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Tema: Homenaje a la bandera española (Blas Piñar)

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    Homenaje a la bandera española (Blas Piñar)

    Ante la pretendida legalización por el perjuro Suárez del trapo separatista antiespañol llamado "ikurriña", Blas Piñar en Bilbao, replicó un discurso de homenaje a la bandera española:


    Revista FUERZA NUEVA, nº 519 18-Dic-1976

    Blas Piñar en Bilbao

    HOMENAJE A LA BANDERA ESPAÑOLA

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar, el 14 de noviembre de 1976, en el teatro Campos, de Bilbao, en homenaje a la bandera española y en acto organizado por la Asociación Cultural Berriochoa)

    Este acto, camaradas y amigos, tenía que celebrarse aquí y ahora. Aquí, en Bilbao, junto al Nervión herido de la Patria.

    Ahora, en medio de un colapso huelguístico paralizante, de una ola de terror sin misericordia, que no ha descendido, y que cobra nuevas víctimas cada vez que se lo propone; de la amenaza separatista, que con una u otra envoltura renace desde la oscuridad, amparado por las componendas y las debilidades de dentro y las complicidades y las presiones de fuera.

    Este acto, camaradas y amigos, tenía que celebrarse aquí y ahora, porque aquí y ahora se ha quemado, destrozado, y ultrajado la bandera nacional; porque aquí y ahora se ha levantado frente a ella otra absolutamente injustificable; porque aquí y ahora se ha utilizado esa bandera injustificable -demostrando así la falsedad de su causa- no como divisa que se enarbola, y enseña que se defiende con hombría, sino como trampa y cepo para el asesinato y el crimen.

    Pues bien, si la bandera de España ha sido profanada aquí y ahora, era preciso, ya que no un acto de desagravio, pues el acto de desagravio solo incumbe a quienes de oficio se encargaron con juramento de su defensa, sí, al menos, de homenaje, como este al que concurrimos y que hemos agradecer a la Asociación Cultural Berriochoa, de Bilbao, cuyo patriotismo, en esta hora de cobardía y de fingidas serenidades y prudencias, ha permitido poner de manifiesto vuestro amor a España, vuestro amor a la bandera que a España simboliza, al mismo tiempo que vuestra indignación y vuestra impaciencia por tanta pasividad incalificable ante la magnitud de las ofensas.

    Impaciencia e indignación, que recojo a su vez, haciéndome su portavoz e intérprete, para gritar desde Bilbao, desde la “Vasconia españolísima” de monseñor Zacarías de Vizcarra, de qué forma se ama aquí, quizá con más quilates que en ningún otro lugar, a España y a la bandera que España símboliza.

    ***
    Y ya que hemos hablado de símbolos, conviene que reparemos en algo que puede pasar inadvertido. Estamos en una época en la que se trata -según se dice- de desmitificarlo todo; y ello no obstante, los signos y los símbolos se multiplican. Y se multiplican porque son necesarios. El propósito desmitificador no es sincero. Se trata tan solo de eliminar unos símbolos, de dejarlos sin valor significante o transignificante, y de sustituirlos por otros. Se ultraja, por ejemplo, la bandera de la Patria, pero no con el fin de privarnos de la bandera, sino de reemplazarla por la bandera roja, con la hoz y el martillo, o por la bandera separatista, es decir, por la bandera de un mundo esclavizado por la tiranía marxista o por la bandera de una comarca que se desprende de la triple unidad de historia, de convivencia y de destino, para correr aislada, y después sometida, su propia aventura.
    (...)

    La bandera nacional es un símbolo, que da noticia y representa una realidad que llamamos España. La bandera es, por lo tanto, síntesis y personificación de España. Todo ataque a la bandera es un ataque a España. Todo homenaje a la bandera es un homenaje a España. Por eso, hoy, al congregarnos en torno a la bandera nos congregamos, como una guardia de honor en torno y homenaje a España.

    La tela con colores diversos fue escogida, entre otros medios materiales, para simbolizar la Patria o las instituciones que de alguna manera con ella se confundieron históricamente.

    Desde la “Vexila Regis” hasta la Partida III, en la que Alfonso X el Sabio habla de las “señas o pendones”, fijando la distinción entre banderas, estandartes, lábaros, guiones, gallardetes, confalones, y grimpolas, hay un largo estudio heráldico en el que no nos podemos detener.

    Lo que nos interesa y atrae nuestra atención ahora es la bandera de España, cuyos colores, carmesí y oro, fueron los colores nacionales desde tiempo inmemorial, como prueban quienes, con detalle minucioso, se han ocupado del tema. Carlos III no hizo más que restituirlos y devolverlos, al advertir que los buques de guerra de España, al enarbolar la bandera blanca de la casa de Borbón, se confundían con los franceses. Su decreto de 1785 se completó en 1843, que generalizó y oficializó el uso de la bandera roja y gualda en todos los institutos armados.

    La bandera que nos preside es, por lo tanto, la bandera nacional, y, por añadidura, popular, pues guio a los combatientes españoles en la guerra de la Independencia, a los voluntarios de la Cruzada, encabezados por los requetés -antes del decreto de 29 de agosto de 1936- al iniciarse la guerra de Liberación.

    No es la bandera bicolor, como se ha dicho con mala fe o con ignorancia, un símbolo dinástico, ni siquiera monárquico, pues la conservó como enseña patria la primera República, y como símbolo nacional fue defendida por conocidos republicanos, como Benito Pérez Galdós, Vicente Blasco Ibáñez, Miguel de Unamuno, el general Gil Yuste, Alejandro Lerroux y Gregorio Marañón.

    El color morado que incorporó la segunda República a la bandera española, suprimiendo una de sus franjas de color carmesí, ni era el color de Castilla ni fue el de los comuneros levantados contra el emperador. El morado, contra lo que se supone, como fruto de una información errónea, fue color real, y por ello muy poco republicano. Morado era el pendón de la guardia personal de Fernando el Católico, y el color elegido en 1833 por Isabel II (*), y el que se izaba en el navío de guerra en que viajaba Alfonso XII.

    Lo que sí es la bandera española -e interesa subrayarlo en Bilbao- es una bandera muy vizcaína. Esteban Calle Iturrino, en la línea de Navarro Villoslada y de Layburu, nos recuerda lo que ocurrió en la batalla. de Candespina, allá por el año 1111:

    «Un vizcaíno de apellido Olea, el famoso Alférez de Baquio, llevaba la enseña blanca del ejército castellano. Huir cuando todos huyen puede hacerse sin particular afrenta y sonrojo, arrastrado el guerrero por la obediencia o por el ímpetu de la ciega muchedumbre, pero huir teniendo en sus manos el emblema del honor, la bandera del campo, por nada era disculpa a los ojos del caballero Olea.

    Esperó, pues, a pie firme, solo, con algunos soldados que no pudieron resistir a tan noble ejemplo, con su estandarte en la izquierda y el acero en la diestra. De la primera, cayeron muertos cuantos a su lado estaban; él, sin embargo, quedó ileso; defendíase con la mayor bizarría; pero de un tajo vino al suelo la mano con que empuñaba el asta del castellano pendón, que no por eso dejó de seguir enarbolando. Quedaba al caballero Olea una mano todavía y, antes que defender con ella la vida, debía sostener el honor de su bandera; asióla con la derecha, gozoso de que al trasladarla no se hubiera inclinado ni abatido ante sus contrarios.

    ¡Olea! ¡Olea! clamaba con entusiasmo el heroico Alférez, cuando otro tajo vino a partirle por mitad el brazo que
    le quedaba. Ni aun así cayó al suelo la bandera de Castilla. Con los dos brazos rotos, cruzados al pecho, continuaba sosteniéndola y radiante de gozo porque permaneciese erguida clamaba con fervoroso acento ¡Olea! ¡Olea!
    ¡Ríndete! —le gritaron; ¡Castilla y Olea! —respondió el Alférez, con altanera sonrisa de triunfo.

    Uno de los contrarios echó mano del asta para arrancársela, pero los brazos partidos de Olea parecían dos barras
    de hierro enclavadas en la coraza. Recibió luego un mandoble en el hombro derecho. El brazo cayó cortado de raíz y Olea acudió con los dientes en auxilio del izquierdo, que mantenía aún la enseña como si estuviese fija en el suelo. Otro golpe vino a derribarle el brazo que le quedaba, y entonces aquel tronco sin ramas, no pudiendo hacer más por el honor de su estandarte, dejóle caer y se arrojó encima, como para defenderle todavía con su cuerpo mutilado.

    ¡Olea! ¡Olea! Gritaba, cubriendo los pliegues de la bandera y dándola besos con entusiasmo ferviente, y no cesó de gritar ¡Olea! hasta que un soldado le remató segándole la garganta.

    Sólo entonces pudieron arrebatarle el pendón que se le había encomendado. Desenrolláronlo: las armas de Castilla habían desaparecido borradas con la sangre del Alférez”.

    Y Layburu añade:
    Así defendieron siempre y así defenderán hoy los hijos de Vizcaya la bandera nacional que, si en el siglo XII era sólo de Castilla, hoy es de España”.

    De este modo, y merced a la sangre de un vizcaíno, el castillo dorado, símbolo de Castilla, se destaca desde entonces sobre fondo de gules y el pendón castellano, que antes era blanco, fue, en lo sucesivo, rojo.

    ***
    ¿Cómo puede extrañarnos que la bandera no haya despertado la inspiración y la fantasía de los poetas?

    Yo me recuerdo de niño, con unos seis años, en una función infantil en el patio del colegio. Yo salía de teniente abanderado y recitaba una poesía que no olvidé nunca, pese al tiempo transcurrido. Decía así.

    Salve, bandera gloriosa,
    salve, emblema de la Patria,
    paraíso de recuerdos,
    horizonte de esperanzas;
    a tu abrigo siempre amable,
    a tu sombra, siempre amada,
    los pensamientos se elevan,
    los corazones se ensanchan.
    Eres luz, luz de colores
    que los cerebros inflamas,
    y tienes, porque Dios quiere,
    en las calles y en las plazas,
    como un reguero de flores
    que brotan cuando tú pasas,
    por solio, el azul del cielo,
    por pedestal, nuestras almas”.

    Y Salvador Rueda, en dos preciosas poesías, exclama:

    La bandera es nuestra frente,
    nuestro pecho, nuestra mano,
    todo sabio, todo artista,
    todo niño, todo anciano,
    a dos madres bendecimos,
    y ella ondula entre las dos;
    quién la ultraja, a sí se ultraja,
    quien la eleva, a sí se eleva,
    quien al sol su honor levanta,
    su virtud en alto lleva;
    quien la mancha a sí se mancha,
    ¡quien la besa, besa a Dios!

    ***
    La bandera es evangelio
    por la raza consagrado,
    es el lienzo de sus glorias,
    a los hombres desplegado;
    es la antorcha que, triunfante,
    rasga el ancho porvenir;
    nuestra sangre en el martirio,
    nuestras luchas victoriosas;
    nuestro amigo, nuestro hermano,
    muestra madre, nuestra esposa.
    ¡Y el sudario en el que envuelto
    mereciéramos morir!

    Y Sinesio Delgado, en su precioso “Himno a la bandera española”, canta:

    “¡Salve, bandera de mi patria, salve,
    y en alto siempre desafía al viento;
    tal como en triunfo de la tierra toda,
    te llevaron indómitos guerreros!
    Tú eres, España, en las desdichas, grande
    y en ti palpita con latido eterno
    el aliento inmortal de los soldados
    que a tu sombra, adorándote, murieron.
    Cubres el templo en que mi madre reza
    las chozas de los míseros labriegos,
    la cuna donde duermen mis hermanos,
    la tierra en que descansan mis abuelos.
    ¡Por eso eres sagrada! En torno tuyo,
    a través del espacio y de los tiempos,
    el eco de las glorias españolas,
    vibra y retumba con marcial estruendo.
    ¡Salve, bandera de mi patria!, salve»
    y en alto siempre desafía al viento,
    manchada con el polvo de las tumbas,
    teñida con la sangre de los muertos!”

    La jota popular, por su parte se expresa de este modo:

    Colores de sangre y oro
    lucen nuestra bandera;
    no hay oro para comprarla
    ni sangre para vencerla.”

    ¿Y los himnos militares? ¿Cómo expresan lo que la bandera simboliza para el soldado? ¿Recordáis el de la Academia de Infantería?:

    Si al caer en lucha fiera
    ves flotar
    victoriosa la bandera
    ante esa visión postrera
    orgullosos morirás.
    Y la Patria, al que su vida
    le entregó,
    en la frente dolorida
    le devuelve agradecida
    el beso que recibió.”

    ¿Y la Canción del legionario?:

    Legionario, legionario,
    de bravura sin igual,
    si en la guerra hallas la muerte,
    tendrás siempre por sudario,
    legionario,
    la bandera nacional.”

    ¿Y el “Novio de la muerte”?:

    Cuando más rudo era el fuego
    y la pelea más fiera,
    defendiendo su bandera,
    el legionario avanzó.
    y sin temer al empuje
    del enemigo exaltado,
    supo morir como un bravo
    y la enseña rescató.”

    Los himnos de la Cruzada, los que pusieron en pie a la mejor juventud española, tuvieron presente a la bandera.
    El “Oriamendi” dice en su primera estrofa:

    Por Dios por la Patria y el Rey,
    carlistas con banderas.

    Y el “Cara al Sol” de las escuadras falangistas prometería sonriendo:

    Volverán banderas victoriosas
    Al paso alegre de la paz.”

    Y volvieron victoriosas de los frentes de batalla, aquel primero de abril, cuando la guerra caliente terminó, cuando al desfile de la victoria que había soñado Rubén Darío, el poeta nicaragüense e hispánico de la “Salutación del optimista”: para ese primer desfile parece que hubiera escrito su “Marcha triunfal”, en la que canta:

    La gloria solemne de los estandartes
    Llevados por manos robustas de heroicos atletas.”

    ***

    La bandera no solo ha sido fuente de inspiración literaria, sino estímulo para gestas heroicas. Narrarlas, aunque sólo fuera concisamente, sería interminable. Pero no hay más remedio que espigar entre las mismas para ver hasta qué punto la enseña nacional ha puesto en flor el más elevado espíritu de sacrificio.

    Carlos V, el flamenco hispanizado, en el sitio de Túnez, que recuerda la estatua que se eleva en el centro mismo del Alcázar toledano, dijo a los suyos: “Si en la pelea veis caer mi caballo y mi estandarte, levantad a éste primero que a mí.”

    Prim, en la batalla de los Castillejos, arengando al Regimiento de Córdoba, el primer día del año 1860, gritaba: “¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, porque son vuestras, pero no podéis abandonar esta bandera porque es de la Patria”.

    Joaquín Vara del Rey, en Cuba, en el año 1898, en el fuerte de El Viso, mantiene a punto de morir, la bandera enhiesta. “La bandera cayó, escribe un adversario, porque un proyectil rompió el asta”. Ninguna mano española la arrió. Fue preciso arrancarla a balazos.

    Pascual Cervera, año 1898. Santiago de Cuba. Nuestros buques están destrozados, y las dotaciones extenuadas o
    Malheridas. El almirante español es trasladado al “Iowa”. Y Evans, al estrechar su mano, le dice: “Caballero, sois un héroe; habéis realizado la hazaña más sublime de todas cuantas guardas la historia de la Marina”.

    Enrique de la Morena. Filipinas. Sitio de Baler. La guarnición española, que ha resistido hasta lo indecible, sale de la Iglesia, donde se ha cubierto de heroísmo y de sangre, con la bandera española en cabeza, mientras, con admiración, presenta, armas al adversario.

    El Alcázar. Toledo. 1936. Pemán, en su “Poema de la bestia y el ángel”, narra:

    Y ni un gesto desmorona.
    La quinta torre del Alcázar fiel
    ¡Pero yo he visto, coronel,
    al lado de tu cruz, una corona.
    de espinas… que se finge de laurel.”

    Esta quinta torre fue la bandera, que un grupo valiente de defensores colocó, después de la explosión de la mina y del avance de las milicias rojas, en el mismo lugar en que había ondeado, por breves instantes, el trapo rojo con la hoz y el martillo.

    La bandera de España la saludan con emoción los españoles cuando un buque de la Patria se aproxima a los puertos americanos o pasa de largo ante San Juan de Puerto Rico.

    De mí sé decir con qué profunda emoción contemplé, flameando sobre el castillo y fuerte de San Agustín, en los Estados Unidos, la enseña de mi Patria

    Por tantas y tantas cosas, por lo que tiene de símbolo y de síntesis, hay un saludo a la bandera, y la bandera se bendice y se jura, y en las unidades castrenses hay una Sala de Banderas donde las mismas se guardan con respeto y amor. Por eso, igualmente, como representación de la Patria, que reconoce la soberanía divina, la bandera se alza cuando se lee el Evangelio por el sacerdote, en el sacrificio de la misa, y se abate, inclinada, en adoración y homenaje de España entera, cuando se alzan la Hostia y el Cáliz sobre el altar.

    La bandera, todas las banderas de los pueblos hispánicos se dan cita como prueba de la devoción a Nuestra Señora, en torno a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, y en torno. a la Virgen de Guadalupe, en su Monasterio de Cáceres.

    La bandera de España, en fin, envuelve los féretros que cobijan a los que caen por la Patria, a las víctimas del terrorismo de la ETA, desde Carrero a Araluce, pasando por los trabajadores, los funcionarios de policía asesinados sin piedad en los últimos años.

    ***

    El acto al que hoy concurrimos, en tan extraordinario número y con tan fervoroso entusiasmo, tiene, a mi juicio, tres aspectos que conviene subrayar:

    Es un acto de fe y de lealtad a España y a su bandera, que ahora nos preside.

    Es un acto de afirmación de unidad, de la unidad española, de la triple unidad de los hombres, de las tierras y de las clases, de historia de convivencia y de destino, y, en última instancia y sobre todo, de la esencia metafísica de España.

    Es un acto de ratificación de una actitud, que se opone resueltamente a toda ruptura de lo logrado y conseguido, y que quiere la perfección en la continuidad.

    No somos un Estado que vincula artificiosamente un conjunto heterogéneo de nacionalidades, sino una sola nación -España-, cuyo espíritu se manifiesta a través de la rica multiplicidad de las regiones que la integran.

    Vizcaya es una tierra de hombres recios, trabajadores e inteligentes. No dejaros engañar por las voces de sirena que ahora se escuchan por todos lados. Los que quieren deshacer España y disolverla, los enemigos de Franco y del franquismo, pretenden, para conseguir sus fines, la sustitución del Estado nacional por el Estado liberal.

    Ante la maniobra, recordemos, para no tener que repetir la misma historia, cuarenta años después de enderezarla con sangre y con dolor. Los versos que sirven para recordar están ahí, aun cuando quizá no quiera ahora respaldarlos su autor (**):

    Pero hay muertos calientes que reclaman luceros
    Y que dicen: España, cumplirás tu misión.
    Muertos de España: no hozarán los cerdos
    sobre vuestros sepulcros, ni los nombres
    de vuestros hijos pisará el traidor.
    Porque vosotros sois la sementera,
    la palabra y el sol.
    ¡Patria quiere decir tierra de padres!
    ¡Por los muertos tenemos la vida y el honor!

    ***
    Nosotros, al menos, continuamos en línea. Nuestra moral, pese a todo, es alta, y cuando vuelve a atacarse lo español, gritamos al mundo, con descaro, los versos de Rubén:

    Yo siempre fui por alma y por cabeza
    español de conciencia, obra y deseo.
    Y yo nada concibo y nada veo
    sino español por mi naturaleza.
    Con la España que acaba y la que empieza,
    canto y auguro, profetizo y creo”.

    Nada nos detiene en nuestro propósito de servicio. El próximo 20 de noviembre estaremos en la gran plaza del Caudillo, que es la plaza de Oriente de Madrid, formando parte de la marcha de la unidad. Recordaremos a José Antonio y a todos los caídos por Dios y por España, y a Franco, el general victorioso de la Cruzada, el artífice de la paz; y oiremos con devoción su último mensaje, su testamento político, que es la lección suprema de un jefe a quienes le siguen.

    Para esa marcha os convoco, vizcaínos, y como testimonio público de vuestra fidelidad a España, ante su bandera, gritad conmigo:
    ¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA ¡

    (Al final, y con el público puesto en pie, se cantó el “Cara al Sol” y el “Oriamendi”)



    (*) Querría decir la reina Cristina ya que, en 1833, la reina Isabel II contaba sólo tres años de edad.

    (**) J. M. Pemán





    .
    Última edición por ALACRAN; 04/12/2021 a las 13:10
    Pious dio el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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