Bouyer: espiritualidad y espiritualidades

Los primeros estudios sobre la historia de la espiritualidad hechos durante el siglo pasado han considerado a las espiritualidades como si tuviesen cierta autonomía dentro del cristianismo, como si dispusiesen de una cierta plenitud encerrada en sí misma. Se estudiaba las espiritualidades de las diferentes órdenes religiosas, las espiritualidades de distintos tipos de vida cristiana. Se terminó sistematizando esta diversificación de la que da testimonio el estudio histórico y, tomando ciertas formas de acción católica en particular, se ha querido hacer una espiritualidad para los obreros, otra para los burgueses, una tercera para los sacerdotes. Se puso de moda hablar de la "espiritualidad de los laicos", como si todas aquellas realidades –obreros, burgueses, sacerdotes, laicos– debieran considerarse, desde el punto de vista de la espiritualidad, independientes las unas de las otras.
Todo esto me parece profundamente falso.
No hay sino una sola espiritualidad cristiana, claro que dotada de una riqueza prodigiosa, a punto tal que puede adaptarse a circunstancias históricas, sociales y culturales de lo más variadas. No hay sino una sola y la misma vida espiritual, de cuyas profundidades emergen rasgos de manera múltiple y diversa sin que por ello de hecho se genere una separación o enclaustramiento; mucho menos a designio.
Resulta por otra parte muy notable que los maestros espirituales más creativos, aquellos que han renovado nuestra aproximación a la vida espiritual, lejos de querer encerrarse en su propia experiencia, en su propia visión de la espiritualidad cristiana y su modo de vivirla, siempre se han empeñado –en la medida de lo posible, tanto para sí mismos como para sus discípulos– en beneficiarse con los diferentes esfuerzos, pero, como si dijéramos, sinfónicos, de todos sus contemporáneos movidos por el Espíritu y a fortiori de toda la experiencia cristiana que los procedía.
En este sentido, nada más característico que la actitud de Santa Teresa de Ávila. Cuando fundaba sus Carmelos, ella decía que, para sí misma y para sus religiosas, poco le importaba que el confesor y el director espiritual fuese jesuita, dominico, cura secular o carmelita, con tal de que fuese alguien sólidamente formado en materia teológica y auténticamente espiritual. Tengo para mí que todos aquellos que están en el origen de las diversas espiritualidades compartían este mismo espíritu.
Por el contrario, aquellos que pretenden elaborar una espiritualidad propia, particular, para sí y para sus discípulos, al esforzarse en distinguirse de los demás, emprenden un camino que no es cristiano y que tampoco es realista.
Bouyer, L. Le métier du théologien, Ad Solem Éditions, Ginebra 2005, pp.140-141. Traducción de Jack Tollers.
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