Muy queridos hermanos:
Tan sólo unas breves palabras, que nos conduzcan hasta este santo Misterio que celebramos. Subimos al monte Calvario, a crucificar a nuestro Dios, a revivir su suplicio, a manifestar su resurrección gloriosa de entre los muertos. Celebramos el misterio de nuestra propia vida: cruz y gloria, muerte y resurrección. Y no podemos más que pedirle a Nuestro Señor: ¡misericordia!, por nuestras infidelidades, por nuestros pecados, por tantos pecados como los que ensucian su santo Nombre y su Santa Realeza.
Misericordia, venimos a pedir hoy, especialmente, por Nuestro Rey Javier I. Treinta años en la morada de Dios. Treinta años en los que hemos pedido la perseverancia en esta Santa Causa; y hoy, ante este Altar, renovamos nuestra fidelidad.
Podemos aprender de Don Javier:
- La fidelidad. Fidelidad a sus ideales, en una Europa revuelta, que renegaba de sus principios. Una Europa fascista, nazi, comunista, liberal, que pisoteaba la Cruz y los derechos de los pueblos. Alzaban el Estado como la nueva Babel. Y no creamos que hay tanta diferencia hoy de ayer. Fidelidad a nuestros principios, fidelidad a su pueblo: cuando lo normal era dejarse llevar por los nuevos ideales que barrían como vendaval, Don Javier supo asirse a la roca firme de la Tradición y desplegando la bandera de Borgoña convocar tras de si a sus leales, los que comenzaban a alzarse en busca de una Patria con Dios, con Fueros, y por supuesto con Rey. Y ni lo uno ni lo otro… Las mentiras, la persecución, el campo de concentración, el destierro (ese triste sino que persigue a nuestros Reyes, a los legítimos reyes de esta patria nuestra). Aún así, la fidelidad fue su motor; a pesar de la Unificación permaneció firme, leal, agrupando a los suyos… Pero pronto el vendaval surgiría de su propia familia.
- La constancia. Más que nunca es preciso no decaer. Ese es el problema del Carlismo. Pensar que nada se puede hacer, que esto se acabó. Nada de eso: Don Javier sufrió --con su pueblo-- la decepción tras el 18 de julio, la Unificación, el robo de las sedes y los círculos, el destierro, el exterminio, la falta de fidelidad en su familia. Aún así, perseveró. No conoció el cansancio, no dejó tregua al desaliento… ¿Y nosotros, treinta años después, vamos a dejarnos vencer?
- La dignidad. Esta Causa es la de España. No es una pataleta entre familias reales, no es simplemente una causa legitimista. Es la Causa de la verdad, del ser de España: Un castillo cuyo faro era la Cruz, y que hoy amenaza ruina por todos los sitios: familias, educación, religiosidad, estructura del “Estado”… Dignidad, pues, para luchar; dignidad, para defender lo que es nuestro; dignidad, en fin, para ser consecuentes con esta lucha. ¿Somos pocos? Los suficientes. Pensaron en Oriamendi que nos vencerían y con las prisas de su desbandada en retirada nos dejaron las notas de nuestra marcha triunfal.
Encomendemos hoy a Don Javier. Demos gracias a Dios por el don de este Rey, puede sonar a tópico, pero os pido que seamos leales a su legado, a su figura. Unidos estrechamente a su Hijo, Don Sixto Enrique de Borbón, que ha heredado su fidelidad, su constancia y su dignidad.
Subamos pues al monte Calvario, sigamos en la vida cargando nuestra Cruz, siendo testigos de este Dios crucificado, resucitado, vencedor de la muerte, del mal, del odio, de la mentira. Encomendemos a Don Javier, a su esposa doña Magdalena --un gran hombre siempre tiene a su lado a una gran mujer--, y pongamos en la Patena a todos nuestros hermanos fallecidos en el destierro, campo de batalla, hospitales, en la vida de cada día.
Misericordia, Señor; piedad de nosotros, Virgen Inmaculada.