“Consigamos poner en la Sede de Pedro a uno de los nuestros y así los católicos nos seguirán a nosotros creyendo que siguen al Papa”: masones franceses a principios del siglo XX
Masones Franceses: “Consigamos poner en la Sede de Pedro a uno de los nuestros…”
Tímida, pero certera, afirmación de Pedro Rizo en su editorial Plano Picado y Contrapicado del 13 de mayo pasado:
Parece mentira lo que está ocurriendo en el gobierno de la Iglesia, pasa ya de medio siglo. Algo así como si el Espíritu Santo abandonara a sus pastores o, más insólito, como si hace muchos años no lo hubieran tenido de su parte. Allá ellos; cabeza tienen para pensar. Y ante el hecho de insistir en nuevas estupideces de ininteligible caridad con los negadores de Nuestro Señor, nuestra jerarquía parece obligada a estar y figurar como si fueran lo que fueron pero ya no son. Porque como es obvio si no guardan la fe ya no son nada. O, si acaso, la nada con gaseosa de sedas y púrpuras. Es así de crudo y fuerte, y así seguirá siendo en tanto que no expulsen de la Iglesia a los enemigos que se han adueñado de sus voluntades y con ellas del aparato de gobierno.Luego añade una nota: Documentos de logias masónicas intervenidos por la policía del Mariscal Petain describían un plan con este objetivo:
El masón francés Vincent Auriol, impone la biretta cardenalicia a Angelo Roncalli, futuro antipapa Juan XXIII.
“Consigamos poner en la Sede de Pedro a uno de los nuestros y así los católicos nos seguirán a nosotros creyendo que siguen al Papa”.
En el contexto del mensaje parecería darse a entender que un masón está consagrando a un cardenal, como infiltrándolo en la secta.El masón francés Vincent Auriol, impone la biretta cardenalicia a Angelo Roncalli, futuro antipapa Juan XXIII.
Imponer la birreta cardenalicia por el Jefe del Estado de un país católico (masón o no) era la costumbre corriente anterior al Vaticano II; Franco se hartó de imponersela a nuncios italianos en España y a cardenales españoles. Los primeros a los que ya no se la impuso Franco (en 1969) fueron, precisamente los antifranquistas cardenales Tarancón y Tabera (a quienes se la impuso en Roma su amado jefe).
“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.
A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)
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