Matrimonio
¿Se está devaluando el matrimonio?
por Samuel O. Libert
Para muchos el matrimonio ya no es una opción, se ha vuelto «anticuado». Pero, ¿cómo debería proceder el lider cristiano ante la nueva crisis del matrimonio en nuestra sociedad...?
La nueva cohabitación civil
Desde 1999 se aprobó en Francia la ley que concede status legal a la «unión civil», es decir, a las parejas que se unen «de hecho», al margen de los requisitos exigidos a los matrimonios institucionales. Este reconocimiento favorece a parejas normales o no —heterosexuales como homosexuales.
Más allá de Francia se han creado leyes similares, en Holanda, Suecia, Noruega y Dinamarca. En la práctica, el fenómeno de cohabitación por consentimiento mutuo también se observa en América Latina, aunque —en general— no encuentra sustento en la legislación actual. La pareja se pone de acuerdo para convivir, sin prejuicios ni ceremonias. Para ellos, las tradiciones cristianas no tienen valor. Por ejemplo, las estadísticas revelan que en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, las uniones informales representaban, en 2001, veintiuno por ciento del total de parejas, legales o no.
No debe confundirse la llamada «unión civil» con el matrimonio civil, una institución consagrada por la legislación de muchos países del mundo.
Los defensores de esta modalidad se apoyan en «la ley de la libertad» y «la ley del amor». La llamada «ley de la libertad» declara que uno es dueño de elegir o cambiar su pareja, siempre que el consenso sea recíproco, sin someterse a tutelas institucionales. Y la supuesta «ley del amor» afirma que la pareja vive unida tan solo mientras conserva el amor recíproco. Si el amor es permanente, los vínculos son indisolubles. Si el amor muere, la unión civil desaparece.
Los resultados que dejan estas prácticas de cohabitación son alarmantes. Ya en 2000 los nacimientos extramatrimoniales totalizaron en la ciudad de Buenos Aires nada menos que cuarenta y ocho por ciento del total (diario Clarín, 23.1.2003). Así, pues, el nuevo comportamiento reduce la cantidad anual de matrimonios institucionales y aumenta el número de hijos inseguros. Además, la crisis social también afecta a las familias ya constituidas, pues hay cónyuges que se ven tentados a divorciarse y seguir el camino de la unión civil, para luego formar una nueva pareja menos comprometida.
La nueva práctica favorece la convivencia «a prueba», la aventura ocasional, la reincidencia en la separación y nuevas uniones, y todo lo que no garantiza un genuino matrimonio perdurable. Fenómenos de esta índole, y sus expresiones legales, preocupan a nuestras iglesias y constituyen un grave problema, que sus pastores deben aprender a atender.
Señales de posible crisis social en las iglesias
La disolución de vínculos matrimoniales no es un problema nuevo. Lo nuevo es el aparato legal que posibilita y apoya la llamada «unión civil». No debe confundirse la llamada «unión civil» con el matrimonio civil, una institución consagrada por la legislación de muchos países del mundo.
En cuanto a nuestra posición, a la luz de la Biblia sabemos que el matrimonio cristiano es equivalente a los esponsales entre Cristo y la Iglesia. (Ef 5.21–33). Por eso, aunque aceptamos la validez del matrimonio civil —no de la «unión civil»—, sostenemos que —en última instancia— el legítimo y verdadero matrimonio cristiano debe fundarse en el seno de la Iglesia (—en el Señor— según 1Co 7.39), pues ambos contrayentes son miembros del cuerpo de Cristo. Si bien nosotros no restamos mérito al matrimonio civil, nada puede sustituir al consentimiento divino. En el Génesis, la creación del hombre y la institución del matrimonio constituyen una unidad decidida por el supremo Hacedor. A su vez, el matrimonio cristiano se consagra en nombre de Dios, con las normas de convivencia enseñadas en el Nuevo Testamento.
La crisis social se hace notar en las iglesias cuando existen parejas irregulares en la congregación o en torno a ella, o cuando los creyentes ceden a la tentación del nuevo fenómeno de la «unión civil», contagiados por las ideas profanas. Es imposible olvidar que el matrimonio cristiano es el fiel reflejo de la unión entre el Señor y su pueblo, como afirmamos en el párrafo anterior. El Señor se transforma así en el testigo de una alianza que no se limita al plano horizontal. Es una alianza que posee una proyección vertical, porque Cristo mismo la protagoniza. Esto tiene suma importancia, pues la infidelidad matrimonial también es infidelidad a Dios según la doctrina neotestamentaria del matrimonio, aunque no exista el hecho específico del adulterio, como veremos después.
La prevención debe comenzar en los primeros años de vida, para que desde el principio los niños aprendan la importancia de la fidelidad matrimonial, como una evidencia de la fidelidad a Dios.
Por ello, al referirnos a la «unión civil» que amenaza a las iglesias, es necesario observar que, además del adulterio, hay «infidelidades matrimoniales» que —sin caracterizarse por la relación específicamente sexual— también deben ser reconocidas como un temible peligro.
La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.
Antonio Aparisi
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