Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 2 de 2

Tema: Un catalanista católico describe el horror de la Barcelona roja (1936-39)

  1. #1
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,324
    Post Thanks / Like

    Un catalanista católico describe el horror de la Barcelona roja (1936-39)

    Un catalanista católico describe el horror de la Barcelona roja (1936-39)



    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 151, 29-Nov-1969

    HABLA UN CATÓLICO CATALÁN

    Ramón Rucabado (1884-1966), escritor “apolítico” juzga la II República Española, la persecución comunista y la gesta acaudillada por el Generalísimo Franco.

    Durante muchos años, la firma de Ramón Rucabado ha brillado en la prensa barcelonesa. Su catolicismo era indiscutible, y por ello toda su obra, mayormente escrita en catalán, respira amor a la Iglesia y a su doctrina. En las páginas de “Catalunya Social”, largamente, trató de los problemas sociales con una valentía extraordinaria. Escritor catalán, diríamos catalanista de buena ley, antes de mi partida a la República Argentina, habíamos departido largamente en su despacho de la Escuela Industrial.

    Me unía con él un gran afecto, aunque no coincidíamos en las soluciones políticas que convenían a España. Él estaba vinculado a la línea de “Diario de Barcelona” y de la “Veu de Catalunya”, con cuyas directrices me separaban discrepancias muy fundamentales.

    Ramón Rucabado tiene una abundante bibliografía. Sus libros permanecerán como un testimonio vivo y real de lo que un católico, sin implicaciones de ningún prisma político concreto, sentía ante los avatares políticos de España. Nos ha parecido aleccionador recoger algunos textos de Rucabado, para orientación de las generaciones actuales y de los sentimientos de un literato catalán inconfundiblemente caracterizado, para los que hoy (1969) quisieran otra vez trocar el legítimo amor a Cataluña y a sus valores al servicio de la subversión.

    El 14 de abril de 1931 o la II República

    Rucabado, en su libro “La Custodia de Fuego” enjuicia así el nacimiento, en bandeja, con que la Monarquía liberal dio paso a la República, con estas palabras:

    Dejadme llorar al frente de este libro de lágrimas, las que vertí aquella tarde que mis hijos me vieron llorar por primera vez, tarde del martes 14 de abril de 1931, cuando apareció en los balcones la siniestra bandera que los barceloneses tristemente conocíamos, paño de mal agüero, el tricolor de la República, anuncio de todos los males, pero ni en centésima parte presentidos. Una mujerzuela, pasando frente a la humilde capilla de Marcús, junto a mi puerta, hizo ante el edificio sagrado grandes visajes y ademanes de amenaza. En efecto, esto era y nada menos que esto significaba en España el régimen republicano. República y Religión eran en España términos incompatibles. El primer conato, la sublevación de Jaca en diciembre de 1930, ¿no se había saludado ya por las turbas con el incendio y saqueo de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Gijón?

    “Es un pasito”, nada más, oí a unos manifestantes aquel anochecer. Querían decir: Un pasito nada más hacia el horizonte rojo que les atraía. Se ha dicho con razón que la República española, como régimen teórico de convivencia, vivió exactamente veintisiete días. La convivencia en España duró desde la tarde del 14 de abril hasta el mediodía del 11 de mayo siguiente, en que las turbas prendieron fuego a la iglesia y residencia de la Compañía de Jesús en pleno Madrid, prosiguiendo de allí el reguero que abrasó Maravillas, el Carmen de la Plaza de España, el Instituto de Areneros y tantos más, de Cuatro Caminos a Chamartín, saltando el fuego de allí a Sevilla, a Málaga, a Granada, a Murcia, a Alicante y a tantas poblaciones de Andalucía y Levante hasta Valencia, deteniéndose entonces por causa inexplicable en el límite de Cataluña.

    “Aquella, que fue llamada Semana Trágica de España, señaló el acento que iba a tener el nuevo régimen empezado veintisiete días antes, y excavó en el corazón de los españoles una división irreconciliable. Puso el fermento de la guerra civil. Dos fechas misteriosamente gemelas en su terrible antagonismo fueron concebidas aquella tarde fatal. Cinco años y tres meses de trágica gestación parieron el 18 de julio de 1936, en Tetuán, y el 19 de julio de 1936, en Barcelona. Aquélla, la fecha del Glorioso Alzamiento Nacional; ésta, la fecha de la Revolución Roja, la fecha de la entrada del Infierno en el combate. Pero el ¡Arriba España! que se dio en el Estrecho, llegó en forma casi imperceptible a nuestra ciudad, convertida por culpas propias ajenas en capital roja, donde fuimos ensordecidos y abrumados por la gritería atronadora y monstruosa que podía sintetizarse en un solo clamor: ¡Arriba el Infierno!”.


    El Estatuto de Cataluña y la masonería

    Rucabado, que en su trato particular temía siempre los extremismos y se movía en una zona templada de conservadurismo, no duda en calificar así, con juicios tan graves, al Estatuto de Cataluña y a Ventura Gassol, que recientemente (1969) ha sido casi canonizado en la Basílica montserratina:

    Preparada estaba aquella arremetida en diversas oleadas de asalto. Reténgase la fecha negra en que Cataluña mordió el anzuelo. En aquella misma noche del 2 de agosto de 1931, votado el plebiscito de un Estatuto, que jamás debió aceptarse, de la Masonería, pronunció Ventura Gassol desde el balcón de la Generalidad el discurso matricida, enalteciendo el nombre lúgubre y siniestro de Ferrer Guardia. La suerte de la Iglesia y de las iglesias en Cataluña estaba echada. Y echada estaba en toda España. ¿Cómo han osado los portavoces y altavoces rojos lanzar al viento la irritante calumnia de atribuir la irrupción incendiaria a la provocación de los mismos católicos y curas “que tiraban desde las iglesias contra el pueblo”?

    La República del Frente Popular

    También durante la República hubo católicos que confiaron en sus alianzas con las izquierdas. Aquí mismo no sería difícil demostrar cómo ciertos católicos formaron comités con Joaquín Maurín, Ángel Samblancat, al estilo de las actuales “Comisiones Obreras” y grupos “democristianos” que juegan a la conspiración. Para que vean cómo las gastaba el Frente Popular, afincado ya en el poder, Rucabado descubre toda la hipocresía de la maldad frente-populista en estos párrafos:

    Como si no hubiese triunfado el contubernio de la libertad con el absolutismo antirreligioso más implacable en las etapas graduales de preparación del pueblo para el asalto final (aprobación del artículo 26 de la Constitución, 13 de octubre de 1931; disolución de la Compañía de Jesús, 24 de enero de 1932; aprobación de la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, 10 de mayo de 1933), convergiendo todas estas leyes y prácticas al mismo objetivo; secularización de cementerios, ley del divorcio, prohibición de enseñanza a las órdenes religiosas y, finalmente, prohibición general de toda enseñanza religiosa, ¿no servía todo esto para provocar en el pueblo la calentura antirreligiosa hasta ponerlo en temperatura incandescente? ¿Cómo, pues, han osado hablar de “ofensiva católica” cuando cinco años hacía que tenían la iniciativa de todos los ataques y la salvaguardia de todas las impunidades? Desde la frase de 1931: “Todas las iglesias de España no valen la vida de un” republicano hasta la de 1936, aquel cínico: “¡qué lástima!”, único comentario gubernamental a los avisos de nuevas iglesias incendiadas a partir del 16 de febrero y antes del 18 de julio, la impunidad más completa garantizaba este horrible deporte.

    Cierto que en Cataluña, por un conjunto de causas, no se había dado bajo la República este desmán, pero no debe ser abono a la Generalidad que no hizo más que tener suspendida sobre nuestra cabeza cristiana la espada de Damocles, que un día u otro debía caer con todo el peso de su cortante tajo. No en vano se había invocado el nombre de Ferrer Guardia, nombre que era todo un programa y cuya evocación tenía que dar irremisible fruto. No olvidemos aquellas elecciones de 14 de enero de 1934, primeras en que la Generalidad tuvo las riendas del Orden Público que le había sido recientemente traspasado; elecciones que fueron un desbordamiento infame de anticlericalismo. No olvidemos el terrible ensayo (aunque brevísimo dejó crueles huellas) del 6 de octubre de 1934, cuando las pocas horas del triunfo fueron aprovechadas en Villafranca del Panadés, en Navás y otros lugares, incendiando los templos y asesinando a los párrocos, de consumo con el repertorio que durante una terrible quincena se desarrolló en Asturias, donde se cosechó en aquel que hoy nos parece corto periodo tan copioso martirologio.

    “No olvidemos en que atmósfera de zozobra y recelo se conmemoró aquí el centenario de la quema de conventos en 1935, cuando debajo de la situación mentirosa bullía la lava de la futura erupción. La hendidura que la interna presión causó, por donde el chorro de fuego debería salir, fue aquella fecha casi desaparecida, pero lamentablemente eficaz, del 14 de diciembre de 1935, en que se dio el poder al gobierno Portela, que anunció la disolución de Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones.

    “Historiadores sagaces han calificado con acierto las elecciones del 16 de febrero de 1936 como la fecha de la verdadera Revolución de España. La victoria electoral del Frente Popular, verdadero frente antirreligioso, rompió los diques y se volcaron otra vez sobre la Iglesia las aguas del diluvio. Empezaron los cinco meses de complicidad gubernamental avalando el desenfreno de las turbas bajo un silencio de hierro. La implacable censura del responsable Azaña no dejaba filtrar las noticias de la sistemática destrucción que se estaba cometiendo, en plan ordenado, de edificios religiosos por toda España -como la engañosa excepción de Cataluña que sólo por informaciones personales o confidenciales conocíamos-. La horrible tarea se llevaba al compás de la sovietización creciente, del puño cerrado y levantado en alto, del control organizado del comunismo en campos y carreteras. Temporada en que se registraron los nuevos incendios de Madrid (San Luis, San Ignacio), los asaltos a colegios religiosos, el arrastre de monjas por las calles… espantoso florilegio que sólo pudo ser publicado cuando Calvo Sotelo, heroicamente, leyó en el Congreso el catálogo que le costó la vida.

    "Todo esto no fueron más que los pródromos sobradamente justificativos del Alzamiento Nacional contra la Revolución Roja entronizada, de hecho, desde el 16 de febrero. Pero el volcán grande que se abrió en España el 19 de julio, ya no hay letras ni palabras para grafiarlo o definirlo. El 19 de julio es…“el 19 de julio”, algo que ha de dar en los tiempos un escalofrío. Fue el reinado del Anticristo, en una palabra. Será descrito y estudiado como el experimento anticristiano más enorme de la historia
    ”. ...


    Última edición por ALACRAN; Hace 22 Horas a las 13:38
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,324
    Post Thanks / Like

    Re: Un catalanista católico describe el horror de la Barcelona roja (1936-39)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Un catalanista católico describe el horror de la Barcelona roja (1936-39)


    Revista FUERZA NUEVA, nº 151, 29-Nov-1969

    ... HABLA UN CATÓLICO CATALÁN (II)

    (...I El Ejército nacional

    Cuando ahora (1969) se ha hecho moda en algunos sectores católicos, incluso desde alguna “Hoja Diocesana”, atacar al Ejército y favorecer con las tácticas falsamente pacifistas toda una teoría para desarmar el Occidente cristiano y facilitar así el avance del comunismo, el recuerdo de la liberación de Barcelona por el Ejército Nacional, en la pluma de Rucabado, adquiere matices de aguafuerte inolvidable, cuyos conceptos deberían recordar muchos que ahora se prestan a ser vulgares peones del imperialismo rojo. Así escribía Ramón Rucabado:

    “¡Qué no daría por describir y completar mis íntimos recuerdos de la entrada en Barcelona del Ejército Nacional, el 20 de enero de 1939! Día rapidísimo y fugaz como mesa rellena de sabrosos manjares (…) Día también de fuego y hambre, pero de otro fuego y de otra hambre. Vi aquel día cumplidas de una vez, por celeste gracia, mis íntimas peticiones, aun las que más difíciles consideraba de realizar:

    "En millares de piras que llenaban las calles de Barcelona y de sus afueras, bien distintas de las anteriores, los rojos quemaban, en su vergonzosa huida, evacuando sus domicilios propios o incautados, la documentación comprometedora.Tirados por el suelo o ardiendo, veíanse los carnets sindicales de la CNT y de la UGT, prensa revolucionaria, libros, sellos, ficheros, literatura roja en gentes montones, papeles socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos, pornográficos, nudistas, material de propaganda roja en todos sus matices, las costosas publicaciones de la URSS, todo abandonado, despedazado, formando hogueras. Sus llamas y humaredas bordeaban las mismas vías que recorrían a toda velocidad los autos de los fugitivos, camiones llenos de maquinaria arrancada, enseres y vituallas, carros de infelices campesinos sugestionados por un terror insensato, lujosos coches de los dirigentes atiborrados de utensilios y víveres que pronto dejarían en la frontera, donde corrían a embotellarse en la retirada, en la debacle más colosal y más humillante de la historia moderna.

    “La derrota del comunismo, la derrota de los incendiarios y de los asesinos, la ven delante de nuestros ojos. Sonaba de vez en cuando un cañón, uno solo, lúgubre estampido, inútil replica roja al avance irresistible del Ejército libertador, que nosotros mismo no sospechábamos tan cercano. Y en la ciudad abandonada e inmóvil en su expectación, en las calles abiertas al vencedor, la emoción de mis niños relataba haber visto ya los primeros soldados nacionales, haber visto la aparición de la primera bandera española, y a los vecinos que corrían a vitorearlos y a abrazarles.

    "Aquella noche hubo luz en las casas y en las calles, después de dos años de tinieblas. Aquella noche mis hijos me oyeron cantar en voz llena el himno triunfal que yo sabía, el “Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, Cristo ayer, hoy y siempre”. Cristo venció y vencerá y reinará por siempre. Aquella noche se comió pan y regresó el primer rosario de la victoria.

    “Y vimos aquellos días el espectáculo de un ejército cristiano. Era una hueste de soldados y oficiales graves, dignos y disciplinados. El continente mesurado de aquellos guerreros que habían conquistado a toda España nos dejaba admirados. No se oían gritos y, cosa increíble, no se escuchaban blasfemias. En contraste con el blasfemar incesante, horrendo, estrepitoso de la horda roja, en la cual sólo se destacaban por la cultura del lenguaje los movilizados forzosos, el Ejército Nacional se producía con una severidad y corrección muy superior aun a los tiempos de la monarquía. Era algo nuevo y de gran edificación. Los oficiales y los soldados, apenas distinguidos por pequeñas insignias, no se distanciaban, unidos por la fraternidad de la guerra y del ideal. Grandes masas de hombres concentrados apenas daban señal de su presencia, tan grande era el silencio a que estaban acostumbrados. Lo mismo en los locales donde había fuerzas alojadas.

    "Hasta el canto era en voz moderada. Yo oí en un lugar donde estaba emplazada una ametralladora, cantar a alguno de los sirvientes, ¡quien lo dijera!, el kiries de una misa gregoriana. Mirábamos con ojos abiertos a aquellos soldados que “habían pasado”, llegando a nosotros por encima de todo, por encima de las masas rojas, por encima de las brigadas infernales, por encima de las armas, del material, de la literatura ingente, por encima de los designios y auxilios de Rusia, por encima de la resistencia frenética de un Negrín, por encima del diablo.

    “Semanas después, otra escena de fortísima emoción que quisiera revivir, rehacer, paladear, con todas mis fuerzas. El gran desfile del ejército vencedor. Me encontré presenciándolo en un emplazamiento histórico. La Diagonal, hoy (1940) justamente “Avenida del Caudillo”, frente a la iglesia y convento de los Carmelitas Descalzos, donde habían sido exterminados por la superioridad numérica de aquel horrible aglomerado rojo, el comandante y oficiales de un regimiento español y con ellos los religiosos de la residencia, dentro de cuyos muros hubieron de parapetarse aquéllos. He aquí que dos años y medio después, vengada ya la afrenta, aparecían en columna de honor las boinas encarnadas, las relucientes armas, las banderas, los marciales clarines y tambores,
    acercábase el rítmico paso de las legiones, los tercios, los tambores, unidades y divisiones del ejército que había cumplido una de las más grandes epopeyas de la historia humana.

    "Cortejo impresionante y religioso. Pasaban con las compactas filas los nombres gloriosos del libro nuevo: Toledo, Oviedo, Bilbao, Belchite, Teruel, Ebro… Pasaban estas brigadas de navarros con estandartes religiosos. Ante el pasmo de nuestros ojos pasaban auténticos cruzados. Ejército que se batió al lado de Cristo y por cuyo heroísmo y empuje irresistible al soplo de la voluntad manifiesta de Dios, quedaba restablecido el derecho de Cristo y abríanse las iglesias de Cristo”.


    La historia continúa

    Ramón Rucabado, católico, catalanista, intelectual, especialista en temas sociales, continuador de la escuela del Padre Palau, cronista de las luchas sindicales, detectador de los fenómenos más angustiosos, alejado de los movimientos políticos más significativamente contrarrevolucionarios, como un notario de la ciudad y de Cataluña entera nos ha dado fe de lo que fue la República desde 1931 hasta el 26 de enero de 1939 en Barcelona. Tal lección no puede ser olvidada. Y, además, también es deber de los mantenedores del gobierno y de la vida pública, evitar aquellas premisas y actuaciones que nos llevarían a una segunda vuelta. Basta que una sola vez en la historia de un siglo, un escritor católico como Ramón Rucabado lo haya registrado para advertencia de las generaciones futuras, si irremisiblemente no son estúpidas.

    Jaime TARRAGÓ





    Última edición por ALACRAN; Hace 17 Horas a las 18:26
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Horror: Cataluña no sale en el primer mapamundi moderno
    Por Hyeronimus en el foro Catalunya
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 21/10/2014, 18:38
  2. NOVUS “HORROR” MISSAE(imagenes).
    Por MexicoCatolico en el foro Religión
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 06/03/2014, 22:00
  3. Respuestas: 0
    Último mensaje: 08/02/2011, 11:27
  4. 70 anys de la caiguda de la Barcelona roja
    Por Miquelet Chaira en el foro Catalunya
    Respuestas: 5
    Último mensaje: 26/01/2009, 01:04
  5. Memoria del horror en Camboya
    Por Ulibarri en el foro Noticias y Actualidad
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 30/05/2005, 16:56

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •