Francisco, modernista consumado
Enviado por Moderador el Jue, 11/28/2013 - 15:02.
Marcelo González
El papa Francisco, por primera vez, publica un documento magisterial de su pluma. La encíclica que lleva su firma casi no contiene nada propio, fue redactada por Benedicto.
Se trata, en este caso, de una exhortación apostólica voluminosa en la que Francisco desarrolla algunos temas que ya ha insinuado en distintas ocasiones, en ciertos aspectos para tranquilidad de los lectores católicos, puesto que aclara un poco dichos muy inquietantes de sus entrevistas y homilías.
Y sin embargo, persevera en el empeño de caminar sobre el filo de la navaja, y no pocas veces caer en afirmaciones francamente difíciles de salvar.
Odium definitionis
El modernista odia la definición. Lo mismo que el político moderno. Decir las cosas clara y terminantemente es un acto “antipolítico”, porque cierra “opciones” y pone límites conceptuales y prácticos. La indefinición reditúa en el negocio de la política y hasta cierto punto, según la materia, es un recurso válido para quien tiene responsabilidades de gobierno. Franco decía, aunque dudo que fuera el autor de la frase: “serás esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios”. El silencio es una forma de indefinición, muchas veces legítima y prudente cuando se puede callar.
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Para mayor claridad en materia tan compleja, preciso es advertir ante todo que cada modernista presenta y reúne en sí mismo variedad de personajes, mezclando, por decirlo así, al filósofo, al creyente, al apologista, al reformador; personajes todos que conviene distinguir singularmente si se quiere conocer a fondo su sistema y penetrar en los principios y consecuencias de sus doctrinas.
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Pero hay otras: la ambigüedad en la formulación de los conceptos, deslizarse sobre palabras polivalentes que nos permiten rescatar la acepción que convenga según las circunstancias. Esta ya no es tan legítima ni prudente forma de conducir, aunque muy efectiva sobre las masas, que detestan el esfuerzo conceptual y moral.
Finalmente, se esquiva también la definición usando el lenguaje sentimental, la apelación a fórmulas que exaltan ese aspecto tan exacerbado del hombre actual. Un lenguaje que no solo se escribe (pocos leen hoy más de algunos caracteres de un título o la bajada de una nota periodística), sino que resulta mucho más eficaz en el discurso oral y gestual. Guiño, pulgar para arriba, amplia sonrisa, besa-niños y abraza-tullidos. Francisco es maestro consumado de este lenguaje. Lo que los medios llaman “proximidad” y que clásicamente se denomina “demagogia”, es decir, según la RAE, 1. f. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. 2. f. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.
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Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal.
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¿Una misericordia demagógica?
Uno de los temas más recurridos de Francisco es la misericordia. Una suerte de “misericordia para todos”, de haber sido parte del programa económico del gobierno argentino. Que así como es el caso de éste, resultó ser para muy pocos en la realidad. Dios es misericordioso, todo lo perdona, sintamos el calor de esta mirada bondadosa de nuestro Padre celestial. Nos mira “misericordiandonos”.
¿Quién no desea recibir misericordia, esa virtud que anuncia Nuestro Señor en el Sermón de la Montaña? “Bienaventurados los que tienen misericordia porque para ellos habrá misericordia”, Mt. 5,7. Y para los otros, los que no tienen misericordia, ¿habrá misericordia? Veamos qué dice el Evangelio en la materia.
“Cuando el Hijo del Hombre vuelva en su gloria acompañado de todos sus ángeles, se sentará sobre un trono de gloria y todas las naciones serán congregadas ante Él, y separará (discriminará) a los hombres, unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos. Y colocará las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda. Entonces el rey dirá a los de la derecha: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; estaba enfermo y me visitasteis; estaba preso y vinisteis a verme…” Sabemos como sigue el texto: “¿Cuándo, Señor, hicimos todo esto?”, se preguntarán los benditos del Padre. Todo aquello que se haga al más pequeño de sus hermanos (mis hermanos, dice el Rey) a Mí lo habéis hecho.
La Iglesia refleja esta enseñanza en la recomendación de la Obras de Misericordia, tanto materiales como espirituales. La misericordia se ejerce también enseñando al que ignora y corrigiendo al que yerra.
Lo peculiar de la prédica de Francisco es que se detiene en este primer aspecto de la misericordia, como si fuese una virtud absoluta que exime de la justicia. Por cuanto la segunda parte de esta bella parábola del juicio de las naciones, del fin de la historia (aplicable al juicio personal también) desarrolla lo que todos imaginamos, la contracara de lo primero. “Entonces dirá también a los de su izquierda: “Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno”. Y desarrollada la contraparte de los misericordiosos y su omisión de las obras debidas a la caridad. Culmina el Rey diciendo: “Y estos irán al suplicio eterno, mas los justos a la vida eterna” (Mt. XXV, 31 y ss.)
Francisco se queja de aquellos que predican solo la segunda parte, pero él predica únicamente la primera. ¿Niega el infierno? No. Tampoco otros modernistas, pero creen, contra el dogma de Fe y contra toda lógica, que está vacío. ¿Para qué crearía Dios un lugar de castigo si en su omnisciencia perfecta conoce que nadie lo habitará nunca?
Una de las ambigüedades más perniciosas de esta forma de predicar y formular la doctrina es la mirada al sesgo. El instinto político se impone al deber pastoral y doctoral del papa. ¿A qué audiencia, sobre todo masiva, sobre todo trabajada por los medios en la idea de que este papa permitirá casi todo, se le ocurriría celebrar la segunda parte de la parábola? Se impone omitirla.
¿Es un silencio lícito? Pregunta terrible por las consecuencias que acarrea. Si las almas, inadvertidas por sus pastores, perseveran en vivir en forma contraria a la Ley divina, perecerán, serán parte de los “malditos de mi Padre”. Francisco denigra las normas, sin aclarar si estas son imposición divina, aún en aquellos que no conocen el Evangelio y que deben guiarse por la recta, repetimos, recta conciencia, la ley natural grabada en el corazón de cada hombre, aún del pagano, o del infiel, que obliga.
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De aquí, venerables hermanos, aquella afirmación tan absurda de los modernistas de que toda religión es a la vez natural y sobrenatural, según los diversos puntos de vista. De aquí la indistinta significación de conciencia y revelación. De aquí, por fin, la ley que erige a la conciencia religiosa en regla universal, totalmente igual a la revelación, y a la que todos deben someterse, hasta la autoridad suprema de la Iglesia, ya la doctrinal, ya la preceptiva en lo sagrado y en lo disciplinar.
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Una exhortación apostólica sobre la evangelización no puede omitir la parte de la doctrina que resulta incómoda porque el hombre moderno parece no dispuesto a aceptarla.
Actitudes neopelagianas
Seguimos sin entender lo del neopelagianismo. Asumamos, porque parece hoy indiscutible, que consiste en practicar la Fe según lo ha hecho la Iglesia durante siglos: el papa Francisco parece creer que esa forma de evangelizar pecaba de desbalance, de insistencia obsesiva en los aspectos morales y doctrinales y el olvido de la caridad y la misericordia. Puede parecer temerario lo que voy a decir, pero no creo que lo sea: esa acusación es un insulto a la pléyade de santos y mártires que ha dado la Iglesia en todos los siglos y vale la pena insistir, de los últimos, los "preconciliares".
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Pues tienen por una doctrina de las más capitales en su sistema y que infieren del principio de la inmanencia vital, que las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso. Ello no se ha de entender como si esas fórmulas, sobre todo si son puramente imaginativas, hayan sido inventadas para reemplazar al sentimiento religioso, pues su origen, número y, hasta cierto punto, su calidad misma, importan muy poco; lo que importa es que el sentimiento religioso, después de haberlas modificado convenientemente, si lo necesitan, se las asimile vitalmente. Es tanto como decir que es preciso que el corazón acepte y sancione la fórmula primitiva y que asimismo sea dirigido el trabajo del corazón, con que se engendran las fórmulas secundarias. De donde proviene que dichas fórmulas, para que sean vitales, deben ser y quedar asimiladas al creyente y a su fe. Y cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, pierden su contenido primitivo, y no habrá otro remedio que cambiarlas.
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Una Iglesia que atravesó muchas crisis, pero dio al mundo el ejemplo de papas de vida rectísima y doctrina impecable, y multitud de santos fundadores, dedicados a la educación cristiana, como Don Bosco padre y maestro de esos pequeños que creen en mí; a la atención de los desvalidos y aún de aquellos que parecen no tener esperanza humana, como han sido los beneficiarios de los cotolengos y de la obra de Don Luis Orione; o la prístina santidad del P. Pío, a quien yo veía de niño asomando por la ventana pequeña de su celda, bendiciendo a la multitud de fieles, santificándolos con su ejemplo, su oración y sus sacrificios.
A ninguno de sus fieles estos santos les perdonaron sus pecados sin el consiguiente arrepentimiento. El P. Pío los echaba del confesionario si no veía compunción. Don Bosco leía sus conciencias para desenterrar las culpas que no se animaban a confesar. San Luis Orione gastó literalmente su vida y energía consiguiendo donaciones para que seres deformes y miserables sobrellevaran su vida del mejor modo posible y ganaran el cielo. No los insultemos, ni a ellos ni a los miembros y colaboradores de sus obras.
Hasta los párrocos cascarrabias y monotemáticos, cuando tienen Fe y se dedican a Dios terminan ganando el corazón de sus fieles. Porque la entrega del sacerdote es un ejemplo irrefutable que va mucho más allá de sus defectos humanos.
Y el celo por el culto divino… tantas veces demostrado por Cristo mismo, al arrojar a los mercaderes del templo, al llorar sobre la predicción de su destrucción; tantas veces celebrado en los salmos. Nada más sagrado para los apóstoles que los ritos que el propio Señor les enseñó a realizar (haced esto en conmemoración mía).
Ahora resulta que los que amamos la liturgia de la Iglesia y la pureza de su doctrina quedamos sospechados de ir contra el Evangelio… Los que han dejado su vida en la lucha por las buenas costumbres, a favor de la vida humana respetada desde la concepción, son “obsesivos” que no tienen misericordia: esto es intolerable, no se puede callar.
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Tales hombres (los modernistas) se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia.
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Por lo cual, pueda ser que muchos encuentren en este documentos frases bien conformes con la Fe y la Moral católicas, que no lo voy a negar. Pero en el contexto de confusión en el que están escritas, más parecen concesiones a los desesperados que necesitan una razón para creer contra toda evidencia que Francisco tiene buena doctrina. No la tiene. Es un modernista consumado, y un maestro de la confusión. Esos son los hechos objetivos, más allá de sus intenciones y propósitos que solo Dios conoce.
Nota: las citas centradas en color son de la carta encíclica Pascendi Dominici gregis de San Pío X, contra los errores del Modernimo.
Fuente: PANORAMA CATÓLICO INTERNACIONAL