Hipocresías

Fray Gerundio de Tormes

Nunca me he creído las lamentaciones tan profusamente repetidas de aquellos que se dedican a jeremiquear sobre los pobres, los abandonados o los exiliados. Curiosamente, los sollozos son mayores cuando hay prensa de por medio. Periodistas, televisiones, agencias de noticias… todas ellas están dispuestas a publicar las palabras del santón de turno en el momento mismo en que empiezan a ser proferidas, como si del Oráculo de Delfos se tratara.

Llevo tantos años escuchando estos cantos de sirenas, que he de reconocer que -ya de entrada-, me mosqueo y desconfío. He vivido a fondo los famosos años de la Opción por los Pobres, en los que he asistido a enormes montajes de teólogos mimados por la izquierda e izquierdistas mimados por los teólogos de izquierda. Total, todo se quedaba en casa. Porque claro está que los teólogos que creían en Dios y en la Sagrada Escritura, que no decían misas con poncho indigenista en lugar de casulla romana, y que llevaban sotana en lugar de pantalones vaqueros llenos de… pringue y suciedad, no habían optado por los pobres, sino que eran miembros apestosos de una Iglesia rica. Como si la Iglesia y los sacerdotes no hubieran estado preocupados nunca por los pobres hasta que llegaron ellos.

Parece que eso había pasado a la historia, una vez demostrada la mentira que envolvía todo este tipo de preocupaciones. Cuando vimos que la mayoría de estos comprometidos con los pobres, acabaron en el Comité Central de algún Partido Comunista que otro, o colgando los hábitos, o retozando con monjas del mismo estilo, u hociqueando en doctrinas zen o policulturales (en esto simpre llevaron los jesuitas la delantera), pudimos comprobar que no siempre estas preocupaciones llevaban la marca de nobleza y calidad. Y no digamos en política, con la ONU a la cabeza, que cada vez que dice que se preocupa por los pobres, los refigiados o los niños, es para echarse a temblar.

Casi se me saltan las lágrimas cuando esta semana pasada escuché de labios del Papa un breve relato de su reciente viaje a Turquía, describiendo precisamente su encuentro con esos pobres refugiados que van huyendo de tantas guerras y que se tienen que instalar en las fronteras si es que los dejan. Una verdadera tragedia, es verdad.
El último encuentro – que ha sido bello y también doloroso – el último encuentro fue con un grupo de chicos prófugos, huéspedes de los Salesianos. Era muy importante para mí encontrar a algunos prófugos de las zonas de guerra del Oriente Medio, tanto para expresarles mi cercanía y la de la Iglesia, como para poner de relieve el valor de la hospitalidad, en la que también Turquía se ha comprometido mucho. Agradezco una vez más a Turquía por esta hospitalidad con tantos prófugos y agradezco de corazón a los salesianos de Estambul: estos salesianos, trabajan con los prófugos, ¡son buenos! (…) Agradezco tanto a todas esas personas que trabajan con los prófugos. Recemos por todos los prófugos y refugiados, y para que sean removidas las causas de esta herida dolorosa.




No es extraño escuchar esto de labios de Francisco, puesto que ya desde los inicios de su Pontificado, urgió a las Iglesias y a las Ordenes Religiosas a poner sus monasterios al servicido de los refugiados. Él mismo se reunió con los refugiados en Roma y no digamos en Lampedusa. La prensa, encandilada, no tardó en publicar la noticia.

Sin embargo, me llegan cada día más noticias de frailes amigos, -Franciscanos de la Inmaculada-, que andan errantes buscando Obispos que les acojan en sus Diócesis como sacerdotes, una vez decididos a abandonar la Orden. Muchos no han podido salir de Italia. Alguno que otro anda por Inglaterra. Pero a todos se les hace bien difícil, dado que hay orden de no acogerles, de no incardinarles, de no admitirlos ni mucho menos protegerlos.




Y es que, el Comisario y los adláteres (o compinches), encumbrados por Francisco y a la sombra de Francisco, han llegado a pedirlo directamente a todos los Obispos italianos durante las reuniones de la Conferencia Episcopal. Y hace tiempo que se solicitó una lista de Obispos que habrían incardinado a estos sacerdotes prófugos (hay que recordarlo). Supongo que será para felicutarles por su acogida a este nuevo tipo de “refugiados” de las iras de Francisco.




Se han publicado últimanente una serie de siete documentadísmos artículos sobre este tema, sin que se haya visto a nadie hacerse eco de los mismos. Desde luego no verán ustedes nada de esto en los medios info-católicos que pretenden ser más católicos a base de dar menos info. Enfin, ellos sabrán. Pero desde luego el caso de los Franciscanos de la Inmaculada y el silencio general que los envuelve en la Iglesia, bajo la amenaza de ser purgado todo aquél que diga lo más mínimo, es sangrante.

A pesar de todo, no dejo de preguntarme: ¿Qué hay en el fondo de esta persecución? ¿Odio? ¿Preocupación y temor? ¿Venganza?

¿Y no existe un PADRE, de esos que tanto hablan de la misericordia, que sea capaz de decir una sola palabra ante estos prófugos de sus propias decisiones? ¿Tanto odio hay a lo tradicional? ¿Tantas listas se están elaborando? ¿Se están afilando las guillotinas?

Y ahora van a por las monjas Franciscanas de la Inmaculada. La Forcades, la Caram, la Cristina… pueden estar a todas horas en la televisión cocinando la teología o teologizando en la cocina, heretizando como nacionalista barata o despotricando como contemplativa de las cámaras, cantando como la Madonna o madonneando mientras canta. Tranquilos. No se les mandará Comisaria alguna. Estas monjitas están en la línea de lo que debe ser la Iglesia y de lo que es el Año de la Vida Consagrada, que una vez más hipócritamente acabamos de inaugurar. Las verdaderamente consagradas, a la calle. Las consagradas a la mundanidad, a la televisión. Nadie, ni superiores, ni obispos… les pondrán la menor objeción.

Como diría Francisco, recemos al Príncipe de la Paz para que ponga paz.

O quizá mejor, digo yo, que no tengo ahora mismo las cámaras enfocando: recemos a Jesucristo el Hijo de Dios, el rechazado por las Naciones, el Dios y Hombre verdadero, el Mesías rechazado por Israel, el Dios rechazado por Mahoma, el Cristo rechazado por Lutero y sus seguidores de todos los tiempos:

¡¡Ven, Señor Jesús!!




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