Me siento privilegiado estar vivo el día hoy. Hace 477 años en el cerro de Tepeyac (muy cercana a la ciudad de Méxcio hoy en día) apareció por cuarta y última vez la Madre de Dios en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
La primera vez apareció ante San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, indigena nahuatl que fue elegido por Dios, en la mañana del 9 de diciembre. La Virgen le ordenó que pidiera audiencia con el obispo de México, Juan de Zumárraga, y que le contara todo lo que había sucedido. Juan Diego fue de inmediato a la catedral para pedir audiencia con el obispo y al verlo le contó la noticia de que había visto a la Virgen María y que ella dio la orden que se construyera un templo en su honor el cerro de Tepeyac. El obispo, incrédulo de lo que le acaba de contar Juan Diego, le rechazó y le mandó que volviera con pruebas. El 12 de diciembre, pasando otra vez por el cerro de Tepeyac, Juan Diego volvió a ver la Virgen. Contándole de las pruebas que exigía el obispo, la Virgen le mandó a Juan Diego que cortara unas rosas de castilla que aparecieron en el susodicho cerro, normalmente desolado y seco en el invierno. Juan Diego, cargando las flores en su tilma, fue deprisa otra vez a la catedral. Al ver el obispo, se le abrió la tilma dejando caer las rosas y, milagrosamente, la imagen de la Virgen había aparecido en la tilma.
Les dejo con las palabras que Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América, la Morenita de Tepeyac, dijo a Juan Diego:
Oye y ten entendido hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni alguna otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí? ¿Que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué mas has menester?
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