Revista FUERZA NUEVA, nº 549, 16-Jul-1977
En el XLI aniversario del Alzamiento nacional
El 18 de julio de 1936, el Ejército, Requeté, la Falange y los españoles patriotas se levantaban frente a la tiranía republicano-marxista. Lo que ha representado el Alzamiento, la victoria y el Estado nacional está presente para todos. Pero queremos en este aniversario hacer hincapié en un aspecto particular, que tiene su miga. Gracias al Alzamiento nacional, la Compañía de Jesús fue restaurada en España. Quien ha saludado la Historia sabe de sus grandes persecuciones, la extinción de la misma por Clemente XIV, la expulsión de España por Carlos III y, finalmente, por no alargar las referencias, la canibalesca disolución de la Compañía de Jesús por la segunda República, en 1932.
El decreto republicano era de una crueldad refinada. Se aplicaba el artículo 26 de la Constitución, y se alegaba como motivo para su extinción el voto de “obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado”, o sea, al Santo Padre. Y eso lo legislaban los marionetas de la masonería y del comunismo.
Para entender cuál era la gravedad de esta disolución, reproducimos algunos de los extremos del decreto:
“Artículo 1.º Queda disuelta en el territorio español la Compañía de Jesús. El Estado no reconoce personalidad jurídica al mencionado instituto religioso ni a sus provincias canónicas, casas, residencias, colegios o cualesquiera otros organismos directa o indirectamente dependientes de la Compañía. Artículo 2º Los religiosos y novicios de la Compañía de Jesús cesarán en la vida común dentro del territorio nacional en el término de diez días a contar desde la publicación del presente decreto. Transcurrido dicho termino, los gobernadores civiles darán cuenta al Gobierno del cumplimiento de esta disposición. Los miembros de la disuelta Compañía de Jesús no podrán en lo sucesivo convivir en un mismo domicilio en forma manifiesta ni encubierta, ni reunirse o asociarse para continuar la extinguida personalidad de aquélla… Art. 5.º Los bienes de la Compañía pasan a ser propiedad del Estado, el cual los destinará a fines benéficos y docentes”.
Los modos democráticos brillan con todo su esplendor, ¿verdad?
El éxodo y dispersión de la Compañía fue cosa de días. En las Cortes constituyentes, José María Lamamié de Clairac, diputado tradicionalista, y otros, hicieron grandes y enérgicas defensas de la Compañía de Jesús, “guillotinadas” por el gobierno republicano. ¡Tiene antecedentes, lo de la guillotina! “El Debate”, de 26 de marzo de 1932, lo calificaba así:
“Estamos frente a un acto de política sectaria. Los jesuitas no son disueltos por el cuarto voto, sino por los votos que ligan otros personajes con ocultas potencias. ¡Si fuera éste el primer desarrollo del plan de la masonería!”
Pío XI publicó la encíclica “Dilectissima nobis” dirigida a España, y denunciando ante el mundo entero la persecución permanente y brutal de la República contra la Iglesia y contra el propio Papa, ofendido personalmente con la eliminación de la Compañía de Jesús.
Los jesuitas que permanecieron en España, al llegar el 18 de julio de 1936, muchos de ellos conocieron el martirio. Se debían divulgar las obras “Nuestra ofrenda”, de José María de Llanos S. I. -entonces con el “de” nobiliario-, en un volumen realmente hermoso por su prosa, emoción y contenido. El padre Llanos, jesuita de San Ignacio de Loyola, reproduce y explica los heroísmos de tantos y tantos jesuitas de la provincia de Toledo, en la zona roja, en el frente, en la retaguardia. Incluso inserta versos tan comprometidos como éste:
Cuando esté ya aplastado el enemigo,
cuando esté ya la patria rescatada,
entonces regirá nuestro destino
un Caudillo, un Imperio y una Espada.
Arriba España,
gloria al Caudillo;
de nuevo asombre el orbe entero nuestra historia,
fe en la victoria
que ya ilumina
la ansiada aurora del Imperio español.
Combate el Dios del cielo en nuestra guerra,
la fe de nuestros padres defendemos;
si vencemos, vencemos en la tierra,
si morimos, triunfaremos en el cielo.
Igualmente es testimonial el libro “Los jesuitas en el Levante rojo”, que aunque es de autor anónimo, el padre Juan Guim, tan amigo de mis padres, nos lo regaló en una visita que nos hizo en nuestra casa solariega de Mataró, y en el curso de la comida me dijo había colaborado grandemente en su redacción el padre Miguel Batllori -el ferviente admirador de Pío XII-, y en donde toda la tragedia jesuítica de Cataluña y Valencia queda narrada en forma magistral. Ciertamente, la Compañía de Jesús bajo la República y la Generalidad estaba acabada para siempre en España. Solamente un hecho fuera de serie, el impulso providencial de un pueblo que no se resignó a ser esclavo, podía devolverle su libertad, su existencia y las posibilidades de actuar en bien de la Iglesia y de España.
Me acuerdo perfectamente de que el general Mola, en Pamplona, durante la Cruzada, me contó personalmente que le había visitado un provincial de la Compañía de Jesús, y le había ofrecido la incorporación de doscientos novicios en edad de quintas y estudiantes jesuitas que estaba en Italia, Francia y Bélgica. Mola, tan aparentemente duro, contestó:
“No, que estudien, que se formen. Doscientos soldados más o menos no influirán en el curso de la guerra. En cambio, doscientos jesuitas el día de mañana serán necesarios para el bien espiritual de España”.
Así eran nuestros generales.
Gracias al Alzamiento Nacional, la Compañía de Jesús resurgió en España. Y la gloria de su resurrección tiene un nombre: Francisco Franco. En el “Boletín Oficial”, del 7 de mayo de 1938, se publicaba el siguiente decreto:
“Las fuerzas secretas de la Revolución, en su incesante trabajar por la destrucción de España, una vez más hicieron certero blanco de sus odios a la egregia y españolísima Compañía de Jesús, decretando su disolución en 23 de enero de 1932, en disposición promulgada (según decía su preámbulo) para ejecución del artículo 26 de la Constitución, que, lejos de recoger los anhelos nacionales, sintetizaba, en forma de preceptos legales, los dictados de las Logias enemigas irreconciliables de la Gran Patria Española.
De este despertar glorioso de la Tradición española forma parte principal el restablecimiento de la Compañía de Jesús en España, en la plenitud de su personalidad, y esto por varias razones:
En primer término, para reparar debidamente la injusticia contra ella perpetrada.
En segundo lugar, porque el Estado Español reconoce y afirma la existencia de la Iglesia Católica como sociedad perfecta en la plenitud de sus derechos y, por consiguiente, ha de reconocer también la personalidad jurídica de las Órdenes religiosas canónicamente aprobadas, como lo está la Compañía de Jesús desde Paulo III a Pio VII y sus sucesores.
En tercer término, por ser una Orden eminentemente española y de gran sentido universal, que hace acto de presencia en el cenit del Imperio Español, participando intensamente en todas sus vicisitudes, por lo que, con feliz coincidencia, caminan siempre juntos en la Historia las persecuciones contra ella y los procesos del desarrollo de la Antiespaña.
Y, finalmente, por su enorme aportación cultural, que tanto ha contribuido al engrandecimiento de nuestra Patria y a aumentar el tesoro científico de la humanidad, por lo que Menéndez Pelayo calificó su persecución de "golpe mortífero para la cultura española y atentado brutal contra el saber y las letras humanas”.
Por todas estas razones, y a propuesta del ministro de Justicia, y previa deliberación del Consejo de Ministros, DISPONGO:
Quedan totalmente derogados el Decreto de 23 de enero de 1932, sobre disolución de la Compañía de Jesús en España e incautación de sus bienes, y todas las disposiciones dictadas como complemento o para ejecución de dicho Decreto…
Así lo dispongo por el presente Decreto.
Dado en Burgos a 3 de mayo de 1938.
Francisco Franco. El ministro de Justicia, Tomás Domínguez Arévalo”.
Con este acto señero de gobierno, Franco se incorporaba a la Historia como uno de los más grandes bienhechores de la civilización cristiana. Y esto afirmado por la propia Compañía de Jesús.
Una carta del padre W. Ledochowski
La Iglesia reconoció el Alzamiento Nacional como única medida legítima de defensa de un pueblo oprimido por un despotismo incurable, agotados todos los recursos pacíficos y de negociación, fracasados totalmente el cardenal Vidal y Barraquer, el nuncio Tedeschini y José María Gil Robles en sus tozudos y reiterados intentos de bautizar lo que no era sujeto de sacramento: una República visceral e intrínsecamente masónica y volcada impepinablemente a cumplir el designio leninista de trocarse en la segunda nación soviética del mundo. Los documentos pontificios sobre la total licitud y moralidad del Alzamiento ni han palidecido ni se pueden olvidar; particularmente la Carta Colectiva del Episcopado español, del 1 de julio de 1937, con las adhesiones de obispos del mundo entero.
Lo que no resulta tan conocido es lo que escribió el entonces general de la Compañía de Jesús, padre W. Ledochowski, encargando a todos los jesuitas la difusión de la Carta Colectiva. El texto dice así:
“Rvdo. Padre en Cristo:
Acaba de publicarse la Carta Colectiva que el Episcopado español ha dirigido a los obispos del mundo, con ocasión de la guerra y de la profunda conmoción que sacude a España. En este documento, del que se remitirá a V. R. un ejemplar, se recogen con diligencia y se exponen con fidelidad los hechos principales, y se enfocan con luz meridiana por testigos mayores de toda excepción.
En la guerra de España se ventila principalmente la salvación o la ruina total de la fe cristiana y los fundamentos de todo orden social. Sobre ella se han propalado por los enemigos de la Iglesia y desgraciadamente por algunos católicos de ciertos países malamente engañados, infundios no sólo ajenos a la verdad, sino en gran manera dañadores a los intereses católicos.
Por ello, me ha parecido sería servicio de Dios encargar a V. R. se entere de esa Carta Colectiva y procure difundir su conocimiento lo más ampliamente que le sea posible. Porque merced a ella, ya por la seguridad que da tan excelente, ya por el peso de la autoridad que lleva a los hombres de buena voluntad, tendrán medio seguro de conocer la verdad y de formarse opinión recta en negocio de tanta monta.
Me encomiendo en sus oraciones.
De V. R. siervo en Cristo. W. Ledochowski, S. I.”
Es un documento histórico que no hay que olvidar. Por esto conviene saber que la Compañía de Jesús ha guardado, a lo menos oficialmente, agradecimiento imperecedero a Franco. Y al llegar la hora de la muerte del Caudillo, el actual provincial de España de la Compañía de Jesús, padre Pedro Ferrer Pi, recordó a todos los jesuitas la obligación que tenían de celebrar tres misas en sufragio de Francisco Franco. Y nos parece muy lógico que así lo hicieran.
Franco, entre Pablo VI y el P. Arrupe
Cuando Franco restituyó la Compañía de Jesús, se reavivó su presencia total en la vida española, se llenaron los noviciados, se multiplicaron las vocaciones, y los jesuitas, con la jerarquía, el clero y todas las órdenes religiosas, hicieron un bien inmenso la nación.
Después, ya en 1965, se produce una auténtica crisis no superada de la Compañía de Jesús. Las alocuciones de Pablo VI en diversas ocasiones, las cartas del cardenal Villot, los escándalos Díez-Alegría, Leita, Llanos, Gonzalo Arroyo, y toda una escalada de errores máximos, vienen a demostrar que aquella Compañía de Jesús, en el pontificado de Pablo VI y, sobre todo, bajo el generalato desastroso del padre Arrupe, alcanza límites devastadores, realmente inauditos. Se pone en boca de uno de los provinciales de la Compañía de Jesús, acerca del padre Arrupe, esta frase: “Es el hombre elegido por la Providencia para desmontar uno a uno los ladrillos de la Provincia”.
Y así, un grupo de jesuitas españoles transmitió a Pablo VI esta carta desoladora, pidiéndole su intervención ejecutiva, y no solamente verbal, para salvar la Compañía:
“Santísimo Padre: con el corazón deprimido después de haber esperado infructuosamente durante años, acudimos de nuevo a la bondad, rectitud y justicia de vuestra santidad, único remedio que nos queda. Nuestros superiores mayores no nos escuchan, nos marginan sistemáticamente y somos víctimas de una persecución injusta, contra todo derecho y todo respeto a la dignidad de nuestras personas, sólo porque deseamos vivir lo que hemos profesado a Dios ante la Iglesia y porque nos oponemos a la marcha suicida que lleva la Compañía de Jesús, mientras avanza cada día la secularización de nuestra vida (aunque falsamente se afirme lo contrario). Desde la cúspide se trabaja por construir una nueva Compañía que no es la de San Ignacio, y por eso no podemos aceptar. El término de ese proceso se ve ya en la anunciada Congregación General, que se prepara y seguramente se celebrará en esa tendencia inadmisible, sin que tengamos manera de impedirlo… Se nos hace una grave injusticia al empujarnos hacia una exclaustración que nos señalaría con marca infamante y dejaría sin resolver un problema no individual, sino comunitario. Estamos persuadidos, y el tiempo nos está dando la razón, de que es inútil esperar nada ni de la aprobación ni siquiera de la tolerancia del gobierno superior de la Compañía, abiertamente orientado en sentido contrario. Seguimos siendo oprimidos y la opresión crecerá sin remedio; se invoca un diálogo que no es ni será nunca diálogo, sino opresión e imposición desde arriba de algo que en conciencia no podemos admitir”.
Quizá en España el drama de la Compañía de Jesús todavía es más doloroso, dada la persecución sufrida y la gloriosa restauración de la misma. (…)
Lo que va de ayer a hoy
Lo que escribió el padre Llanos estaba en la línea de la doctrina católica, de los Papas y de la auténtica Compañía de Jesús. Ya sabemos que actualmente (1977) el padre Llanos es el carnet 14.774 de las Comisiones Obreras, y el jesuita del puño cerrado en los mítines comunistas. Pensamos que todo esto debería hacer reflexionar a Pablo VI y al Episcopado español sobre el alcance de la corrupción sufrida dentro de la Iglesia, a cargo de la descarada infiltración marxista. Hombres de tan limpia pureza de pensamiento como el padre Llanos han caído en lo más hondo, y todavía permanecen dentro de la sedicente Compañía de Jesús. Los eclesiásticos, en parte, están muy dañados. También el Estado español, después de su apostasía de las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional, que desconocemos quién habrá dispensado la validez de unos juramentos solemnísimos y que únicamente Dios podrá demandar sus tremendas responsabilidades. (…)
Jaime TARRAGÓ
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