I
Rafael Gambra sobre Jaime Balmes
Estamos reunidos en torno a unas figuras olvidadas que se distinguieron por su pensamiento tradicional y católico; seremos tachados de marginados de nuestro tiempo y ridículos, con unos argumentos aparentemente fundamentados.
Con doble llave a la tumba de los grandes hispánicos, algunos quieren incorporar España a Europa, y otros, ni siquiera eso: pretenden abandonarla como un saco aparte digno de desprecio.
La muerte del hombre es parecida a la de las civilizaciones, porque no se sabe el momento preciso en que se produce; y en la agonía, alienta más la sociedad que el hombre. Hay algunos destellos que nos permiten decir: “Esto todavía tiene vida”. Se diría que estas figuras hispánicas son los destellos de esa agonía, y el primero cronológicamente es Balmes.
Hombre sencillo, poseía una claridad que podemos llamar cartesiana, y no llegó a sufrir la amargura de la lucha, al morir en plena juventud.
Nace en los años trágicos de la guerra de la Independencia. Conoce, en el seminario, aún niño, el levantamiento de Riego y sus consecuencias en la América hispánica. Observa el período constitucional de éste, en el que se asesina al obispo de su diócesis. Vive los años de la primera guerra carlista y no toma ninguna postura, aunque su pensamiento se inclina al tradicionalismo, pues veía en esto un paréntesis en la vida de España. A ello responde su idea del matrimonio de Carlos VI con Isabel II, expuesto en un manifiesto al país. Conocedor de la filosofía de su tiempo, expone en su lenguaje la tradicional.
Restablecer las instituciones
En cuanto al sentido común, hace una crítica sagaz del principio de evidencia, que no tiene sentido si no manifiesta algo de la realidad. Así vuelve el sentido tradicional del sentido común, por el que el ser se une al conocer; frase suya es: “La evidencia dista mucho de ser evidente en su realidad”.
En cuanto a la teoría de la sociedad, es congruente con la del sentido común. El racionalismo en nombre de la bondad natural del hombre y en nombre de desvincularse de los poderes que le dominan, le ha arrancado las Instituciones que daban sentido a las cosas: la familia, el gremio, el municipio, el sentido profundo de la monarquía. Aparece así el hombre desamparado, que él llama asalariado.
Para remediar esto, no encuentra más solución que el restablecer en lo posible las instituciones tradicionales para que vuelvan a alumbrar la vida comunitaria y pacífica. “La constancia siempre triunfa y las aberraciones de los hombres pasan como un paréntesis en su historia”.
Con ello se rechazan de plano las soluciones incipientes del socialismo, a las que llama grandes utopías, y también el liberalismo, porque no sólo es necesaria la acción de los principios morales personalmente, sino también en las instituciones.
Dos mensajes de Balmes para nuestros días. El primero es la tesis del “Criterio”. Para tener un verdadero criterio no basta sólo conocer ni que éste sea congruente con los demás conocimientos, sino que ha de ser vivida la verdad, incorporada a la propia sustancia y servida. Con este criterio, el cambio del pensamiento no sería tan frecuente en nuestros días.
El segundo, es el mensaje de que destruir las instituciones de una sociedad es relativamente fácil. Reconstruir la sociedad -la idea que Balmes esperaba ver en sus días- es dificilísimo y larguísimo.
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