Legitimidad de origen y de ejercicio
El insaciable patrioterismo, que nunca se ve harto de pedir, y siempre juzga escaso cuanto se le otorga, exige siempre amplia libertad para el mal y el reconocimiento explícito de que la soberanía no es una merced que Dios concede a los Reyes, sino un derecho que el pueblo les presta. La soberanía por la Gracia de Dios, da paso a la soberanía "por la Constitución". El patrioterismo, se vio satisfecho por momentos, la autoridad soberana ya no venía de arriba, sino de abajo. Sus reyes se consideraban igualmente de los católicos, que de los enemigos de Dios y de los hombres: católicos para los católicos, liberales para los liberales: legítimos por Dios para aquéllos, legítimos por el pueblo para éstos.
Si alguien trata de reivindicar para el cetro la soberanía completa, ese alguien será considerado enemigo del Trono, y mas aun, como enemigo de la libertad ¿soberanía no compartida con los sarcasticamente llamados "representantes del pueblo"? Jamás.
Caerá el Trono, porque será justo que caiga, y todo hombre imparcial podrá decir: "Si era ilegítimo en su origen, ese Trono no se legitimó jamás por sus actos". Porque la legitimidad de origen, resulta del derecho puramente humano, y la de ejercicio resulta del derecho natural y divino.
Para ser legítimo el poder, debe apoyarse y descansar sobre otra cosa mas que sobre la ley humana, por respetable que ésta sea, y por fundamental que se la quiera suponer. Toda ley puramente humana está sujeta a cambios, y el derecho que confiere cesa de ser sagrado el día en que la misma ley cesa de ser verdaderamente útil, y de responder a las necesidades de la sociedad. El poder mas legítimo en su origen, el mas conforme con la ley fundamental que regula la transmisión de la autoridad, debe tener un carácter de legitimidad mas elevado, mas independiente de toda ley humana y de las vicisitudes de los tiempos. Ese carácter de legitimidad que aquel poder no recibe de nadie, pero que debe darse a sí mismo, resulta de la conformidad de sus actos con las prescripciones de la ley natural y divina. Este segundo carácter de legitimidad es muy superior al primero. Porque si interesa a la sociedad que el poder sea transmitido con regularidad, interésale todavía mas que con regularidad sea ejercido.
El derecho moderno ha constituido una legitimidad que no es tal, en cuanto se funda solo en la ley humana, que no es sino una simple legalidad. Por tanto hay que separar convenientemente legitimidad y legalidad: un soberano que posee legalmente la Corona de un reino, puede llegar a poseerla ilegitimamente. La Historia, siempre nos ha dado, da y dará lecciones sobre ello, aprendamos pues la lección.
¡Desgraciado poder aquél que no tiene mas título que su origen, desgraciados los pueblos que la Providencia, en su inescrutable justicia, ha entregado a tal poder hasta el día en que la misma Providencia se encargue de hacerlo pedazos!
EL BANDIDO REALISTA
Legitimidad de origen y de ejercicio, según Vázquez de Mella
Revista ¿QUÉ PASA? núm.203, 18-Nov-1967
DON JUAN VAZQUEZ DE MELLA TRAIDO A 1967
La legitimidad de origen y de ejercicio
¿Cuándo es legítima la autoridad? Cuando en su existencia, en su origen y en su ejercicio se conforma con la jerarquía de los fines y de los derechos religiosos y sociales.
Con la de los fines, reconociendo la dependencia de los superiores enlazados en esta forma invariable: la sociedad es un medio para el hombre, y por eso está subordinada a su fin último; la autoridad-poder es un medio para la sociedad, que no puede existir sin ella, y por eso le está subordinada. La forma de gobierno es un medio para la soberanía, y por eso está subordinada a sus atributos y debe expresarlos. El sujeto de la autoridad es un medio para el poder y le está subordinado. Tal es la jerarquía interna de la autoridad.
No se puede alterar una sola categoría sin herir las demás. La inversión de los fines, que es el desorden, predice la revolución o la tiranía, y si es permanente, la muerte. Si el sujeto de la autoridad subordina a la forma, como ésta tiene por sustancia al poder mismo, lo subordina también, lo que es subordinar la sociedad al someter a su voluntad uno de sus elementos constitutivos; según sea la subordinación total o parcial, así será la tiranía.
Si el poder subordina a la sociedad, es un elemento constitutivo que absorbe a los demás. Un atributo parcial, que quiere comprender en una todas las demás soberanías y el centralismo absolutista las aniquilará.
Si la forma subordina al poder, se repartirá sus facultades y le dividirá conforme a una simetría exterior, haciendo depender lo interno de lo externo y buscar sus límites en la contraposición de los fragmentos divididos del poder, como sucede en el parlamentarismo, y no con los límites exteriores y orgánicos de la soberanía social.
Finalmente, si la sociedad subordina al hombre no en su fin temporal, sino en su fin último, le convierte en parte o accidente, y absorbe su personalidad en la suya, que es el Panteísmo de la Estadolatría.
Como se ve, las enfermedades y los descarríos del poder público nacen de la alteración de sus fines y del de sus relaciones con los otros poderes sociales, que deben ser normas de su legitimidad.
Esta puede ser de origen y de ejercicio.
La primera se refiere a la adquisición del poder soberano, ya sea por una ley de sucesión o de sufragio, o por un hecho que, sin lesionar derechos, confiera el poder.
La segunda consiste en la conformidad de su actuación, con lo que llamaré la trilogía de los derechos: el divino-positivo, que expresa la constitución de la Iglesia; el natural, que expresa las bases de la constitución social, y el histórico, que expresa las tradiciones fundamentales de un pueblo.
De la conformidad o disconformidad con las relaciones de dependencia de esas tres constituciones nace la legitimidad o ilegitimidad de la soberanía.
Según esté la sociedad, unificada o dividida en creencias diversas, y según la naturaleza y la importancia de estas divisiones, así se podrá apreciar en qué medida cumple sus deberes, conformándose o apartándose de la relación religiosa, que es principio capital cuya superioridad puede demostrarse sintéticamente así:
El poder que se refiere a lo interno y a lo externo será siempre superior al que se refiere a lo externo y temporal.
Para negar esa superioridad y la dependencia indirecta que implica hay que negar ese poder con su objeto y su fin, y para eso es preciso una de estas dos cosas: o negar el orden sobrenatural, lo que equivale a negar al autor del natural, porque deja de serlo si no puede perfeccionarlo y elevarlo, o identificar, total o parcialmente, el poder religioso con el poder civil; dos caminos que llevan al ateísmo y cesarismo, enlazados entre sí, lo cual es ir a la negación de la libertad con el determinismo que supone el primero y la tiranía del segundo. Y sin la libertad interior ni la exterior de infringir el orden, no existe el deber, y. sin él, no existe el derecho, ni el hombre, que deja de ser racional para ser cosa.
Esas relaciones y las necesidades públicas interiores y exteriores, que, siendo verdaderas y no ficticias, las condensan, son la medida de la legitimidad de ejercicio, que es superior a la de origen, pues sin aquella se puede perder ésta, y con la de ejercicio se puede llegar a adquirir la de origen.
Para afirmar lo contrario habría que sostener que las relaciones inmutables con Dios, esencia de la Religión, y los derechos innatos de la personalidad humana y las bases y las personas sociales y las tradiciones de un pueblo, eran inferiores a las relaciones establecidas por una ley humana, perpetuamente variable, de sucesión o de sufragio.
JUAN VAZQUEZ DE MELLA
Última edición por ALACRAN; Hace 2 semanas a las 18:12
“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.
A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)
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