«Limosnero mayor de España»
En artículo necrológico publicado el 20 de abril de 1925 en El Siglo Futuro, se le llamaba «el limosnero mayor de España en el pasado y en el presente siglo».
Es ésta la faceta quizás más conocida del marqués de Comillas, sin duda por ser esa cualidad la que mayor número de personas han palpado y agradecido. Precisamente, uno de los fundamentos para encarecer su fortuna y atribuirle millones sin cuento, radicaba en los centenares de miles de duros que cada año empleaba en remediar necesidades privadas y en fomentar y sostener obras de pública beneficencia. Era natural, pues don Claudio repartía, no un tanto por ciento de sus rentas, sino todas ellas, descontados los gastos, bien exiguos por cierto, en su posición y casa.
Pensiones perpetuas o por largos años, algunas de bastantes miles de pesetas anuales; socorros esporádicos para salvar de inminente ruina a familias, otrora bien acomodadas; organizaciones de caridad dirigidas o alentadas por sus capellanes; obras de beneficencia al por mayor; suscripciones periódicas u ocasionales; limosnas manuales... He ahí las puertas por donde salían los réditos de su cuantiosa fortuna.
Resulta tarea imposible hacer un recuento, siquiera aproximado, de caridad tan inagotable. Inútil buscar entre sus papeles cifras del dinero repartido. No gastaba el tiempo en anotarlas. Dejaba ese cuidado a Dios, porque entendía y practicaba a la letra el consejo evangélico de ocultar a la mano izquierda aquello que hiciese la derecha. Pero sí pueden consignarse algunos datos que han referido sobre este particular sus limosneros.
Su capellán Verdaguer tenía carta blanca para socorrer cuantas necesidades conociese, y lo hizo en cantidades que sobrepasaron el millón y medio de pesetas{**}. Por medio del señor Vilaseca, capellán mayor de la Trasatlántica, repartía varios miles todos los meses. Por la de otro de sus agentes, treinta mil duros cada año.
Aparte de esto, la Beneficencia de Barcelona le salía anualmente al marqués por centenares de miles de duros, pudiéndose afirmar otro tanto de Madrid. En esta capital únicamente, durante 1924, entregó para pobres vergonzantes, a través de uno de sus confidentes, doscientas cincuenta mil pesetas.
De ochenta a noventa cartas personales que recibía diariamente, la mitad eran –afirma su secretario Cabañas– de petición. [9] Poquísimas, o ninguna, quedaban sin respuesta. Y que no le dijese su administrador que el presupuesto de sus limosnas no daba para tanto. Con plácida sonrisa le contestaba el marqués: «No me había fijado en que tiene usted demasiado trabajo para su edad, y esto de las limosnas es complicado. Ya le enviaré quien se encargue de esa sección.»
No era, sin embargo, nada de esto lo que caracterizaba el corazón del marqués. Sobre todas esas dotes brillaba la delicada atención de un silencio absoluto. No le bastaba ser misericordioso en el sentir, ni aun en la dádiva misma.
Supo el marqués de Valdeiglesias una quiebra fulminante, de las que no sufren espera. Sólo Comillas podía remediarla. Lo busca, le cuenta el apuro. Don Claudio oye, sin inmutarse, abre el cajón y le da un billete de cien pesetas. Valdeiglesias salió descorazonado. Aquello no servía ni para empezar. A la mañana siguiente, al visitar a la familia socorrida, la encuentra regocijada. Un señor, a quien no conocían, se les había ofrecido para remediar su angustiosa situación.
De estos casos, infinitos pudieran contarse. Así extremaba el marqués sus delicadezas hasta en el modo de dar. No ignoraba que la limosna, para quien la recibe, tiene no sé qué de humillante y vergonzosa. Y ahí estaba su ingeniosa caridad buscando siempre un secreto camino por donde dirigir el remedio. Varón singular, exquisito y ejemplarísimo, dio la limosna en la medida evangélica: colmada, llena, rebosante; pero encerrada la ofrenda en el cofre, asimismo evangélico, de la modestia más encantadora, que quiere olvidarse de lo que da, y que se ruboriza cuando la gratitud le recuerda lo mucho que ha dado.
El Marqués de Comillas / Berta Pensado / Temas españoles 83 / Madrid 1954
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