Los príncipes alemanes vieron en la rebeldía de Lutero no un ideal de reforma, sino una oportunidad para enriquecerse a costa de las propiedades de las iglesias, que con frecuencia fueron destruidas.

Por ejemplo, en 1566 en los Países Bajos en un ambiente de anarquía general, más de 400 iglesias y monasterios fueron saqueados o destruídos en un plazo de cuatro días. Frailes y monjas fueron maltratados o asesinados. Sólo se salvó una pequeña parte de los tesoros y bibliotecas medievales. La gran catedral de Amberes, con sus inmensas riquezas artísticas, quedó sólo con las paredes desnudas, el tejado y las columnas. Hasta los mismos muertos fueron desenterrados y robados.

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