Cita:
3) Lo que, respetuosamente, quisiéramos que se hubiera dicho
No tenemos dudas de que en la Iglesia ha existido y existe el antitestimonio; de que muchos de sus hijos - desde la autoridad o desde el llano- han sido y son causa del pecado de escándalo; de que la memoria necesita purificarse de semejantes vicios.
Hubiera sido oportuno en tal sentido hablar del proceso de autodemolición al que se refiriera, denunciándolo, Paulo VI, cuyos responsables tienen nombres y apellidos; de la tolerancia, cuando no de la aquiescencia para con ese "humo de Satán" que se dejó entrar en el templo de Dios, según dolorosísima expresión del precitado Pontífice; de las "verdaderas y propias herejías que se han propalado", tal como lo reconociera Juan Pablo II el 6 de febrerro de 1981, y en particular de ese "conglomerado de todas las herejías", como llamó San Pío X al modernismo, así como de su sucesora, "la concepción que no se puede definir sino con el término ambiguo de progresista (y que) no es ni cristiana ni católica" (Paulo VI, mensaje a los católicos de Milán, 15-8-1963)
Hubiera sido oportuno pedir perdón por la desacralización de la liturgia, por la profanación de tantas celebraciones eucarísticas, por el vaciamiento de los Sagrados Textos, por la falsificación de la catequésis, por la adulteración de la dogmática, por el escamoteo de la ascética, por la desnaturalización de la pastoral, por el inmanentismo, el secularismo y y el horizontalismo en todos los terrenos que han desarrollado muchos sacerdotes. Perdón por el falso ecumenismo y el sincretismo, por el pluralismo ilimitado e irrestricto, por la protestatización de la Misa, la marxistización de la teología, la cabalización de la Fe, el aseglaramiento de los clérigos, la reconciliación con el "mundo". Perdón por las ceremonias inter-religiosas o pluriconfesionales en las que el Vicario de Cristo queda homologado con los líderes de las falsas creencias, y el Dios Uno y Trino con los profetas demasiado humanos de los cultos antiguos o modernos.
Hubiera sido oprtuno pedir perdón por los pastores medrosos, cómplices del liberalismo y del comunismo; por los curas guerrilleros o agitadores tercermundistas, por los obispos que confunden a su grey con palabras y hechos que no son sino contemporizaciones con los enemigos de la Iglesia; por los que ensayaron todos los errores filosóficos del siglo y se olvidaron de la filosofía perenne; por los innovadores que terminaron siendo socios activos de la Revolución; por los que llamaron renovación a la apostasía y traicionaron a sabiendas la Tradición. Perdón por las deserciones en nombre del antitriunfalismo, por el temporalismo, el activismo, y la malsana mundanización. Perdón por no haber predicado explícita y contundentemente la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo.
Mas como no sea cosa que se crea que estos deseados pedidos de perdón reconocen su punto de partida en los días posteriores al Concilio Vaticano II, hubiera sido oportuno además, que se entonara un mea culpa especialmente doloroso y trágico, por ese mal enorme y antiguo del fariseísmo que resume y contiene a todos los otros, y que desde lejos viene corroyendo y afeando el Santo Rostro de la Santa Madre Iglesia.
Hubiéramos deseado que se dijera -enfáticamente, con toda la energía y el ardor de la caridad- que la Iglesia está acechada por dentro y por fuera, tal vez como no lo estuvo nunca en su bimilenaria historia. Que semejante situación exige, por supuesto, católicos capaces de reconocer sus verdaderas culpas y de pedir humildemente perdón a Dios y al prójimo genuinamente ofendido. Católicos penitentes y rezadores, con el sayo de los peregrinos contritos y suplicantes; pero también y por lo mismo, católicos militantes, llenos de lucidez y de coraje, con la armadura de los caballeros victoriosos, conscientes de que Cristo vuelve, de que Cristo Vence, de que Cristo Reina e Impera. Y de que entonces, como lo dijera San Pablo, "nadie será coronado, si no ha valientemente combatido".