Del Selecciones Reader’s Digest a la eliminación del latín.©
Pedro Rizo
En mi opinión, pequeños desvíos en una traducción, una sola sustitución apenas perceptible puede instalar una herejía útil para los enemigos de la catolicidad. Suelen ser adulteraciones con coartada de “puesta al día” y que se nos meten hasta el tuétano desde hace más de cincuenta años.
Por mi trabajo algo sé de Mercadotecnia y de cómo se usa la Publicidad. Es determinante muchas veces en la elaboración de un anuncio dónde se coloca una sola palabra, qué término elegir, cuántas veces repetirlo... Además, qué medio utilizar, qué gestos enfatizar, en qué escenario enmarcar el anuncio…
Algún día se hará un listado de los cambios perversos que, gracias a la eliminación del latín, se permitieron en los libros sagrados, en los catecismos, o en los diversos medios de comunicación de la Iglesia. Y esa relación será de gran magisterio en las universidades comerciales y de negocios del mundo. Recientemente me golpeó una “errata” de los libros litúrgicos. La referida a cuando muere Jesús y la tierra tiembla, y entre truenos y oscurecimiento repentino un soldado romano exclama: «En verdad que este hombre era el Hijo de Dios.» (Mc 15, 39) Pues, bien, en una misa de difuntos he oído esto: «En verdad que este hombre era un profeta.»
Por supuesto doy que en la Iglesia de España hay jerarquía obligada a la inspección de estos libros, por lo que cabe entender que están en uso porque esa jerarquía "apostólica" lo quiere, o lo permite. Y se me puede protestar que cómo puedo concluir tal cosa. Pues porque es demasiado importante que momento tan significado se modifique de modo tan artero. Porque con esta insignificante “errata” se deja claro que el que murió en aquella cruz ya no es para los católicos “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Ahora se le quitan los galones y es solamente "un profeta". Así, uno, indeterminado entre otros posibles. Ya no el Salvador único que por su muerte nos devuelve la vida.
Las traducciones no son asunto menor.
El objetivo progresista con respecto a las versiones vernáculas fue esto precisamente: la facultad de cambiar, reinterpretar, falsear los textos latinos que el Papa, Pablo VI, no pudo menos que aprobar. Y quitar de los misales toda referencia a su fuente original; a ese latín, por ello y por tantas otras razones odioso escollo en el plan destructivo de la religión católica. No sólo se quitó de los misales de los fieles la referencia al latín, que se hicieron muy pocos y apenas se vendieron. Es que, además, ni siquiera se publicó el Catecismo - que se copió de la versión francesa - ni el Código de Derecho hasta, respectivamente, dieciocho y veintisiete años después del CV2. Como si al final del s.XX aún se estuviese esperando la invención de la imprenta.
Quisiera ilustrar la maldad de las traducciones aplicando una anécdota poco conocida.
Cuando el presidente Truman, de los EE.UU, reconoció a regañadientes al régimen español salido de la llamada guerra civil, los americanos se dispusieron a americanizar a los españoles con la distribución masiva de la Coca-Cola, el queso Chedar y la revista Selecciones del "Reader's Digest”. De la misma manera que Roma con el Derecho y su ciudadanía, o los españoles de la Edad de Oro con la fe cristiana, o los ingleses victorianos con su positivismo, los yanquis llegaban de misión a España con un combinado de humanismo y competitividad embotellado en las páginas del “Selecciones”. Esta revista era ideal para aprender que encender varios cigarrillos con una sola cerilla nos haría nuevos Rockefeller y que no importaba la desgracia de ser parapléjico por la felicidad de ganar una prueba paralímpica.
Estaba claro que Washington no consideraba una cuestión baladí la publicación en España de la revista “Selecciones”, dado que durante meses se negociaron a nivel ministerial los detalles de su edición y distribución. Algo inesperado sabiendo que con la zarzaparrilla de Atlanta la cosa no fue tan ardua, que ya estaba distribuyéndose por todas nuestras ciudades. Mi lector pensará que exagero al decir que la Coca-Cola siembra la subliminal americanización allí donde su Marketing se instala, pero recuerde su irrupción en la URSS pocos años antes de su caída. (No la tumbó la Coca-Cola, claro, pero ayudó a simpatizar con la apertura al mundo liberal capitalista)
Así que, ciertamente, resultó que el gobierno americano «no consideraba, ni por asomo, la introducción en España del Reader’s Digest como un episodio puramente literario». Nuestros funcionarios recelaban de la nueva cultura que la revista sembraría, y por su resistencia los americanos se decidieron a poner sobre la mesa este ultimátum: «Si no hay Selecciones, no hay gasolina.»
Esta anécdota contada por José María Pemán (cfr. Mis almuerzos con gente importante, DOPESA, Madrid) abrirá el pensamiento de mi lector a que los cambios de los textos religiosos, como los de Historia (y su mala memoria), nunca son insignificantes. Y que en religión tienen unos fines de “modernización” y reconducción de la fe, tan sutiles y estudiados, que de entre los católicos actuales, contados los clérigos, pocos quedan que guarden de nuestra fe el mismo saber que nuestros antepasados.
La manipulación del idioma es fundamental para nuestra mentalización. Uno de los objetivos progresistas, en cuanto que savia globalizadora de la puesta al día, es la "Nueva Cristiandad" maritainiana, el antropocentrismo, y para inculcarlo se adoptó y se adopta todo lo que haga falta: los catecismos, el Código, las versiones de los dos testamentos, la Misa en sus gestos y lecturas, las oraciones tradicionales, la explicación de los misterios del Rosario o de los pasos del Vía Crucis, la vida de los santos... El dominio del lenguaje es tan buen vehículo de conversión cuanto eficaz herramienta de perversión. Por eso el Código de Derecho Canónico decretaba excomunión a quienes modificaran los textos litúrgicos. Taxativamente:
«Las ediciones […] en las cuales algo se ha cambiado, de suerte que no concuerda con las auténticas aprobadas por la Santa Sede. […] con mutaciones sustanciales, aunque sean pequeñas.»
Y por si acaso creyéramos que se trata de detalles sin importancia, pensemos que tampoco parece importante una semilla cuando se siembra. Como anticipo de relación más extensa veamos pequeños cambios que llevan en sí cosechas de esa vieja manía de negarle a Cristo su esencia divina. Sumado al del soldado romano al pie de la cruz, puede ser otro ejemplo este comentario al Segundo Misterio Glorioso que se transmite desde el Vaticano por Radio María: «Jesús es ascendido a los cielos...» ¿Y cómo fue eso, con una grúa...? No es esto lo que siempre se nos enseñó. En la misma emisora, un obispo explicando la Ascensión nos "aclaraba" que «Jesús no fue el único que ascendió a los cielos; que también fue Elías... » Ocultando a los oyentes la gran diferencia de que éste, Elías, fue arrebatado en un carro de fuego, mientras que Jesús ascendió por su propia virtud, porque era Dios. La igualación con Elías es una reducción inadmisible sobre aquello que los católicos siempre hemos creído, esto es que Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, consustancial al Padre, Dios hecho hombre...
El nuevo Padrenuestro
Ya antes del Concilio muchos religiosos en América Hispana, destacando entre ellos los jesuitas, trocaban “deudas” por “ofensas”. Lo hacían fuera de disciplina esperando a la reforma del misal por Pablo VI. Pero se llevaron el chasco de que el Papa dejara vigente el latín: «[...] et dimítte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;» («...y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores».) Esto trajo la reacción de los que tenían en su mano las traducciones a vernáculo. De modo que en la versión española se nos metió con calzador una oración distinta a la que enseñara Jesús: «[...] perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¿Será el conocido método marxista de "cambiar las palabras para transformar los pensamientos”? A mí me parece que sí.
Es imperativo resaltar de nuevo que es táctica condenada emitir documentos, decretos con apariencia de ortodoxia para que, luego, otros agentes lleven la carga de las traducciones heréticas; y a esperar el resultado. Algo muy parecido a las contabilidades creativas: pasan con aprobado la auditoría pero al final arruinan a los accionistas, o meten en la cárcel a los gestores.
Ofensas por deudas
Que alguien, no sé en quién pensar, se haya atrevido a tocar la oración reina de todas, el Padrenuestro – como en la misa el Gloria, el Credo, los Prefacios - es un sangrante escándalo. (Escándalo es inducir a pecar.) El Padrenuestro, ¡Dios santo!, esa oración que, como afirmaba Julián Marías, ella sola en la belleza de su concisión muestra ya que Jesús era Dios. Pero tenían que llevarla hacia la ramplonería de cambiar deudas por ofensas.
Porque conformarnos en no ofender es de espíritus muy rácanos y, por el contrario, reconocer nuestras deudas implica una conciencia global constructiva, una universal disposición pro-activa de total reparación. Por el contrario, podría decirse que lo de las ofensas provoca una actitud pasiva que acomoda mi deber de apóstol, de proselitismo, de comunicador de la Buena Nueva cristiana, a la simple quietud de no ofender además de a la inducida obligación de perdonar las ofensas... aunque el ofensor no pida ese perdón. ¡Aunque lo atacado sea mi fe, mi Dios, mi Iglesia! ¿Dónde quedó aquel tremendo aviso de Cristo de que quien no le confiese (defienda) delante de los hombres Él no le reconocerá delante de su Padre que está en los cielos?
Por supuesto, para los proyectos del entontecimiento filantrópico es mucho mejor inducirnos lo poco y lo bonito: la tolerancia, la paz, el consenso, el amooor, el echar a correr... Fórmulas que nos incitan al buenismo más estúpido. En lugar del sentido de deuda que indica una generalidad de “lo-que-debemos-hacer” con la vida y en la vida, con Dios y con el prójimo.
Creo que el desvío del Padrenuestro hacia el horror ofensor fue muy hábil contención al espontáneo rechazo de los fieles a los abusos progresistas (utilidad inmediata); tanto como el sugestionarnos un pacifismo tolerante con la blasfemia y la ofensa. Presentado como virtud, este pacifismo descompuso la combatividad del católico (utilidad principal).
Todavía podemos decir algo más sobre las deudas y las ofensas. Éstas son sólo ofensas, manifestaciones de un interior enfermo o de una herida repentina. Incluso puede haber quien crea —¡muchísimos!— jamás haber ofendido a nadie. Las deudas, sin embargo, señalan un campo universal de diligencia con Dios y con el prójimo. Porque hay infinita variedad de deudas, aparte de las de dinero —cuya demanda debe ajustarse a la enseñanza de San Agustín— también las de amor, de socorro, de compañía; las hay de gratitud a quien nos ayudó, de humildad sobre nuestros pecados, de lealtad a un voto o promesa, a los deberes de estado… Y de íntima búsqueda de Dios... La perfección cristiana se alcanza por un camino de preciosas deudas; no es solamente el enfoque humanista-pacifista del “no ofender” y del “no hacer daño” - sino, principalmente, el de amar por Dios y en Dios todo lo que sin Él se rebajaría miserablemente.
Las deudas con Dios, a través de todo lo que nos rodea y siempre con respecto a nuestra relación con Él, son compromisos reconocibles y abarcan la vida entera: de apostolado activo, de familia, de profesión, de acción política, de honor militar, de buena vecindad, de deberes entre hijos, esposos y padres. Son las deudas que contraen con la Iglesia sus hijos pues que debemos cuidarla en su fundamento, primero, y simultáneamente proveerla en sus necesidades de supervivencia y sus obras apostólicas.
Del otro lado, las ofensas son siempre confusas, acogen toda subjetividad, y no digamos si son a Dios “al que no vemos”. De modo que siendo la ofensa a Dios tan difícil de ver —“Como autobús que se te echa encima”, dice el señor Marciano Vidal—, todas las ambigüedades son posibles. De nuevo en este cambio se enfrentan la cómoda conciencia del fariseo y la humildad realista del publicano que excita las tres preguntas:
«¿Qué hice por Cristo?»
«¿Qué hago por Cristo?»
«¿Qué haré por Cristo?»
Del Selecciones Reader’s Digest a la eliminación del latín.©
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