista


Nació el nuevo Estado de la esencia pura del espíritu, porque con la sangre de la guerra lo engendraron sus progenitores, Fe y Patria, pero después de nacer desertó, porque no desarrolló una política de ideales con fuerza expansiva y arrolladora para traspasar las fronteras y combatir otras ideologías y dominarlas y vencerlas con la potencia de la verdad inmutable, sino una política pancista, de reclusión timorata en el interior, cifrada en el aumento de la «renta per capita», en el desarrollo económico, en el nivel de vida, en el «dólar» como meta y consigna de las aspiraciones nacionales. Esa política existencialista, que sacrifica los valores de las esencias al «buen pasar» de la existencia, el ser al sobrevivir, las ideas a las conveniencias, nos ha conseguido simultáneamente uno de los primeros puestos entre los países industriales y una de las primeras cotas de la corrupción y podredumbre a escala mundial. Esa política existencialista del desarrollo material y del subdesarrollo moral, esa política inconsecuente medrosa y oportunista, es la que engendró unas Leyes Fundamentales, que por encerrar en su seno dos fuerzas antagónicas, como son la Tradición y el Liberalismo, habían de dar por fruto el triunfo de una o de otra. Hoy vemos que ha triunfado la fuerza del Liberalismo.

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Tales son las cuatro causas que, al operar simultáneamente sobre el cuerpo nacional de España, han desatado fácilmente aquello que parecía tan bien atado. Y digo que «parecía» porque en realidad no pueden atarse ni conjugarse armónicamente la Tradición con el Liberalismo, la Centralización con los Fueros, el Estatismo con la libertad; en una palabra, los valores permanentes de las esencias, de los ideales, con los pseudovalores de las existencias despojadas de sentido trascendente.


Julián GIL DE SAGREDO


Fuente: FUERZA NUEVA Número 508. 2 de Octubre de 1976. Páginas 32 y 33