La evolución como religión de Occidente


J. R. Aguirre.- GÉNESIS 1, 26 “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra’” (Génesis 1,26)”.

Este es el origen del ser humano según la Biblia. Donde pone hombre, y por las especiales circunstancias feministas que atravesamos en este principio de siglo, debemos entender que incluye hombres y mujeres. Utilizaremos pues el genérico “ser humano” que gramaticalmente es masculino, pero que incluye también a las mujeres.

Para evitar suspicacias de machismo diremos que no hace mucho alguien, quizá alguna ministra, propuso cambiar el sustantivo “patria” por “matria” lo que podría tener como consecuencia que el utilizado esquema “madre patria” podría sustituirse por el equivalente “padre matria”.

Según la fe, es decir, según la religión, y se entiende que todas las religiones tienen alguna referencia semejante acerca de la posición predominante del ser humano en la escala de vivientes en el planeta Tierra. Somos creados a semejanza divina. Durante milenios y, a pesar de la jerarquía social humana, semejante según parece a la de algunos simios depredadores (chimpancés y papiones por ejemplo), jerarquía que siempre ha organizado a la especie humana en una escala social que podríamos imaginar como una pirámide en la que la gran masa de desheredados sostiene todo el entramado para ir ascendiendo peldaño a peldaño hasta la cúspide en la que las élites gobiernan todo el conjunto humano sometiendo progresivamente al inferior, apisonado por las estratificadas piedras sociales superiores. Construcciones sociales evidentes que por algún motivo inconsciente reproducen los famosos “castells” catalanes o valencianos.

Durante milenios, insisto, el ser humano ha tenido conciencia de ser un privilegiado amado de los dioses en el planeta que habitamos.

Hasta ahora. Es decir, hasta que el credo evolucionista ha ido progresivamente impregnando la conciencia social, sobre todo occidental, acerca de nuestra posición en el orden de las cosas planetarias. Básicamente, el evolucionismo es la creencia absoluta en la casualidad. La casualidad que comienza de la nada. Stephen Hawkjng afirmó que él era capaz de entender que de la nada absoluta pudiera surgir algo. Y ese algo primigenio sometido a un número de combinaciones matemáticas absolutamente inabarcables para el entendimiento humano fue evolucionando, cambiando, permutando miles de millones de veces hasta construir miles de millones de universos, uno de los cuales generó finalmente las condiciones necesarias para que existiera el plantea Tierra y para que en este peculiar planeta una sopa química originaria diera lugar a nuevas recombinaciones y finalmente alumbrara la vida. Vida primigenia que de forma aleatoria volvió a recombinarse miles de millones de veces durante miles de millones de años hasta “evolucionar” progresivamente y ponernos a nosotros, al ser humano en el lugar que ocupamos.

En definitiva y según el evolucionismo somos una casualidad bioquímica. Nuestras creencias en lo trascendente son meras creaciones del intelecto humano que no existen fuera del mismo. No existen fuera de nuestros cerebros. Esas creencias han sido generadas, bien por personas de inteligencia casualmente superior (cerebros privilegiados capaces de concebir ideas originales) o bien aprendidas por el común de los mortales de esas mentes privilegiadas.

En definitiva mera especulación intelectual que no tiene existencia real en el mundo evolutivo en que vivimos. Y llegados a este punto tendremos que recapitular acerca de los cambios (evoluciones que han tenido lugar en estos últimos dos mil años).
Así, la fe en Cristo el nazareno, desciende lo trascendente, lo mítico al ámbito real. Dios existe porque Él mismo nos lo dice. Se hace hombre para rescatarnos de esta insoportable incertidumbre acerca de nuestra existencia. A través de Él conocemos al mismísimo Dios creador y nos convierte en hijos de ese Dios hasta ese momento desconocido.

Eso no evita que en el discurrir de los años la pirámide social con los de arriba y los de abajo siga existiendo. Tampoco logra evitar el escándalo humano de la esclavitud. Solo el desarrollo industrial producto del intelecto y la habilidad humana parece capaz de redimir la necesidad del esclavo. La producción industrial requiere asalariados.

Otra manera de situar a unos debajo de otros. Pero el cristianismo, esa fe que hace del ser humano hijo predilecto de Dios creador ha sido confrontado y vencido por la nueva fe en lo evolutivo que por su naturaleza racional y su certificado de idoneidad científica ha sustituido la religión antigua por la nueva.

Quizá sea exagerado calificar al evolucionismo de religión cuando se trata de una teoría científica, es decir, racional, emanada del entendimiento humano y no del mito o de la interpretación de unos libros escritos hace dos mil años, pero en todo caso el evolucionismo se ha convertido en una creencia generalizada. Hasta los cristianos más fieles, los católicos más fervientes ven asaltadas sus certidumbres por la sutil a la vez que aparentemente evidente demostración de lo que somos con solo seguir las pruebas que nuestros sentidos nos muestran.

El evolucionismo es por su naturaleza contrario al cristianismo. Será también, creo, contrario a las otras dos religiones del libro, la judía y la islámica, pero aún sin conocerlas en profundidad parecen haber sido menos afectadas por el aluvión evolucionista. Es cierto que desde el campo católico ha habido intentos de compatibilizar la fe con la ciencia. Pero estos intentos han reducido la acción divina a una especie de impulsión primera. Una explosión que se conoce como el “Big Bang” a partir de la cual se pone en marcha el proceso evolutivo. Pero ese Dios impulsor queda así diluido en la idea de un lejano por inalcanzable Ser de imposible conocimiento. Un Dios oculto en las tinieblas del tiempo muy distinto al Dios cristiano que se manifiesta ante nosotros hace más o menos dos mil años.

El evolucionismo ha triunfado en todo el occidente cultural y lo ha hecho desde mediados del siglo pasado. En la España de los años 60, 70 comenzó a tomar impulso a través de una de esas ideas fuerza simples y a la vez sugerentes y poderosas. El evolucionismo se presentó ante el pueblo llano español con una frase demoledora: “el hombre procede del mono”. Una pequeña bola de nieve que pendiente abajo va convirtiéndose en un alud que todo lo arrasa.

Y es que el cristianismo necesita el milagro. La fe cristiana se sostiene en el milagro mismo. Fundamentalmente la resurrección. “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”. Dijo San Pablo. Pero el milagro no es corriente, más bien es a todas luces y era en la

España ya en pleno desarrollo de aquellos años, inexistente. El evolucionismo, por el contrario, solo recurría al intelecto humano y repartía credenciales, certificados de inteligencia a los que admitían los principios y el lógico desarrollo de las premisas científicas que llevaban inevitablemente a admitir que el hombre, el ser humano, se parecía mucho al chimpancé, al gorila, al orangután. Los monos antropomorfos y el hombre tenían mucho en común.

Las consecuencias del evolucionismo se han ido desarrollando a través de los años hasta llegar a la situación actual. No pasaremos por alto el último intento de oposición a la doctrina evolucionista. Hace no demasiado tiempo, algunos Estados norteamericanos intentaron introducir en los plantes de estudio otra teoría con certificado científico que entendían debía ser tenida también en cuenta. El diseño inteligente. Y es que muchos hombres y mujeres de ciencia no terminan de entender esas combinaciones y recombinaciones matemáticas que estiman imposibles para que finalmente aparezca nuestro planeta y dentro de él nuestra propia especie. En términos comprensibles el ejemplo que suele ponerse es el del relojero ciego. Dos personas, una evolucionista y otra creacionista van por el desierto y encuentran un reloj. El evolucionista atribuye al hallazgo a las meras interacciones durante miles o millones de años entre las partículas de arena movidas por el viento. Por su lado el creacionista interpreta que detrás de tal objeto tiene necesariamente que haber un ser inteligente. Los partidarios del diseño inteligente no necesariamente son cristianos o creyentes, es más, puede que su teoría lleve a suponer que solo un ser maligno nos ha diseñado tal como somos, tan propensos a guerras y destrucciones, pero en el enfrentamiento con el evolucionismo fueron literalmente barridos del escenario ideológico. A España llegaron ecos lejanos de la pretensión diseñadora que nuestros telediarios liquidaron de inmediato con adjetivos como ultraconservadores inmovilistas , cavernarios ejemplares humanos que pretendían volver a los tiempos feroces de las imposiciones religiosas.

El evolucionismo se ha impuesto pues como la moderna fe en occidente. Ahora bien el cambio de religión tiene sus consecuencias. No es gratuito y muchas de las contemporáneas actuaciones políticas tienen su fundamento último en la creencia evolucionista. Por ejemplo y dejando el conocido culto al aborto y la eutanasia, la actual crisis del petróleo se debe en no poca medida a esta fe que exige acciones inmediatas.

Pero analicemos las consecuencias del evolucionismo. En primer lugar y es evidente, el ser humano pierde eso que llamamos “status”, pierde rango entre las criaturas que habitan en este planeta y desciende del pedestal de “imagen y semejanza de Dios”, usufructuario y dueño del resto de la creación para convertirse en uno más de los animales que viven en el planeta. El ser humano es un simio, una especie diferente de simio. La semejanza que existe entre el chimpancé y el hombre es parecida a la del mismo chimpancé con el mono papión. Tendencia al desplazamiento bípedo, utilización de las manos con cierta habilidad, etc. por no hablar de la misma organización social que también es parecida con jerarquías similares a la humana, machos alfa, hembras alfa, etc. Tan conocidas por ser divulgadas en los documentales de la BBC y de National Geographic.

Pero hay algo más. Hay demasiados seres humanos. En la mente del científico evolucionista el ser humano se asemeja a un virus destructor que invade el cuerpo del huésped y lo corroe hasta destruirlo. El ser humano es al planeta lo que una enfermedad incurable a un paciente. En la mente evolucionista no hay ultravida, solo esta que disfrutamos o padecemos y el culto al Dios trascendente se reconvierte en culto al planeta y sus estructuras naturales. En esa idea es fundamental el concepto de ecosistema equilibrado y sostenible. En tal ecosistema natural, conviven presas y depredadores que se reproducen y que al mismo tiempo se controlan unas a otras. El exceso de herbívoros puede acabar con toda la vegetación de un entorno natural por lo que el depredador es necesario para controlar la población de rumiantes. Al mismo tiempo si el depredador se multiplica en exceso la misma disminución de presas acabará por retornar al equilibrio necesario.

En este ecosistema equilibrado el ser humano no tiene cabida. Arrasa con todo lo que está a su alrededor, transforma el medio, tala el bosque y por inaceptables medios químicos (inaceptables porque esta producción artificial acaba contaminando ríos y bosques cercanos a la factoría) fertiliza un suelo que de por sí se habría convertido en estéril y alimenta a millones de bocas humanas, en otras palabras, contribuye a la expansión de ese virus destructor del planeta.

He aquí la explicación última de las andanzas y manifestaciones de determinados políticos de izquierda a los que los políticos de supuesta derecha no contradicen. En el fondo todos son evolucionistas. He aquí por qué la plaga de langosta en Extremadura no será combatida por la Junta. No pueden utilizarse determinados compuestos químicos que atentan al medio ambiente. He aquí por qué Olona acusa a Moreno de querer prohibir la caza. En el fondo subyace esa creencia en el ser humano como enfermedad planetaria.

También explica los ataques sistemáticos y cada vez más insistentes al ganadero, al agricultor. Los productores del famoso queso de Cabrales son cada vez menos porque los lobos atacan al ganado. Se trata de despejar espacios para la reintroducción del lobo, del oso, del tigre si fuera necesario. La consigna consiste en recluir al virus humano en ciudades cada vez más apretadas, suministrarle algún alimento tipo gusano “Blade Runner 2049” y seguir haciendo todo lo posible para exterminar gran parte de esta población humana, maligna y depredadora de los recursos del planeta.




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