La Castilla añorada
La Castilla primera, la de los pioneros que reconquistaron piedra a piedra la tierra usurpada por el infiel, fue forjada en la cruz y la espada. La espada dio nombre a la tierra, con el inequívoco símbolo del castillo; y la cruz dio carácter al hombre, que siguiendo a los monjes, sembraron de monasterios la vieja frontera castellana.
Hoy día, el viajero curioso que se acerca a esta tierra, busca en ella reminiscencias de aquellos tiempos heroicos, encontrando para su desgracia la mayoría de esos símbolos en ruinas, cuando no completamente desaparecidos. La desidia y la usura han mellado gravemente la imagen de la vieja Bardulia.
Mantener ese patrimonio a flote es tarea fundamental, pues es nuestra identidad la que está representada en él. Durante siglos, los castillos sufrieron el desgaste propio del paso del tiempo, y el lógico abandono que su falta de servicio propició; pero la gran debacle ha tenido lugar en el último siglo, cuando ni se ha querido, ni se ha sabido, y a veces no se ha podido cuidarlos como merecían. En los últimos años, se ha hecho por parte de las instituciones un cierto esfuerzo por mantener y rehabilitar algunos de ellos, pero desgraciadamente me temo que serán nuestros castillos los que de nuevo, sufran a partir de ahora la dichosa y mal llamada crisis. Casos como el reciente derrumbe ocurrido en el castillo de Belmonte de Campos, o el penoso estado en el que se encuentra el en su día recuperado castillo de Monzón de Campos, no son un buen presagio.
En el caso de los monasterios el motivo de su abandono es bien distinto, pues su destrucción fue propiciada no por falta de uso, sino por una política dirigida a su saqueo y destrucción desde el siglo XIX, y con ello, al de los valores que representan. Pero si la desamortización de Mendizábal fue desastrosa para nuestro patrimonio histórico, no menos lo han sido las ideologías dominantes a partir del siglo XX, causantes primeras de vaciar al hombre de alma, y por consiguiente a los monasterios de hombres…
Aún así, hay un rincón perdido en la palentina comarca de La Ojeda, en el que se encuentra la Real Abadía de Santa María y San Andrés, donde el viajero soñador puede reencontrar el sabor de esa Castilla añorada. Allí, enclavado entre valles y olmos, apartado del mundanal ruido, las hermanas benedictinas mantienen viva la Abadía, y a pesar de la avanzada edad de la mayoría de ellas, es digno de ver la ilusión y alegría con que realizan tan duro trabajo.
Nueve siglos llevan las hermanas en esta Abadía palentina, desde que en el lejano año de 1181 lo fundara la condesa Doña Mencía de Lara, contando con el favor del Rey Alfonso VIII. En San Andrés de Arroyo, como popularmente se conoce la Abadía, el viajero tiene la sensación de trasladarse ocho siglos atrás, en esa Castilla soñada, pues en pocos sitios como allí se puede alguien impregnar de tanta paz y grandeza espiritual como la que este lugar desprende, y especialmente cuando se tiene la oportunidad de pasear por su maravilloso claustro románico en compañía de las hermanas.
De nosotros depende que este legado cultural y espiritual permanezca vivo.. Es nuestra responsabilidad.
Luis Carlón Sjovall
Presidente ACT Fernando III el Santo
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