Revista FUERZA NUEVA, nº 151, 29-Nov-1969
HABLA UN CATÓLICO CATALÁN
Ramón Rucabado (1884-1966), escritor “apolítico” juzga la II República Española, la persecución comunista y la gesta acaudillada por el Generalísimo Franco.
Durante muchos años, la firma de Ramón Rucabado ha brillado en la prensa barcelonesa. Su catolicismo era indiscutible, y por ello toda su obra, mayormente escrita en catalán, respira amor a la Iglesia y a su doctrina. En las páginas de “Catalunya Social”, largamente, trató de los problemas sociales con una valentía extraordinaria. Escritor catalán, diríamos catalanista de buena ley, antes de mi partida a la República Argentina, habíamos departido largamente en su despacho de la Escuela Industrial.
Me unía con él un gran afecto, aunque no coincidíamos en las soluciones políticas que convenían a España. Él estaba vinculado a la línea de “Diario de Barcelona” y de la “Veu de Catalunya”, con cuyas directrices me separaban discrepancias muy fundamentales.
Ramón Rucabado tiene una abundante bibliografía. Sus libros permanecerán como un testimonio vivo y real de lo que un católico, sin implicaciones de ningún prisma político concreto, sentía ante los avatares políticos de España. Nos ha parecido aleccionador recoger algunos textos de Rucabado, para orientación de las generaciones actuales y de los sentimientos de un literato catalán inconfundiblemente caracterizado, para los que hoy (1969) quisieran otra vez trocar el legítimo amor a Cataluña y a sus valores al servicio de la subversión.
El 14 de abril de 1931 o la II República
Rucabado, en su libro “La Custodia de Fuego” enjuicia así el nacimiento, en bandeja, con que la Monarquía liberal dio paso a la República, con estas palabras:
“Dejadme llorar al frente de este libro de lágrimas, las que vertí aquella tarde que mis hijos me vieron llorar por primera vez, tarde del martes 14 de abril de 1931, cuando apareció en los balcones la siniestra bandera que los barceloneses tristemente conocíamos, paño de mal agüero, el tricolor de la República, anuncio de todos los males, pero ni en centésima parte presentidos. Una mujerzuela, pasando frente a la humilde capilla de Marcús, junto a mi puerta, hizo ante el edificio sagrado grandes visajes y ademanes de amenaza. En efecto, esto era y nada menos que esto significaba en España el régimen republicano. República y Religión eran en España términos incompatibles. El primer conato, la sublevación de Jaca en diciembre de 1930, ¿no se había saludado ya por las turbas con el incendio y saqueo de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Gijón?
“Es un pasito”, nada más, oí a unos manifestantes aquel anochecer. Querían decir: Un pasito nada más hacia el horizonte rojo que les atraía. Se ha dicho con razón que la República española, como régimen teórico de convivencia, vivió exactamente veintisiete días. La convivencia en España duró desde la tarde del 14 de abril hasta el mediodía del 11 de mayo siguiente, en que las turbas prendieron fuego a la iglesia y residencia de la Compañía de Jesús en pleno Madrid, prosiguiendo de allí el reguero que abrasó Maravillas, el Carmen de la Plaza de España, el Instituto de Areneros y tantos más, de Cuatro Caminos a Chamartín, saltando el fuego de allí a Sevilla, a Málaga, a Granada, a Murcia, a Alicante y a tantas poblaciones de Andalucía y Levante hasta Valencia, deteniéndose entonces por causa inexplicable en el límite de Cataluña.
“Aquella, que fue llamada Semana Trágica de España, señaló el acento que iba a tener el nuevo régimen empezado veintisiete días antes, y excavó en el corazón de los españoles una división irreconciliable. Puso el fermento de la guerra civil. Dos fechas misteriosamente gemelas en su terrible antagonismo fueron concebidas aquella tarde fatal. Cinco años y tres meses de trágica gestación parieron el 18 de julio de 1936, en Tetuán, y el 19 de julio de 1936, en Barcelona. Aquélla, la fecha del Glorioso Alzamiento Nacional; ésta, la fecha de la Revolución Roja, la fecha de la entrada del Infierno en el combate. Pero el ¡Arriba España! que se dio en el Estrecho, llegó en forma casi imperceptible a nuestra ciudad, convertida por culpas propias ajenas en capital roja, donde fuimos ensordecidos y abrumados por la gritería atronadora y monstruosa que podía sintetizarse en un solo clamor: ¡Arriba el Infierno!”.
El Estatuto de Cataluña y la masonería
Rucabado, que en su trato particular temía siempre los extremismos y se movía en una zona templada de conservadurismo, no duda en calificar así, con juicios tan graves, al Estatuto de Cataluña y a Ventura Gassol, que recientemente (1969) ha sido casi canonizado en la Basílica montserratina:
“Preparada estaba aquella arremetida en diversas oleadas de asalto. Reténgase la fecha negra en que Cataluña mordió el anzuelo. En aquella misma noche del 2 de agosto de 1931, votado el plebiscito de un Estatuto, que jamás debió aceptarse, de la Masonería, pronunció Ventura Gassol desde el balcón de la Generalidad el discurso matricida, enalteciendo el nombre lúgubre y siniestro de Ferrer Guardia. La suerte de la Iglesia y de las iglesias en Cataluña estaba echada. Y echada estaba en toda España. ¿Cómo han osado los portavoces y altavoces rojos lanzar al viento la irritante calumnia de atribuir la irrupción incendiaria a la provocación de los mismos católicos y curas “que tiraban desde las iglesias contra el pueblo”?
La República del Frente Popular
También durante la República hubo católicos que confiaron en sus alianzas con las izquierdas. Aquí mismo no sería difícil demostrar cómo ciertos católicos formaron comités con Joaquín Maurín, Ángel Samblancat, al estilo de las actuales “Comisiones Obreras” y grupos “democristianos” que juegan a la conspiración. Para que vean cómo las gastaba el Frente Popular, afincado ya en el poder, Rucabado descubre toda la hipocresía de la maldad frente-populista en estos párrafos:
“Como si no hubiese triunfado el contubernio de la libertad con el absolutismo antirreligioso más implacable en las etapas graduales de preparación del pueblo para el asalto final (aprobación del artículo 26 de la Constitución, 13 de octubre de 1931; disolución de la Compañía de Jesús, 24 de enero de 1932; aprobación de la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, 10 de mayo de 1933), convergiendo todas estas leyes y prácticas al mismo objetivo; secularización de cementerios, ley del divorcio, prohibición de enseñanza a las órdenes religiosas y, finalmente, prohibición general de toda enseñanza religiosa, ¿no servía todo esto para provocar en el pueblo la calentura antirreligiosa hasta ponerlo en temperatura incandescente? ¿Cómo, pues, han osado hablar de “ofensiva católica” cuando cinco años hacía que tenían la iniciativa de todos los ataques y la salvaguardia de todas las impunidades? Desde la frase de 1931: “Todas las iglesias de España no valen la vida de un” republicano hasta la de 1936, aquel cínico: “¡qué lástima!”, único comentario gubernamental a los avisos de nuevas iglesias incendiadas a partir del 16 de febrero y antes del 18 de julio, la impunidad más completa garantizaba este horrible deporte.
“Cierto que en Cataluña, por un conjunto de causas, no se había dado bajo la República este desmán, pero no debe ser abono a la Generalidad que no hizo más que tener suspendida sobre nuestra cabeza cristiana la espada de Damocles, que un día u otro debía caer con todo el peso de su cortante tajo. No en vano se había invocado el nombre de Ferrer Guardia, nombre que era todo un programa y cuya evocación tenía que dar irremisible fruto. No olvidemos aquellas elecciones de 14 de enero de 1934, primeras en que la Generalidad tuvo las riendas del Orden Público que le había sido recientemente traspasado; elecciones que fueron un desbordamiento infame de anticlericalismo. No olvidemos el terrible ensayo (aunque brevísimo dejó crueles huellas) del 6 de octubre de 1934, cuando las pocas horas del triunfo fueron aprovechadas en Villafranca del Panadés, en Navás y otros lugares, incendiando los templos y asesinando a los párrocos, de consumo con el repertorio que durante una terrible quincena se desarrolló en Asturias, donde se cosechó en aquel que hoy nos parece corto periodo tan copioso martirologio.
“No olvidemos en que atmósfera de zozobra y recelo se conmemoró aquí el centenario de la quema de conventos en 1935, cuando debajo de la situación mentirosa bullía la lava de la futura erupción. La hendidura que la interna presión causó, por donde el chorro de fuego debería salir, fue aquella fecha casi desaparecida, pero lamentablemente eficaz, del 14 de diciembre de 1935, en que se dio el poder al gobierno Portela, que anunció la disolución de Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones.
“Historiadores sagaces han calificado con acierto las elecciones del 16 de febrero de 1936 como la fecha de la verdadera Revolución de España. La victoria electoral del Frente Popular, verdadero frente antirreligioso, rompió los diques y se volcaron otra vez sobre la Iglesia las aguas del diluvio. Empezaron los cinco meses de complicidad gubernamental avalando el desenfreno de las turbas bajo un silencio de hierro. La implacable censura del responsable Azaña no dejaba filtrar las noticias de la sistemática destrucción que se estaba cometiendo, en plan ordenado, de edificios religiosos por toda España -como la engañosa excepción de Cataluña que sólo por informaciones personales o confidenciales conocíamos-. La horrible tarea se llevaba al compás de la sovietización creciente, del puño cerrado y levantado en alto, del control organizado del comunismo en campos y carreteras. Temporada en que se registraron los nuevos incendios de Madrid (San Luis, San Ignacio), los asaltos a colegios religiosos, el arrastre de monjas por las calles… espantoso florilegio que sólo pudo ser publicado cuando Calvo Sotelo, heroicamente, leyó en el Congreso el catálogo que le costó la vida.
"Todo esto no fueron más que los pródromos sobradamente justificativos del Alzamiento Nacional contra la Revolución Roja entronizada, de hecho, desde el 16 de febrero. Pero el volcán grande que se abrió en España el 19 de julio, ya no hay letras ni palabras para grafiarlo o definirlo. El 19 de julio es…“el 19 de julio”, algo que ha de dar en los tiempos un escalofrío. Fue el reinado del Anticristo, en una palabra. Será descrito y estudiado como el experimento anticristiano más enorme de la historia”. ...
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