El Santo Niño de las Suertes






En los primeros años del siglo XIX, en 1806, iban dos sacerdotes misioneros rumbo a Tlalpan y en las inmediaciones oyeron el llanto de un niño. No acertando de dónde pudiera provenir, por estar en lugar despoblado, determinaron acercarse al sitio de donde salían los gemidos y vieron un hermoso niño, desnudo, de unos cuantos meses de edad, y al tomarlo en las manos, advirtieron que la imagen quedó convertida en lo que es hoy. Al mismo tiempo, se dice, brotó un manantial de agua que desde entonces se denomina el ojo del Niño y que aún existe en lo que fue la hacienda de San Juan de Dios, hoy seminario de los Padres Salesianos.

Los sacerdotes, viendo que el Santo Niño era verdaderamente una maravilla, por estar unido a una calavera que le sirve de almohada, regresaron a la ciudad a presentarlo al Señor Arzobispo, que era a la sazón Don Francisco de Lizana Beaumont, quien, al recibirlo con mucha devoción, quedó estático y exclamó: ¡Oh misericordia de Dios!, ¡de cuántas maneras te muestras a los hombres y cuán grande es tu bondad!: puestas la naturaleza divina con la humana, el Creador con la criatura y por medio de la gracia has vencido el pecado.


El primer pensamiento que tuvo el Arzobispo fue hacer donación de esta imagen a las monjas del Monasterio de la Purísima Concepción, pero habiendo consultado con el Cabildo, convinieron que se echara en suertes (de ahí su nombre de “las Suertes”), y que Dios mismo eligiera a qué convento de todos los de la ciudad quería ir. Se hizo la rifa y salió en suerte el Monasterio de San Bernardo. Dispuso el Sr. Arzobispo que se volviera a realizar la rifa y nuevamente salió el nombre de San Bernardo. Como el Prelado sabía la suma pobreza en que estaban las monjas de esta comunidad, (y por este mismo motivo pensaba reunirlas en alguna otra comunidad donde les suministraran con menos trabajos el sustento), determinó que se sacara de la caja la papeleta que contenía el nombre de San Bernardo.


Pero por tercera vez y de una manera prodigiosa salió el nombre de San Bernardo con letras de oro. Y viendo cómo Dios se había escogido el Monasterio dónde iba a estar su morada en adelante, el Sr. arzobispo no dudó mandar a las monjas tan prodigiosa imagen.


Las monjas Concepcionistas de San Bernardo recibieron este Tesoro como don del Cielo y llenas de gratitud han procurado sostener su culto con el mayor empeño hasta el día de hoy. Este es lo que se dice y se sabe de este portentoso Niño, llamado de las Suertes y el testimonio de sus devotos lo acredita cada día más. Y desde el momento que entró el Santo Niño Jesús a la Comunidad, entró en ella la Felicidad”.


¡Acudamos con confianza a implorar de su misericordioso Corazón el amor y el remedio de nuestras necesidades!