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Tema: Lutero, no y no

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    Re: Lutero, no y no

    Martín Lutero: mitos y realidades

    Las celebraciones en torno al quinto centenario del cisma luterano, que impulsó el monje agustino, obvian los aspectos más oscuros de su figura y legado. El manto religioso oculta un conflicto político y nacionalista


    MARÍA ELVIRA ROCA BAREA


    Dice la leyenda que el 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero (1483-1546), escandalizado por el vergonzoso espec*táculo que la Iglesia ofrecía e indignado por la venta de indulgencias, clavó en las puertas de laiglesia de Wittenberg las 95 tesis que desafiaban el poder de Roma. Se cumplen por tanto 500 años y Alemania está celebrando con fasto este aniversario. Merkel y Obamahomenajearon el 25 de mayo a Lutero en la puerta de Brandeburgo y por las mismas fechas se inauguró una espectacular exposición en Wittenberg. Esto, por citar sólo alguno de los eventos más destacados. Desde que acabó la II Guerra Mundial los aniversarios luteranos (nacimiento, muerte, 95 tesis, iluminación divina durante la tormenta de 1505…) apenas revestían relevancia. Pero ahora esto ha cambiado. ¿Por qué?

    El gesto descrito a las puertas de la iglesia de Wittenberg es la representación mítica y ritual de lo que significó Martín Lutero para el entonces llamado Sacro Imperio Germánico. Hace mucho que se duda de que clavara sus tesis; las menciones al acto desafiante aparecen mucho después conforme se va adornando y mitificando al personaje Lutero y al cisma que trajo consigo. Pero, si non è vero, è ben trovato. Resulta mucho menos heroico mandar por correo —que es lo que con toda probabilidad sucedió— el texto de protesta al obispo de Maguncia. Así que el gesto simbólico conserva hoy toda su prosopopeya teatral pero era mucho más épico en aquel tiempo, porque el hombre del siglo XVI sabía que este era el modo en que se daban a conocer los llamados carteles de desafío, con los que un caballero insultaba públicamente a otro y le retaba a duelo. Había que responder, si no, quedaba deshonrado para siempre. Hay en la figura de Lutero un componente de heroísmo a toro pasado muy interesante para comprender su significado en la historia de Alemania y sí, no se sorprenda el lector, en la de España.


    El cisma luterano es la manifestación de un problema político, y haberlo mantenido en el orbe de lo religioso enturbia completamente su comprensión. A través de él se expresa el nacionalismo germánico de la primera hora y por eso Martín Lutero es celebrado y exaltado en Alemania cada vez que a ese nacionalismo le sube la temperatura. Desde la II Guerra Mundial no se ha conmemorado de manera significativa ninguna efemérides luterana. En 1983 pasó sin pena ni gloria en la RFA el quinto centenario del nacimiento de Martín Luteroque tan festejado fue en tiempos de Bismarck. Así, por ejemplo, el 10 de noviembre de 1883, el emperador Guillermo I encabezó el desfile del cuarto centenario del nacimiento de Martín Lutero en Eisleben.


    Lutero fue el gran valedor de las oligarquías, el garante religioso de un feudalismo tardío que mantuvo a Alemania en el atraso y la pobreza



    En Historia del año 1883 Emilio Castelar escribe: “Los pueblos protestantes han celebrado el cuarto centenario de Lutero con universales jubilaciones”; y también que aunque “los católicos y los protestantes de Alemania no han podido acordarse para celebrar al creyente, se han acordado para celebrar al patriota”. Pero lo más interesante es el colofón: “Nosotros, que no pertenecemos a la religión luterana ni a la raza germánica, españoles y católicos de nacimiento, podemos celebrar sin escrúpulo al que, iniciando la libertad de pensamiento y examen, ha iniciado las revoluciones modernas, a cuya virtud hemos roto nuestras cadenas de siervos y proclamado la universalidad de la justicia y del derecho”. No necesitamos por tanto ir a Wittenberg y leer los textos que comentan la espectacular exposición. Lo que allí se cuenta es exactamente lo mismo que Castelar nos dice: Lutero, el padre de la libertad religiosa en Europa; Lutero, el héroe por cuyo esfuerzo sin par este continente se libró de las tinieblas y de la esclavitud. Dice Castelar que “hemos roto nuestras cadenas”. A Lutero le debemos nada menos que “la justicia y el derecho”, porque resulta evidente que los españoles no teníamos. Qué simpático resulta esto de que los hijos de Roma desconozcan el Derecho, los pobres.

    Y, claro está, si Lutero rompe cadenas es que había cadenas que romper y alguien las había puesto. Si trae la libertad de pensamiento es que tal cosa no existía, ¿y quién lo impedía? No hace falta ni nombrarlo pero está ahí, constantemente presente: el oscuro y siniestro Imperio español y católico. Para que el héroe Lutero exista tiene que haber un monstruo al que él se enfrente. Si no hay monstruo, no hay héroe. Quien visita hoy Wittenberg o cualquiera de las muchas exposiciones y celebraciones que pueden verse en Alemania, incluso si es español y católico —especialmente si es español y católico— no ve el decorado que hace posible el brillo germánico. Cuando digo católico no quiero decir creyente. La fe es irrelevante en este contexto. Nos referimos a quienes han nacido en un país de cultura católica. Porque ese relumbrón germánico ha necesitado siglo tras siglo como condición sine qua non para su exaltación que el sur mediterráneo sea oscuro y atrasado, inmoral y decadente, vago y poco fiable. Es en tiempos de Lutero cuando el adjetivo welsch —una denominación geográfica poco precisa para referirse al sur— pasó a significar latino o románico, y malvado e inmoral al mismo tiempo.


    La “libertad luterana” no resiste una mirada cercana y libre de prejuicios. Comenzó provocando una guerra espantosa que se llamó la Guerra de los Campesinos y que dejó más de 100.000 muertos en los campos del Sacro Imperio. Porque los campesinos se creyeron de verdad aquellas exaltadas predicaciones en boca de Lutero y de otros que clamaban contra las riquezas acumuladas por los poderosos de la tierra con Roma como garante de tales injusticias. Esto provocó una convulsión social como no se ha conocido otra enEuropa hasta la Revolución Francesa. Los príncipes alemanes, cuyo propósito era básicamente oponerse al emperador, no pensaron que alentar aquella efervescencia antisistema (Carlos V y el catolicismo) pudiera volverse contra ellos, pero tuvieron que enfrentarse a una revuelta de proporciones gigantescas. Algunos clérigos revolucionarios como Müntzer, llamado el teólogo de la revolución, se mantuvieron fieles a sus principios hasta el final y fueron ejecutados, pero Lutero decidió sobrevivir. Desde comienzos de 1525, tras la muerte de Hutten y Sickingen, los dos cabecillas revolucionarios que lo habían amparado, Lutero se pone al servicio de los príncipes alemanes y alienta la violencia brutal con que los grandes señores germánicos acabaron con estas rebeliones de campesinos: “contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre, sus integrantes deben ser estrangulados, aniquilados, apuñalados, en secreto o públicamente, como se mata a los perros rabiosos”.


    Desde entonces Lutero se convierte en el gran valedor de las oligarquías señoriales, en el garante teológico de un feudalismo tardío que mantuvo a Alemania en un estado de pobreza y atraso ya superado en España y en la mayor parte del sur. El enquistamiento por la vía religiosa de estas oligarquías impidió la unificación de Alemania e hizo posible una supervivencia anómala del sistema feudal en esa parte de Europa. Casi todo el mundo sabe que el régimen de los siervos duró en Rusia hasta el siglo XIX, pero se ignora que en Alemania también, notablemente en las zonas protestantes. Uno de los primeros estados en abolir las leyes de servidumbre fue la católica Baviera en 1808, pero el proceso no culminó hasta mediados del siglo en la zona oriental. Bien. Esto por lo que respecta a Lutero como libertador social. Vamos ahora a Lutero como libertador mental.

    Casi la cuarta parte de las propiedades del Sacro Imperio cambiaron de manos. No hubo un latrocinio igual hasta la Revolución Rusa


    Libertad religiosa o libre examen son dos iconos lingüísticos acuñados por Lutero que no tuvieron nunca un reflejo en la realidad, como demuestra primero la lógica y luego la historia.

    Supuestamente el libre examen significa que el cristiano debe entenderse con Dios directamente a través de los textos sagrados, sin intermediarios gravosos e inmorales como “los romanos” (así llamaba Lutero al clero católico, aunque fuesen tan alemanes como él). Si esto es así, hay una consecuencia inmediata: la desaparición del clero por innecesario. La evidencia demuestra que esto jamás sucedió, porque Lutero no operó la destrucción de las iglesias, sino que creó otra. Ni Lutero dejó de ser clérigo, ni disminuyó el número de ellos en el Sacro Imperio. Simplemente se formó un nuevo cuerpo sacerdotal que también condujo al rebaño hacia donde debía ir. Solo que ahora ese cuerpo de pastores sirve únicamente al señor del territorio (y no a un papa extranjero y a un emperador aliado con el mundo welsch) que es el que le da de comer. Si le sirve bien, como hizo Lutero, vivirá bien. Vivirá incluso mejor que con los “romanos” y, así, Lutero recibió del príncipe de Sajonia, como primera prueba de gratitud, el que había sido su antiguo convento en Wittenberg. Es un muy bello palacio, donde se instaló con su nueva esposa, sus parientes y sus criados. Había nacido en el seno de una familia muy humilde y estos lujos, como monje agustino, no se los hubiera podido permitir nunca. Y no tocaremos aquí más el asunto de las críticas feroces contra los lujos del clero “romano”.


    La libertad religiosa es probablemente el tótem lingüístico más afortunado de Martín Lutero. Ha sido y es ininterrumpidamente esgrimido frente a las tinieblas del catolicismo y de su nación defensora por antonomasia, España. No hace falta siquiera pensar mucho para ver a dónde va a parar la libertad luterana. Si tal cosa hubiera existido alguna vez, siquiera teóricamente, también los católicos u otras facciones protestantes hubieran tenido derecho a ella. Si el cristiano es libre para interpretar los textos sagrados, entonces, también la interpretación católica es posible y debe ser aceptada. Y debería haber sido respetada en consonancia con la “libertad religiosa” que Lutero y sus diáconos predicaban. Si la lógica humana no es una patraña desde su misma raíz, esto es así. Pero lo cierto es que el nuevo clero creó una versión del cristianismo que fue la única aceptable y todas las demás fueron proscritas y perseguidas; la católica por supuesto, pero también los anabaptistas, calvinistas, menonitas, etcétera.


    Se le esgrime como adalid de la libertad religiosa, pero el clero luterano proscribió y persiguió las demás versiones del cristianismo



    Sin embargo, siglo tras siglo, Lutero se ha paseado por la historia de Europa inmune a la verdad, a los hechos y a la lógica. Puede el lector teclear en Internet en algún buscador la secuencia “Lutero libertad religiosa” y verá. Si lo hace en inglés y alemán, se quedará pasmado. Podríamos llevar este juego perverso con las palabras un poco más lejos y exasperar los argumentos históricos habitualmente aceptados. Porque aplicar la “libertad religiosa” en sentido luterano es lo que hicieron los Reyes Católicos en España, a saber, que todos los súbditos deben tener la misma religión que su señor terrenal. Este es el principio conocido como cuius regio, eius religio, y dio cobertura legal a los príncipes alemanes para obligar a las poblaciones de sus territorios a hacerse protestantes, lo quisieran o no, y no siempre con persuasivos y pacíficos sermones. Pero es evidente que los Reyes Católicos no pueden ser padres de la libertad religiosa, aunque hicieron exactamente lo mismo, porque, como dice Castelar, nosotros no somos luteranos ni pertenecemos a la raza germánica.

    A estas alturas ya estará preguntándose ¿pero por qué tenían este empeño los príncipes alemanes en hacerse protestantes? Pues no es difícil tampoco de explicar, pero para eso, como señalamos más arriba, hay que salirse del terreno religioso, de la superioridad moral y de las palabras totémicas donde empeñosamente ha insistido todo el protestantismo en situar aquel sangriento conflicto. Casi una cuarta parte de los bienes raíces del Sacro Imperio cambiaron de manos, entre las confiscaciones de propiedades eclesiásticas y las de aquellos que abandonaron los territorios protestantes por negarse a acatar la conversión forzosa. Hasta la Revolución Rusa no ha habido latrocinio comparable en Occidente. Pero, claro está, no los llamamos así, porque el uno tenía una cobertura teológica y el otro una cobertura ideológica. En definitiva: una justificación moral. Esto naturalmente no se lo van a contar al visitante en la magna exposición de Wittenberg.


    Fue furiosamente antisemita y prefigura el programa nazi. La noche de los Cristales Rotos se hizo en honor a su 450 cumpleaños



    Lutero fue no solamente anti-latino sino furiosamente antisemita. El filósofo alemán Karl Jaspers escribió que el programa nazi está prefigurado en Martín Lutero, que dedicó a los judíos párrafos espeluznantes: “Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura a lo que no prendamos fuego, para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza”. El primer gran pogromo de 1938, la noche de los Cristales Rotos, fue justificado como una operación piadosa en honor de Martín Lutero, por su 450 cumpleaños. A las elecciones de 1933 concurrió Hitler con un soberbio cartel donde la imagen de Lutero y la cruz gamada aparecen juntas. Las celebraciones luteranas de los nazis fueron espectaculares. Con idéntica ferocidad alentó y justificó Lutero la quema de brujas, que dejó en Alemania no menos de 25.000 víctimas, según Henningsen. Llevamos tantos miles, millones de muertos con este asunto que es mejor no hacer cuentas.

    Pero no hay de qué avergonzarse. Alemania celebra sin disimulo a Martín Lutero porque se siente bien, porque Lutero es el padre del nacionalismo alemán y de su iglesia y tiene por lo tanto… indulgencia teológica. Desde que se produjo la reunificación y vino luego el euro como mágico elixir, Alemania está en un tiempo nuevo y afronta sin sombras una hegemonía europea incontestada. Gran Bretaña ha desertado del barco de la Unión y Francia no está en condiciones de enfrentarse a la indiscutible supremacía germánica. Ni España ni Italia parecen darse mucha cuenta de cuán necesarias son para compensar esta hegemonía y andan perdidas, sin poder superar el complejo de inferioridad que asumieron hace siglos. Porque con todo esto llegamos al gran asunto que aquí se ventila: el de la superioridad moral frente al porcino mundo no protestante, en el cual vivimos y que ha sido tan absolutamente asumida que muchos de nuestros periódicos, como en tiempos de Castelar, se han sumado gozosos a la celebración luterana, tan ciegos y tan perdidos en el laberinto de su propia inferioridad hoy como hace 100 años.



    María Elvira Roca Barea
    es filóloga y autora de ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’ (Siruela).


    https://internacional.elpais.com/int...89_505462.html





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    Re: Lutero, no y no

    Visto en ABC.es:

    Sociedad

    ¿Qué opinaba Lutero del islam?

    Sus escritos y declaraciones llevaron a algunos príncipes protestantes a defender el principio de que es «mejor el turbante que la tiara»

    FRANCISCO DE ANDRÉS

    04/09/2017 18:51h - Actualizado: 05/09/2017 11:18h.

    Guardado en:
    Sociedad

    Han pasado 500 años desde que Martín Lutero clavara sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, acto simbólico de la reforma protestante que cambió el orbe cristiano. La división que se produjo en el XVI en el mundo católico afectó profundamente a la Iglesia y a los cálculos políticos de los monarcas europeos, pero -salvo excepciones- no disminuyó el terror en ambos bandos ante la ofensiva musulmana sobre el Viejo Continente dirigida por el sultán turco. Hoy como ayer, católicos y protestantes en Europa coinciden en su temor ante el islam radical que difunde el terror en las grandes ciudades. El miedo nos une, pero la lectura del desafío intelectual que plantea la doctrina de Mahoma difiere en algunos presupuestos.

    ¿Qué opinaba Lutero de los musulmanes, después de romper con Roma? El reformador escribió y habló en muchas ocasiones del peligro otomano que mantenía en suspenso a la Europa del siglo XVI, pese a que, según el historiador Franco Cardini («Nosotros y el islam») Lutero no tenía en realidad una idea muy clara de la doctrina mahometana. En ocasiones la calificaba de secta herética y otras veces de religión. El ex fraile agustino alemán no tenía dudas a la hora de referirse a Mahoma como el «cuerno pequeño» de la visión del profeta Daniel, el Anticristo que también identificaba con el Papa.

    Pero en general, los escritos del fundador del protestantismo reflejan muchas incoherencias al hablar del islam, que Lutero solo conocía a raíz del poder político y militar de la Sublime Puerta. A veces admiraba sus prácticas morales y otras reprochaba su credo. Esa ambigüedad justificó más tarde la política de algunos príncipes protestantes a la hora de sellar alianzas puntuales con los turcos para combatir al emperador católico y al obispo de Roma, que muchos luteranos consideraban peores que el islam. «Mejor el turbante que la tiara», era el lema que habían heredado de Bizancio.

    En el plano ideológico, el protestantismo sintoniza con el islam en algunos de los terrenos en que se aleja del catolicismo. Por ejemplo, en su rechazo del sacerdocio; para el luteranismo no existe necesidad de una mediación entre el hombre y Dios, tal como también establece el Corán. Además, el protestantismo tiene una semilla iconoclasta -rechazo a las imágenes sagradas- que ha alcanzado su apogeo en el islam, en particular el de los wahabíes de Arabia Saudí, responsables de la construcción de buena parte de las mezquitas de Occidente.

    La llamada «teoría de la justificación», corazón de la reforma de Lutero, es quizá el terreno más afín con el islam. El fundador del protestantismo defendió la tesis de la «sola fide», la salvación solo a través de la fe, mucho más en sintonía con la doctrina de Mahoma que con la católica, que exige las obras. La «sola Scriptura» de Lutero, sin Tradición ni Magisterio, conecta también con el vínculo mahometano entre el creyente y el Corán, sin otra mediación ni autoridad suprema.

    El pecado se lava con la fe en Lutero, y con los «cinco pilares» en Mahoma. En su autobiografía, el danés converso al islam Morten Storm («Mi vida en Al Qaida») relata uno de sus proverbios favoritos, atribuidos al autor del Corán: «Si hay un río delante de tu casa y te bañas cinco veces en él, ¿quedaría en ti algún rastro de suciedad? Rezar cinco veces al día es una forma similar de limpiar los pecados».
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    Re: Lutero, no y no

    Martin Lutero, el «rayo» alemán que odiaba de forma cruel a los españoles

    Ya en 1537 el monje escribió que eran «sunt plerunque Marani, Mamelucken» (la mayoría son marranos, mamelucos). Un insulto, marrano, que los alemanes tomaron prestada de los italianos a partir de esa fecha para referirse a los españoles


    El Imperio español era odiado por sus enemigos anglosajones y germanos porque, básicamente, era católico, imperial y de habitantes latinos. Un cóctel que vertebró la propaganda contra los españoles y, con el tiempo, caló profundamente en la historiografía europea.

    Esta base racista contra los españoles tuvo su origen paradójicamente en otro pueblo latino. La mala reputación del Imperio español en Italia, transformada en hostilidad abierta durante el reinado de Carlos I de España, hundía sus raíces en la expansión mediterránea de la Corona de Aragón a finales de la Edad Media. El recelo se trasladó pronto también a los castellanos, que eran vistos como la punta de la lanza de un sistema imperial que tenía sus garras puestas en Italia. En 1527, las tropas imperiales, formadas en su mayoría por mercenarios, saquearon Roma y obligaron al pontífice del momento, Clemente VII, a refugiarse en el Castillo de San Ángelo (el antiguo Mausoleo de Adriano).

    Frente a la superioridad militar de los españoles –«Dio s´era fatto Spagnuolo» («Dios estaba de su parte»)– surgió la burla italiana. De aquella época datan los chistes sobre la virtuosidad de los militares españoles presentados como bravucones y fanfarrones, tales como el soldado español que aparece en «La ilusión cómica» de Corneille. Del sarcasmo y la burla se pasó pronto al antisemitismo a través de la proclamación de que los españoles tenían sangre de «marranos», esto es, que se mezclaban con los judíos.

    Sin ir más lejos, el Papa Paulo IV detestaba a los españoles, de los que decía ser «malditos de Dios, simiente de judíos, moros y herejes, de hez del mundo». Y sobre Carlos I y Felipe II, el napolitano afirmaba: «Quiero declararlos despojados de sus reinos y excomulgarlos, porque son herejes».


    Martín Lutero predicando en el Castillo de Wartburg, cuadro de Hugo Vogel.


    De Italia el odio racial a los españoles se trasladó a Alemania, terreno ya abonado al rechazo a otras razas. «En el caso del nacionalismo alemán hay un antisemitismo muy violento y una inquina contra lo latino ya en el siglo XVI. Es complicado encontrar el origen de tanto odio», explicó la autora de «Imperiofobia y leyenda negra» en una entrevista a ABC en marzo de este año.

    Al valerse Carlos I de España y V de Alemania del oro y la infantería española para hacerse con el cetro imperial, los príncipes alemanes temieron que un emperador con poder real pudiera amenazar su independencia. La religión solo fue una excusa para enfrentarse al Emperador del Sacro Imperio Romano, cuyo poder había sido durante la Edad Media más nominal que real, puesto que era un imperio fragmentado en muchos pequeños principados y ducados.

    En esas circunstancias, Martín Lutero inició una reforma religiosa auspiciado y protegido por algunos nobles que querían fastidiar al Emperador. Además de los agravios contra Roma y el Papa, Lutero incorporó pronto a su discurso una fuerte carga racista contra el pueblo que había proporcionado poder real al Emperador. Consideraba a los españoles y a los italianos unos ladrones de los bienes alemanes por encargo de la Iglesia de Roma. Ya en 1537 escribió que los españoles «sunt plerunque Marani, Mamelucken» (la mayoría son marranos, mamelucos). Un insulto, marrano, que los alemanes tomaron prestada de los italianos a partir de esa fecha para referirse a los españoles, no a los judíos.


    Profundamente antisemita, como buena parte de los personajes de su tiempo, Lutero dejó plasmado su odio hacia los judíos en «Sobre los judíos y sus mentiras». «Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura todo aquello a lo que no prendamos fuego para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedras o ceniza», afirmó en un texto que, en opinión del filósofo alemán Karl Jaspers, vertebra parte del programa nazi.

    Además de judíos, el monje alemán acusó a los españoles de aliados del Imperio turco, a pesar de que Carlos I de España fue el más incansable enemigo de esta potencia musulmana frente a franceses, holandeses e incluso príncipes luteranos, aliados con el sultán. A finales de su vida, Lutero comenzó a usar la expresión «türkischen Spanier» (español turco), porque sostenía que los españoles solo estaban disimulando ser cristianos, pero en verdad planeaban conquistar, junto a los musulmanes, toda Alemania. Satanás, el Imperio español, la Iglesia católica y el Imperio otomano eran los enemigos recurrentes, y aliados entre sí, de la propaganda coordinada por Lutero.

    Un rayo llamado Lutero

    Martín Lutero, hijo de una familia burguesa de Mansfeld (Alemania), dejó sus estudios universitarios para ingresar en un monasterio agustino de Erfurt cuando, en 1505, un rayo estuvo a punto de alcanzarle de camino a la casa de sus padres. Aterrado, el joven gritó: «¡Ayuda Santa Ana! ¡Me haré monje!». Lutero entró así en el clero empujado «por el terror y la angustia de una muerte repentina», y a través de esta obsesión moral dio lugar a unos escritos donde exhortaba, entre otras cuestiones, a reestructurar la Iglesia y a regresar a las enseñanzas originales de la Biblia.

    En las 95 tesis, un texto clavado en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg en 1517, el agustino cargó contra la doctrina papal sobre la venta de indulgencias para financiar la renovación de la Basílica de San Pedro en Roma. León X contestó excomulgando al fraile e instando a Carlos a tomar medidas. En Worms, el popular fraile y el imberbe Emperador tuvieron su primera confrontación teológica, que se celebró bajo la promesa de Carlos de que Lutero podría explicar sus tesis sin acabar en la hoguera como Juan Huss tras la Dieta de Constanza (1414). Carlos le permitió hablar e incluso marcharse. «Ayer escuchamos el discurso de Lutero y lamento haber tardado tanto en intervenir contra él. Nunca más volveré a escucharlo. Que utilice su salvoconducto, pero, a partir de hoy lo consideraré hereje notorio y espero que vosotros, por vuestra parte, cumpláis con vuestro deber de buenos cristianos», se justificó el Monarca sobre su decisión. Carlos lamentaría al final de su vida no haber matado a Lutero en Worms.

    A través del Edicto de Worms declaró a Lutero como prófugo, hereje y autorizaba a cualquiera a matarle sin sufrir consecuencias penales. Temiéndose lo peor, Federico de Sajonia simuló un secuestro cuando Lutero regresaba a su casa y lo escondió en el Castillo de Wartburg. Con el tiempo, convirtió su antiguo convento agustino en su casa particular, donde vivió y crió a sus hijos.

    El monje hereje continuó con su obra hasta su muerte, en 1546, incrementando cada vez más sus ataques contra la Iglesia, como evidencia su obra «Sobre el papado de Roma fundado por el Diablo» (1545), y contra los españoles en particular. Federico de Sajonia, cuyo apoyo había sido decisivo para que Carlos fuera elegido emperador, jamás permitió que dañaran al reformador, aunque curiosamente nunca lo conoció en persona.

    Desde su refugio alemán, Lutero alimentó la propaganda protestante que se extendió por Europa al calor de la imprenta de Gutenberg. Solo el monje reformador produjo hasta 1530, según los cálculos de John M. Todd, alrededor de 3.183 panfletos. Maestro visionario de su tiempo en este campo, el monje sabía del poder taumatúrgico de las imágenes para crear mitos sobre la Inquisición española, la codicia de la Iglesia y la inferioridad de los pueblos latinos.

    En 1545, se imprimió el libelo «Hic oscula pedibus Papae figuntur» (Aquí besan los pies al Papa), en el que Lutero encargó al pintor Lucas Cranach el Viejo nueve imágenes de fuerte contenido escatológico. Sabía que por los ojos entra todo antes que por las palabras. Claro está que otros autores procedentes del Humanismo alemán, una versión profundamente nacionalista de esta corriente surgida en Italia, también recogieron el guante.


    De Italia el Humanismo alemán aprendió que los españoles eran racialmente impuros por su contaminación semita. En la versión alemana de la «Cosmographia Universalis», de Sebastián Münster, se afirma que los españoles mezclan el latín con su propia lengua y con la de los marranos. Además, en los panfletos protestantes de aroma humanista, los hispanos son sodomitas y violadores.

    Cuando murió el Emperador, los españoles eran ya la personificación de Satanás para la Alemania protestante (no hay que olvidar la importancia de la Alemania católica: «Se denunciaba el advenimiento del Anticristo y su séquito español».

    Los rastros de este odio extremo contra los hispanos siguen presentes hoy en refranes y dichos despectivos tales como la expresión «eso me parece español» o «me suena español» (das kommt mir spanish vor) para significar que algo no es de fiar.

    La hostilidad contra los españoles, en cualquier caso, era la evolución del odio hacia lo extranjero plasmado en el adjetivo intraducible «welsch». Como explica Roca Barea en su libro «Imperiofobia y leyenda negra», la palabra significaba «céltico» en su origen, pero evolucionó con el tiempo a «italiano o románico». Y a lo largo del siglo XVI la palabra se cargó de tintes peyorativos, tales como «falso», «mentiroso», «inmoral», además de extenderse su uso a españoles y, de forma menos habitual, a franceses.

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