Monseñor Schneider analiza el documento pontificio sobre la Amazonia: a pesar de las deficiencias, hay un destello de esperanza

Por
Adelante la Fe -

28/02/2020





Si bien la postura de Querida Amazonia respecto al celibato permite un suspiro de alivio, el documento contiene lamentables errores y ambigüedades doctrinales, según escribe monseñor Schneider en un detallado análisis que publicamos en exclusiva.

Diane Montagne

ROMA, 19 de febrero de 2020 (LifeSiteNews) — En un nuevo y minucioso análisis de la exhortación apostólica Querida Amazonia, monseños Athanasius Schneider elogia lo que considera la decisión por parte del papa Francisco de no debilitar el celibato sacerdotal ni abrir la puerta al diaconado femenino. No obstante, critica «los lamentables errores y ambigüedades doctrinales» que a su parecer contiene el mencionado documento.

El obispo axiliar de Santa María de Astaná (Kazajstán) sostiene que la postura de exhortación con relación al celibato sacerdotal y el diaconado femenino representa «un destello de esperanza» a pesar de las limitaciones y errores teológicos del documento.

Monseñor Schneider da comienzo a su análisis (ver texto completo abajo) describiendo el cataclismo espiritual que ha desencadenadoQuerida Amazonia entre «los medios de difusión anticristianos» y «la poderosa red» de prelados y burócratas laicos (sobre todo en el mundo germanohablante) que daba por sentado un cambio radical en la Iglesia.

Afirma que la reacción de «las redes secularizadas y protestantizantes» no sólo manifiesta su confianza en la futura supresión del celibato y aprobación de la ordenación de mujeres al sacerdocio, sino que también están utilizando a los pueblos amazónicos para perseguir implacablemente sus aspiraciones político-eclesiales».

Estableciendo una comparación entre dichas reacciones y la viva polémica ocasionados por la encíclica Humanae vitae de Pablo VI ene 1968, Schneidero expresó su parecer de que «la decisión de Francisco con respecto a las normas del celibato eclesiástico y la ordenación de mujer» debería suponer «un alivio para todos los verdaderos católicos».

«La piedra petrina, que a lo largo del pontificado actual se ha ido envolviendo casi totalmente en la neblina, se ha convertido al menos por una vez en una roca que surge en medio del oleaje conteniendo la presión de los golpes de mar, y ha sido iluminada por un rayo de la divina promesa de Cristo», señala.

Dice monseñor Schneider que cree que ese rayo se convertiría en una luz radiante si el papa Francisco proclamase ex cathedra que «el sacramento del Orden Sacerdotal, en sus tres grados de diaconado, presbiterado y episcopado, por institución divina está reservado al sexo masculino».

En su análisis de la exhortación apostólica, el purpurado sostiene que es justo destacar que «en general, el texto de Querida Amazonia es mejor que el documento final del Sínodo para la Amazonia», y cita varios ejemplos.

En todo caso, monseñor Schneider deja claro que «a pesar de las mejoras que presenta Querida Amazonia, es imposible guardar silencio sobre los lamentables errores y ambigüedades doctrinales que contiene, así como sobre sus peligrosas tendencias ideológicas».

Concretamente, califica de sumamente poblemática «la implícita aprobación que hace la exhortación de una espiritualidad panteísta y pagana», así como su afirmación de que «es posible recoger de alguna manera un símbolo indígena sin calificarlo necesariamente de idolatría », (nº79), y que califique a la bienaventurada Virgen María de «Madre de todas las creaturas»(nº111).

Asimismo, identifica como una de las principales tendencias erróneas del documento su promoción del naturalismo, y lo que denomina «leves ecos de panteísmo y un solapado pelagianismo».

«Es posible detectar tales tendencias en el excesivo hincapié que se hace de las realidades naturales, terrestres y temporales y el valor que se les concede. Es un reduccionismo que limita de forma predominante la existencia de las criaturas», y debilitan considerablemente la obligación que tiene la Iglesia de predicar el arrepentimiento y la conversión a todas las naciones (cf. Lc.24,47).

Señala Schneider: «Jesucristo no dijo: “Dios ha entregado a su Hijo unigénito para que este planeta y muchas parte de él, como el bioma amazónico, no se pierdan sino que tengan abundante vida natural”. Ni tampoco dijo: “Id y proclamad que el reino de la Madre Tierra se ha acercado“».

«La creación material sufre precisamente por falta de la vida sobrenatural de Cristo en el alma de los hombres», insiste.

Tras exhortar a los católicos de a pie a rezar por que el destello de esperanza que proporciona Querido Amazonia se «incremente hasta volverse una luz radiante», monseñor Schneider evoca las palabras del Señor a su vicario en la Tierra por intermedio de la mística del siglo XIV Santa Brígida de Suecia: «Ponte a reformar la Iglesia que adquirí al precio de mi sangre para que se enmiende y se reconduzca espiritualmente a su santidad original» (Libro de las revelaciones)

« La Curia Romana actual atraviesa una honda crisis porque interviene excesivamente en asuntos temporales y mundanos, hasta el punto de que la Santa Sede se ha convertido en una especie de sucursal de las Naciones Unidas –afirma monseñor Schneider–. Sin duda el Señor intervendrá y purificará a Roma y el papado, como ha hecho tantas veces a lo largo de la historia»-

Seguidamente reproducimos el texto completo del comentario de monseñor Athanasius Schneider a Querida Amazonia:

Querida Amazonia:
un destello de esperanza en medio de la incesante confusión

Monseñor Athanasius Schneider

La mayoría de los observadores estarían de acuerdo en que la publicación de la exhortación apostólica Querida Amazonia ha desatado un cataclismo espiritual. En su exhortación apostólica, el papa Francisco no ha autorizado la ordenación de hombres casados, los llamados viri probati. El Sumo Pontífice rechazó igualmente la propuesta de que se pueda ordenar sacramentalmente a mujeres para el diaconado permanente, lo cual ya había sido aprobado previamente por mayoría de votos en el Sínodo para la Amazonia. Tanto la generalidad de los medios de difusión anticristianos como la poderosa red de cardenales, obispos, teólogos y burócratas laicos bien pagados que han ajustado su mentalidad al espíritu descreído y relativista imperante en el mundo reaccionaron inicialmente estupefactos y sin saber qué decir, y con abierta o tácita frustración.

En el noticiero cotidiano Tagesthemen de la cadena pública de televisión alemana ARD del pasado 13 de febrero, el comentarista oficial criticó al papa Francisco en los siguientes términos: «Francisco nos ha sorprendido con su decisión de entender con estricto rigor el celibato. Al parecer, el mundo estaba preparado y de su parte. A estas alturas no es ningún secreto que, en lo personal, el argentino defiende una relación de la norma católica de continencia sexual. Para muchos creyentes, habría resultado lógico suavizar cuidadosamente la norma del celibato en una primera etapa, como había propuesto el Sínodo para la Amazonia. Peor aún que su negativa a mitigar el celibato es la decisión de la cabeza visible de la Iglesia sobre el papel de la mujer. A la mujer se le sigue negando en gran medida la oportunidad de hacer carrera en la Iglesia».

El presidente del Comité Central de los Católicos Alemanes ha declarado: «Desgraciadamente, al papa Francisco le ha faltado valor para llevar a cabo auténticas reformas en temas como la ordenación de hombres casados y los ministerios litúrgicos de la mujer, temas que son objeto de debate desde hace cincuenta años». Otra reacción sorpresivamente vehemente contra el papa Francisco ha sido la del P. Paulo Suess, teólogo alemán residente en Brasil que fue un destacado participante en el Sínodo, el cual declaró que en algunas partes de la exhortación el concepto que manifiesta Francisco de la Iglesia amazónica es una verdadera pesadilla.

En vista de todas estas declaraciones se hace patente que las entidades y personas arriba mencionadas daban por sentada la victoria y esperaban confiadas el cumplimento de las aspiraciones que desde hacía tiempo albergaban: la abolición del celibato y que se aprobase la ordenación de mujeres. En un editorial publicado el pasado 13 de febrero y titulado Habemus coelibatum!, el blog alemán Im Beiboot Petri [en la barca auxiliar de Pedro, N. del T.] hizo esta destacable observación: «Vaya día: los periodistas occidentales asedian el Vaticano desde las primeras horas de la mañana con miras a obtener la primicia de la esperada y sensacional noticia: “Por fin cayó el último bastión”. Era la consecuencia lógica, porque en octubre la mayoría lo había decidido. Nada podía salir mal ya, porque si la mayoría lo decide, ni Dios ni el Papa podían decir que no. La prensa radical de izquierda, también conocida como MainStreamMedia, tenía ya artículos preparados en sus computadoras para que en cuanto se hiciera el anuncio oficial no tuvieran más que presionar la tecla de enviar y ser los primeros en soltar la bomba en el mundo. Pero la cosa no salió como se esperaba.»

La norma del celibato, de origen apostólico, y la verdad divinamente revelada de la ordenación sacramental reservada para los varones constituían el último bastión del catolicismo romano, y las redes secularizadas y protestantizantes infiltradas en la Iglesia no han conseguido abatirlo todavía. Sí han conseguido causar graves daños en el baluarte de la perenne ley de la oración, lex orandi, mediante la implantación universal de elementos en la forma y el contenido de las celebraciones litúrgicas. En la práctica, han conseguido introducir el divorcio mediante la aprobación pontificia de normativas locales que permiten que los católicos que viven relaciones adúlteras reciban la Sagrada Comunión. Han conseguido legitimizar las actividades homosexuales dentro de la Iglesia al permitir que cardenales y obispos queden impunes en su descarado respaldo de actos del orgullo gay y actividades de organismos LGTB. Han conseguido alejar a la jerarquía de la Iglesia Católica, y en concreto al Sumo Pontífice, de la primacía de lo sobrenatural y lo eterno en la misión de la Iglesia, para equiparar en importancia la misión de cuidar de las realidades materiales y temporales –como el clima, el medio ambiente o el bioma amazónico–, lo natural con lo sobrenatural, el Reino de los Cielos con el de este mundo, lo profano con lo sagrado. Y en consecuencia, han sacralizado lo natural y desacralizado lo sobrenatural. Han conseguido relativizar la verdad de la Fe católica como única religión verdadera querida por Dios, por medio de una teoría y práctica relativista del ecumenismo y el diálogo interreligioso. Han conseguido derogar el primer mandamiento del Decálogo en un acto sin precedentes de adoración en el Vaticano (epicentro del catolicismo) de una estatua de la Pachamama que simbolizaba la religión pagana indígena de los pueblos nativos de América del Sur.

En vista de unos ataques tan concentrados y organizados contra el Depósito de la Fe y todo lo que es auténticamente católico, la negativa del papa Francisco a debilitar o alterar la norma del celibato eclesiástico y a aprobar la ordenación sacramental de mujeres al diaconado es un hecho histórico digno del reconocimiento y gratitud de todos los verdaderos hijos de la Iglesia. La decisión del Pontífice ha decepcionado a muchos participantes influyentes en el Sínodo para la Amazonia. Su irritación hace patente que no tenían el menor interés en la realidad del pueblo amazónico ni en evangelizarlo de verdad, sino en perseguir implacablemente sus aspiraciones político-eclesiales. Con ello, han montado un espectáculo de clericalismo cínico. Al teólogo vienés Jan-Heiner Tück se le escapó y dijo: «¿De qué sirve dedicar tanto trabajo en un sínodo que dura cuatro semanas en Roma si al final todo queda igual?»

Tras la publicación de Querida Amazonia, el papa Francisco manifestó a una comisión de obispos estadounidenses su contrariedad por la reacción a su exhortación apostólica. William A. Wack, obispo de Pensacola y Tallahassee, transmitió las siguientes palabras del papa Francisco: «Dijo que algunos dirán que se acobardó por no escuchar al Espíritu: “No están enojados con el Espíritu Santo, sino conmigo –dijo [Francisco]–. Para algunos, la cuestión era el celibato y no la Amazonia”». A lo que monseñor Wack repuso: «Era palpable la consternación del Romano Pontífice».

Decepcionados, sacerdotes y laicos que obtuvieron su puesto gracias a la influencia de una nomenklatura eclesiástica de mentalidad mundana, luchan con uñas y dientes para salvar los muebles. Los muy ilusos no dejan de repetir a modo de mantra cosas como «todavía no se ha dicho la última palabra», «el debate no ha concluido» y «en modo alguno se ha dado carpetazo al tema». Sembrando más confusión, el cardenal Christopher Schönborn declaró: «Las decisiones tomadas por el Sínodo pueden madurar; las puertas que se habían abierto no se han cerrado».

Otros se consuelan pensando que el primer documento del Sínodo para la Amazonia forma parte del magisterio pontificio ordinario. Pero esta postura ha sido rechazada por representantes de la Santa Sede. En la conferencia de prensa en que se presentó Querida Amazonia, el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los Obispos, dejó sentado que en la exhortación apostólica el papa Francisco habla de presentación y no de aprobación definitiva del documento final del Sínodo. El portavoz vaticano, Matteo Bruni, dijo: «La exhortación apostólica [Querida Amazonia] es magisterio. El documento final, no.»

Con la publicación de Querida Amazonia hemos presenciado un acto que en sus circunstancias y en las reacciones que ha suscitado recuerda un poco a la encíclica Humanae vitae que publicó Paulo VI en 1968. La decisión de Francisco con respecto a las normas del celibato eclesiástico y la ordenación de mujer ha supuesto un alivio para todos los verdaderos católicos, sean sacerdotes o laicos. La piedra petrina, que a lo largo del pontificado actual se ha ido envolviendo casi totalmente en la neblina, se ha convertido al menos por una vez en una roca que surge en medio del oleaje conteniendo la presión de los golpes de mar, y ha sido iluminada por un rayo de la divina promesa de Cristo.

Al agradecer de corazón a Francisco que haya contenido la presión a favor de suavizar la norma del celibato y de aprobar la ordenación sacramental de mujeres, es igualmente de justicia poner de relieve que, en general, el texto de Querida Amazonia es mejor que el documento final del Sínodo para la Amazonia. Veamos unos cuantos ejemplos:Querida Amazonia habla de «conversión interior» (nº 56), mientras que el documento final contiene capítulos enteros agrupados bajo los títulos de «conversión integral» y «conversión ecológica» que llegan a hablar de la «conversión ecológica de la Iglesia y el planeta» (nº 61). El tema de lacasa común se debate a fondo en el documento final, mientras que enQuerida Amazonia sólo aparece una vez, dentro de una cita. La expresión cambio climático y el adjetivo climático brillan por su ausencia en Querida Amazonia, en tanto que en el documento final aparece un par de veces e incluso se habla de las emisiones de dióxido de carbono (nº 77). La palabra ecología figura 27 veces en el documento final, casi siempre formando parte de la expresión ecología integral, mientras que la expresión ecología humana no aparece una sola vez. Con todo,Querida Amazonia sólo emplea una vez la expresión ecología integral y habla en tres ocasiones de ecología humana (nº 41), en el sentido que propuso Benedicto XVI.

El documento final no habla de las limitaciones de la cultura y la forma de vida de los pueblos originarios, mientras que Querida Amazonia menciona dos veces dicha limitaciones, en un sentido moral (V. nº 22 y nº 36). Querida Amazonia previene contra el indigenismo cerrado, en tanto que el documento final guarda silencio sobre la cuestión. Vale la pena citar la siguiente afirmación de Querida Amazonia: «De ahí que no sea mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje. Una cultura puede volverse estéril cuando «se encierra en sí misma y trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación sobre la verdad del hombre» (nº 37). El documento final se limita a hablar de transformación social, pero Querida Amazonia habla más de transformación moral, y en particular de la necesidad de que se transforme la cultura mediante la actuación del Espíritu Santo: «el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio» (nº 68). El documento final evita hablar de la necesaria actitud crítica hacia las diversas culturas, mientras que Querida Amazonia hace esta apropiada observación: «Los desafíos de las culturas invitan a la Iglesia a «una actitud de vigilante sentido crítico, pero también de atención confiada» (nº 67). En el documento final faltan térmnos como inmanencia o vaciedad moral, pero Querida Amazonia hace esta realista advertencia: «Y eso que nos une es lo que nos permite estar en el mundo sin que nos devoren la inmanencia terrena, el vacío espiritual, el egocentrismo cómodo, el individualismo consumista y autodestructivo» (nº 108).

El documento final habla de derechos en un sentido predominantemente humanista. Habla con insistencia y con un sesgo claramente ideológico del derecho fundamental a la celebración y recepción de la Eucaristía (nº 109). Querida Amazonia no habla delderecho a la Eucaristía; al contrario, habla del derecho de los pueblos originarios a conocer el Evangelio (cf. nº 64), tema sobre el que guarda silencio el documento final. Este último evita hablar del peligro de que una comunidad eclesiástica se convierta en una ONG. Por otro lado,Querida Amazonia tiene la osadía de afirmar: «Sin este anuncio apasionado, cada estructura eclesial se convertirá en una ONG más, y así no responderemos al pedido de Jesucristo: «Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15)” (nº 64).

La palabra adoración no aparece en el documento final, pero sí enQuerida Amazonia. En vez de hablar de teología inculturada como el documento final, la exhortación apostólica habla de espiritualidad inculturada. En el documento final sólo aparece dos veces la palabragracia, y en un sentido antropocéntrico; en la exhortación se habla diez veces de ella en un sentido más teológico, como se puede ver por ejemplo en las siguientes afirmaciones: «Cristo es la fuente de la gracia» (nº 87); en los sacramentos, «la naturaleza es elevada para que sea lugar e instrumento de la gracia» (nº 81), o de la presencia de Dios mediante la gracia (nota al pie, nº 105). La ineludible cita bíblica de 1ª a los Corintios 9,16 sobre el cometido misionero de la Iglesia no figura en el documento final, y Querida Amazonia habla claro de esa misión citando en su integridad el versículo: 1 Cor 9,16: «los cristianos no renunciamos a la propuesta de fe que recibimos del Evangelio. Si bien queremos luchar con todos, codo a codo, no nos avergonzamos de Jesucristo. Para quienes se han encontrado con Él, viven en su amistad y se identifican con su mensaje, es inevitable hablar de Él y acercar a los demás su propuesta de vida nueva: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Cor. 9,16) (nº62). En el documento final no se habla del verdadero sentido de la Tradición de la Iglesia, pero Querida Amazonia dice que la Tradición es la raíz de un árbol en constante crecimiento. Citando la célebre frase de San Vicente de Lerins, declara que «La doctrina cristiana se va consolidando con los años, se amplía a lo largo del tiempo y se refina con la edad (Commonitorium, 23, citado en nota a pie de página nº 86).

A pesar de señalar las mejoras que presenta Querida Amazonia, es imposible guardar silencio sobre los lamentables errores y ambigüedades doctrinales que contiene, así como sobre sus peligrosas tendencias ideológicas. Entre otras cosas, resulta sumamente problemática la implícita aprobación que hace la exhortación de una espiritualidad panteísta y pagana cuando habla de la tierra material como un «misterio sagrado» (nº 5); de comulgar con la naturaleza: «entramos en comunión con la selva» (nº 56); del bioma amazónico como un “lugar teológico” (nº 57). Afirmar que el río Amazonas es «la eternidad secreta» (nº 44) y que «Sólo la poesía, con la humildad de su voz, podrá salvar a este mundo» (nº 46) roza el panteísmo y el paganismo. Un cristiano no puede suscribir semejantes ideas y expresiones.

Ni a los judíos ni a los cristianos se les permitió jamás «recoger de alguna manera» símbolos religiosos paganos de los indígenas. Dios prohibió a su pueblo escogido que adoptara símbolos indígenas como el becerro de oro o Baal. Cuando incendiaron el puerto de Jamnia (V. 2º de Macabeos 12, 7-8), los soldados de Judas Macabeo consideraron que podían recoger de alguna manera símbolos indigenas sin que fuera necesariamente idolatría, ya que se trataba nada más que de ofrendas votivas de los templos (cf. 2º de Macabeos 12, 40). Pero Dios condenó esa recogida de símbolos indígenas y, como se hizo patente para todos, por dicha razón murieron aquellos soldados. Todo el pueblo realizó actos de expiación por este pecado: «Y poniéndose en oración rogaron que echase en olvido el delito que se había cometido. Y habiendo recogido en una colecta que mandó hacer, [Judas Macabeo] la envió a Jerusalén, a fin de que se ofreciese un sacrificio por los pecados» (2 Mac. 12,42-43).

Los Apóstoles nunca habrían tolerado que se recogieran y adoptaran símbolos de la sociedad grecorromana, como la estatua de Artemisa o Diana en Éfeso (V. Hechos 19 ss). San Pablo «Pablo con sus pláticas ha apartado a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos» (Hchs 19,26). Los naturales de Éfeso protestaron de la intrasigencia de San Pablo contra la adopción de símbolos locales, y dijeron: «[Se] corre peligro […] de que el templo de la gran diosa Artemisa, a la que toda el Asia y el orbe adoran, sea tenido en nada, y venga a quedar despojada de su majestad » (Hch. 19:27). Debemos decir como San Pablo: «¿Qué conformidad hay entre el santuario de Dios y los ídolos?» (cf. 2 Cor 6, 16). San Vladimiro no aceptó los símbolos nativos de su religión pagana, como tampoco San Bonifacio en Alemania. En consecuencia, obedecieron el mandamiento de Dios en las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de los Apóstoles. Lo cierto es que ninguno de los Apóstoles ni de los santos misioneros podía quedarse cruzado de brazos y aceptar de buena gana lo que afirma Querida Amazonia: «Es posible recoger de alguna manera un símbolo indígena sin calificarlo necesariamente de idolatría» (nº 79).

Que esta exhortación llame a la bienaventurada Virgen María «madre de todas las creaturas» (nº 111) resulta asimismo sumamente problemático desde el punto de vista teológico. La bienaventurada a inmaculada Madre de Dios no es madre de todas las criaturas, sino sólo de Jesucristo, Redentor de la humanidad, y por tanto Madre espiritual de todos los hombres redimidos por su divino Hijo. Se puede encontrar el concepto o la expresión de madre de la creación o de las criaturas en, por ejemplo, el culto a la Pachamama y en el movimiento de la Nueva Era, como se observa en la siguiente descripción: «En las religiones ágrafas antiguas y modernas, la Madre Tierra es la fuente eterna y fructífera de todo. Es, sencillamente, la Madre; fuera de ella no hay nada. Todo procede ella, regresa a ella y es parte de ella. La forma más arcaica de la Madre Tierra es la que lo produce todo a partir de ella misma sin agotarse» (Enciclopedia Británica). Los Vedas llaman a Áditi, la diosa prístina del panteón hinduista, madre de todas las criaturas. San Anselmo expresa el concepto y la terminología apropiados: «Dios es el Padre del mundo creado y María la Madre del mundo re-creado. Dios es el Padre que infundió vida a todas las cosas, y María la Madre de Aquel a través del cual se infundió nueva vida a todo. Pues Dios engendró al Hijo a través del cual todo se hizo, y María lo dio a luz como Salvador del mundo. Sin el Hijo de Dios nada podría existir; sin el Hijo de María, nada podría redimirse» (Oratio 52). María es la Reina del Cielo, Regina Coeli, y Reina de la creación, pero no es madre de todas las criaturas.

Entre las muchas tendencias erróneas de Querida Amazonia están su promoción del naturalismo, leves ecos de panteísmo y un solapado pelagianismo. Es posible detectar tales tendencias en el excesivo hincapié que se hace de las realidades naturales, terrestres y temporales y el valor que se les concede. Es un reduccionismo que limita de forma predominante la existencia de las criaturas y la humanidad al ámbito de lo meramente natural. Esa tendencia naturalista y neopelagiana es de hecho la enfermedad espiritual que mejor caracteriza y que más ha perjudicado la vida de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II. Querida Amazonia es prueba de dicha tendencia, si bien de forma algo mitigada si se compara con el documento final del Sínodo para la Amazonia.

La excesiva tendencia a exaltar y promover las realidades temporales y naturales debilita considerablemente la misión que su divino Redentor impuso a la Iglesia en la siguiente y clara enseñanza de las Sagradas Escrituras: «Y de camino predicad diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado”» (Mt 10,7); «Y que se predicase, en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones» (Lc. 24:47); «Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt. 6,33); «Vosotros sois de abajo; Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; Yo no soy de este mundo» (Jn. 8,23); «No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas [.] … Nosotros, empero, perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (Hch. 6, vv.2,4); «Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres » (1 Cor. 15,19); and «la apariencia de este mundo pasa» (1 Cor. 7,31). Lo que verdadera y originalmente significa y predica el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo se está distorsionando y desviando hacia una meta dirigida a un mundo interior. La misión primordial de Jesucristo, Redentor de la humanidad, no consistió en ocuparse del bienestar material de la humanidad ni del bioma amazónico, sino en salvar almas inmortales para la vida eterna en el Cielo: «Así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3,16). Jesucristo no dijo: «Dios ha entregado a su Hijo unigénito para que este planeta y muchas parte de él, como el bioma amazónico, no se pierdan sino que tengan abundante vida natural». Ni tampoco dijo: «Id y proclamad que el reino de la Madre Tierra se ha acercado».

La creación material sufre precisamente por falta de la vida sobrenatural de Cristo en el alma de los hombres. La Palabra de Dios nos enseña esto: «La creación está aguardando con ardiente anhelo esa manifestación de los hijos de Dios; pues si la creación está sometida a la vanidad, no es de grado, sino por la voluntad de aquel que la sometió; pero con esperanza, porque también la creación misma será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos, en efecto, que ahora la creación entera gime a una, y a una está en dolores de parto. Y no tan sólo ella, sino que asimismo nosotros, los que tenemos las primicias del Espíritu, también gemimos en nuestro interior, aguardando la filiación, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza hemos sido salvados; mas la esperanza que se ve, ya no es esperanza; porque lo que uno ve, ¿cómo lo puede esperar?» (Rom. 8,19-24). Cuanto más se relaja la Iglesia en lo que es su misión y su cometido primordial y sobrenatural, más perjudica también, a los ojos de Dios y ante la eternidad, la redención y la santificación de la creación natural.

El cambio de rumbo que se está efectuando en la vida de la Iglesia –y desgraciadamente también por parte de la Santa Sede y del Sumo Pontífice– para promover lo natural y lo temporal en detrimento de lo eterno y sobrenatural puede sintetizarse acertadamente en las palabras de uno de los más grandes papas, San Gregorio Magno, el cual afirmó que el polvo levantado por las aspiraciones terrenas enceguece los ojos de la Iglesia (Regula pastoralis II, 7). Al hacer excesivo hincapié y ocuparse más de lo debido en las realidades terrenas –llegando al extremo de interferir en cuestiones científicas, técnicas y económicas que no son de su competencia, como por ejemplo las relativas al clima o a la flora o la fauna de un bioma determinado–, la Iglesia actual se está en excediendo en el ejercicio de su autoridad e incurriendo por tanto en nueva forma de clericalismo. A este respecto es de mucha utilidad la siguiente enseñanza de León XIII: «Dios ha repartido, por tanto, el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género. Cada una queda circunscrita dentro de ciertos límites, definidos por su propia naturaleza y por su fin próximo. De donde resulta una como esfera determinada, dentro de la cual cada poder ejercita iure proprio su actividad» (encíclica Immortale Dei, 6).

La desviación que está experimentando la Iglesia hacia un pelagianismo disimulado y el naturalismo es causa de daños considerables para el bien y la salud de las almas. Cuán certeras son, una vez más, las palabras de San Gregorio Magno: «Los súbditos no pueden captar la luz de la verdad porque, mientras que el pastor se ocupa de intereses terrenales la polvareda levantada por los vientos de la tentación enceguece a la Iglesia. […] El molesto polvo no puede jamás ocultar la visión del ojo que se eleva mirando las siguientes etapas del camino. […] El ornamento de la Iglesia –esto es, sus pastores–, debería haber estado en condiciones de penetrar los misterios interiores como si fueron los rincones secretos del tabernáculo, pero en cambio pone la mirada en las amplitudes externos de causas seculares» (Regula pastoralis II, 7).

San Ireneo afirmó que la gloria de Dios es el hombre vivo en plenitud. Ahora bien, la verdadera vida del hombre no es natural sino sobrenatural, y consiste en la visión de Dios. El hombre más auténtico es Jesucristo, Hijo encarnado de Dios: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei» (Adversus haereses IV, 20). En cambio, la siguiente afirmación de Querida Amazonia acentúa en exceso el valor de las criaturas materiales: « Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho » (nº 54). Da la impresión de que esta afirmación pasa por alto la cruda realidad de la muerte espiritual de tantas almas humanas creadas a imagen y semejanza de Dios (V. Gn.1, 27), que con su vida de pecado e ignorancia no glorifican a Dios sino que lo ofenden. Muchos seres humanos ofenden a Dios y no le glorifican por culpa del pecado de omisión de la Iglesia actual, que ha descuidado la predicación del la divina Revelación al tolerar ambigüedades doctrinales y herejías. A consecuencia de ello, muchos desconocen la exclusividad de Cristo y su obra redentora; y tampoco conocen la santa voluntad de Dios, y por tanto ya no lo glorifican. La situación en que ha dejado a la humanidad y al mundo la Iglesia de hoy se puede resumir con precisión parafraseando San Pablo: corren a la ventura como quien azota al aire (cf.1 Cor. 9,26).

Entremezcladas con sus numerosas afirmaciones teológicas problemáticas, dudosas y ambiguas, Querida Amazonia contiene también otras que no dejan de tener su mérito, como las siguientes sobre los sacerdotes: « Esa es su gran potestad, que sólo puede ser recibida en el sacramento del Orden sacerdotal. Por eso únicamente él puede decir: “Esto es mi cuerpo”. Hay otras palabras que sólo él puede pronunciar: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Porque el perdón sacramental está al servicio de una celebración eucarística digna. En estos dos sacramentos está el corazón de su identidad exclusiva» (nº 88); «el Señor quiso manifestar su poder y su amor a través de dos rostros humanos: el de su Hijo divino hecho hombre y el de una creatura que es mujer, María » (nº 101); «Al mismo tiempo que creemos firmemente en Jesús como único Redentor del mundo, cultivamos una profunda devoción hacia su Madre» (nº 107); «Nos une la convicción de que no todo se termina en esta vida, sino que estamos llamados a la fiesta celestial» (nº 109). En la conclusión de Querida Amazonia el papa Francisco ofrece una vision sobrenatural y sanamente católica al rezar con estas palabras: «Haz nacer a tu hijo en sus corazones» (nº 111), «Reina Tú en la Amazonia junto con tu hijo» (nº 111).
Lo que necesitan hoy en día la Iglesia y las autoridades de la Santa Sede no es una conversión a las realidades internas sino a las realidades sobrenaturales de la gracia de Cristo y su obra redentora. Al afirmar que «esta conversión interior es lo que podrá permitirnos llorar por la Amazonia y gritar con ella ante el Señor» (n. 56), se diría que Querida Amazonia malinterpreta y subestima la apremiante necesidad de una verdadera conversión a Dios. La totalidad de la Iglesia, y en primer lugar el Papa, no deben llorar por la región amazónica, sino por la muerte espiritual de tantas almas inmortales que han rechazado la Revelación divina y la voluntad de Dios revelada en sus Mandamientos y en la ley natural. Por lo que tienen que llorar el Papa, los obispos y toda la Iglesia es por los horrendos pecados de la apostasía, la traición a Cristo, la blasfemia y sacrilegios que cometen no pocos católicos y miembros del clero, incluso en las altas jerarquías. De manera especial, el Romano Pontífice, los prelados y toda la Iglesia deben llorar por el horrendo e incalificable genocidio de niños inocentes que no llegan a nacer.

La conversión más urgente no es la ecológica, ni consiste en llorar por el bioma amazónico. La conversión que más urge es convertirse a Dios, a su Reino y a su gracia. El Papa y los obispos son los primeros que deben implorar con llanto: « ¡Conviértenos a Ti, Yahvé, y nos convertiremos! ¡Renueva nuestros días, para que sean como antes! (converte nos, Domine, ad Te, et convertemur, sicut a principio)” (Lam. 5,22). El Señor también dice: «Convertíos a Mí, y Yo me volveré a vosotros (convertimini ad Me, et convertar ad vos)» (Zac. 1,3). Qué hermosas y consoladoras son las palabras del Salmo 84, con las que en el texto perenne del Rito Romano (usus antiquior), el sacerdote y los fieles rezan al principio de cada Misa: «Deus, Tu conversus vivificabis nos, et plebs Tua laetabitur in Te» (vuélvete a nosotros, oh Dios, y nos dar´s vida. Y tu pueblo se alegrará en Ti).

Habida cuenta de los graves ataques espirituales contra la piedra, Pedro, la publicación de Querida Amazonia, junto con la decisión del papa Francisco de mantener la norma apostólica del celibato sacerdotal y la divina verdad de que el sacramento del orden está reservado al sexo masculino, a pesar de sus limitaciones teológicas ofrece un destello de esperanza en medio de la presente confusión.

Que todos los católicos de a pie, que han sido desplazados hacia la periferia, rueguen ahora por que este destello de luz se incremente hasta volverse una luz radiante, y porque el papa Francisco proclame con la suprema autoridad –es decir, ex cathedra– la verdad divinamente revelada que el Magisterio Universal de la Iglesia siempre ha creído y practicado: que el sacramento del Orden Sacerdotal, en sus tres grados de diaconado, presbiterado y episcopado, por institución divina está reservado al sexo masculino.

Una luz tan radiante emanando de la roca petrina iluminaría mucho más si el papa Francisco publicase una declaración sobre la norma apostólica del celibato que corresponde a la postura asumida por todos los romanos pontífices. Porque a pesar de la presión para suavizar la norma del celibato, todos los pontífices siempre han resistido y se han mantenido firmes. Una declaración así sería semejante a la que hizo Benedicto XV cuando afirmó; «Por constituir uno de los ornamentos principales del clero católico y ser la fuente de las más excelsas virtudes, la ley del celibato debe mantenerse intacta en toda su pureza; la Santa Sede nunca la derogará ni suavizará» (Alocución al Consistorio del 16 de diciembre de 1920).

Hagamos todos caso de las oportunas palabras que dirigió Nuestro Señor a Santa Brígida: «Oh Roma, si conocieras tus días, llorarías ciertamente en vez de regocijarte. Antiguamente Roma era un tapiz teñido de hermosos colores y tejido con nobles hilos. Su suelo estaba teñido de rojo por la sangre de los mártires, y tejido, es decir, entremezclado con los huesos de los santos. Ahora sus puertas están abandonadas porque sus defensores y guardianes han sido presas de la avaricia. Los muros están derribados e indefensos, porque nadie cuida de que se están perdiendo almas. Al contrario, el clero y los fieles, que son las murallas de Dios, se han dispersado para trabajar en pos de su provecho carnal. Los vasos sagrados se venden y menosprecian, porque los sacramentos divinos se administran a cambio de favores mundanos»(Libro de las revelaciones 3,27).

Y estas son las palabras que Cristo dirigió al Papa, su Vicario en la Tierra: «Ponte a reformar la Iglesia que adquirí al precio de mi sangre para que se enmiende y se reconduzca espiritualmente a su santidad original» (Libro de las revelaciones 4,142).

Históricamente, la raíz de las crisis más desastrosas en la Iglesia de Roma ha estado siempre en el que el Papa y la Curia han dejado de conceder la máxima prioridad a las misiones sobrenaturales y espirituales para dársela a las realidades temporales y terrenas. La Curia Romana actual atraviesa una honda crisis porque interviene excesivamente en asuntos temporales y mundanos, hasta el punto de que según algunos comentaristas la Santa Sede se ha convertido en una especie de sucursal de las Naciones Unidas. No sólo eso: la Santa Sede está siendo utilizada como un medio eficaz para implantar una ideología naturalista única a nivel internacional mediante el pacto mundial de la educación y la equiparación de todas las religiones a través del fascinante concepto de la fraternidad humana. Sin duda el Señor intervendrá y purificará a Roma y el papado, como ha hecho tantas veces a lo largo de la historia.

Podemos confiar en que las oraciones, los sacrificios y la fidelidad a la Fe católica de los católicos de a pie alcance la gracia suficiente para que el papa Francisco lleve a cabo al menos los dos actos indispensables arriba mencionados en el ejercicio de su ministerio petrino para mayor honra del sacerdocio de Cristo y la santificación de toda la jerarquía sagrada, dado que toda reforma verdadera de la Iglesia debe empezar por la cabeza para transmitirse después al resto del cuerpo.

«Que Dios guarde al Romano Pontífice y lo libre de los designios de sus enemigos (Dominus conservet eum et non tradat eum in animam inimicorum eius)».

18 de febrero de 2020

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Santa María de Astaná


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