Murales
(Ernesto Giménez Caballero, 1985)
MURAL HEROICO
Ramiro, el Precursor
Un día de 1927, apenas fundada La Gaceta Literaria, César Muñoz Arconada, crítico musical y colaborador, me demandó con su voz de adenoide:
—¿Puedo presentarte a un amigo y vecino mío de Cuatro Caminos, empleado de Correos? Tiene mucho interés en conocerte y hablarte.
—¿Cómo se llama? —Ramiro Ledesma Ramos. Sabe mucho de filosofía y literatura y ha escrito algo.
Al día siguiente por la tarde se presentó con él en nuestra imprenta de Canarias, 41, fundada y dirigida por mi padre y donde yo con mi mono de paño azul y cremallera argéntea, componía y distribuía La Gaceta y recibía a los colaboradores sentado en resmas de papel y ofreciéndoles otras como acomodo. El paso de los obreros y el ruido de las máquinas hacía no fácil el entendimiento; pero creaba en cambio un ambiente «porverínista» como lo calificara el secretario, Guillermo de Torre, y entusiasmara a Marinetti cuando irrumpió allí cierta mañana, acompañado de Benedetta, declamando uno de sus, ya entonces, viejos poemas maquinísticos:
Pistón chaudiére, pistón chaudiére pissssstton, pissstton, pisston...
Ramiro Ledesma: media estatura, cuerpo enjuto, traje gris, pantalones rodilleados, flexible de alas bajas protegiendo un rostro celtíbero y enérgico y cubriendo un peinado de mechón caído. La voz, buena. Pronunciación defectuosa en la vibrante velar haciendo las r r r graseadas a la francesa.
—Me llamo Ramiro Ledesma Ramos y soy zamorano, sayagués.
—¿Sayagués?
Me atrajo el sayagués desde que leí El Sayagués de Puebla de Sanabria de Fritz Krüger y su influjo dialectal en el teatro salmantino de Juan del Encina. Simpatizamos en el acto, y le invité a colaborar sin necesidad de una carta de Ortega en que me lo pedía y que me mostró después.
¿Cuándo comenzó a escribir en La Gaceta? Tanto yo como sus biógrafos Tomás Borras y José María Sánchez Diana situábamos su primer trabajo el 15 de mayo de 1928:
«Un transeúnte eximio: el matemático Rey Pastor.»
Pero mi asombro ha sido, al revisar la nueva edición de La Gaceta Literaria (Vaduz, Liechtenstein, Ed. Turner, 1980), encontrar en su índice de autores el nombre de Ramiro Ledesma Ramos en dos colaboraciones de 1927 que sólo tienen, en el original impreso, por firma una R. La primera: «Libros italianos: Benedetto Croce Filosofía práctica» (1 de marzo de 1927). Y dos meses después (1 de mayo) otra aportación: «Necrología de un suicida.» También con la simple inicial R. Esa designación colaboradora debió ser hecha por Enrique Montero, representante español de la editorial Topos, cultísimo y redactor del índice.
La reseña de R. es sucinta y como para satisfacer al presentador de la Filosofía práctica crociana en España, Edmundo González Blanco, que debió ser contertulio de Ramiro en el Ateneo. A don Benedetto le denomina: «genial profesor italiano». Y exalta su obra. Por lo que todavía en ese momento, no advierte Ramiro que estaba glorificando al máximo pensador antifascista de Italia. El lenguaje de tal nota es un tanto retórico y circunstancial. La otra reseña, «Necrología de un suicida», lleva dentro un problema personal. Presenta a un amigo suyo, León Tejedor y Lomas, asistente a veces a nuestras tertulias (yo no lo recuerdo), que le entrega el artículo «Toledo nuevamente» y que le publicamos a continuación. Y el cual, según Ramiro «cohibido ante la vida» y «con una voz fuerte pero llena de gallos», cumplió con su «Necrología» y se suicidó de un tiro. Pero lo interesante del comentario de Ledesma: la preocupación por la madre de ese amigo. «Ante la madre de un suicida empieza nuestra sensibilidad a oscilar», «si se tiene vocación al suicidio hay que esperar que la madre muera», «sólo se deben suicidar los huérfanos de madre». ¿Es lo que le impidió a él suicidarse? Ya que tuvo tal vocación desde su primer cuento en La Esfera: «El Vacío», escrito a los 17 años. Y en otros cuentos: «Suicidio» y «El sello de la muerte», dedicado a Unamuno. Ésos fueron sus primeros escritos.
¿Era Ramiro religioso? Ninguno de sus biógrafos lo confirma. Fue monaguillo en Torrefrades. Pero sus lecturas precoces, sobre todo en filosofía germánica y especialmente de Nietzsche, debieron de llevarle al existencialísmo de un Heidegger que conoció bien. Esa atracción y repulsa del suicidio fueron sin duda la raíz de su heroísmo. Y por eso murió atacando, queriendo matar antes a sus asesinos, al subir al camión que desde la cárcel madrileña de Ventas le llevaría con otro Ramiro (Maeztu) y otros mártires al paredón de Aravaca, en Madrid. Días antes, el 17 de julio, preguntaba por teléfono a la casa de mi madre (Plaza de las Cortes, 9, donde radicaba «Acción Española» y vivía don Juan March) si yo estaba bien. ¡Querido y admirado Ramiro! ¡Inolvidable Ramiro sobre el que voy a escribir sin rumbo fijo!
Me hubiera gustado conocer las relaciones con su madre. Era el cuarto hijo, delicado y distinto a los demás hermanos. Físicamente, de niño rubiáceo y con ojos claros, un celtíbero viriatesco (galaico-luso-zamorano). Romancesco: heroicidad y ensueño. Un rebelde fracasado como Viriato; pero un Viriato a su modo, un caudillo malogrado. Por eso le quise levantar un monumento en Zamora, y la Falange (sin las JONS) creo que lo prohibió. Yo viví esa tensión entre sus Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista y la Falange de José Antonio. Si hubiera vivido Ramiro habría dado su voto a la otra unificación con el Tradicionalismo, en ese Movimiento político tricefálico (él, José Antonio y Franco) y que fue clave de nuestro movimiento, efectivamente y no un fascismo, contentando así a Ramiro que lo rechazó (y a mí de La Conquista del Estado, ¡por fascista!, no obstante haberle yo aportado nada menos que el título de esa publicación y alguna doctrina). Pero comprendí que quien quería erigir una política «nacionalista» evitara cualquier otro nacionalismo, ya que el Fascismo era italiano con un denominador «socialista» común a toda nuestra época y proveniente de su triunfo en Rusia con Lenin. Por eso, también José Antonio esquivaría de modo elegante, noble e inteligente tal sambenito (no en vano se llamaba Benito, aunque sin santidad, su inventor). Y lo mismo ocurriría con Franco. Tan nacionalista era la médula del Fascismo que el propio Duce proclamó que «non era merce di sportazione». Y sin embargo: la palabra «fascista» se haría universal y antitética de «comunista». Y por eso ahora se la sigue huyendo ocultándola bajo el tapabocas de «ultraderecha» y el comunismo «ultraizquierda». Invenciones del centrismo y de la democracia cristiana que han querido quitar al fascismo su gran secreto.
La victoria, aparte de la genialidad militar de Franco, consistió en que España, por vez primera desde el XVIII, recobró sus aliados naturales: los «vecinos de nuestros vecinos»: Roma y Germania. La clave de oro de toda política internacional revelada desde la Ley de Manu: «Tu enemigo, tu vecino y tu amigo, el vecino de tu vecino.» Viejo secreto que puse al día en mi Genio de España combatiendo la tesis orteguiana sobre la carencia de suficiente «fermento rubio» en el español. Y que por esto estábamos «invertebrados».
Yo había entregado a Ramiro otras inspiraciones. No sólo mi manifiesto inicial y fundador, de la «Carta a un compañero de la Joven España», el 15 de febrero de 1929, publicado en La Gaceta Literaria, donde no sólo se planteaba la doctrina nacional-sindicalista, sino hasta los emblemas como la bandera roja y negra con el haz y el yugo de los Reyes Católicos y el saludo de la mano abierta o sin armas. Otras inspiraciones: como las contenidas en mi libro Hércules jugando a los dados, en el que Ramiro ya vio lo que otros ni sospecharon en aquellas páginas deportivistas, heraclidas y vanguardistas: la idea cesárea.
En La Gaceta del 11 de agosto de 1929 escribía Ramiro: «Giménez Caballero y su Hércules.» «Es admirable en medio de estos temas. Yo insistiría mucho en que la gente advierta la presencia de este hombre: porque es providencial en esta hora de España. ¡Alerta, jóvenes! G. C. es flor rara en la cultura. Hombres así suelen tener asignados, en honra a su vigor, los puestos más difíciles. Recíprocamente: también les corresponden las mejores victorias.»
Cuando yo le entregué a Ramiro estas sugestiones, tuve que decirle lo que Ortega a mí poco antes, cuando le solicité ¡luz!, ¡más luz!: «A usted, Giménez Caballero, hay que dejarle solo ya.» Y eso es lo que, sin decírselo, realicé con Ramiro: dejarle ya solo, aunque siempre con mi mirada vigilante y mi corazón alerta. Y una amistad que duró hasta su muerte y que en mí sigue hecha devoción.
La obra de Ramiro anterior a sus colaboraciones en La Gaceta yo no la conozco sino por referencias de Juan Aparicio, Sánchez Diana y Tomás Borras: «El sello de la muerte, «El Vacío», «El Quijote y nuestro tiempo», «El lago Castañeda y sus alrededores». E inéditos (1924-1925): «El escepticismo y la vida», «El joven suicida», «La hora romántica», «Las hijas de Eva», «El anticopernicano de Kant» y sus colaboraciones en la Revista de Occidente fueron: «Bertrand Russell. Análisis de la materia», «Un libro francés sobre Hegel», «El causalismo de Meyerson», «Introducción a la Filosofía matemática de Walter Brand y Marie Deutchlein», «De Ricker a la fenomenología», «El mundo de las sensaciones táctiles», «Keyserling y el sentido», «Esquemas de Nicolai Hartmann». Y «Sobre la filosofía del Renacimiento». Y en el diario El Sol, «La filosofía, disciplina imperial. Notas para una fenomenología del conocimiento filosófico».
En cuanto a sus publicaciones periódicas: La Conquista del Estado, de la que fui titulador y fundador con él y con Juan Aparicio, apareció el 14 de marzo de 1931. Con otros ocho colaboradores. Y con vicisitudes, duró hasta el 26 de octubre. Pero dejando en marcha no sólo una fe, sino también una acción como indicara Ortega en su vaticinio de Leipzig por 1905. Y esa «acción» se denominó «Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista» que crearon una revista, JONS, flanqueada en Valladolid por Libertad de Onésimo Redondo. Por cierto que en 1984 Antonio Izquierdo, director de El Alcázar, intentó unas nuevas Juntas nacionales, pues la palabra Falange se ha ido desvirtuando en un tradicionalismo sin rigor revolucionario. Y un único número promovido por el director de La Nación, Manuel Delgado Barreto, de El Fascio (16-3-1933) donde junto a nosotros apareció sin firma José Antonio Primo de Rivera, quien iría a iniciar su propio movimiento con una publicación titulada FE (siglas de Falange Española). En 1934, se unen jonsistas y falangistas con un triunvirato y un famoso mitin en Valladolid (4-3-1934). Se fundan las CONS (Central Obrera Nacional Sindicalista). Pero entretanto, ya ha brotado la «Sangre» vertebrando otra vez a España, aunque esa sangre no fuera toda rubia. Pero sí española y de siglos. Hay un primer Consejo Nacional de FE de las JONS en el que intervengo bastante decisivamente mientras gano mi cátedra de Literatura votado por Unamuno, Presidente de la Liga antifascista. El 15 de enero, viene la ruptura de FE de las JONS separándose Ramiro y José Antonio, Ramiro publica otro periódico: La Patria Libre, y dos libros: Discurso a las Juventudes de España y ¿Fascismo en España?
El interrogante título de ¿Fascismo en España? anunciaría su negación por carecer de características universales, frente a libros como mi Nueva catolicidad que las reconoce y hasta reconoce que ese libro las había anticipado. Sin embargo, señala dos factores que influyeron en su universalización: «un Estado nuevo» y su «Victoria sobre el marxismo». Sin embargo, según Ramiro, no podía crearse una Internacional fascista por ser lo «nacional» su dimensión más profunda, el genio de cada pueblo. Y sin embargo, esa universalidad se la otorgó la oposición marxista. (...)
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