En otros tiempos gloriosos, aunque hoy día políticamente muy incorrectos, al nefasto cardenal le hubiesen mandado los Tercios a fin de que rectifique in totum sus pérfidas
aseveraciones, y de no hacerlo se lo hubiera destituido del cardenalato y encerrado en un aislado monasterio para que se dedique exclusivamente a su ministerio, y si no estaba de acuerdo, pues reducirlo al estado laical sin más trámite.
Al menos de ese modo el "autodemoledor" dejaría de destruir a la Iglesia, y a España.
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