En otra ocasión, hallándose mi venerada madre [Sor Patrocinio] tan escasa de recursos que sólo tenía un billete de cien pesetas para el gasto de la comunidad en todo el mes, llegó a nuestra casa Villa Anita un jefe carlista de los más nombrados y más valientes de aquella época *. El infeliz venía huyendo, porque le perseguían de muerte, estaba en un estado tan lastimoso que partía el corazón el verle, con tres heridas, una en la cabeza, otra en el vientre y otra en un brazo; el fajín con que se sujetó la herida del vientre le llevaba empapado en sangre y lo mismo el pañuelo o pañuelos, que rodeaban su cabeza. El pobre había pasado los Pirineos con miles de trabajos y peligros, logrando salvar la vida, pero, repito, su estado era lastimosísimo. Nos dijo que no había tomado alimento desde hacía más de dos días, y no tenía ni aliento, ni un céntimo para proseguir su huida y llegar al sitio donde pensaba ocultarse en tanto que se aliviaba algo de las heridas y marchaba a su casa. Con el corazón comprimido por la compasión, dimos cuenta a la sierva de Dios [Sor Patrocinio] de lo que pasaba, y su reverencia mandó inmediatamente que le hicieran algo de comer, y con el fin de que pudiera proseguir su camino hasta el lugar de su refugio, le entregó, intactas, las cien pesetas que tenía su reverencia para el gasto de la comunidad. Inútil es decir lo agradecido que el infeliz jefe carlista quedó a mi venerada madre y a la comunidad; tanto, que mientras comió, y al recibir la limosna, lloraba como un niño, no cesando de bendecir a su reverencia y a las religiosas que pasamos un día de triste impresión, que difícilmente podré olvidar.

Tan luego como el pobre herido se marchó, la religiosa tornera, que necesitaba dinero y sabía que no había quedado ni un céntimo para la comunidad, algo apurada, le dijo a la sierva de Dios: “Pero madre, todo lo ha dado Usencia, y ahora, ¿Con qué vamos a comprar lo necesario?”. Mi madre amada contestó: “No seas niña, Dios cuidará; lo esencial era remediar esa grande necesidad. Que no íbamos a dejar de marchar a ese pobre infeliz sin nada y que se muriera de necesidad en el camino”. La madre tornera calló, y así quedó la cosa; mas, al día siguiente por la mañana, llegó el cartero con un certificado de España en el que, de donde menos y cuanto menos podría esperarse, mandaban a la sierva de Dios una limosna de cien pesetas, precisamente la misma cantidad que había dado el día anterior al pobre herido, y la que se necesitaba para lo más esencial de lo que faltaba de mes. Así premiaba el Señor la caridad tan heroica de mi venerada madre, su gran fe y su esperanza sin límites en la Providencia Divina; de esto ¡Cuánto, cuánto se podía decir! como también de los padecimientos tan continuos y extraordinarios de su reverencia, ofreciéndose víctima por todos y para el bien de todos.


* En 1872 había estallado en España la Tercera Guerra Carlista, ante el caos desencadenado por la revolución del 68 y el fracaso de la monarquía “saboyana”. Buen número de conservadores adictos hasta entonces a la Reina [Isabel], empezaban a ver ahora la causa carlista como una esperanza ante el desastre político en el que España se hundía. El 8 de noviembre de 1873 los carlistas derrotan al general Moriones en Montejurra, su principal victoria. El herido carlista que socorrió Sor Patrocinio podría ser el famoso jefe del Segundo de Navarra, Teodoro Rada, llamado “Radica” que, herido en la batalla de Udave, logró pasar a Francia y llegar hasta el castillo de Tartifume, residencia de Doña Margarita de Borbón, la mujer de Don Carlos. (Ver al respecto La Duquesa de Madrid, Reina de los carlistas de Ana de Sagrera) [Nota de Alberto Bárcena].




Fuente: “Sor Patrocinio”. R. M. Sor María Isabel de Jesús. 3ª Edición. Homo Legens. Madrid, 2008. Páginas 492-494.