Septuagésima
Hoy es el domingo de Septuagésima, un período litúrgico que indica que la Cuaresma, y la Pascua, se aproximan y simboliza, según Amalario de Metz, los setenta años de cautividad del pueblo judío en Babilonia.
Comienza a usarse el color morado en las celebraciones litúrgicas y ya no se volverá a decir el Gloria en la Santa Misa hasta la Vigilia Pascual. Tampoco se cantará más el Alleluia y, para despedirla, en las primeras vísperas de este domingo, se cantó el doble Alleluia luego del Benedicamus Domino.
El evangelio de hoy es el de los viñadores y en Maitines comienzan a leerse los primeros capítulos del Génesis.
Los cristianos de algunas zonas de Occidente comienzan esta semana el ayuno cuaresmal, exceptuado los días jueves, sábados y domingos.
En definitiva, es un tiempo ya de alguna manera penitencial, preparación próxima a la Cuaresma, y preparación remota a la Pascua.
Muchas veces el escalofriante resultado de la reforma litúrgica que se plasmó sobre todo en un Novus Ordo Missae, nos hace olvidar los daños colaterales producidos por Bugnini y su pandilla y bendecidos por Pablo VI. El odio desacralizador no se detuvo en destruir la liturgia de la misa sino que también se encargó de eliminar muchos de los tiempos sagrados que poseía el año litúrgico sin respetar siquiera la secular tradición que los unía a nuestro rito. La Septuagésima, por ejemplo, ya aparece en el Sacramentario Gelasiano compilado en el siglo VIII, pero que atestigua prácticas litúrgicas mucho más antiguas. Y con la Septuagésima, eliminaron incomprensiblemente la Octava de Pentecostés, que poseía la misma jerarquía que las octavas de Pascua y Navidad, y cuántas otras cosas más.
Criminales litúrgicos. Algunas vez comentamos en este blog la anécdota que narra Louis Bouyer en su diario –que será publicado próximamente- acerca de la redacción de la Plegaria Eucarística II, la más usada en la actualidad por su brevedad, y que los píos sacerdotes advierten que la utilizan por se remonta a San Hipólito. Cuenta Bouyer -que participó activamente de la reforma litúrgica durante su primer tiempo- que, almorzando un día en una trattoria del Trastévere con un colega, éste le recordó que esa tarde tenían reunión con Bugnini y que debían llevar algunos borradores con las propuestas de nuevas anáforas. Allí mismo, luego de la pasta y del vino, redactaron rápidamente la plegaria eucarística II, como para ir a la reunión con los deberes hechos. Y allí quedó la cosa, y el borrador trastiberino en las criminales manos de Bugnini. Nunca iba a imaginar Bouyer, según él mismo admite, que ese esbozo escrito en un trozo de papel con manchas de salsa y entre vapores etílicos, iba a ser incluido en el nuevo misal romano sin modificación alguna. Con cuánta razón y dolor pudo escribir algunos años más tarde que, si la liturgia romana era un cadáver antes del Vaticano II, después de éste, es el mismo cadáver pero en estado de putrefacción.
The Wanderer
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