Curiosamente, el cachetazo pontificio ha levantado un gran polvareda en todo el mundo. Este blog, que es apenas un blog más, recibe un promedio de cien mil visitas por mes. Sin embargo, el post con el video del enfado del Papa Francisco, ha recibido ya más de quince mil visitas y sesenta comentarios en dos días. El hecho merece alguna reflexión.
Ciertamente, se trata de un episodio menor y anecdótico. Y, en este sentido, acertarían quienes consideran que caigo en una actitud mezquina al publicar el caso, aprovechándonos de una conducta aislada del Papa Francisco para provocar su escarnio.
Podemos aducir varias razones en favor del Santo Padre. Tengamos en cuenta que se trata de un hombre mayor, que venía de un día bastante ajetreado y que fue irrespetuosamente atrapado por una mujer que lo hizo trastabillar. Por otro lado, —debo confesarlo—, yo mismo, aún sin ser ni santo ni padre, más de una vez me han venido ganas de agarrar a cachetazos y puntapiés a los chinos que se mueve en cardumen por los lugares más sagrados. Y, como dijo más de un comentador, los nacionales de ese país, a diferencia de los japoneses o coreanos, suelen ser particularmente groseros y mal educados. Casi dan ganas de enviar una felicitación a Santa Marta.
Por otro lado, todos sabemos que Francisco no es santo, y no tiene por qué serlo. Si así lo pretendiéramos, deberíamos aceptar mansamente las insensatas canonizaciones express de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. En el fondo, estos desaciertos se explican solamente si sostenemos la hipótesis que todo papa ha sido elegido por el Espíritu Santo lo que, ipso facto, los convierte hombres santos. Como bien dijo el Papa Benedicto XVI, en la historia de la Iglesia hay más de un papa que el Espíritu Santo jamás habría elegido. Consecuentemente, que el Sumo Pontífice tenga un acceso moderado de ira no debería sorprender ni escandalizar. Si vamos a lapidar a papas y santos porque se encolerizan de tanto en tanto, podríamos proponer una lista que empezaría con San Jerónimo, en cuyas cartas pega chachetazos bastante más fuertes y crueles que los de Francisco. E incluir a Pío IX, conocido por los gritos destemplados con los que trataba al cardenal Guidi y el pisotón que le propinó en la cabeza al obispo oriental que cuestionaba razonablemente el dogma de la infalibilidad (Cf. K. Schatz, Vaticanum I, vol. III, Paderborn, 1992, p. 312-322).
El desafortunado hecho de la Noche Vieja dio pié, además, para un sin fin de conjeturas tendientes a probar que lo que causó las iras pontificias habrían sido las palabras que le dirigía la mujer de marras. En los comentarios al post, hay dos traducciones posibles y otras más han sido propuestas en diferentes sitios. Todas tienen en común que esta señora le habría pedido al Papa que no traicione a China, o a los fieles chinos o a la misma Sede Romana. Difícil saberlo, a no ser que ella misma se expida sobre el tema. Pero lo que sí sabemos es que Bergoglio no habla ni entiende inglés, por lo que resulta sumamente improbable que hubiera comprendido las palabras que le dirigían en medio de los gritos y exclamaciones del resto de los asistentes que se agolpaban en la valla. Aunque calce como anillo al dedo para nuestras convicciones, debemos ser honestos y descartar que la conducta del Papa se haya debido a su enojo por las supuestas súplicas de la mujer china. Se debió, creo yo, al tironeo que casi lo hace perder el equilibrio.
Sin embargo, este episodio en apariencia intrascendente tiene un significado que va más allá del hecho concreto y que, consecuentemente, justifica su exposición pública y la reacción negativa de millones de personas. El Papa Francisco construyó su pontificado a partir de la imagen que construyó de sí mismo y con la cual se vendió como candidato papal a los ingenuos cardenales. Bergoglio se ocultó detrás de una máscara y como sabe que en el mundo contemporáneo la realidad es aquello que aparece en los medios, siempre se cuidó de aparecer en ellos detrás de su máscara. Unos pocos blogs y sitios de católicos rígidos somos los que desde hace años venimos advirtiendo que se trata de una máscara detrás de la cual se esconde un depredador. En Noche Vieja la máscara se le cayó inesperadamente a la vista de cientos de millones de espectadores. El rostro desencajado por la ira con el cual se retira de la valla luego de cachetear a la pobre china, muestra el verdadero rostro de Bergoglio.
Hay un detalle que fortalece la hipótesis de la mascarada. Si se observa con cuidado el vídeo, puede verse que el guardaespaldas que lo sigue carga en su mano izquierda el maletín mugroso que Bergoglio lleva en sus viajes y con el que sube las escalerillas del avión a la vista de todas las cámaras para mostrar de ese modo que él no es más que un humilde trabajador. Estimo que llevó ese mismo maletín a la sorpresiva misa exequial que había celebrado un rato antes de la iracundia en una alejada parroquia romana. Se trataba de un elemento más de utilería de la humildad pontificia. Habrá descendido de su modesto auto para ser visto por los peregrinos que se agolpaban en la plaza de San Pedro y, a fin de saludarlos más cómodamente, se lo habrá pasado a su custodio. Lo que resulta ridículo es que justamente sea su guardaespaldas quien se encargue de esos menesteres, cuando debería tener sus manos libres para evitar cualquier ataque sorpresivo sobre la pontificia persona.
No deberíamos sorprendernos que el Papa asumiera un rol actoral cuando se encienden las cámaras de televisión. Otros lo hicieron antes que él. Nunca más vigente la escena de I mostri de Dino Risi que pueden rever aquí. Cuando los papas comenzaron a exponerse a las cámaras, vemos que se comportaban con naturalidad y displicencia, tal como puede verse en las escenas de León XIII. Sin embargo, cuando se dieron cuenta del enorme poder que tienen las imágenes difundidas en el mundo entero, la actuación comenzó a ser una cuestión estratégica y cuidadosamente estudiada. Pío XII, en este sentido, fue un actor consumado y, creo yo, quien se lleva el Oscar a la mejor actuación pontificia: sus miradas perdidas en arrobamientos, sus brazos elevados y sus movimientos finamente calculados, alimentaban el rótulo de Pastor Angelicus que tan gustosamente portaba. Luego, Juan Pablo II, que había sido actor en salas de barrio durante su juventud, tuvo la oportunidad de actuar en los teatros planetarios más imponentes y ser aclamado semanalmente por multitudes. Sin embargo, en ambos casos, la actuación era un estrategia más de su misión por la que habían optado; un elemento más que de ninguna manera definía su pontificado.
Francisco, en cambio, edificó su pontificado sobre la actuación. El suyo es un pontificado mediático, y todo lo que dice y hace está ordenado a conformar al sentido común progresista que sostienen los medios globales de comunicación, que se encargan de blindarlo permanentemente. A Bergoglio le importa un bledo la religión, le importa un bledo que los alemanes en su sínodo se carguen el celibato sacerdotal o se dediquen a ordenar diaconisas. Lo que a él le importa es mantener el liderazgo del progresismo en materia política y para eso necesita no solamente de los medios de comunicación sino de su máscara, la misma que se le cayó por un momento el 31 de diciembre.
El verdadero Bergoglio es un ser malvado e irascible. Conozco personalmente a sacerdotes que fueron tratados del modo más cruel imaginable por el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires; conozco sacerdotes que fueron finamente calumniados por el mismo purpurado ante sus propios obispos a fin de malquistarlos con ellos. He recibido varios testimonios de sacerdotes y oficiales de la curia romana que narran las más que frecuentes rabietas y destratos del Sumo Pontífice ante quienes se le cruzan en su camino, o ante quienes pierden su favor. Es cuestión de preguntarle al cardenal Müller o al P. Fabián Pedacchio, que recorre ahora la Ciudad Eterna buscando un lecho donde reposar su cabeza luego de ser (justamente) expulsado de la antecámara pontificia.
El episodio del cachetazo a la dama china fue, en sí mismo, una anécdota insignificante. Sin embargo, desde lo simbólico, fue un hecho trascendente. Develó el verdadero rostro del Papa Francisco.
The Wanderer: Develación.
Saludo del Papa Francisco a los fieles reunidos en torno al pesebre de la plaza de San Pedro. 31 de diciembre de 2019.
The Wanderer: El rostro de la misericordia.
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