Acueducto romano de Segovia: Una declaración con polémica
- El Acueducto de Segovia celebró el pasado sábado 11 de octubre el 130 aniversario de su declaración como Monumento Histórico Artístico Nacional
- La Academia de la Historia pidió la protección del Acueducto ante la «desidia» del municipio
El Acueducto, en 1888, en una fotografía de Levy / Colección de Juan Francisco Sáez Pajares«Ninguna persona medianamente culta hubiera podido figurarse jamás que para mantener libre de vandálicos atentados el célebre acueducto romano de Segovia fuera menester ampararlo con declaraciones oficiales; pero es lo cierto que ha llegado en nuestros días á tal extremo el vergonzoso desconocimiento de su importancia arqueológica y de su arrogante belleza artística, que con razón se teme verlo bárbaramente afeado con construcciones adosadas á su venerada mole si no se dicta una medida que lo salve de tales profanaciones».
Así, de esta manera tan contundente, comienza el informe que la Real Academia de la Historia emitió el 5 de octubre de 1884. En su misiva, los académicos informan al director general de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento de que el Ayuntamiento de Segovia no es capaz de proteger ni garantizar la integridad física del Acueducto, circunstancia que hace necesaria una urgente declaración como Monumento Nacional Artístico e Histórico para ponerlo bajo la custodia de la Comisión Provincial de Monumentos y evitar así que el Ayuntamiento dicte «medidas que puedan afectar á su integridad y belleza artística».
El Gobierno recibió el escrito y puso en marcha un proceso que, en cuestión de días, culminó con la declaración. El rey Alfonso XII sancionó la Real Orden el 11 de octubre, y la Gaceta de Madrid la hizo pública el día 20. Pero en su página 158, el boletín oficial incluyó también las opiniones de los académicos, lo que prendió la mecha de la polémica.
Una vez enterado, el Ayuntamiento de Segovia montó en cólera. También lo hicieron los semanarios locales, que sacaron la cara por el Consistorio al entender que el apunte ofendía a todo el pueblo segoviano. El alcalde, Mariano de la Torre Ajero, y los quince concejales de la Corporación escribieron al ministro de Fomento, Alejandro Pidal y Mon, exponiéndole que el Ayuntamiento se había sentido herido en su dignidad y decoro, por lo que exigían una reparación: «Si los actos de este Ayuntamiento y los de sus antepasados no estuvieron estrictamente ajustados al buen obrar para con su preamado Acueducto que es el distinguido emblema del Ayuntamiento y de los segovianos todos; y si exactos fueron los gratuitos fundamentos del informe citado para basar el móvil de la declaración de Monumento Nacional, Artístico é Histórico á Nuestro insigne Acueducto, el Ayuntamiento de hoy sabría guardar profundo silencio, avergonzarse de su presente y de su pasado, y pedir perdón para sus culpas; pero como felizmente para él se encuentra en caso diametralmente opuesto á las imputaciones incalificables sentadas en el informe, por ello que lo que reclama es desagravio de la ofensa recibida tan sin razón, y con la circunstancia agravante de la publicidad», señalan los concejales.
La prensa
El periodismo, entonces incipiente, se sintió muy ofendido y cargó contra la Academia de la Historia. Protestaron todos los semanarios. Uno de ellos, La Tempestad, expresó en su edición del 26 de octubre la amargura que la declaración causó en el pueblo de Segovia: «Los segovianos, poseídos, con tal motivo, de pena, no sin razón manifiestan que habrían preferido se omitiera la declaración de ser Monumento artístico nacional el Acueducto, que por sus dotes insignes entraña en sí esta misma declaración, y de ella goza en el mundo todo, á que por motivo á tal declaración oficial se diera aquella proposición de la Academia, inculpatoria del Ayuntamiento, que precisamente tiene fija su atención en la conservación de este timbre de honor de la Ciudad y elemento el más necesario á su existencia».
Idéntica opinión sostuvieron El Pardillo, El Adelantado e incluso la revista de la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, institución presidida por Ezequiel González, que tan crítico se había mostrado con el Ayuntamiento solo un año antes debido al derribo de la puerta de San Martín.
El asunto coleó durante varias semanas. El alcalde, al comprobar que la reparación exigida no llegaba, elevó una queja al mismísimo presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, que además era director de la Real Academia de la Historia. Canovas le respondió que sus múltiples ocupaciones le habían impedido enterarse de lo ocurrido: «A fin de ver si los deseos de V. pueden quedar completamente satisfechos, he remitido su citada carta á dicha Real Academia para que en su vista emita de nuevo informe sobre el referido asunto, que desearé más satisfactorio que el anterior».
La Academia no dio marcha atrás en sus apreciaciones. Al contrario, se sintió profundamente herida por la queja expresada por el alcalde de Segovia y escribió a Cánovas justificando sus opiniones en las malas actuaciones que el Ayuntamiento cometió en épocas anteriores en el Acueducto, las cuales habían afeado y adulterado su clásica belleza: «Son testimonio elocuente de estos deplorables intentos, nacidos tal vez, de un celo generoso pero poco ilustrado, multitud de comunicaciones que mediaron entre la Real Academia de San Fernando y el Ayuntamiento unas veces, otras la Comisión de Monumentos de Segovia, acerca del modo de ejecutar aquellas obras», argumentó la Academia poniendo como ejemplo unos trabajos realizados en 1880 por el municipio, «inadecuados y dignos de censura».
El caso es que la polémica declaración entró en vigor y el Acueducto de Segovia quedó bajo la protección de la Comisión Provincial de Monumentos, que no tardó en emitir un estudio en el que detallaba todas las obras que era preciso acometer para preservar la integridad de la obra romana, entre ellas la demolición de seis cerbatanas antiguas adosadas al monumento y de «cuantos edificios impiden por su proximidad al Acueducto que éste ostente con toda su magnificencia». Afortunadamente, no hubo dinero para llevar a cabo las expropiaciones.
Protegido el Acueducto, la ciudad de Segovia recibió un nuevo espaldarazo en 1941, cuando su casco antiguo recibió la declaración de Monumento Nacional. Y el 6 de diciembre de 1985, Segovia, con su Acueducto incluido, era declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Para entonces, una asignatura continuaba pendiente: la eliminación del tráfico bajo los arcos. La reforma del entorno acometida a comienzos de la década de 1960 eliminó las construcciones existentes en el lado oriental, muy próximas al monumento. El Acueducto ganaba visibilidad y atractivo turístico, pero a la vez emergía un grave problema que las autoridades del momento no alcanzaron a prever: a los pies del Acueducto confluían varias carreteras nacionales y locales, lo que acabaría incrementado la circulación y la aglomeración de vehículos a escasos centímetros de las históricas piedras.
Finalmente, después de muchas polémicas y los informes de los expertos que alertaban del peligro que estaba ocasionando el deterioro, el Ayuntamiento decidió el corte de tráfico en julio de 1992. La Junta de Castilla y León acometió la segunda gran restauración del monumento –la primera se llevó a cabo a comienzos de la década de 1970–, que aseguró la estabilidad de los pilares y limpió la piedra de las impurezas acumuladas a lo largo de los siglos. En la actualidad, se interviene para erradicar de una vez por todas las filtraciones de agua, pero el ‘abuelo’ goza de una extraordinaria salud.
El diablo y no Roma, según la leyenda
La leyenda del Acueducto es una de las primeras historias sobre el monumento que escucha cualquier segoviano que se precie de serlo. Cuentan que fue el diablo, y no Roma, el auténtico artífice de la faraónica obra, historia que contribuye a fomentar el misterio que rodea el episodio de su construcción. Una joven aguadora, cansada de portar los cántaros por las empinadas calles de la ciudad, llegó a ofrecer el alma al diablo si a cambio le construía un acueducto que le llevara el agua a casa y le librara de tan penosa tarea. No tardó en materializarse la figura de Satán, que aceptó gustoso el reto y se comprometió a construir el puente en solo una noche. El alma de la joven sería suya si conseguía acabar el trabajo antes de que cantara el gallo. La segovianita rezó toda la noche para evitar el trance, mientras legiones de diablillos se empleaban a fondo colocando piedra sobre piedra y levantando la mole de granito. Pero las plegarias de la moza hicieron efecto: cuando el gallo cantó, al diablo solo le quedaba una piedra por colocar. Dicen que los agujeros de las piedras son las huellas de las pezuñas de Lucifer, que huyó con rabia.
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