La nave vacía
La semana pasada apareció en la revista americana The Spectator un artículo titulado “El Papa versus la Iglesia. La anatomía de una guerra civil católica” (que pueden leer aquí en traducción de “Adelante la Fe”) y cuya portada se ilustraba con el dibujo que acompaña este post. La idea que subyace es: “El Papa Francisco está destruyendo la Iglesia a puro golpe de herramientas de demolición”. Sin embargo, yo creo que Bergoglio no está destruyendo la Iglesia sino vaciándola.
Estamos asistiendo al mismo proceso de vaciamiento que sufrieron las iglesias cristianas occidentales a lo largo de dos siglos aunque, en el caso de la iglesia católica, los tiempos se han acelerado exponencialmente.
Las iglesias protestantes, luteranas y calvinistas, más allá de su herejía, conservaban estructuras que actuaban como refugios o barcas a las que los hombres podían izarse a fin de escapar del oleaje que golpea a todos los mortales. Es fácil verlo en la historia y los relatos literarios. Por ejemplo, la novela de Karen Blixen, La fiesta de Babette, llevada magistralmente al cine por Gabriel Axel, muestra la vida de los habitantes de una perdida aldea de pescadores en la península de Jutlandia a mediados del siglo XIX. Allí, la iglesia protestante local, elemental y carismática, les ofrecía un encuentro semanal, una mínima liturgia, normas morales, reglas ascéticas, memoria de un Dios encarnado y de un líder religioso y la esperanza de una vida futura. Todos ellos elementos secos y despojados con respecto a la Iglesia católica como lo muestra la obra, pero elementos religiosos al fin.
Frente a eso, relato una experiencia personal. En enero de 1999 visité la catedral de Lausanne, emblemática ciudad junto a Ginebra, del calvinismo. El templo del siglo XIII había sido católico hasta la Reforma, y yo no vi más que un gran espacio vacío: sin imágenes religiosas y con apenas una mesa en el centro en remedo de un altar. Pero lo más significativo era una gran lápida moderna colocada en el pórtico que explicaba a los visitantes qué era la iglesia reformada del cantón de Vaud: el largo texto no mencionaba en ninguna ocasión la palabra “Dios”. Era el manifiesto de lo que el protestantismo es en la actualidad: una mera organización de carácter social y asistencial vaciado completamente de contenido religioso.
En la iglesia anglicana ocurrió algo similar. Y para entender el fenómeno basta leer al cardenal Newman. Él, durante la primera mirad del siglo XIX, cayó en la cuenta que el liberalismo estaba socavando los fundamentos de la iglesia de Inglaterra, y como reacción nació el Movimiento de Oxford que frenó en buena medida este proceso, pero no lo detuvo del todo. Un siglo más tarde, Ronald Knox alertaba sobre la tormenta que veía avecinarse luego de las conferencias de Kikuyo, que tratamos en este blog hace un año. Finalmente, ocurrió lo que está a la vista: el anglicanismo ya no es más que una instancia cultural reducida a su mínima expresión. Es sintomático del proceso el hecho de que el anterior arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, un conocido patrólogo profesor en Oxford, haya renunciado y la sede primada haya sido ocupada por el ex Ceo de una multinacional devenido obispo. La iglesia de Inglaterra, despojada de todo contenido religioso, ha dejado de existir.
La Iglesia católica romana había resistido con mayor o menor acierto a estos embates. El paso de los siglos, es verdad, había acumulado en la barca de Pedro una buena cantidad de cosas inútiles de las que había que desprenderse y, por otro lado, había que redistribuir las cargas a bordo fin de encontrar el punto de equilibrio que evitara que la nave escorara. Nada nuevo para una Iglesia bimilenaria. Pero el problema fue que la tripulación no acertó esta vez en encontrar al piloto apropiado: Juan XXIII convocó imprudentemente un concilio ecuménico que se le fue rápidamente de las manos y que, con la ayuda del papa Montini, empezó a tirar por la borda todo lo que pudo: desde lo latines y las puntillas hasta el dogma y la moral. Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI lograr frenar, en buena medida, el naufragio: el primero de ellos, sosteniendo con firmeza los principios morales de nuestra fe, y el segundo, la doctrina y el dogma. Pero a comienzos de 2013 nos encontramos con que los cardenales colocaron como timonel de la barca al personaje más inapropiado que pudieron encontrar. Como escribe Damian Thompson, autor del artículo del The Spectator, Bergoglio “a veces se asemeja a un conductor que va a toda velocidad sin un mapa o espejo retrovisor. Y cuando el coche se detiene, intenta solucionar el problema golpeando el capó con un palo”.
El Papa Francisco está vaciando la Iglesia, despojándola de todo aquello que la convertía en segura y acogedora arca de salvación para los perdidos y entumecidos náufragos del mundo.
Newman, varias años antes de su conversión, hizo un viaje a Italia. Y describe: “Haciendo una excursión caminando por las zonas rurales de Sicilia, a las seis de la mañana llegué a una pequeña iglesia, escuché voces y entré. Estaba llena, y todos los fieles cantaban. Por supuesto, se estaba celebrando la Misa aunque yo en ese momento no lo sabía. Y, en los agotadores días que pasé en Palermo [donde estuvo gravemente enfermo], me resultó muy reconfortante y consolador visitar las iglesias, lo cual nunca olvidaré. Y en esos días nuevamente, reconocí como de origen apostólico el celo de la Iglesia católica por mantener la doctrina y la regla del celibato, y su fidelidad a muchos puntos de las doctrinas antiguas, lo cual fue para mí un argumento en favor de la gran iglesia de Roma”. Newman descubría en esos momentos que la Iglesia católica conservaba elementos de origen apostólico -la doctrina, la liturgia, el celibato- que su iglesia, la anglicana, estaba desechando. Y será ésta una de las razones por las cuales, varios años más tarde, se convierte. Y su caso no es aislado. Hace pocas semanas setenta ex-pastores protestantes y ciento cuarenta intelectuales conversos pidieron al Papa que evitara caer en los errores del protestantismo. Lo que argumentan es que todos ellos se convirtieron a la Iglesia de Roma porque ésta conserva los principios apostólicos de la fe y, con enorme preocupación, observan que las políticas del actual pontífice consiste en tirar todo por la borda, rodeado de los aplausos del mundo.
Estamos todos en una nave milenaria que, probablemente el paso de los siglos había sobrecargado y necesitaba un reordenamiento de los pesos. Y nos encontramos con que el timonel ha ordenado vaciarla, arrojando por la borda desde la muceta y los zapatos colorados, hasta la disciplina sacramental y la fe ortodoxa en el Dios trinitario.
Advertimos desde este blog desde el mismísimo 13 de marzo de 2013 que todo esto ocurriría, frente a la incredulidad y críticas de la gran mayoría de sitios colegas. Decíamos: “Hagan algo; frénenlo porque este hombre se lleva puesta la Iglesia”. Ahora, hasta The Spectator nos da la razón: “Comienza a parecer como si Jorge Bergoglio fuera el hombre que heredó el papado y luego lo rompió”, finaliza Thompson su artículo.
The Wanderer
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