Antonio Sanjurjo Badía, “El habilidades”


El señor Sanjurjo Badía, que siente desde muy joven una afición extraordinaria por la apicultura, ha tenido siempre en los alados insectos productores de miel, un ejemplo de actividad que imitar y, así, fundar en Vigo su gran establecimiento de fundición y construcción, bautizado con el nombre de La Industriosa. De ese modo rindió culto a su afición por la abeja y halló un nombre perfectamente adecuado a lo que iba a ser campo de sus incansables energías y de sus iniciativas…
Revista Mondariz, Madrid, 20 de julio de 1916.


Incertidumbre en el Cantábrico


En medio de una política expansionista y de acuerdos en los que las grandes potencias se repartían grandes porciones del globo a golpe de regla y compás, los Estados Unidos iban buscando un hueco en el mapa del siglo que se aproximaba. Si los europeos se estaban repartiendo gran parte de África y Asia en una fiebre colonial renovada, a los norteamericanos les convino, más que nada por proximidad, fijarse en el Caribe y, en menor medida, en el Pacífico. Ya desde finales del reinado de Isabel II el poder español en las colonias de ultramar se había convertido en un grave problema, entre debilidades diversas y conflictos sostenidos en el tiempo. Así llegamos a 1898 y a la guerra. Los Estados Unidos ya habían tratado de comprar Cuba en diversas ocasiones pero, claro, la isla caribeña no era vista desde España como una colonia, sino como parte integral de su territorio, es más, una de las partes más ricas y queridas.
No viene al caso detallar por qué se llegó a la guerra, baste decir que entre el ímpetu colonial estadounidense, la debilidad de lo que quedaba del Imperio Español y los conflictos internos de tipo revolucionario en Cuba, los ingredientes para el conflicto llevaban preparándose durante mucho tiempo. No se trataba de algo pasajero, la inminente guerra iba a configurar a los Estados Unidos como potencia emergente, mientras que España caería en un sopor que duraría muchas décadas.
La insostenible situación cubana, con el ímpetu por la independencia y el odio hacia lo colonial, sirvió de excusa perfecta para los norteamericanos, que en medio de una guerra sin cuartel en la prensa pasaron a la acción bélica real. El ejército independentista cubano iba a ganar el pulso más tarde o más temprano, aquello se veía venir y, claro, en un escenario como aquel, los Estados Unidos poco tendrían que “rascar”. Y, así, se decidieron a intervenir militarmente con todas las consecuencias, el control de la isla estaba en juego y, ya de paso, había por ahí otros juguetes rotos como Puerto Rico y las Filipinas que podían caer en el mismo juego. Luego llegó el gran lío: el acorazado Maine salta en pedazos en La Habana. Ya había excusa para una guerra, que terminó con la firma de los acuerdos de París en diciembre de aquel 1898, dando lugar a una independencia “tutelada” de Cuba y la cesión a los Estados Unidos de Puerto Rico, Filipinas y Guam. Lo que restaba de posesiones españolas en el Pacífico fue vendido a Alemania. A fin de cuentas, la guerra había destruido la mayor parte de la flota de la Armada, así que difícilmente iba a poder mantener el control de tan lejanos territorios.
Y, he ahí que, antes del fin de la guerra, con los barcos españoles hundidos en el Caribe y el Pacífico, una gran incertidumbre comenzó a apoderarse de quienes vivían en las costas españolas, sobre todo en las del Cantábrico. ¿Cruzarían el charco los norteamericanos para atacar Cádiz, Vigo, Santander o Bilbao? ¿Llegarían a atreverse incluso con un ataque en el Mediterráneo a Barcelona? Puede sonar a chiste, pero el miedo era muy real. Fueron días caóticos en los que aparecieron propuestas de todo tipo para reforzar las baterías de defensa costeras y otro tipo de iniciativas, como la que llevó a cabo el intrépido ingeniero Manuel Daza y su propuesta nunca realizada de torpedo-misil Toxpiro, pensado para acabar con la flota estadounidense en caso de ataque a las costas españolas. La cosa no se tomaba a broma, por improbable que fuera, existía cierto peligro. He aquí, por ejemplo, lo publicado por El Imparcial, el 11 de julio de 1898:
Toda la prensa de Vigo elogia el patriótico proceder de que en estos críticos momentos están dando muestras los maestros de obras de aquella población. Comprendiendo la necesidad de que se terminen en el más breve plazo posible las obras de defensa, han ofrecido su concurso a las autoridades militares, cediendo el cincuenta por ciento de los operarios que tienen a sus órdenes y comprometiéndose ellos mismos a dirigir personalmente los trabajos, bajo la inspección de los ingenieros del ramo de guerra. (…) Las obras de defensa de la bahía avanzan rápidamente. Los cuatro fuertes están casi por completo habilitados y a diario llegan materiales de guerra. (…) La Publicidad, ocupándose de los preparativos que se están llevando a cabo para la defensa de Barcelona en el caso de que las escuadras yankis llegaran a los puertos de la Península, dice que se se ha ordenado el transporte urgente a aquella plaza de cierto número de obuses que disparan tres clases de proyectiles. (…)
El mismo periódico, junto a muchos otros por aquellos días, se hacía eco de presurosos preparativos para la defensa de Bilbao, de la llegada de combustible y municiones a Santander así como del miedo a un ataque incluso en San Sebastián. Sin embargo, donde más profundamente se vivía aquella incertidumbre era sin duda en la ría de Vigo, a cuya defensa se pensaba destinar “una brigada compuesta por cuatro torpederos y de la batería flotante Puigcerdá, como estación para los torpederos fijos a instalar en las bocas de la ría”. Cabe decir que el Puigcerdá, único vapor blindado tipo Monitor con que haya contado la Armada Española y botado en 1875, fue equipado precisamente para la defensa de Vigo contra un posible ataque de los Estados Unidos con tres cañones González Hontoria.


El submarino Sanjurjo


Ya tenemos un escenario de terror dibujado. ¡Que vienen los yankis!, se decía por todas partes y, precisamente en Vigo, hubo alguien que se lo tomó muy en serio, un tipo genial que no quiso quedarse sin hacer nada ante la amenaza en ciernes.
Se trataba de Antonio Sanjurjo, un empresario, mecánico e inventor, que era tan bueno manejando e ideando máquinas que era apodado como “El Habilidades”. En una España que había contado desde hacía tiempo con geniales ideas para dotarse de un arma submarina, algo que hubiera cambiado el curso de la guerra con los Estados Unidos, todo había quedado en proyectos olvidados. Ni la magnífica nave de Peral, ni otras genialidades como los torpederos de Cabanyes, ni diversos intentos anteriores como los de Cosme García o Monturiol habían terminado bien. Sin embargo, ante el riesgo inminente, el genial mecánico Sanjurjo decidió crear un arma submarina especial con la que poder defender la ría de Vigo.
El día 12 de agosto de 1898 Antonio Sanjurjo Badía llevó a cabo una excepcional proeza. Ese día, en las aguas de Vigo, se probó su boya-lanzatorpedos, ideada y construida por él mismo. Se trataba de un mini-submarino que, a lo largo de dos experimentos de inmersión llevados a cabo en aquella fecha, demostraron que podía utilizarse perfectamente para la defensa de la ría. Todo un éxito que, sin embargo, se quedó en mero espectáculo, pues la guerra había prácticamente terminado y nadie se interesó en construir en serie su ingenio.



Sanjurjo Badía en su submarino. Fuente: Faro de Vigo.


¿En qué consistía el submarino de Sanjurjo? Su aspecto llama la atención por parecer una gran “T” de metal. Con una eslora de poco más que cinco metros, se desplazaba sumergido por aguas superficiales, podía llegar a alcanzar los veinte metros de profundidad, operado por tres tripulantes. Con una autonomía de unas cinco horas, dotado de propulsión manual a hélice, recordaba en esto muy lejanamente a los añejos submarinos Tortuga del siglo XVIII. El inventor gallego no sólo diseñó y construyó el pequeño submarino, sino que también lo financió con más de 16.000 pesetas de la época, un capital nada desdeñable, que complementó además con un donativo personal al esfuerzo por la defensa de las costas. La idea básica consistía en dotar a Vigo, y a todos los puertos de España, de flotillas de estos pequeños ingenios, capaces de unir minas a los cascos de los barcos enemigos para hundirlos. El fin de la guerra acabó con aquel sueño y no hubo más experimentos.


Un mecánico prodigioso


Es curioso que hoy Sanjurjo sea recordado sobre todo por su aventura submarina cuando, en su tiempo, aquello fue tomado poco menos que como una anécdota en medio de una vida apasionante llena de éxitos.
Antonio Sanjurjo Badía nació en Sada, La Coruña, en 1837 y falleció en Vigo en 1919. Siendo uno de los hijos de un relojero y mecánico, padre de familia numerosa, pronto tuvo que buscar el sustento el lejanas tierras. Viaja a Cuba y, gracias a su prodigiosa habilidad mecánica, logra hacerse con una pequeña fortuna. No era gran cosa, pero sí lo suficiente como para regresar a su querida Galicia. En Vigo funda un taller mecánico prodigioso. En él se transforman toda clase de máquinas, se crean, se mejoran y, además, al bueno de Antonio se le ocurre que sus trabajadores deben estar a gusto en el trabajo. En eso se adelantó décadas al sentir social en la lucha por el empleo digno, adelantándose incluso en muchas de sus premisas al tan conocido espíritu por el buen empleo que tiempo después tanto predicó el mismísimo Henry Ford. Sanjurjo cuidaba de sus trabajadores con descansos, seguro de salud y de jubilación, algo apenas visto por entonces.
Su primer taller en Vigo estaba dedicado a fabricar calderas y diversos tipos de máquinas de vapor. Hacia 1880 el negocio había crecido lo suficiente como para crear una nueva empresa, esta vez de un tamaño considerable. Antonio le dio el nombre de “La Industriosa” y, precisamente, no podía haber una denominación más ajustada a la realidad. A la pasión por las máquinas de su creador, se unía su afición a la apicultura, tanto es así que llegó a inventar un nuevo tipo de colmena perfeccionada. Y, así, como si de “industriosas” abejas, voluntariosas y pacientes, se tratara, la empresa fue creciendo con fortaleza. No era un simple taller, sino un lugar en el que el ingenio florecía. Sanjurjo realizaba todo tipo de experimentos para averiguar cómo nadaban los peces, de cara a mejorar su idea del submarino. Allí se fabricaban sorprendentes máquinas de vapor, cocinas, utensilios domésticos, prensas industriales, conducciones, motores, estufas y, en general, cualquier tipo de artilugio mecanizado. Y, así, llegó a convertirse en una fundición modélica y en una de las mayores empresas de la Galicia de su tiempo.




A principios del siglo XX dio vida a una pionera línea de transporte de pasajeros por autobús, con máquinas que ya no eran de vapor, sino de bencina. La empresa, a la que llamó “La Regional”, contaba incluso con su propio tendido teléfónico a lo largo de la línea entre Santiago y La Coruña, para informar de incidencias y averías. También creó su propio astillero e invirtió en muchos otros proyectos industriales que le convirtieron en uno de los empresarios más queridos de su tierra.


Antonio Sanjurjo BadÃ*a, “El habilidades†– TecnologÃ*a Obsoleta