Revista¿QUÉ PASA? núm 183, 1-Jul-1967
LA ORDENADA CONCURRENCIA DE CRITERIOS DIFERENTES
Los carlistas “separados" dialogan…
Sr. D. Joaquín Pérez Madrigal.
Director de ¿QUE PASA?
Muy señor mío:
En dos cartas anteriores que merecieron de la benevolencia de usted ser publicadas en ¿QUE PASA?, creo haber rectificado algunas de las afirmaciones del señor G. Bayod, que con galantería que agradezco, me cita repetidas veces en sus últimas crónicas.
Estas rectificaciones fueron y son en la actualidad necesarias y han servido para dejar terminantemente situadas algunas realidades del momento en la vida de la Comunión Tradicionalista.
No se puede decir (como lo hace el señor G. Bayod, contradiciendo sus propias palabras de contestación a los señores Casañas, Cusell y «Mendibelza») que no existe un cisma claro en el Carlismo de nuestros días (1967), porque existe tal cisma, existe la herejía y existe el desviacionismo.
El señor G. Bayod debe comprender que la casi total discrepancia doctrinal que, actualmente, separa a los ortodoxos carlistas —que siguen a la Regencia de Estella— de aquellos otros que ponen su lealtad al servicio de nostálgicos e infecundos personalismos dinásticos (francamente heterodoxos desde el punto de vista del Tradicionalismo) es una discrepancia fundamental que no puede ni se debe ocultar ni esconder, aunque declaremos el agudísimo dolor que sentimos al tener que denunciar y reprobar las conductas religioso-políticas de tantos buenos amigos de antaño.
Me parecen muy divertidos los ejemplos que utiliza el señor Bayod para intentar convencernos de que existen dos ortodoxias diferentes en el Tradicionalismo (¿?): la Doctrinal y la Dinástica. Lo malo o bueno es que tal distinción no cabe para el caso. Ni son dos ortodoxias ni son diecisiete, sino una sola ortodoxia: LA ORTODOXIA.
Si se envereda por los ejemplos divertidos se puede llegar a no se sabe qué fines; de donde creo convenga se le dé al señor G. Bayod una llamada de atención que le coloque en camino cierto y seguro —con todos los respetos—: ni la organización de la Santa Madre Iglesia se puede comparar a la Organización de la Comunión Carlista, ni al Rey de España se le puede comparar con el Sumo Pontífice; ni la Iglesia Católica y Apostólica Romana ha dicho —ni podrá decirlo— que los cismáticos sean los ortodoxos, ni que los católicos seríamos «una chispirritina menos ortodoxos» si no acatásemos la incuestionable autoridad de S. S. el Papa.
Pero ¿cómo silenciar esta otra de las sorprendentes teorías del señor G. Bayod? (Se pretende ejemplarizar lo precario del futuro político de la Regencia de Estella en base a una curiosísima mezcolanza de secesiones: Mellismo, Integrismo, Cabrerismos, Cradismo, Futurismo, etc., etc.)
No creo que el señor G. Bayod se moleste si se le pregunta si puede aportar un solo testimonio de que Cabrera, Nocedal o Mella jamás, jamás, se propusieron ser regentes de España. Y todo el mundo, o casi todo, sabe que las razones que originaron las escisiones de Cabrera, Nocedal o Mella —de consecuencias importantísimas todas tres, no obstante la opinión encontrada del admirado publicista señor G. Bayod— fueron de raíz esencialmente diferentes a las que crearon la necesidad de la Proclamación de la Regencia de Estella.
También está dentro de la esfera de lo divertido aquello de que no se sepa de «dónde ME HABRE EXTRAIDO SEMEJANTE HEREJIA» (se refiere a que le he atribuido, en mi carta de 6 de abril publicada parcialmente en ¿QUE PASA?, una preferencia dinástica a favor de determinados Príncipes). Sorprendido me pregunto: ¿es que acaso cree el señor G. Bayod que no se le notan sus preferencias principescas? ¿O será, acaso, que crea sinceramente que tales preferencias son en realidad «heréticas»? De una cosa estoy absolutamente seguro: que semanalmente, con constancia ejemplarísima, desde hace años, todos los lectores de ¿QUE PASA? Sabemos que tiene esas preferencias dinásticas porque las ha afirmado, casi siempre con énfasis, CIENTOS DE VECES, y yo no he hecho otra cosa que creerle por su palabra honrada. De modo que, así las cosas, dejando a un lado su propia calificación —en cuanto a su preferencia— de «herejía», debo rogarle que no me atribuya caprichosamente eso que llama «excitaciones pasionales», ni el propósito de falsear o tergiversar su postura. Sencillamente me he limitado a creer repito, lo que él durante años ha venido diciendo, semana tras semana, en la revista ¿QUE PASA? Para probar con toda evidencia lo que llevo dicho bastará me remita a la memoria de los lectores y, naturalmente, a la de usted, señor Pérez Madrigal. Y pelillos a la mar.
La introducción de estos ejemplos, comparaciones y digresiones en las materias que venimos discutiendo, es sencillamente ganas de embrollar la cuestión, lo que no sé, en definitiva, si viene mal o bien para glorificar las posturas. Pero a mí, por lo menos me parece que todo es mucho más simple y directo. Y me atrevo a esperar que usted, don Joaquín, y los lectores de ¿QUE PASA? sean de mi misma opinión.
Los criterios que creo haber rectificado —por considerarlos equivocados— se pueden condensar en los siguientes puntos:
Primero. —Somos muchos —incontables al decir del testigo presencial y cronista de ¿QUE PASA?— los que seguimos la bandera que alza y sostiene la Regencia de Estella. Y esa «incontable» expresión del pueblo carlista está perfectamente informada, tiene una gran disciplina y sus bases políticas se fundamentan en un gran realismo y objetividad, amparadas en una inconmovible fe en la bendita Intercesión de la Santísima Virgen.
Segundo.—Es absolutamente erróneo que al aplec de Montserrat asistan carlistas ignorantes de la autoridad en nombre de la cual se hace la convocatoria. A Montserrat, con ocasión del aplec, no sube nadie que no sepa que es, exactamente, la Regencia de Estella quien congrega en la Montaña Sagrada a los carlistas —y a muchos simpatizantes— para orar por España y los Mártires, para hacer sus afirmaciones políticas y para dar las necesarias consignas a la Comunión.
Tercero.—La vida de la Regencia, pese a lo que dice creer el señor G. Bayod, está más que garantizada por el concurso de muchos y buenísimos patriotas y categorizadísimos carlistas de todas las regiones españolas. El número de estos patriotas y carlistas crece constantemente. ¿Cuántas Juntas de Defensa han nacido en el seno de la Comunión durante estos tres últimos años? ¿Cuántas Juntas de Defensa nacen todos los días?
Cuarta.—Aferrarse tercamente a personalismos estériles es, si se quiere hacer un análisis objetivo, prueba de que se pretende meter a la pujante Comunión Tradicionalista en una vía muerta y arrinconarla para que, inexpresiva, cansada y cohibida, no se atreva a opinar ni tenga medios para intervenir en el concierto nacional. Por esos somos «incontables» los carlistas que creemos que es grotesca la clasificación de «monárquicos sin rey» en la que, con muy buena intención, desde luego, nos quiere encasillar mi admirado señor G. Bayod.
No somos «monárquicos sin rey», no; pero como somos, eso sí, LEGITIMISTAS, nos negamos rotundamente a ser CARLISTAS CON PRETENDIENTE. Nosotros no apoyaremos nunca a ningún posible candidato a Pretendiente. El Carlismo desea y necesita Rey para España y Caudillo para la Causa, y este deseo y esta necesidad son, asimismo, nuestros; pero mientras no llegue la feliz ocasión acatamiento y proclamación —con arreglo a derecho y costumbres— del PRINCIPE CARLISTA, debemos resignarnos y esperar con fe y apoyar con fuerza y todo entusiasmo una institución genuinamente monárquica que garantice la dirección sustantivamente carlista de la Comunión y guarde y salve los Principios en toda su pureza, sin blandengues interpretaciones, sinuosas correcciones, sutiles mutilaciones o maquiavélicas desviaciones; esta Institución no puede ser otra que la Regencia (nacida —como aconsejó el gran Carlos VII— de la entraña misma del lealísimo y no corrompido pueblo carlista).
Si estuviese viva la que fue Princesa de Beira —¡qué ejemplo de lealtad a la Causal— no habría nadie que se atreviese a discutir esta única solución posible (adecuada en el presente para resolver todos los graves problemas que tiene planteados el futuro del país y, desde luego, la Comunión). Es prudente insistir: la solución que requiere hoy, y que va a requerir también «mañana», el Tradicionalismo, es la misma que tuvo que dar la excepcional Princesa de Beira a los problemas que planteó la desviación del Conde de Montizón —padre de don Carlos VII—; y nadie puede negar que, en aquella coyuntura, los problemas se resolvieron a satisfacción gracias precisamente a los cauces legales y legitimistas que comprende la institución de la Regencia. De mí puedo decir que prefiero hacer caso a la enérgica y serena Princesa —y dar calor a la solución de la Regencia— y no hacerlo del mal consejo del señor G. Bayod, que estima es preferible, en razón a unas hipotéticas y desconocidas ventajas, abandonar en la trocha—con desprecio de los Mártires— jirones, sin compostura posible, del Santo Ideario.
Con sana intención que no puedo poner en tela de juicio parece se quieren compaginar —seguramente para dar un mayor empuje y cuerpo a las fuerzas vivas del Tradicionalismo— dos palabras esencial y sustancialmente antitéticas: Revolución y Tradición. Ni puedo ni quiero entrar a discutir el fondo ni la forma del delicado asunto, ya que será suficiente recordar que mientras la Revolución no deje de ser Revolución y la Tradición continúe a ser lo que es, nadie puede lograr la «simbiosis» del Carlismo con movimientos sedicentemente revolucionarios —sean éstos del matiz o apellido que fueren—, y aunque otra cosa diga y quiera el admirable señor G. Bayod. ¿Será posible que le recuerde, sin el menor propósito de molestarle, claro, ya que hablamos de materias «delicadas», que él no tiene la menor autoridad para excluir a nadie de la Comunión?...
Y creo sea de mi obligación, ahora, soslayar lo que de reticente contra mi persona o contra mis ideas puedan tener los escritos que necesitan ser puntualizados en esta especie de polémica; y espero se sepa comprender que, como decía en mi anterior, estas puntualizaciones están hechas y dictadas con mi exclusiva responsabilidad y representación. Así como también creo estar obligado a pedir a todos perdón por la excesiva extensión de mi escrito y su lamentable falta de estilo literario.
Pero, eso sí, sepa usted, señor Pérez Madrigal, que soy incondicionalmente suyo, en Cristo Rey.
—JOAQUIN GARCIA DE LA CONCHA
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