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Tema: Habemus Papam - Francisco I

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  1. #1
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    LO QUE FRANCISCO OMITIRÁ DECIR EN SU ENCÍCLICA


    Si en esta alocada sazón del mundo contásemos al menos con un Papa católico, posiblemente no tendríamos que pasar el trago amargo de la publicación de una encíclica sobre ecología, como la ya largamente anunciada por Su Discretísima Santidad para marzo próximo. O, en caso de que esta carta tuviese que escribirse, la esperaríamos como confutación de la marea ideológica que viene tiñendo la cuestión del medio ambiente, rehusando para tal fin todo consejo que pudiera brindar, v.g., un Leonardo Boff, boffetada de Anagni para un cabal sentido católico de la Creación. Y si las directrices del pensamiento de Francisco no fuesen reiterativas y previsibles como el vicio, saludaríamos quizás en la clamoreada encíclica el arbitraje católico en materia tan tristemente lastrada por errores, omisiones y mistificaciones, según consta hasta el cansancio. Habrá que descontar, por el contrario, que la progenie de Judas continúe pagando en nombre de la Iglesia el consabido tributo al discurso oficial articulado por periodistas y políticos.

    El Poverello de Asís
    ataviado con la jeta de Boff
    Si no fuera por sus desafueros intrínsecos, el discurso ecologista debería despertar sospechas por el sólo hecho de gozar de tanta publicidad, por haber ganado un lugar preeminente en los contenidos de la estragadísima escuela de nuestros años, por concitar las tertulias -con tufo a logia- de varias de las más funestas personalidades de la alta política mundial. Más que auténtica y medular réplica al actual estado de cosas en el mundo, se diría una "disidencia programada", el bocado ofrecido por la élites gobernantes a los tontos que se precian de rebeldes: de hecho ha sido advertido cómo, tras la caída del bloque soviético, el rápido poder aglutinador de las reivindicaciones ecologistas ganó muchas voluntades antes adscritas al discurso marxista y desorientadas ante su pálido finiquito. Huelga señalar, pues, la gravedad de que la Iglesia aparezca cohonestando estas majaderías.

    Y así será, si Dios no fulmina antes a Bergoglio con un rayo como el que sacudió a la cúpula de San Pedro el día de la abdicación de Benedicto. En tanto, y a la espera de documento tan poco promisorio, nos limitamos a adelantar apenas algunas de las cosas que Francisco no atinará siquiera a insinuar en su eco-encíclica. A saber:

    - que la Tierra no es un fetiche sino el rastro de la obra del Creador. Que todas las criaturas son vestigia Dei y que entre éstas el hombre, por el poder que se le ha concedido sobre toda la Creación material, es imago Dei, llamado a ser su similitudo según el orden de la gracia. Lo que supone que el fin remoto de todo humano operar no queda circunscrito a los lindes terrenos, sino que se proyecta a la gloria ultraterrena. Limitar esta dignidad, o proponer una dignidad fundada en otro principio, supone también un atentado contra la naturaleza -específicamente: contra la naturaleza humana.

    - Porque se debe recordar que el tan blasonado término «naturaleza» entraña un doble significado: el primero, como el «conjunto de todos los seres creados»; el segundo (y hoy más resistido, a expensas de las ulcerosa difusión del existencialismo ateo, el deconstructivismo y demás filfas urdidas a medida de la pequeñez del hombre moderno) supone la «esencia en tanto principio de la actividad». Urge recuperar esta segunda acepción, que pone un coto a la hybris y al desatino contemporáneos. Pues si el hombre atenta contra el equilibrio ecológico -como se lo denuncia en todos los idiomas- es porque finge desconocer que hay unas leyes ínsitas en su misma constitución creatural, y que éstas limitan sus operaciones.

    - Lo que dirige la mirada a un Dios que es no sólo misericordioso, como se acostumbra presentarlo para encubrir arteramente nuestros delitos, sino también legislador, pues a todos los seres les dio leyes inmutables, inseparables de su específica consistencia. Y al hombre, como ser de naturaleza compuesta -carne y espíritu-, aparte de las leyes que regulan sus operaciones necesarias le dio preceptos morales, para regular su libertad según el bien. Esto obliga a recuperar, en el contexto de la preocupación por el respeto a la naturaleza, el concepto hoy perimido de «pecado contra natura», que supone una doble y violenta transgresión: contra las leyes que regulan la sexualidad según su específico fin (válidas para todos los animales sexuados), y contra el Decálogo, expresión escrita de lo que llamamos «ley natural». La por muchos motejada como «agenda gay» de Bergoglio (con inclusión de audiencias privadas y abrazos a transexuales) no deja lugar a muy católicas expectativas a este respecto.

    - Esto también obliga a censurar la inconsecuencia e hipocresía latentes en la solicitud por el ecosistema de parte de aquellos grupos que cultivan parejamente la indiferencia, la admisión o incluso la promoción del crimen del aborto. Un pontífice que hablara según el Espíritu no dejaría de conminar a los movimientos y dirigentes ecologistas a pronunciarse sobre esta cuestión, y a condenar sin cortapisas toda incongruencia que ésta proyecte sobre el orden lógico aun antes que en el de las conductas -que se verán invariablemente afectadas por aquella inicial defección.

    - Por el mismo motivo por el que sabemos que las cosas salieron buenas de las manos del Creador y el pecado del hombre introdujo el desorden en el cosmos, una auténtica mirada católica sobre la naturaleza no puede enturbiarse con mitologías de cuño rousseauniano: nuestro estado es el de naturaleza caída. Por lo demás, la historicidad y la cultura, dimanadas de la condición espiritual del hombre, le son a éste connaturales. Es menester recomendar la enseñanza de aquellos hombres como Chesterton que, firmemente fundados en la ortodoxia católica, propusieron una sensata salida del atolladero de la modernidad a través del distributismo, doctrina informada por principios fundados en la Doctrina Social de la Iglesia. Se debe dar al traste con la distorsión romántica de la naturaleza para trazar el encomio de la ruralidad como soporte y ámbito de la tradición: a trueque del concepto abstracto de «tierra», las concretas tradiciones campesinas con la religión al centro. La gran ciudad moderna es cosa «contra natura» decía Rilke, y Ortega recordaba cómo la urbs imperial romana, en tiempos de su mayor esplendor, miraba asiduamente al campo, donde los propios jefes militares montaban a menudo sus castra y tenían sus quintas no sólo para solaz sino para labranza y ganadería.

    No tenemos la esperanza de que Bergoglio trate ni por asomo alguno de estos ítems. Ni que recuerde cuánto el Redentor supo apoyar su predicación de las realidades espirituales en hechos y cosas tomados de la observación diaria de la naturaleza y las sencillas costumbres aldeanas, lo que es suficiente a ilustrar cuánto sea para nosotros inescindible la relación entablada entre ambos orbes -celeste y terrestre- a instancias de la Encarnación. Urge, pues, una mayor atención a los hechos eminentemente espirituales, que son los que dirigen eficazmente las acciones humanas, para lo que no está demás volver a las anécdotas y relatos rurales que, con carácter de advertencia alegórica, pueden indicar las soluciones que se nos viene escatimando en esta hora trágica para el espíritu.

    Bandurria mora
    Lo hemos visto esta mañana con nuestros ojos, para no ir tan lejos: bandadas de bandurrias que le ponían un volátil manto de ébano al campo recientemente segado. Resulta que la alfalfa, antes de la siega, había atraído gran cantidad de isocas (pequeñas mariposas entre amarillas y anaranjadizas que dejan sus huevos adheridos en los tallos de las plantas. De allí eclosionan los voracísimos gusanos capaces de dar cuenta en tres o cuatro días de todo un alfalfar). Las faenas mecánicas (corte y enfardado) truncaron el avance de la plaga, y las aves fueron suficientemente atentas como para reconocer el desparramo de vermes en toda la extensión del potrero. Así los querríamos a nuestros pastores, capaces de descender del cielo de la oración y de la bien llevada dignidad apostólica al labrantío de la Iglesia, y de extirpar todos los errores que infestan al Cuerpo Místico de Cristo en la persona de los apóstatas latentes, activos siempre para demoler. Un papa capaz de condenar explícitamente la peste de las malas doctrinas y de separar a los herejes, consciente de la alta e impar autoridad que lo asiste. Capaz también de recordar a los poderes públicos la responsabilidad que les compete de favorecer la verdad y combatir el error, al precio de ser severamente juzgados el día de la cólera de Dios, que será a la vez el tiempo de premiar a los piadosos «y de arruinar a los que arruinaron la tierra» (Ap 11, 18) con sus doctrinas perversas. Incluidas las ambientalistas.

    Lo viene señalando hace años el padre Sanahuja: el proyecto, de parte de empinadas personalidades políticas y financieras internacionales, de sustituir el Decálogo por una así llamada "nueva ética planetaria", promotora de la "vida sustentable". Los únicos "pecados" que esta nueva ética tendrá por tales serán los que afecten directamente a la Madre Tierra, aun al precio de que para fiscales del caso haya que convocar a ecologistas del piso quince. Habría que recriminarle entonces a Bergoglio: ¿a quién sirve que adoptemos la jerga y las gárgaras de los ideólogos y sus ideologizadas víctimas? Si por fuerza de las circunstancias hemos de compartir el planeta con los eco-fundamentalistas, al menos no sufraguemos sus dislates. Recordemos la imperiosa lección de san Jerónimo: con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de que favorecemos sus errores.


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  2. #2
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    Última edición por Hyeronimus; 29/01/2015 a las 13:15

  3. #3
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    Un poco de cunicultura

    Juan Manuel de Prada

    Algunos lectores coñones me zahieren por haber publicado en ABC un artículo titulado El puñetazo a Gasbarri en defensa del Papa Francisco, justo el día en que comparaba a ciertos católicos de numerosa prole con los conejos. No soy, desde luego, alguien que se distinga por sus adulaciones a Francisco; de hecho, los fariseos profesionales me pusieron a caldo el día en que publiqué un artículo titulado Los nidos de antaño, lamentando unas penosas declaraciones del Papa. Hace ya algún tiempo que quemé todas mis naves: no aspiro a ninguna prebenda, mamandurria o distinción, de modo que me expreso con la libertad de un hijo de Dios, que es la libertad del que busca la verdad, se despoja de las anteojeras de los respetos humanos y renuncia a falsas glorias mundanas. Creo que quienes me leen (independientemente de que estén o no de acuerdo con lo que escribo) saben que no tengo otro señor sino mis convicciones, que por no ser las que halagan al mundo me valen muchos coscorrones y magulladuras.

    En mi artículo El puñetazo a Gasbarri, donde en efecto defendía al Papa, decía también que Francisco «ha contado mayormente con el aplauso del mundo, que es la compañía más perniciosa para el cristiano»; y que este aplauso del mundo Francisco lo ha logrado «con un lenguaje campechano un poco chanta (que diría un argentino) y un involuntario embarullamiento en cuestiones doctrinales sensibles, que ha sido aprovechado con regocijo por los demoledores de la Iglesia». Creo que la referencia a los 'conejos' forma parte de ese lenguaje campechano y de ese embarullamiento.Cada vez que he escuchado unas declaraciones penosas (o simplemente bienquedas) de Francisco me he consolado pensando en aquel pasaje evangélico en que Cristo tiene que increpar a un Pedro inspirado con pensamientos mundanos que lo invita a rehuir su Pasión. Como afirmaba Castellani, «Pedro representa a Cristo y está en lugar de Cristo; y cuando reconoce, confiesa, profesa y proclama a Cristo, habla con la voz de Dios; pero el mismo Pedro como persona privada, hablando con sus fuerzas naturales y con su entendimiento humano, puede decir y hacer cosas indignas, escandalosas e incluso satánicas». Quien niegue esto es un papólatra descerebrado; o, como jocosamente añade Castellani, alguien que confunde el amor al Papa con el fetichismo africano. Porque amar a alguien no consiste en asentir bobaliconamente a sus sandeces, o tratar de justificarlas de modos babosos que injurien la inteligencia. Pienso que Francisco, sobre todo cuando se sube a un avión o tiene un teléfono a mano, propende a la facundia; y a veces su facundia puede incluir alguna sandez que cualquier católico no afectado por el síndrome del fetichismo africano puede señalar con naturalidad.


    Observaba Gustave Thibon que, cuando las instituciones son fuertes e inamovibles, están por encima de las personas que las encarnan coyunturalmente. Dante, por ejemplo, incluyó en el elenco de condenados al che fece per viltade il gran rifiuto, refiriéndose a Celestino V (que renunció a la tiara pontificia), sin que por ello se menoscabara el prestigio del papado. Hoy, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Dante, cuando las instituciones se han debilitado y casi nadie las defiende, surge como una putrescencia el fervorín idolátrico, la exaltación grosera y grotesca de las personas que coyunturalmente las encarnan. Pero tales excesos papólatras -tan vacuos- ocurren mientras la Iglesia católica es arrastrada por el fango un día sí y otro también, a veces como consecuencia de sus pecados, pero casi siempre por odium fidei.


    Benedicto XV dedicó a Dante una encíclica (¡ay, aquellos tiempos en que los papas dedicaban sus encíclicas a asuntos imperecederos!), In praeclara summorum, en la que reconoce que «arremetió con terrible acrimonia contra los Sumos Pontífices de su tiempo»; mas no por ello deja de declararlo el más grande poeta católico de todos los tiempos.
    Y Pablo VI, en su motu proprio Altissimi cantus, dedicado también a Dante, repetía la misma idea, reconociendo al divino autor de la Commedia como el más elevado fruto del genio católico, sin que sus «reprensiones acerbas» a los Papas manchen tal consideración, pues actuaba de «juez y censor» de «vicios lamentables». Yo creo que intentar halagar al mundo hablando de 'conejos' para referirse a quienes heroicamente crían a sus hijos en un mundo que los mira como si fuesen friquis es algo lamentable. Desde luego, mi pobre pluma vale infinitamente menos que la de Dante; pero la de los fetichistas africanos que alaban o justifican toda palabra inepta salida de la boca papal vale infinitamente menos que la mía.



    Un poco de cunicultura

  4. #4
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    ÉSTA ES LA IGLESIA DE FRANCISCO

    ¿Quién podría reconocer hoy a la Iglesia en las palabras de aquella constitución dogmática del Concilio Vaticano I, que dicen ser ella «como una bandera levantada para las naciones, [que] no sólo invita a sí a los que todavía no han creído sino que da a sus hijos la certeza de que la fe que profesan se apoya en fundamento firmísimo» (Dz 1794), cuando la misma Jerarquía insta a los infieles a mantenerse en sus falsas creencias y a sus hijos les ofrece una enseñanza mudable y tornadiza, ajena al Magisterio perenne?Extemporáneas se dirían aquellas palabras (o alusivas a otra Iglesia, portadora de sus cuatro notas hoy irreconocibles) que afirman que a ella sola «pertenecen todas aquellas cosas, tantas y tan maravillosas, que han sido divinamente dispuestas para la evidente credibilidad de la fe cristiana. Es más, la Iglesia por sí misma, es decir, por su admirable propagación, eximia santidad e inexhausta fecundidad en toda suerte de bienes, por su unidad católica y su invicta estabilidad, es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de su divina legación». Ciento cuarenta años atrás los padres conciliares hablaban decididamente otro idioma: el de la fe.

    Los astros se horrorizaron esa vez
    Apenas como una muestra del efecto que la apostasía provoca en las costumbres, ahí está la denuncia del fiscal del tribunal del Vaticano, Gian Piero Milano, acerca de que las blasonadas transparencia y reforma francisquistas han dejado el ominoso saldo de un aumento de las prácticas delictivas muros adentro del pequeño Estado. Con menos de 800 habitantes entre cardenales, nuncios, sacerdotes y guardias suizos, en 2014 se abrieron dos investigaciones por tenencia de material pornográfico de menores, a la vez que se advierte un aumento de la criminalidad financiera y del tráfico de drogas (hemos tratado aquí el caso, pronto silenciado por los medios, de la carga de cocaína en el auto del secretario del cardenal Mejía). Lodazal, que no fons signatus. El estatuto monárquico de la Iglesia trocado en una caquistocracia de hecho, y ésta comandada por un bufón cuya elección se deduce fraudulenta, a juzgar por el vejamen en que se incurrió contra la Universi Dominici Gregis, la constitución apostólica que regula los términos del cónclave.

    Entre los dos polos del cinismo y la hipocresía: así naufraga la nueva Iglesia. Cinismo como el del cardenal de peluca y prefecto de los Institutos de Vida Consagrada, João Braz de Aviz, que dedica a los frailes de la devastada orden de los Franciscanos de la Inmaculada sendos documentos en los que los alienta -perífrasis fatigada por diezmilésima vez- a reconocer los "signos de los tiempos", de los negros tiempos que corren. A rendirse, en una palabra, tomando sobre un total de 84 notas (al menos en el segundo de los documentos en cuestión, que el primero arroja similares cifras), 73 del magisterio volátil de Francisco, entre la Evangelii gaudium, fragmentos de homilías, la explosiva entrevista con Antonio Spadaro, etc. De las restantes notas, dos son de Benedicto XVI, dos de Juan Pablo II, dos de la Congregación que dirige el mismísimo peluquín y otras dos de san Ambrosio, sin la más mínima alusión a algún texto magisterial anterior al Vaticano II. Es seguramente una manera de actualizar aquella insistente enseñanza de Francisco acerca del «salir la Iglesia de sí misma», en la más cruda acepción de "tirar por la borda" la propia identidad. Ya lo supo san Gregorio Magno: «de dos maneras podemos salir de nosotros mismos. La primera es cuando nos zambullimos en pensamientos rastreros. La otra cuando nos sublimamos por la gracia de la contemplación. Así el que apacentaba puercos se rebajó a la divagación del espíritu y a la impureza, mientras que el otro [Pedro, cfr Act 12, 7ss.], a quien el ángel rompió las cadenas que lo amarraban -llevado y arrebatado por el espíritu-, fue levantado sobre sí». La equivocidad de la enseñanza post-conciliar, ya con cincuenta años de experiencia, se vuelve diáfana por la evidencia de sus definitivos efectos: «salir de sí mismo» significa para éstos revolcarse en el cieno, teniendo a los cerdos por confidentes de su desgracia.

    Hipocresía, decíamos, porque últimamente no le han faltado ocasiones a Francisco para llamar en auxilio de sus entuertos a los santos de otras edades, haciéndolos garantes de los mismos. Hace poco más de un mes manoteó el santo recuerdo del papa Pío XII para avalar su proverbial laxismo en relación con las disposiciones para comulgar (esta vez en lo relativo al ayuno). Ahora se sirve convocar a una jornada de oración mundial por la paz para el día que se cumplan los 500 años del natalicio de santa Teresa de Jesús. «Se va a comunicar a todas las conferencias episcopales para que a lo largo de ese día, después de que el Papa haya comenzado la oración, todo el mundo, incluidos miembros de otras religiones, puedan unirse a ella durante una hora de silencio, al estilo teresiano», informaron con lacónica desvergüenza los divulgadores. Sinceramente, preferimos que Bergoglio omita toda mención a los santos de la Iglesia y continúe ensalzando en cambio a sus Romero, sus Angelelli, sus Arrupe, ya que lo suyo es como de un anti-Midas: lo que toca lo vuelve barro.

    La paz con el dragón, el último sapo
    que nos quiere hacer tragar Francisco
    Pero no hay razón ¡ay! para creer esto posible. El universalismo católico, tal como lo concibe el Neopapa, supone -después de la razonable purga de los refractarios- sentar en una misma mesa a los opuestos. Ya lo sugiere la tenebrosa alegoría del dragón bueno, con un mediador entre éste y los hombres llamado Pedro, según el cuento ilustrado que se distribuye a instancias del proyecto Scholas Occurrentes, creado por Bergoglio y financiado por entidades de dudosa catadura moral. Un cielo que se confunde con la tierra, la aspiración celestial trocada en roznidos. Astronomía -llamémosla así para el vulgo, para las muchedumbres descristianizadas- que no es sino gastronomía.









    In exspectatione: ÉSTA ES LA IGLESIA DE FRANCISCO

  5. #5
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    El Dragón “fecundo” de Francisco – Beatriz Reyes Oribe

    EL BOSQUE DEL DRAGÓN





    LA PAZ. Nº 15 DE LA SERIE DE CLARÍN, CON FRANCISCO A MI LADO.


    Cuento: "El bosque de la Paz"


    Ayer recibimos este fascículo de unos visitantes amigos de Buenos Aires sorprendidos por lo pedestre de su lenguaje y presentación. Como ellos tienen hijos grandes, ya no están en estos temas, de manera que nos legaron el cuadernillo publicado por Clarín y Scholas Occurrentes – para quienes no lo saben: las escuelas internacionales promovidas por el actual pontífice.


    El panfleto (que forma parte de un proyecto de educación en valores) gira alrededor del cuento “El bosque de la paz” de Juan Salvo. Lo he googleado y me he encontrado con que el protagonista del Eternauta lleva dicho nombre, y es el único dato sobre el autor. ¿Será un pseudónimo? Quizás alguien pueda colaborar con algún otro dato sobre el autor.


    Pero vamos a lo que quería comentar. El cuento es previsiblemente aburrido como muchos de su estilo con brujas buenas y piratas honrados: recurre al mismo lenguaje vulgar que, se supone, gustará a los niños; hace desaparecer el verdadero conflicto que suele tener el héroe con el villano o con algún ser malvado, para que todo se resuelva en un falso final feliz: en realidad todos eran buenos, hasta los malos; elimina prolijamente todos los motivos tradicionales de los cuentos o invierte su significado. No tiene nada de aquello que atrajo a generaciones a escuchar y a leer cuentos de hadas. No hay un San Jorge, ni una doncella. Tampoco posee reminiscencias del milagro de San Francisco, el que amansó a un lobo.


    Se trata de unos aldeanos asustados por un temible dragón, que clava sus garras en la tierra y echa fuego. La aldea busca apoyarse sucesivamente en tres personajes: un guerrero y un armero, quienes abandonan su puesto; finalmente, acuden a un filósofo –curiosamente llamado Pedro-, quien descubre que el dragón era bueno, mientras que sus obras, en apariencia dañinas y peligrosas, eran en realidad fecundas. Cuando Pedro descubre que el Dragón habla y aprende sobre sus gustos, costumbres y funciones, vuelve a la aldea para convencerla de que el dragón es bueno y de que, juntos, pueden vivir en paz.


    Lo primero que salta a la vista es la chatura: ninguna visión sobrenatural del asunto, ni menos, la más mínima referencia a Dios.


    Además, no está claro por qué los aldeanos pueden confundirse tanto sobre las actividades del dragón. Todo lo que ellos ven y les parece malo, resulta bueno al final del cuento, a partir de la mera explicación del temible animal. No hay ninguna realidad objetiva que los atemorizados aldeanos puedan reconocer como buena obra del dragón. Está el bosque con sus frutos, pero es la antigua fiera la que reconduce su actividad temible a la fecundidad del bosque. ¿La fecundidad de la tierra es obra del Dragón?


    Ahora bien, la cuestión central es que, dentro de la cultura occidental, cristiana y bíblica, el dragón es una figura del demonio o de un mal sobrehumano. Que en algunas partes del Oriente los dragones sean figuras benévolas no aporta nada a un cuento occidental. Entonces, no puede dejar de sorprender que Pedro sea el que hable con el Dragón para descubrir que es bueno en el fondo.


    Uno podría pensar que en el cuento se rescata el valor del diálogo o de la racionalidad frente a las respuestas violentas; sin embargo, hay una desigualdad entre los antagonistas: de un lado, los hombres; del otro, el Dragón. "Hablando, se entiende la gente"… con las otras gentes; no con los dragones. Esto se ve reforzado por la necesidad de recurrir a un mediador. Mediador entre el Dragón y los hombres…


    También es posible imaginar a Pedro como un nuevo Sócrates que fue a la caverna para visitar al Dragón y ser ilustrado por él mismo. Acá el filósofo vuelve a la aldea y nadie lo mata, todos lo obedecen y le creen, del mismo modo que él le creyó al Dragón. Hasta se pueden detectar rasgos iluministas: el pueblo irracional teme a lo desconocido porque vive en medio de sus costumbres tradicionales. El filósofo, más parecido a Kant que a Platón, lo saca de su “culpable ignorancia”. Pero, en definitiva, todo se resume en deponer las armas frente al archiconocido enemigo, el Dragón.


    Confiamos en que de tan aburrido no haga daño.


    Beatriz Reyes Oribe




    Visto en: Homeschooling católico en Argentina Educación católica en el hogar


    Nota de NCSJB: El encabezado de la página corresponde a nosotros, y cabe aclarar que el autor del “cuentito infantil” no es Bergoglio, pero fue publicado en el proyecto por él promovido y por lo tanto de su responsabilidad.


    Nacionalismo Católico San Juan Bautista: El Dragón “fecundo” de Francisco – Beatriz Reyes Oribe

  6. #6
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    El gran silencio

    Es muy llamativo. ¿Cómo es posible que el Santo Padre siempre tuvo algo que decir cuando de política argentina se trataba y justamente ahora que el país está atravesando su peor crisis política en treinta años, con asesinato incluido, permanezca en el más absoluto silencio? Fuera que se presentara en el Congreso un nuevo proyecto de ley o que se vislumbrara una división en el interior del algún sindicato, la palabra iluminadora siempre veía de Roma. Y ahora, si siquiera la parlanchina Elizabetta Piqué abre la boca. Solamente ayer, periodista del diario Clarín se animó a decir que el papa Francisco había optado por la prudencia y nos invitaba a todos a aprender a leer sus silencios.



    Ajá. ¡A papá mono con bananas verdes! Todos olíamos algo raro, y sucio, detrás. Y un amable informante de este blog me acercó lo que parece la explicación plausible del silencio pontificio. Para evitar probables misericordiasiones, evitaremos dar a conocer el nombre de la fuente. Baste decir que se trata de un importe funcionario de una de las curias más influyentes del conurbano bonaerense.


    Finalmente está saliendo a la luz una cosa que yo ya sabía desde hace mucho tiempo y que entiendo es la razón profunda (pero no expresada, obviamente) de la estrategia de seducción que el Bergoglio electo ha desarrollado con Cristina Kirchner. Me explico: el sabía que lo escuchaban [se refiere a escuchas telefónicas ilegales] desde hace años. Y como desde siempre ha tenido una línea directa cuyo número lo daba a los que él quería (yo mismo lo he tenido y usado: teléfono y fax), resultó que por mucho tiempo (ahí sí sin que él lo supiera, a los inicios) los Kirchner grabaron un sinfín de sus tejemanejes de poder. Sin duda que muchas cosas hoy resultan comprometedoras, sobre todo en cómo resolvía cuestiones de moralidad. Y todos sus vericuetos conspirativos. En esos años yo trabajaba en una curia vecina a la de Buenos Aires y también nuestros teléfonos estaban intervenidos por la inteligencia estatal. Como sólo tratábamos cuestiones eclesiales, muy seguido, ante ruidos extraños, mandaba saludos a los muchachos de la SIDE. Yo nunca tuve miedo de que se supiesen cosas que eran pastorales, no tenía nada que ocultar. Bergoglio sí. Y fue amenazado de que se divulgarían sus trapitos sucios. De allí ese hielo en las relaciones entre él y los Kirchner por años.


    Pero el 13 de marzo 2013 las cosas cambiaron. Ambos, Bergoglio y Cristina Kirchner, tuvieron unos días para definir estrategias. El gobierno atacó con bueyes idos con su participación en el secuestro de dos curas durante el gobierno militar. Luego, vista la seductora acogida que Bergoglio le dio en el Vaticano, vino la orden del silencio total sobre ese asunto. Pero los otros secretos del pasado ahí estaban, como una espada de Damocles. ¿Qué decidió hacer entonces Francisco? Se hizo kirchnerista y llenó a la presidente de progresivas atenciones. Por miedo. Por miedo a la divulgación de sus secretos.



    Ahora que se ha desatado una guerra de espías y un fiscal ha sido asesinado, y ni siquiera la propia Cristina sabe cómo detener las denuncias contra ella misma, ¿no es llamativo el silencio de Bergoglio por los acontecimientos más resonantes de las últimas décadas? Hasta hace unos días él opinaba y mandaba cartas y hacía llamadas hasta de las cosas más nimias. Muchas cosas pueden salir a la luz...


    En definitiva, si Bergoglio habla sobre el caso Nisman, diga lo que diga, siempre le pegará al gobierno de algún modo. El escándalo es demasiado grande para intentar siquiera una mínima defensa de los impresentables kirchneristas. Pero el papa también sabe que, si se pone contra el gobierno, aunque más no sea de resfilón, comenzarán a filtrarse las escuchas que tienen de sus conversaciones telefónicas durante años. Y ese podría ser un escándalo que bien podría terminar con su pontificado.

    The Wanderer

  7. #7
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    Re: Habemus Papam - Francisco I


  8. #8
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    Re: Habemus Papam - Francisco I

    NUESTRAS EXTRAVAGANTES (Y ESTÉRILES) CONCESIONES

    Ya Veuillot advertía, ciento cincuenta años atrás, que las calenturientas mentes revolucionarias no se iban a satisfacer tan fácilmente con la política clerical de mano tendida. «Saben que nuestras más extravagantes concesiones jamás llegarán a mitad de camino de la meta a la que tienden sus doctrinas. Pero aún así, creen captar en nosotros un oculto desfallecimiento de esta fe que los asombra y los desespera. Si no tienen más que odio, su odio se aviva con nuestras incertidumbres; si tienen alguna quimera, algún absurdo sistema de renovación social, su confianza se acrecienta a medida que la nuestra parece disminuir». Esto no ha hecho más que comprobarse a lo largo de todo el siglo veinte: memorable por lo claudicante la monserga de Paulo VI en la última sesión del Vaticano II en que, refiriéndose a las bravatas del humanismo secular profano, advirtió aquello -horresco referens- de que
    la religión del Dios que se hizo hombre se encontró con la religión del hombre que se hace Dios ¿Qué sucedió? ¿Una lucha, una batalla, una condena? Podría haber sido así, pero no sucedió. La antigua historia del samaritano fue el paradigma de la espiritualidad del Concilio. Un sentimiento de simpatía sin límites lo impregnó todo.
    A cincuenta años de aquel hito verbal, sucedido por las más olímpicas reculadas que podían ensayar los alzacuellos ante las corbatas, las iglesias vienen siendo regularmente profanadas por escuadrones del Mandinga que abogan por una mayor profundización del laicismo, y la "simpatía sin límites" de Montini es correspondida con escupitajos e insultos. No se puede negar que a estos malditos los asista alguna razón: les repugna una Iglesia que deja languidecer esa fe que «los asombra y desespera», porque en su aburrimiento secular preferirían batirse con cruzados que los muelan bien a palos, o al menos que les desbaraten con afiladas razones el aparato de pamplinas que las ideologías les dejaron por legado. Así como nosotros ansiamos esa gloria supereminente que tenemos prometida, ellos podrían desear esa fe incomprehensible si notaran al menos sus efectos entre nosotros. Pues tanto como a su propio y aherrojante hastío odian la tibieza en nuestras filas, y se entiende que así sea: ésta, siquier por reflejo, los condena a irremisible desesperanza.

    Pero estas comprobaciones evidentes por sí mismas, capaces de afectar todos los cinco sentidos externos, no hacen mella alguna en la bien posicionada Jerarquía, que continúa extenuando su ralliement quién sabe con miras a ocupar qué lugar de privilegio en el inminente naufragio. Ahí les darán a probar su adobada democracia... Como al secretario general de la revesada orden de los Franciscanos de la Inmaculada, padre Alfonso Maria Bruno, quien, refiriéndose al encuentro entre Francisco y el recientemente electo presidente italiano Sergio Matarella y a la colaboración entre los dos Estados, augura «un Tíber más estrecho» pues «nos asiste una concepción del bien común que está por encima del ser laicos o católicos, hombres de Estado u hombres de Iglesia, para ser -integralmente y simplemente- hombres». Que no se sienta tan seguro: bien decía Kierkegaard -y sujetos como el padre Bruno lo comprueban hasta la fatiga- que todo el drama del hombre moderno consiste en haber olvidado lo que significa ser hombre.

    Ya lo dijo no hace mucho un articulista que reparó en la manía oportunista de hombres como Bruno: el pragmatismo es un juego que favorece la propia visibilidad en el mundo de la apariencia; el pragmatismo se vuelve sinónimo de protagonismo. De ahí el desprecio usual por la doctrina y la insistente cantilena pastoral, mucho más apta para colocar a estos actores en el centro de la escena, excediendo siempre con mucho la incumbencia y el ámbito del pastor de almas. Cosa bien ensayada, como es noto, por el Bocón, a quien ahora se le ocurrió pedir por «una mayor presencia de la mujer en la vida de la Iglesia, en el mundo laboral y en la familia» (no hay necesidad de aclarar que la mayor presencia de la mujer en el ámbito laboral menoscabó su presencia en la familia, ni es menester reparar en lo que sugiere el pedido de una mayor presencia femenina en la Iglesia en época tan flaca de vocaciones). Filólogo al fin, muy en la salsa de sus cavilaciones terminológicas, graficó al fin para el aplauso: «la Iglesia es mujer, es la Iglesia, no el Iglesia. Esto es un reto que no se pospone más».

    Lo que no debe seguir posponiéndose es la defenestraciónde elemento semejante, al precio de que se cumpla la amenaza de los terroristas islámicos de convertir la basílica de San Pedro en establo para sus animales. Porque éste es el término obligado de tantas concesiones a la jerga democrático-laicista, de tanta sonrisa cómplice al ministro masón de turno. Dicen que en el silencio recogido de la oración puede advertirse el paso modulatorio del «¿hasta cuándo?» que los mártires dirigen al Señor clamando por la consumación de su obra (Ap 6, 10) al «¿hasta cuándo?» mudado en catilinaria cada vez que éstos vuelven el rostro hacia Francisco.


    Quousque tandem abutere, Francisce, patientia nostra?



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