La tragedia de la vida consagrada: Dios sigue llamando y no hay lugar para los llamados

Cuando un sacerdote de pueblo, de barrio, de ciudad, en las misiones o en un colegio…Se sienta en un Confesonario y dedica un tiempo concreto y diario a este Sagrado menester que es la Confesión y el Acompañamiento Espiritual. En poco tiempo uno va palpando los milagros que hace el Señor cuando lo dejamos.


El que en la puerta de una Iglesia, de un colegio, una capilla… Haya un papel grande anunciando que hay un Sacerdote en el Confesonario todos los días de tal hora a tal hora. Esto es una revolución tan grande que hace temblar hasta los demonios. Porque el mundo está en sus cosas, sus líos, sus alegrías y sus ruidos. Pero los corazones tienen la impronta de su creador y hay momentos en la vida que un corazón tiene la necesidad de que se le escuche en secreto de Confesión.


Aparentemente todo sigue igual, el pobre sacerdote un día y otro y otro allí sentado en el confesonario y no va nadie, o si va alguien, es una piadosa abuelita que sigue luchando por vivir en la gracia de Dios. Pero la gente sabe que el Sacerdote está sentado allí en el confesonario, vaya gente o no vaya. La puerta de la Iglesia está abierta y el Sacerdote sigue allí sentado. Esto es lo que visiblemente vemos. Pero nosotros los cristianos como bien decimos en el credo, creemos en lo visible y lo invisible. Y lo que no nos podemos ni imaginar es que mientras pasan los días y el sacerdote se sienta en su confesonario y ofrece sus oraciones y sacrificios… Y la paciencia. El Espíritu Santo, los Ángeles de la guarda, la Santísima Virgen María… El cielo entero están haciendo de las suyas para que a los corazones no se les olvide que tienen a Cristo en el Confesonario esperando.


Y cuando uno menos se lo espera comienzan a llegar las almas. Y personas que si te ven por la calle posiblemente no te saludan o incluso te dicen palabras malsonante. Pero el mundo es así, está lleno de caretas y mentiras, y no hay que darle mayor importancia. Lo realmente importante es que las almas comienzan a ir al Confesonario a buscar a Dios. Qué pena que muchos sacerdotes todavía no conozcan este milagro.


Y en este milagro que es el que un alma vaya al confesonario, aparece otro milagro: La conversión de los corazones. Las personas parecen despertar de un letargo, de los ojos parece que se les caen como una venda puesta por el demonio y el alma parece salir de una anestesia en la que vivía adormecida. Las personas comienzan a asistir a las Santa Misa del Domingo, le das un libro espiritual… y un día ocurre lo que no podías imaginarte:


Llega un joven de 20 años y te dice: Padre he terminado de leer los escritos de San Juan de la Cruz y la biografía y después de mucho rezar siento que Dios me está llamando a ser Carmelita descalzo.


Llega otro joven de 18 años y te dice: Padre he visto una película de San Francisco, he leído el libro que me dejó “La sabiduría de un pobre”, he estado de retiro y siento que Dios me llama a ser un fraile de San Francisco de Asís.


Llega otro joven de 25 años, muy inteligente, acaba de llegar de estudiar en París: Padre he estado leyendo a Santo Tomás de Aquino, he leído sobre él y también sobre Santo Domingo. Después del retiro que hemos tenido por pentecostés creo que quiero ser fraile dominico.


Es muy fuerte los que estáis leyendo, ¿verdad? Pues son todos casos ciertos entre otros muchos que si los pusiéramos por escrito nos faltarían hojas. DIOS SIGUE LLAMANDO. Dios ha puesto en su Iglesia unos carismas de donde han nacido Santos. Y ahora viene la GRAN TRAGEDIA:

El sacerdote lleva a un joven al Carmelo, a otro a los franciscanos a otro a los dominicos, salesianos, claretianos, padres blancos… o cualquiera de la órdenes y congregaciones de antaño que tanta gloria dieron a Dios. ¿Y qué ocurre? Que el joven no dura ni un mes.

¿Qué te ha ocurrido, muchacho?


Y entre lágrimas te dice: Padre, mi corazón perece haberse roto, cuando llegué allí el espíritu de San Juan de la Cruz ya no estaba, o el de Santo Domingo… Apenas se reza, no había oración personal, no se reza el Rosario, los frailes ya no se ponen el hábito, es como si varios solteros se hubieran juntado para vivir en común, la televisión está todo el día puesta. Falta piedad, no hay vida de sacrificio y austeridad, no hay alejamiento de la mundanidad… Son personas muy buenas, pero no buscan la santidad, no buscan la perfección cristiana. El mundo se ha metido en el convento y en los corazones.


El joven te describe con exactitud la clara y dura realidad que se vive en la mayoría de órdenes masculinas en la actualidad. Y cuantas lágrimas derrama un sacerdote al ver que el regalo que Dios puso en su iglesia para dar cobijo a las distintas vocaciones se está marchitando. No hay que ser muy avispado para darse cuenta que la falta de fidelidad a los carismas que Dios ha puesto en su Iglesia está dando su fruto: cada año se cierran más conventos y casa de formación, las ordenes se tienen que reestructurar en provincias más amplias por la falta de vocaciones, la edad media en las ordenes masculinas es de 65-70 años…


Y donde terminan todos esos jóvenes que Dios sigue llamando con la vocación de San Francisco, de San Juan de la Cruz, de Santo Domingo, de San Juan Bosco… ¿Dónde terminan? O casados o en el Presbiterio Diocesano la mayoría.


Las mujeres han tenido un poco más de suerte, todavía quedan ramas femeninas que han permanecido fieles al espíritu que Dios puso en el fundador o fundadora.


¡Cuánto se tiene que reflexionar este año de la vida consagrada! ¿Serán capaces los encargados de esta reflexión en las altas esferas de ver con verdad lo que está ocurriendo en muchas órdenes y congregaciones? ¿Llegarán a ser honestos y honestas todos los que se están cargando órdenes que han dado santos a la Iglesia?


Yo le pido a Dios que sean honestos al menos. Porque es increíble que una monjita de turno comience a dar rienda suelta a su imaginación y confabule a las demás hermanas para quitar las rejas de un locutorio, cambiar el hábito, quitar ciertas costumbres de la orden… Y a pellizco a pellizco, nos encontramos órdenes y congregaciones que ha perdido todo el carisma fundacional. Hay que ser más honestos, y si una monjita siente en su corazón que Dios la llama a una nueva aventura, que se salga y funde. Pero que no se cargue un carisma de siglos de historia.

Todavía recuerdo cuando vi por primera vez un monasterio de clausura nuevo, levantado tras vender uno de los monasterios más antiguos de una diócesis para hotel y al entrar, habían quitado las rejas del locutorio, las monjas habían cambiado el hábito, tenían piscina, televisión… Y dos pobres monjitas vestidas con el hábito fundacional en sillas de ruedas me decían: ¡Cuánto echamos de menos lo que fuimos! Aquí ya no vendrán novicias para vivir la santidad.


Y no se equivocaron, hace años y años que no ven ni una sola vocación, cuando ese monasterio fue un hervidero de chicas que querían entregar sus vidas en la clausura. Y lo peor de todo: Hay chicas que al leer los escritos de la Santa Fundadora de esta congregación sienten la llamada a seguirla y quieren ser lo que no pueden ser, ya que unas cuantas monjas no han sido honestas.

Recemos por la vida consagrada y por los cientos de chicos y chicas que siguen siendo llamados por Dios, para que las ordenes vuelvan a ser lo que fueron: FIELES AL CARISMA QUE DIOS PUSO EN SU FUNDADOR/A Y A LAS COSTUMBRES QUE HICIERON CRECER SANTOS EN ESA PARCELA DE LA IGLESIA.


Padre Francisco Javier Domínguez

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