De tal palo, tal astilla


Fray Gerundio de Tormes


Hace ya muchos años que la Sociedad de Jesús (S.I.) –vulgo Jesuítas-, se encaramó al pedestal del progresismo y se engolfó en una marea de actitudes y comportamientos heréticos. Sólo se salvaban unos pocos, pocos, pocos…buenos y santos sacerdotes, que tenían que abandonar la Compañía sin abandonarla. O sea, formar grupos de fieles a los que proporcionar la auténtica doctrina cristiana, haciéndose Fundadores repentinos de pequeñas asociaciones (para sobrevivir en medio de la Iglesia y la Compañía post-modernas), o sencillamente predicadores de Ejercicios de San Ignacio por aquí y por allá, como versos sueltos y carcas aislados. Fueron bien pocos –insisto-, y murieron de viejos sin apoyo alguno de sus Superiores.

Mientras tanto, los otros hijos del santo de Loyola, se embarcaban en doctrinas psicológicas y pedagógicas, se enredaban en la meditación trascendental, en el yoga eucarístico, en actitudes budistas-zen, se engolfaban en cursos de oración al modo oriental y proponían diversas antropologías culturales, a ser posibles marxistas. Aunque también con apellidos estructuralistas, existencialistas y freudianos. Todo ello fue sazonado inmediatamente con las teologías de la liberación, los jesuítas guerrilleros, los claramente apóstatas y los oscuramente católicos. Parece que estaban siguiendo las consignas de San Pablo con alguna variación: Probad todo lo malo y no os quedeis con nada bueno.

Por aquellos años, Dios les envió a Pedro Arrupe, muñidor oficial de la Sociedad de Jesús en el post-concilio y cómplice de la Jerarquía también post-conciliar, perfectamente capacitado para dar el golpe de muerte a la Compañía, cuyos números y estadísticas descendían peligrosamente, al tiempo que ascendían las Universidades de la Orden, también perfectamente capacitadas para dar una nueva vuelta de tuerca con sus congresos y cursos sobre orgullos gays y apoyos explícitos a homosexualidades de todo tipo, siendo pionera en exigir a la Iglesia cambios en la doctrina moral desde el aborto a los anticonceptivos, pasando por los socialismos de base, las teologías populares y las teologías antropocéntricas en las que Karl Rahner, Gran Maestre del Concilio Vaticano II, labró el futuro de la Iglesia que ahora padecemos.

Nuestro nunca bien ponderado Bergoglio, es uno de los productos resultantes de toda esta amalgama, pero sin Doctorado. Sin aquella jesuítica diplomacia, tacto y habilidad que poseían los de antaño. Ya dije hace años que es como una apisonadora que huele todo lo que sea Tradición y va a por ella. Si le hiciéramos la prueba de ADN, posiblemente saldrían influencias cromosómicas de todo este mundo jesuítico tan anti-católicamente amueblado, aderezado con virus del siglo XX. Tan aprendido y tan precocido en sus años jóvenes mientras escalaba puestos. Y eso sí, con mucho rencor y sin ninguna elegancia.

Cuando Bergoglio llegó por fin al Poder con toda humildad y sin esperárselo, -por eso insiste tanto en que no hay que aspirar a cargos eclesiásticos por ambición-, ya había un papa negro. Había coincidencias con el nuevo Papa Blanco, pero con ciertas limitaciones dejadas al disimulo. El P. Nicolás conocía bien esos informes internos de la Compañía, celosamente guardados ahora en los arcones secretos de la Orden, en los que se recomendaba no consagrar Obispo al Padre Jorge Mario. Por fin ha podido retirarse a su Japón querido y escaparse de la Nueva Corte, como se escapó hace poco el portavoz Lombardi, agotado por la Hidra.

Y así las cosas, el Espíritu Santo tiene que elegir un nuevo Papa Negro, moviendo la mano de los votantes, vestidos de clergyman para la ocasión. Como no podía ser de otra manera, la elección debía recaer en un latinoamericano (como a ellos les gusta llamarse), teólogo-liberacionista, sociólogo y politólogo, revolucionario, chavista y filo-marxista por las mañanas, marxista y filo-chavista por las tardes. Y como alguien ha señalado con mucha gracia, con bigote, camisa de cuadros y un porte muy al estilo sindicalista macarra de los de gambas y langostinos. Aunque éste supongo que beberá mate a partir de ahora.

Dicen mis novicios que digo todo esto, por culpa de esa envidia tradicional existente entre las Ordenes Religiosas. Podría ser, aunque en mi monasterio todavía no hemos llegado a eso gracias a Dios y a nuestro santo Patrono. Y no quiero yo dar la impresión de que arremeto con desmedido ímpetu ante el nuevo Sucesor de San Ignacio, (aunque muy desmejorado).
He tenido que explicar a mis jóvenes el sentido del título de mi reflexión, porque ellos no conocen los refranes. De tal palo, tal astilla, quiere decir que se ve el plumero del padre en el hijo, que sale el plumero de la herencia, según el que hace el testamento. Y en este caso de nuestra Iglesia Francisquista, sólo se podía elegir a este jesuíta como Prepósito General, más que nada para que haya coordinación, armonización y compatibilidad con la Nueva Corte Pontificia. Dada la capacidad sinodal de Francisco, y dada su fama de no entrometerse en Conferencias Episcopales, Elecciones de Obispos y asuntos eminentemente democráticos (como airean sus corifeos), dicen que el Espíritu Santo, con la ayuda de San Ignacio y San Francisco de Borja, dignos predecesores suyos, ha elegido al venezolano para dar la última vuelta de tuerca a la Compañía. Dicharrachero y vulgarote, dinamitero y bolchevique, tiene un mandato por delante para equipararse al Otro jesuíta y que no le mande cortar la cabeza antes de tiempo.

Dado que ya no se hace caso de la norma del Fundador de que ningún jesuíta puede ser papa, y al final hemos tenido el primer jesuíta de la historia -y el último, según Fray Malaquías-, nada impide que haya ahora un Papa Negro que sea Presidente Chavista de la Gran Colombia. Ahora ya pueden entonar los jesuítas el Nunc Dimitis, y que Dios reparta suertes. El Papa Negro, ya está maduro. Está elegido a la medida de Bergoglio. No podría haberse elegido otro. Al igual que el resto de las Ordenes Religiosas, al igual que los neo-cardenales, al igual que los neo-obispos y especialmente los neo-nuncios. Todos en sintonía con los nuevos aires y los nuevos tiempos. Y a ser posible, con currículum revolucionario del tipo que sea. Nada de príncipes de la Iglesia. Si acaso, presidentes de soviets, como ahora lo manda la Santa Madre Iglesia.



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