[Eva] Lavalliére [destacada actriz francesa de principios de siglo XX], apartada de Dios por el pecado después de tanto tiempo, por vez primera en su vida, vino a sentir esa felicidad que produce la paz de la conciencia... Decidida a cambiar de vida... se confesó, y al apartarse del confesionario se desbordó en un torrente de lágrimas y de arrepentimiento y a su vez de agradecimiento a su Dios. Al salir del templo no pudo menos de exclamar y decir a su amiga Leo: « Verdad, que si la gente supiese la dicha que encierra... ¿no es cierto que se confesaría?» Esto le trae el recuerdo de los últimos instantes de una persona de su intimidad que murió durante la guerra europea. El cual, al acercarse la artista a su lecho en el hospital a donde había sido evacuado desde el frente, le dijo con profunda gratitud: «Llegas aún a tiempo, Eva; cuánto te lo agradezco. Me he confesado, ¿sabes? Porque a esta hora todo cambia. La realidad de la vida nos incita locamente a no pensar, pero no hay más realidad que esta, que todo termina. Ahora, limpia mi conciencia, al menos moriré tranquilo...» Esto me recuerda a mí también la confesión del gran compositor Chopin, «que en medio de la frívola sociedad francesa llegó a perder la religiosidad de su alma. Próximo a la muerte, recibió la visita de un amigo de la infancia, que era sacerdote. Al oír aquél las palabras de este antiguo amigo, volvió a la fe, e hizo con lágrimas confesión, y besando el crucifijo, dijo: «Ahora he encontrado la fuente de la felicidad». Ciertamente no hay felicidad sin Dios, y ninguna de las diversiones que buscan en este mundo los mortales, y ni cuanto halaga a los sentidos: cines, teatros, bailes, salones, concurrencias profanas,... llena el corazón humano. Sólo la religión, sólo la pureza de conciencia, puede aliviar nuestras penas en las desgracias o en la muerte. El alma no halla reposo fuera de Dios, y es que fue creada para Él, y «el corazón, según el dicho de San Agustín, está intranquilo mientras no descansa en Dios». Muchos jóvenes titubean en sus creencias al oír o al leer que tal hombre ilustre o sabio famoso era incrédulo. Y no piensan que la fuente o motivo de su incredulidad viene a ser un corazón corrompido, y no es una inteligencia cultivada ni lo que llaman sabiduría,... pues no es tal, ya que «la verdadera ciencia, como dice el Espíritu Santo, no anida en un alma manchada por el pecado». (Sab. 1, 4 ). La luz brillante de la fe arde solo en las almas que respiran un aire puro... Enrique Lavedan, escritor francés ateo, antes de la guerra mundial, que tanto se mofaba de Dios y de la Religión, hizo una confesión pública arrepintiéndose de sus escándalos, y dijo: «Me reía de la fe..., me juzgaba sabio a mí mismo... Era un engaño… Abandonar a Dios es perderse. No sé si viviré mañana... Lavedan no se atreve a morir ateo. Creo en Dios, creo»
"De Pecadores a Santos, o, En Busca de la Felicidad" - P. B. Martín Sánchez
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