Don Isidoro se desplazó hasta el
lugar del siniestro a fin de comprobar si el joven galán aún vivía para
asistirlo espiritualmente o, por el contrario, según la versión de Massieu,
yacía inerte. El cronista aclara que “el
clérigo, no obstante, fue a la casilla y habiendo comprobado in situ la
realidad de la situación, llevó seguidamente a don Juan Massieu para ponerlo en
el refugio de un convento”.








Comprobamos cómo las versiones
son coincidentes en algunos puntos. Sin embargo, se constata que no concuerda
el nombre del clérigo que ayudó a don Juan y a su esposa. Para Pérez García,
Pablo Mateo Barroso de Sá fue quien auxilió a Petronila, pero no a su marido. A
éste lo acogió Isidoro Arteaga de la Guerra.
Para Lorenzo Rodríguez, en ambos casos, el clérigo es el
mismo: Pablo Barroso. Se trata de otra de las muchas singularidades que se van
encontrando en este confuso episodio.








Yanes Carrillo, sin embargo,
cuando comprobó que era imposible vencer la resistencia de su vecino el
presbítero y que era imposible que le entregara a su infiel esposa, corrió a la parroquia matriz de El Salvador “e hizo levantar de su lecho a su buen amigo
el señor Arcipreste, a quien enteró perfectamente de cuento le sucedía,
pidiéndole a la vez su parecer sobre el consejo que por la ventana le había
dado el otro sacerdote
”. En vista de que este venerable religioso fuese de
la misma opinión que su colega, y que ya amanecía, “a espuela de caballo salió con la mayor rapidez en dirección de aquel
convento que se le indicaba y brindaba como único posible refugio en que poder
acogerse…”








Efectivamente, en aquella época,
existía el llamado “derecho de asilo”, privilegio del que gozaban los conventos
y recintos sacros en “cuanto a poder
admitir y acoger refugiados y amparados a su custodia, fuera por la causa que
fuera, dentro de cuyo recinto, si lograba alcanzarlo, no tenía jurisdicción
autoridad ni tribunal de ninguna clase…”








Lo que sí se desprende de los
tres relatos es que se trató de un hecho luctuoso que alteró profundamente la
monotonía imperante en la sociedad clasista de aquellos primeros años del siglo
XVIII. Esto vino motivado, como vimos, por “tratarse
de un personaje perteneciente a una de las familias más prepotentes de la Isla tanto en lo económico
como en lo social, acaparadora de importantes cargos en la administración civil
y militar
”.








Veamos otra diferencia abismal
entre ambas reseñas. Según Lorenzo Rodríguez, la justicia, a pesar de haber
hecho todas las pesquisas necesarias, no pudo probar la autoría del asesinato
de Carlos Cart. A esto se añadía el hecho de que en el cenobio, Massieu estaba
a salvo, protegido: este asilo religioso tenía inmunidad y la justicia “no podía penetrar en él”. Sea lo que fuera, Juan Massieu de Vandale
permanecería entre los muros conventuales hasta su muerte, producida 22 años
más tarde de su ingreso, el 27 de mayo de 1739, sin que jamás hubiese salido de
esta clausura que se le impusiera.








Pérez García nos ofrece otra
versión de los hechos. Según Jaime, esta serie de privilegios familiares, no
fue óbice para que el “coronel don
Antonio de Benavides, brigadier de los Reales Guardias de Corps de Su Majestad,
Gobernador de las Armas de La
Palma por especial comisión del comandante general del
Archipiélago don Ventura de Landaeta, que protegía los derechos de Beatriz
Fernández, madre del asesinado, iniciara las actuaciones al respecto por la vía
militar”.
Conociendo el temperamento déspota de Ventura, no es de extrañar
el desenlace de esta versión de los hechos. La acumulación de problemas e
incidentes que tuvo este tirano debido a su mal talante durante el desempeño de
sus funciones, hizo que la Corte Real
lo hiciera llamar. Jamás regresaría a Canarias. Uno de estos tristes episodios
–recogidos por Pérez- nos da una idea de lo impío de su proceder. Al intentar
entrar en el convento franciscano donde se refugiaba Juan Massieu, encontró una
férrea resistencia del Padre Guardián. Sin embargo, obviando la tradicional inmunidad
que el cenobio tenía, lanzó contra el monasterio a sus tropas armadas en varias
ocasiones, violando la clausura. A pesar de que no quedó recoveco que no se
registrase, no pudieron localizar al refugiado. Afortunadamente, presagiando
este incidente, tuvieron tiempo de hacer una gran zanja en la huerta principal
donde ponían a los perseguidos durante el día, cubriéndolos con unos grandes
tablones y “sobre éstos extendían una
pantanera
”. Se refiere a la extensa y tupida enredadera donde nacen las
ricas pantanas, especie de calabacines canarios de donde se extrae la pulpa
para hacer la mermelada de “cabello de ángel”.








Yanes dulcificó la escena de la
violación del espacio sacro por parte del Gobernador. En vista de que éste
insistía en entrar en el convento para registrar sus dependencias, seguro de
encontrar en ellas al asesino, el Prior “aguzando
su ingenio lo más que pudo, le manifestó que le permitiera entrar a él solo
para estudiar y ver con sus compañeros de congregación la manera de resolver
este grave problema que se le presentaba a la Comunidad”.
Pudo así
convencer al jefe militar que le esperase en la portada del cenobio durante
unos instantes. Rápidamente congregó a todos los frailes y los dispuso en dos
filas, una frente a la otra y a continuación del pórtico, “completamente cubiertas sus cabezas y caras con sus correspondientes
capuchas, y sus manos metidas dentro de la ancha manga del brazo contrario”.
Al
abrir las puertas, el Gobernador entró triunfalmente en el convento entre las
hileras de monjes con las cabezas inclinadas. Era imposible ver sus rostros
bajo aquellos ropajes. Después de haber rebuscado por todas las dependencias
monásticas, y no encontrar al criminal, ordenó furioso a sus hombres que
abandonaran el convento. Días más tarde, tras registrar toda la ciudad, recibió
la alcahuetería de que los frailes le
habían engañado”.
La versión dada por el delator era que Massieu junto con
su esclavo negro se habían disfrazado de monjes y se hallaban escondidos entre
las filas de frailes que le dieron la bienvenida. Sintiéndose traicionado y
engañado, fuera de sí, ordenó formar a su tropa y lanzarla contra el convento,
etc. Aquí la versión es coincidente con las anteriores, incluido el episodio de
la calabacera que cubría las tablas de la zanja donde se ocultaron los
refugiados.








Yanes narra como el Prior,
cansado de que el arrogante e impulsivo Gobernador violase de forma reiterada
su convento, hizo embarcar a su secretario con un detallado escrito para que el
Obispo estuviese al tanto de todo lo ocurrido. La respuesta del prelado no se
hizo esperar. La denuncia fue hecha ante el Capitán General y éste destituyó
inmediatamente al causante de tanto atropello contra la inocente comunidad
franciscana. El abatido militar fue trasladado a Tenerife en una de cuyas
fortalezas fue encarcelado.








Otro asunto curioso es que doña
Beatriz, madre de Carlos Cart, no hiciera referencia a su hijo muerto en el testamento
que otorgó ante el escribano público Andrés de Huerta el 24 de agosto de 1739.
En la herencia de Juan Massieu, éste versiona los hechos, dejando constancia de
que su mujer se había llevado del domicilio conyugal “todas las galas, preseas y joyas de oro, perlas, esmeraldas que había
yo costeado para su uso y lucimiento, así al tiempo que me casé como después,
hasta que se embarcó con otras cosas más”.
Pérez García transcribe este
texto fechado el 27 de mayo de 1739 (Archivo General de La Palma, Escribanía de Pedro
Escobar y Vázquez).








El Provincial de la Orden había concedido
autorización para que el ilustre inquilino fabricase a su costa un recinto
dentro del convento para que habitase con la mayor comodidad e independencia.
Lorenzo Rodríguez nos informa de que “así
lo hizo, que es el mismo que se llama hoy Casa de la Misericordia, por
haberlo fabricado sobre el salón que esta Confraternidad tenía allí
”.
Continuaba diciendo que “en el testamento
otorgado por el dicho don Juan, en 8 de diciembre de 1733, ante Pedro de
Escobar y Vázquez, el cual fue abierto y protocolado en 27 de mayo de 1739 ante
el mismo Escribano, deja al Convento de San Francisco para enfermería de sus
religiosos, la sala alta que fabricó sobre el salón de la Misericordia, y encargó
a sus hijos fabricasen el Camerín de la Virgen de la Concepción, que él no
había hecho por no haber obtenido aún la competente licencia”.
Pérez García escribió también sobre el que
llegara a ser benefactor de esta comunidad religiosa que tanto le había
protegido. Así, Juan Massieu, ya dedicado a obras de caridad para purgar su
pecado, había instituido “la fiesta en
honor de San Juan Bautista y San Antonio, en la ermita de San Pedro de Argual,
cuyas efigies había donado merced a su particular devoción
”.








Tras el lamentable suceso que
generó todos estos acontecimientos e historias, el 14 de julio de 1717, Juan
Massieu envió una carta a su hermano Pedro, ausente en Sevilla. En ella se
deshacía en elogios hacia los franciscanos por la ayuda prestada. Recordemos
que habían transcurrido tan sólo doce días de la tragedia que cambiaría tantas
vidas. Pérez García recoge algunos párrafos: “El Provincial de este convento llamado fray Juan García estaba
visitando al tiempo que me refugié y se ha lastimado mucho de mi fatalidad y de
lo mucho que he sufrido y padecido, y va empezado en poner a los superiores y
padrastro la ceniza en la frente y desengañarlos de la gran parte que han
tenido con sus consejos en los procedimientos”.








La crónica de Lorenzo informaba
de que Petronila, tras permanecer poco tiempo en el convento de las clarisas,
se embarcó para Gran Canaria y jamás regresó a La Palma. Pérez García escribe
que, una vez llega al monasterio de monjas claras donde fue depositada por
Pablo Mateo, “más tarde se ausentó de la
ciudad y pasó a residir a Tenerife”.
Esto es más lógico, teniendo en cuenta
que su familia vivía en La Orotava. Incluso
existe una clara diferencia entre la “huída con nocturnidad” descrita por
Lorenzo y el “viaje apacible” que sugiere Pérez. Éste sí hace mención a la desaparición
de Petronila cuando se refiere a los hijos tenidos en el matrimonio, de los
cuales tan sólo dos alcanzarían la edad adulta: Nicolás Antonio y Felipe
Manuel, nacidos en 1710 y 1712, respectivamente. Así, nos informa de que “ambos estaban en su niñez cuando se produjo
la tragedia familiar y por ello, debido a la ausencia de su madre, quedaron
bajo la patria potestad del padre aunque sin convivir con él puesto que éste,
refugiado y sin salir del convento en los primeros instantes del proceso
abierto por la Justicia,
tuvieron que ser acogidos por sus allegados, siempre bajo el control y tutela
de su progenitor
”.








A este respecto, recordemos que
Lorenzo Rodríguez informaba de que jamás había salido del convento en los últimos
22 años de su vida. Sin embargo, Pérez García recogía una tradición oral que se
había transmitido. Se decía que por las noches hacía las únicas escapadas fuera
del recinto conventual, a caballo. Generalmente era el mismo itinerario: hacia
su finca de Velhoco de Arriba, “cuando
aún le era posible hacerlo, pues a medida que pasaron los años se resintió su
salud
”. En las frecuentes cartas que enviaba a su hermano Pedro a Sevilla
le iba enumerando las diversas dolencias, como los ”dolores de la gota”. Su muerte se produjo a las tres de la tarde
del 24 de mayo de 1739. Fue enterrado, cumpliendo sus disposiciones, en la
capilla de San Nicolás de Bari, en la iglesia del convento franciscano, al que
tanto favoreció en señal de agradecimiento, la cual se había erigido en
fastuoso panteón familiar.








Lorenzo Rodríguez terminaba su
crónica diciendo: “esta relación no sólo
está basada en la tradición sino también en documentos que tenemos a la vista,
y si algún día llegan a confeccionarse estos apuntes para que vean la luz
pública, deben suprimirse los nombres propios”.








BIBLIOGRAFÍA







Archivo de la parroquia matriz de
El Salvador, Libro 5º de Defunciones
(15 de enero de 1709-7 de octubre de 1723), folio 184 (recto)




LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista.
Noticias para la Historia de La Palma, La Laguna-Santa Cruz
de La Palma,
1975




NOBILIARIO DE CANARIAS (4
tomos). J. Régulo, editor. La
Laguna, 1952-1967.




PÉREZ GARCÍA, Jaime. Casas y Familias de una Ciudad Histórica: La
Calle Real de Santa Cruz de La Palma
, Madrid, 1995




- Idem.
Fastos Biográficos de La Palma
,
Santa Cruz de La Palma,
2009




- Idem. La Casa del mayorazgo tercero de los Massieu
Monteverde, sede de CajaCanarias en La
Palma
, CajaCanarias, Santa Cruz de La Palma, 2006




YANES CARRILLO, Armando. Narraciones que parecen cuento, Santa
Cruz de La Palma,
1954